Bolivia: el espejismo de la democracia

Humberto Santos Bautista

La democracia sustituye el nombramiento hecho por una minoría corrompida, por la elección hecha merced a una mayoría incompetente.
George Bernard Shaw

El golpe de Estado en Bolivia en contra del presidente Evo Morales ha permitido mirar la verdadera cara de nuestras sociedades modernas que contradicen los valores democráticos que han sido tan reverenciados en el llamado periodo del neoliberalismo. Me parece que más bien, lo que está pasando en Bolivia, confirma la fragilidad de los equilibrios en los que pretendidamente se sostienen nuestras democracias y muestra la facilidad con la que pueden romperlos las élites que hegemonizan el poder, porque, en esencia, la llamada democracia, en el contexto actual, dista mucho de ser «el poder del pueblo», porque ha sido acotada solo a los procesos electorales y aun en ese espacio es muy limitada la presencia de «el pueblo» y se ha convertido en un territorio donde la presencia de los partidos –y sobre todo sus dirigencias– es hegemónica. La democracia neoliberal, que no liberal, es excluyente por principio, y esto es así porque los fines del modelo del capitalismo salvaje no son compatibles con lo que formalmente caracterizan a la democracia: una forma concebida para que los ciudadanos organicen el poder en un plano de igualdad.

El problema es que la finalidad del neoliberalismo es que todo se convierta en mercancía, y el dinero sea el eje ordenador del poder. Y si esto es así, entonces el sujeto ciudadano no cabe en ese modelo y tiende a ser desplazado por las legiones de consumidores que ya no parecen tener ninguna identidad.

En el neoliberalismo, la política termina subordinada a la economía, y el Estado pasa solo a cumplir su papel, como bien lo definió Marx, de «ser el comité ejecutivo de la burguesía»; si se intenta trascender esos límites –como se quiso hacer en Bolivia durante la presidencia de Evo Morales o con Lula en Brasil– la reacción de las élites es la que ya se conoce a lo largo de la historia; sobre todo, a partir del golpe de estado a Salvador Allende, en Chile.

No basta con ganar una elección para acceder al poder, porque el modelo democrático actual no está diseñado para eso. El acceso al poder es también una construcción cultural, y en el contexto actual, frente a los grandes poderes hegemónicos y poderes fácticos que no tienen ningún interés por profundizar la llamada democracia, la única alternativa que tiene «el pueblo» es precisamente trabajar la cuestión cultural, para que la revolución –la voluntad de transformar nuestras sociedades– empiece en la cabeza de las personas, porque no se puede pretender, por ejemplo, una educación ambiental para el cuidado del medio, si se sigue alimentando una mentalidad depredadora del medio natural. Si no hay un cambio radical en la formación de la ciudadanía, más allá de los procesos escolares, la democracia solo será una especie de ilusión que servirá para digerir las esperanzas de cambio para un futuro incierto y cada vez más lejano.

Pero si el neoliberalismo ha mostrado los límites estrechos por donde les es permitido caminar a los marginados, también ha posibilitado mirar las grandes avenidas por donde transitan las élites, dueñas del poder político y económico, con toda la subcultura de racismo y la discriminación, que igualmente confirman la negación de la democracia, puesto que ahí no tienen cabida los grupos que tradicionalmente han sido excluidos: los pobres, los indígenas; es decir, los diferentes. La diferencia como valor es también un problema para un mundo diseñado conforme a los parámetros del neoliberalismo.

En consecuencia, las enseñanzas de Bolivia radican en que se pueden mirar los límites de la democracia y que los caminos para construir una sociedad menos desigual, así sea en aquellas cosas mínimas, es todavía una aspiración que tendrá que transitar por un largo camino sinuoso y muy resbaladizo. Se puede apreciar también la debilidad de nuestros sistemas de formación para ofrecer una verdadera educación democrática, y en lugar de educar para la democracia, en nuestras escuelas y universidades hemos desplegado todo un ejército conformado por docentes para difundir, tal vez sin tener conciencia de ello, el metadiscurso neoliberal, negando con ello, la esencia misma de los valores democráticos. Porque también en las aulas, quizá sin saberlo, le hemos dado prioridad a la formación de consumidores y no precisamente de ciudadanos. Esto se puede apreciar en el lenguaje que se maneja en los programas oficiales y que hegemonizan el currículum oficial.

Nos hace mucha falta una educación verdaderamente democrática, y ésa será la utopía por la que hay sus trabajar arduamente en los albores del bicentenario de nuestra independencia.


