La línea de color

Gonzalo Aguirre Beltrán

Metabolismo demográfico

 

Hemos visto cómo para 1519 los cálculos más ponderados daban al Anáhuac una población que fluctuaba entre 3 y 4.5 millones de habitantes. Hemos seguido paso a paso el proceso de rápido decrecimiento de esta población y la lenta y dolorosa convalecencia que vino a consolidarse doscientos setenta y cinco años después del contacto con el blanco. En efecto, no fue sino hasta 1793 cuando el número de habitantes volvió a alcanzar las cifras originales. En contraste con tan pausada evolución, los últimos años de la Colonia, precursores del movimiento insurgente, muestran como fenómeno característico una vertical elevación del número de habitantes, en los solos 17 años que transcurren del censo de Revillagigedo al cálculo de Noriega, dobla sus totales. ¿Cuál es la explicación de tan curioso fenómeno? En el sistema de castas implantado por el gobernante español y en su ulterior resquebrajamiento se encuentra la respuesta. Fue la implantación del sistema de castas la causa de la lenta evolución demográfica del México colonial. Las medidas preventivas que impidieron la libre circulación entre las diversas clases de población que integraban la Colonia provocó el lento curso de su desarrollo.

El demógrafo Gini, explicando la evolución de las naciones, hace hincapié en el distinto ritmo de crecimiento de aquellas sociedades estructuradas en clases o en castas. Mientras las primeras tienen una rápida evolución, las segundas se estancan. Gini hace notar cómo las clases altas son menos fértiles que las medias y éstas a su vez menos que las bajas. Las clases altas, incapaces de mantener, por su baja tasa de natalidad, su relación numérica con respecto al total de la población, se ven en la necesidad de admitir dentro de su grupo a aquellos individuos de la clase media que han logrado una superación en la escala económico-social; esta última clase, a su vez, llena los huecos que provoca su tasa de natalidad media con individuos procedentes de las clases bajas que, en todos los tiempos y en todas las latitudes, mantienen el elevado coeficiente de nacimientos. Se origina así una corriente ascensional que el ilustre demógrafo, tratando de fijar el carácter biológico que para él encierra el fenómeno, denomina metabolismo demográfico.

Durante el primer periodo de la evolución de las naciones, cuando la diferenciación social es limitada y el peso de la influencia de las clases altas es preponderante, la corriente ascensional es relativamente débil, lo que origina un desbordamiento de las clases medias y bajas por los canales de la guerra y la emigración. En la fase de madurez, cuando las clases altas se han vuelto más numerosas y su fertilidad ha quedado reducida, la absorción de todos los individuos que se elevan de las clases inferiores se realiza; estos a su vez pierden sus elementos más prolíficos y la población alcanza entonces un estado de equilibrio que, posteriormente, lo conduce a la declinación.

En las sociedades estructuradas bajo el sistema de castas, el metabolismo demográfico se encuentra estorbado por las barreras existentes entre casta y casta, lo cual determina un retraso en la evolución de las naciones. Tal fue el caso de la Nueva España organizada, repetidamente lo hemos venido afirmando, bajo un hermético sistema de castas. En ellas se integraron cinco castas plenamente diferenciadas: la de los europeos o blancos puros; la de los euromestizos, preponderantemente blancos; la de los afro e indoamericanos —unidos por una cultura común bajo la denominación de castas, que a ellos particularmente se les aplicaba—; la de los negros; y la indígena. Cada casta tenía un status propio, que caracterizó las funciones de gobernante en el europeo, de artesano en el euromestizo, de obrero en el afro e indomestizo, de esclavo en el negro y de siervo en el indio.

La separación entre estas cinco castas estaba basada, en lo fundamental, en consideraciones biológicas y en diferenciaciones culturales. Los europeos se consideraban, por una parte, cristianos viejos y, por la otra, limpios de sangre. ¿A cuál de estas características se le concedía más alto valor? Todo parece indicar que en Europa se daba un mayor énfasis al factor cultural, mientras que en el Nuevo Mundo era el biológico el que adquiría importancia. Las siguientes palabras de Humboldt son ilustrativas: En España es una especie de título de nobleza no descender ni de judíos ni de moros; en América la piel más o menos blanca decide el rango que ocupa el hombre en la sociedad. En rigor, los inmigrantes de principios de la Colonia, procediendo como procedían del mediodía español, impregnado fuertemente del pensamiento moro y teñido inconcusamente de negro, difícilmente podían sostener antigua cristiandad e impoluta blancura. De aquí la necesidad que los mismos europeos tenían de comprobar ser cristianos viejos, de limpia casta y generación, sin raza ni mezcla de moros, ni judíos, ni otra secta reprobada. Mas, en la práctica, bastaba el origen peninsular para que le fueran concedidas ambas características.