El abyecto Óscar Chávez, en pie de lucha

Eduarado Añorve

Bejarano y Padierna andan ensebando la candidatura de Walton a la gubernatura del estado de Guerrero por el Morena. Hace un mes y unos días, Walton renunció en público a su franquicia en Movimiento Ciudadano para buscar esa nominación. Por lo que ahora se ve, Padierna y Bejarano, desde dentro, están pujando para que lo sea. Seguramente el empresario compró «el amor» de esos aventureros a un precio alto.

La noticia de la renuncia y de los propósitos de Luis causaron mucho revuelo y el rechazo de militantes del Morena, quienes lo calificaron de oportunista y recordaron que en 2014 fue invitado a sumarse a la candidatura de Amílcar Sandoval y él los desdeñó, abonando al triunfo del priista Héctor Astudillo.

Ahora, Amílcar Sandoval es el delegado del gobierno de la República en Guerrero, porque fue llamado por el presidente para ocupar ese cargo, el cual, si se mira bien, le confiere la condición de precandidato dilecto del Morena a la gubernatura del estado en el siguiente proceso electoral… el cual parece que no inicia, pero ya está en curso.

El domingo 17 de noviembre, en Marquelia, el Walton morenista fue presentado en sociedad… aunque ésta lo desairó: apenas unas treinta personas acudieron a ese baile, en un salón –digamos– exclusivo. El personero de Dolores y René en la Costa Chica es el abyecto Óscar Chávez Rendón, un acapulqueño. Éste y el exalcalde de Marquelia Arturo González fueron los chambelanes; aunque de la convocatoria local, el responsable fue Arturo.

Es inevitable recordar que en 2015, cuando Walton era candidato a la gubernatura por MC, quien lo recibió en Marquelia fue El Chule, Jesús Marcial, y su hueste: miles de ciudadanos de esta región de la Costa Chica, en la cancha pública, avalaron con su presencia la petición de la candidatura de ese partido a la diputación federal para su líder.

Y Jesús Marcial fue candidato a esa diputación.

Por ese mismo cargo compitió Óscar Chávez Rendón, representando al PRD. Cuenta la leyenda que esta candidatura le correspondía a Marcial, pero que los bejaranos (marido y mujer) fueron ablandados por los dineros del gobernador perredista Ángel Aguirre para despojarlo; y lo hicieron: en su lugar, le dieron la candidatura a la diputación federal por la Costa Chica a su achichincle Óscar, en contra de la decisión de los siete consejeros nacionales de ese partido de apoyar al otro.

Y el Óscar se la dejó caer al Chule, su compadre. Lo canta el corrido de Simón Blanco: traicionar al compadre, es ofender al eterno. Lo traicionó. La candidatura del PRD le correspondía al juchiteco, al compadre, pero se la rateó su compadre, el de Acapulco. La advertencia de ese corrido no se aplicó en este caso… aunque, ya mero se lo cargaba la muerte al Óscar, haciendo campaña, cuando el vehículo donde viajaba salió de la carretera cerca de la desviación a Tenango, en mayo de 2015. ¿Justicia divina?

Y hasta el gobierno de Ángel Aguirre mandó un helicóptero para que fuera trasladado el Óscar a recibir atención médica.

Chule no sólo era su compadre, sino que era como su padre: lo mantenía (es decir: le daba dinero mensual, lo tenía a sueldo) y lo impulsaba dentro de su grupo. Óscar representaba al grupo de El Chule ante el partido. Era un grupo al que pertenecieron también Omar Estrada y el propio Arturo González, y que luego abandonaron buscando su propio interés.

Óscar es un truhan, un oportunista, un tracalero, y, como buen bejeranista, ha vendido caro su amor, apoyando a quien le pague bien. Así, ha estado al servicio de Lázaro Mazón, de Jiménez Rumbo, de Marcial Liborio, de Ángel Aguirre y, ahora, de Walton. Seguramente, con la aprobación de Dolores y de René, sus líderes, los padres del tal Movimiento Nacional por la Esperanza, de filiación perredista. Y está con un pie en Morena y el otro en el PRD.

Por cierto, desde que fue chofer del exrector Florentino Cruz, ha sido maestro de la UAGro, de tiempo completo… pero no da clases.

Nada que ver con los postulados de Andrés Manuel; nada que ver con la honestidad, con decir la verdad, con un comportamiento basado en principios, con trabajar por el bienestar de la población. Al contrario, Óscar ha vivido durante la última década del erario mendigando entre los presidentes municipales y funcionarios públicos afines a él. De ello podrían dar testimonio el propio Arturo González y el mismo Omar Estrada.

En la campaña pasada, Chávez Rendón vociferó contra la gente del PRD, para ganarse la gracia de los morenistas: eran mentirosos y falsos –dijo–, bárbaros; los acusó de servirse de ese partido para llenar sus bolsillos de dinero. Y hasta deseó que Dios los cogiera confesados, porque iban a perder. Pero ni así los morenistas le dieron jugada, ni le dieron cargo en el gobierno, como pretendía; lo mandaron por un tubo.

Menos ahora que anda de chaperón del Walton. Con el consentimiento de sus patrones, la dupla Padierna-Bejarano.

Y el Walton lo expresó claramente en Marquelia hace días: «El Movimiento Nacional por la Esperanza ya me dio el respaldo para que busque la candidatura a gobernador del estado de Guerrero. Ya platiqué con los dirigentes nacionales y estatales. Sé que aún no son los tiempos electorales, pero estamos posicionándonos». ¿Se está poniendo en posición?

Es inevitable recordar que en 2012, a punto de concluir el periodo del presidente Efrén Adame como alcalde de Ometepec, éste buscó el apoyo de los bejaranos en el comité nacional del PRD para conseguir la candidatura a la diputación federal por Costa Chica, y les pagó 10 millones de pesos, con ese fin. Pero ese apoyo no fue suficiente.

Y aquí surgen unas preguntas: ¿Cuánto pagó Luis Walton por este apoyo? Si ello fue así, ¿le darían su mochada al abyecto del Óscar? En el caso de López Obrador, se dice que Walton es su amigo, y que por ello lo preferirá como candidato. Pero parece que Andrés Manuel ya movió su dedito, y que el predilecto suyo es el delegado federal.

López Obrador no quiere dinero, sino soldados fieles a su causa, y Walton –como el Óscar y los bejaranos– oficia de saltimbanqui.

Apolinar Palacios Guarneros en imagen tomada de la edición impresa No. 682

Salud por Don Apolinar Palacios Guarneros

Ulises Domínguez

Este viernes 8 de noviembre, falleció nuestro articulista José María Hernández Navarrete, Chema; en un texto emotivo, Carlos Ortiz le dio el adiós (Trinchera 987). Coincidentemente, también en este mes, pero de hace siete años, este semanario tuvo su primera baja sensible. El 24 de noviembre de 2012 murió Apolinar Palacios Guarneros, Don Poli, uno de los fundadores de este proyecto. Como una manera de recordarlo y rendirle homenaje, en este número reproducimos el texto de despedida que publicamos en aquellos días (Trinchera 682).

 

 

Vi la llamada perdida y presentí lo peor. AMAURY PALACIOS, leí, aún medio dormido, en la pantalla del celular. Si el hijo de don Apolinar Palacios Guarneros, un muchacho al que apenas conozco, me llamaba a la una quince de la madrugada, de seguro no era para platicar.

No lo pensé mucho, me levanté y fui a despertar a mi hija para pedirle su teléfono, porque el mío está suspendido desde hace una semana por exceso de pago. «Qué pasó, Amaury, no alcancé a contestar. Por favor márcame a mi número», le dije en un mensaje.

Enseguida entró su llamada.

–Don Ulises, le llamo para avisarle que hace como una hora falleció mi papá –me dijo tratando de mostrar serenidad.

–¡Hijole!, Amaury, lo siento mucho… –atiné a balbucear.

–Como mi papá no creía en dios ni le gustaba eso de los velorios, se va a cremar y no va a haber nada de eso. Ya está acá toda la familia.

–Por favor dales mi pésame a tus hermanas –le pedí en la despedida.

–Gracias. Nosotros vamos a mandar publicar una esquela, pero por favor avísele a los amigos.

–Claro que sí. Yo les aviso.

Colgó.

Me quede tendido en la cama, en medio de la noche, sin querer asimilar. Sumido en una profunda tristeza, en un gran vacío; porque ya no tuve la oportunidad de ver a don Poli. Me acordé de Jaime Irra, que también tenía buena amistad con don Poli y desde hace varias semanas me preguntaba con frecuencia por él. «No tiene caso que le avise ahorita. Mañana temprano le mando un mensaje», decidí.

Todavía estuve despierto como una hora, pensando en don Poli: había ido a curarse y ahora estaba muerto. Hacía frío. Hace varias semanas que en las madrugadas se empieza a sentir frío en Chilpancingo.