El euromestizo, incorporado a la cultura occidental, buscaba siempre ser considerado y tenido por blanco. En la imposibilidad de negar remotas características indígenas que el europeo le echaba en cara, se asía de las culturales y teniendo en cuenta que el indígena no era catalogado entre las malas razas, al informar su linaje hacía resaltar su cristianidad y el dato negativo de no tener partícula de sangre vil. En peticiones elevadas a la Corona española por los últimos años del siglo xvi encontramos declaraciones de euromestizos, hijos o nietos de conquistadores y pobladores que afirman ser cristianos viejos, libres de toda mala raza, hijos legítimos nacidos de padres honrados, cristianos viejos, sin raza ni mácula o más simplemente de buenas castas.

El indomestizo, ligado culturalmente al afromestizo, sin barreras que impidieran el entrecruzamiento, soportaba a menudo el estigma que sobre éste pesaba, derivado de la herencia de características negroides tenidas como de mala raza, calificación que caía de lleno sobre la casta esclava. El indígena, ya lo hemos dicho, no era considerado como maculado por sangre vil, mas con la excepción de los caciques, tampoco eran tenidos como de noble sangre.

Fuga y pase

Basada la división entre las castas en características biológicas y culturales, mas dándosele un mayor énfasis a las primeras —matiz de los tegumentos—, la línea de separación entre una y otra casta no siempre era fácil de ser delimitada. Ciertamente, en los primeros años de la dominación, cuando los productos de mezcla eran pocos, la línea de color entre blanco, indígena y negro podía ser precisamente establecida. Mas cuando las mezclas se multiplicaron, la demarcación de los matices se dificultó sobremanera. Nació así el sistema de clasificación racial colorida del siglo xvii, cuya sofisticación nos indica el cuidado de las autoridades coloniales por conservar la separación de castas.

Para el siglo xviii el crecimiento de la casta constituida por afro e indomestizos era ya de tal magnitud y la presión que ejercía tan intensa que el hermetismo de los viejos años esclavistas se resquebrajó y la línea de color, el pase de una casta a otra, fue cada vez más frecuente, de modo que al finalizar la época colonial la composición de las castas tenía mucho de nominal.

El fenómeno de pase, de cruce de línea de color, se realizó en dos distintas direcciones: una corriente irrumpió dentro de la casta euromestiza; la otra, dentro de la indígena. Los individuos que pasaban pertenecían en todos los casos a la casta afroindomestiza.

El pase de la casta euromestiza a la europea fue excepcional; sin embargo, se dieron casos: un Conde de Moctezuma fue elevado a la categoría de virrey; otros criollos, a la de obispos; y algunos ricos mineros novoespañoles compraron, a precio de oro, títulos de nobleza. Pero estos casos no invalidan la regla. La casta europea se hallaba constituida por peninsulares, célibes, en la mayoría de las ocasiones; casados, pero con la mujer ausente en España, en otras; y sólo en una minoría de veces se encuentran europeos casados con europeos y haciendo vida marital en la Colonia; mas aun en estos casos llama la atención, al estudiar los datos censales, la casi inexistencia de infantes en tales matrimonios, lo que nos hace suponer ausentismo de los hijos, más que una infertilidad. La casta europea, colocada en tales condiciones, sólo podía reponerse por medio de la inmigración continuada y, en efecto, a tal expediente acudía la metrópoli.

La casta euromestiza, según los datos que arrojan los censos, aparece con un número de individuos superior a las restantes mezclas. ¿Se debe el hecho a una mayor velocidad de incremento de esta casta? Las observaciones actuales nos enseñan que las clases o castas superiores presentan siempre un coeficiente de natalidad menor que el de las clases o castas inferiores. En la situación de casta relativamente privilegiada se hallaban los euromestizos. No hay, por tanto, razón para suponer que su tasa reproductiva hubiera sido más alta que la de los afro e indomestizos; en cambio, un número crecido de documentos nos indica que la magnitud de la población euromestiza —llamada española en las citas a continuación— era debida en lo fundamental al pase de individuos de otras castas a ésta tenida por blanca. En estos documentos, de fines de la Colonia, señalan en realidad no tan sólo la existencia de este fenómeno de pase, sino que en último análisis muestran el resquebrajamiento del sistema mismo de castas, ya para entonces evidente. El cruce de la línea de color, desde luego, no ofrecía dificultad alguna para los indomestizos, biológicamente equiparables a los criollos. En los pueblos de gente de razón —dice una Ordenanza— en que se comprenden todos los que no son indios, como no sean achocolatados, se llaman y tienen por españoles. Mayor audacia requería el cruce de la línea de color por los afromestizos, en quienes los caracteres negroides —tegumento obscuro— eran difíciles de ocultar. Los funcionarios censales, ante la afirmación de los censados se veían obligados a clasificar como euromestizos —españoles— a individuos típicamente mulatos que, como clara señal de la casta a la cual pertenecían, estaban inscritos en la matrícula de tributarios. En el Padrón de Texcoco aparecen las siguientes anotaciones ilustrativas, entre otras muchas:

 

Antonio García, español según dice, pero sentado en la nueva matrícula de Tributarios.

Manuel Hilario López, español, según dice pero de color sospechoso.

Antonio, español de color sospechoso, sentado en la nueva matrícula de Tributarios.

Juan Antonio Mendoza, castizo de color muy oscuro, de 60 años, excento, casado con Josefa Flores Miranda, española muy oscura; un hijo Casimiro del mismo color.

 

Estos hechos obligaron al funcionario censal a dirigir una comunicación al virrey en que exponía sus ideas sobre el particular, ideas que cien años antes hubieran sonado a herejía pura. Dijo:

 

Las castas no habrá quien se atreva a distinguirlas. Esta sería una información odiosa y tomándola rigurosamente se descubrirían en familias bien admitidas manchas muy oscuras que ha borrado el tiempo, resultando por precisión escandalosos expedientes que, convertidos en juicios ordinarios, nunca tendrían fin. El de los Padrones para el establecimiento de Milicias comprendo que es para dar honor y no para quitarlo. Yo he señalado las castas de Español, Castizo, Mestizo, Pardo, etc., gobernándome por las declaraciones de los mismos vecinos, aunque algunos me hayan hecho caer en la sospecha de que no me dijeron la verdad. En el Padrón de Tepetlaoztoc verá Vuestra Señoría un pueblo lleno de españoles, pero séanlo o no ellos disfrutan comodidades, viven honradamente y si algunos se abrogan la distinción de mejor casta, tienen buenos títulos para merecerla.

 

En contraste con el funcionario anterior, el que empadronó Tixtla extrajo de la casta euromestiza a un gran número de mulatos que habían cruzado la línea de color, viéndose obligados a explicar la discrepancia existente entre los afromestizos censados y aquellos inscritos como tales en los libros de tributos. Asentó:

 

Está conforme este padrón a la pública notoriedad de este pueblo, en que están tenidos comúnmente reputados por pardos los contenidos en él; sin embargo, de que algunos no aparecen por tales en el Padrón de Colección de Tributos.

 

Las citas que anteceden son suficientes para probar que la casta euromestiza se componía, a fines de la Colonia, de gentes que tenían elementos negroides definidos. Resulta interesante hacer hincapié en el hecho para comprender datos que resultan contradictorios en apariencia. El insurgente don José María Morelos y Pavón, héroe máximo de nuestras luchas por la Independencia, aparece situado, ya lo hemos dicho, dentro de la casta euromestiza, siendo en realidad un afromestizo. Alamán, que conoció sus antecedentes familiares, informa que sus padres era mulatos pardos; no obstante ello, en el acta de nacimiento quedó asentado como español. Los asientos parroquiales fijaban desde el mismo momento de nacimiento la casta a la cual debía pertenecer un infante y era el instante más a propósito para intentar el cruce de la línea de color. En estos libros parroquiales aparecen a menudo tachaduras y enmendaduras en que la palabra mulato es substituida por la de español. En los mismos libros se conservan anotaciones de los Obispos visitadores en que se recomienda a los párrocos, bajo severas sanciones, impidan tales alteraciones y se lanzan amenazas sobre aquellos curas que se dejaban sobornar por los transgresores de la línea de color. El ejemplo de Morelos vale para afirmar que penas y amenazas no fueron capaces de impedir el soborno de los curas párrocos y que por esta vía pasaron a la casta euromestiza un número desconocido de negroides. Morelos era mulato pardo y sus características africanas resaltan en los retratos que de él se conservan; es indudable que los mulatos moriscos y los mulatos blancos en quienes estas características no eran tan aparentes poca dificultad deben haber tenido para verificar el pase de una casta a otra.

 

 

[La poblacion negra deMéxico]


  • Número 100. Año III. 7 de octubre de 2019.

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