Don Poli ingresó al hospital Siglo XXI, en el DF, el 1 de julio para una cirugía a corazón abierto el día 3. Le hicieron un baipás. Lo que más le pesaba de internarse ese día era que no iba a poder votar por El Peje. Desde entonces se la pasó internado, ya nunca salió. Ya no volvimos a verlo.

A finales de mayo, cuando se fue al DF para los estudios preoperatorios, escribió una columna para avisar que se ausentaba unos días. Decidimos no publicarla, porque pensamos que eso estaba bien para sus lectores de El Sol de Chilpancingo, donde a diario publicaba; que en Trinchera solo sería una semana de ausencia y que con seguridad a la semana siguiente estaría de nuevo con nosotros.

Regresó al cabo de un par de semanas, mientras se llegaba la fecha de la intervención. En esos días lo visité un par de veces, la primera solo, la segunda con David Espino, Kau Sirenio y El Sheriff. Lucía muy desmejorado: había perdido varios kilos y se notaba agotado; sin embargo, conservaba su sentido del humor. Aunque en la despedida, los ojos se le llenaron de lágrimas. Nos dio una de Buchanan’s y nos dijo: «Aquí le dejo esto, si regreso nos la tomamos; si no, se la toman ustedes a mi salud».

No ubico con precisión cuándo lo conocí, solo recuerdo que fue antes del 2000, en las oficinas de comunicación social que estaban en el sótano del antiguo palacio de gobierno. Allí lo vi por primera vez y me causó la misma impresión que le causaba a la mayoría. A simple vista don Poli parecía un tipo gruñón. Me cayó mal. Lo que recuerdo con precisión es cuando ya empezamos a llevarnos. A mediados del 2001, fue parte del grupo de periodistas que emigró a Trinchera, entonces quincenario, luego de la experiencia frustrada de la revista Cambio, que solo duró cinco números. Ya con el equipo reforzado empezamos a salir el lunes 25 de junio de ese año como semanario. Desde el principio, el tabloide de doce páginas cosechó buenos comentarios. Don Poli era siempre el más puntual para entregar; pero al cabo de un mes o dos nos dijo:

–Si no hay pago, yo me voy; ya estoy muy viejo para andar en este tipo de aventuras.

–Está bien, don Poli. La verdad es que no están fácil tratar de hacer periodismo independiente y conseguir convenios –le dije.

Se fue como un mes y medio; luego regresó y me dijo:

–La verdad es que comprobé que Trinchera es un buen proyecto, que tiene compromiso; veo que tú llevas una vida modesta, que no despilfarras como la mayoría de los dueños de medios. Quisiera ver si todavía me aceptan en su proyecto.

–Claro que sí, don Poli, ya sabe que usted es bienvenido –le respondí con agradecimiento.

Desde entonces le agarró cariño al proyecto y se comprometió con él. Cada semana entregaba muy puntual su material. Se le conocía desde años antes por su columna En guardia, pero en Trinchera llegó a hacer algo muy diferente, algo que derriba su fama de huraño: se encargó de La vida en broma, que con el tiempo fue el principal atractivo del semanario.

A partir de ahí empezó a crecer entre nosotros una amistad que me halaga mucho, porque don Poli no con cualquiera se llevaba bien. Todas las mañanas nos reuníamos en el café, primero con Don Cafeto y luego, cuando éste cerró, en La Covacha. Ahí pasábamos un buen rato en las mañanas. Nos dábamos vuelo criticando el montón de errores de escritura o las tonterías que decían los políticos en los periódicos.

Entre café y café, no faltaba el cigarro, hasta que él, con su peculiar estilo de hacer las cosas, dejó de fumar. Me dijo que como andaba mal de la garganta, se puso a fumar un cigarro tras otro hasta que se asqueó y nuca más volvió a probar un cigarro.

Un tiempo, cuando yo vivía en el centro, nos dio por almorzar juntos. Él vivía solo; yo con mi hija, pero ella se iba a las ocho de la mañana a trabajar, de tal forma que yo tampoco tenía con quien almorzar en casa. Ésa fue otra de las coincidencias que teníamos: la soledad. En esto se nos sumó Rafa Solano, quien a pesar de que los dos son conversadores compulsivos, llegaron a llevarse muy bien.

En una ocasión a propósito los dejé a los dos solos a ver quién fastidiaba a quién. Porque si yo no estaba, ellos nunca se sentaban juntos. Recuerdo que había una conferencia en las oficinas del PRD, a la que no sé por qué razón teníamos que ir. Al ver que los dos se levantaron y empezaron a caminar juntos, inventé un pretexto para no ir y que ellos se fueran solos. Al regresar, el que se quejó fue Rafa. «Nos fuimos caminando hasta Las Banderas. Yo no dije ni una palabra en todo el camino; él fue el que no paró de hablar», me dijo.

Sí, se veía gruñón, dicen algunos que hasta ‘mamón’, pero no era nada de eso. Tenía un sentido del humor muy fino, siempre encontraba la frase ingeniosa, chusca.

Creo que llegó a verme como a su amigo, porque cuando nos invitaban a alguna fiesta, siempre me decía: «Si vas a ir voy, si no, no, porque no me gusta manejar si tomo». Aunque en realidad, su cuota era cuatro güisquis.

Cierto día, Isaías Alanís nos invitó a la casa de Camilo Albarrán a comer un jamón serrano que éste había traído de Monterrey. Nosotros no conocíamos a Camilo, a pesar de que lo veíamos en La Covacha, pero fuimos. Fue una de las fiestas en donde más destrampado vi a don Poli, al grado de que hasta dobleteó su ración de güisquis y nos sorprendió a todos cuando cantó Júrame, a ritmo de tango.

Pero la verdad, lo que más me gustaba de él es que siempre mostró mucho interés por el proyecto; lo tomaba con mucha seriedad. Me decía: «Ulises, Trinchera es un proyecto muy bueno, pero no tenemos mucha penetración. Hay que buscar la manera de que circule más».

Desde que lo conocí publicaba su columna En guardia en Vértice, hasta muy avanzado el 2005 en que renunció porque lo censuraron. Don Poli, en la columna en mención, criticaba al entonces gobernador Zeferino Torreblanca, y sin mayor explicación lo dejaron fuera. Don Poli presentó su renuncia al diario en el que llevaba como quince años. El director no se disculpó ni nada. Lo dejó irse. Don Poli ni siquiera intentó demandar.

Así era don Poli. A pesar de que ya rebasaba los setenta años y de que no tenía otra fuente de ingresos, decidió renunciar por dignidad, sin importar que no le dieran un solo peso por los años que le dedicó a ese medio. Fue a partir de entonces que me pidió publicar su columna en Trinchera y empezó a publicarla también en El Sol de Chilpancingo.

A partir de que lo operaron, me comunicaba una o dos veces por semana con Amaury para preguntarle por el estado de don Poli, por eso me enteré de que después de la operación se le infectó una costilla que lo tuvo como dos meses internado. También estuve al tanto de que salió del hospital y se lo llevaron a Hidalgo para terminar de recuperarse en alguna clínica particular, bajo el cuidado de su hija que es médico.

La noche del domingo 28 de octubre, me encontraba en el DF con mi esposa cuando de pronto sonó mi celular. Era don Poli, quien con su característico buen humor me dijo que había sonsacado a una enfermera para poder llamar, que esperaba en unos días lo dieran de alta.

Me volvió a llamar a principios de noviembre.

–¿Cómo está, don Poli? –le pregunté.

–Estoy aquí en Chilpancingo, en casa de mi hija; no soy ni la sombra de lo que era –me puso al tanto.

–¿Podemos visitarlo?

–Les voy a decir que me lleven a mi cuarto y ya cuando esté allá te aviso.

Una semana después llamó Amaury para informarme que habían vuelto a llevárselo al DF porque se le había perforado un pulmón. Pasaron los días; el miércoles 21 por la noche le envié un mensaje para preguntarle por su papá.

Me respondió: «Con mejoría, lenta, pero mejoría al fin. Tuvo problemas con un pulmón y apenas va saliendo de eso; aparte le administran medicamentos muy fuertes y está desorientado; al parecer, un par de días y empezarán a normalizarce sus funciones».

Un par de días después, la madrugada del sábado 24, me dio la terrible noticia.

El lunes 3 de julio, cuando le llamé por la tarde a Amaury para preguntar cómo había salido su papá de la operación, me contestó que bien, que estaba bajo el efecto de la anestesia, pero que los médicos habían dicho que la operación fue un éxito. Por eso fue que por la noche, mientras armábamos la edición de esa semana, decidimos abrir la de Buchanan’s y le dimos el primer jalón. Salud…

Remington 12

De la década de 1920.

Del 18 al 24 de noviembre

#0988

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