La historia del Estado de Guerrero a través de su cultura

Una perspectiva antropológica

Miguel Ángel Gutiérrez Ávila

El libro que tienen en sus manos no trata de una historia económica, social o política del estado de Guerrero en estricto sentido, aunque contiene elementos de ellos; en todo caso tendría elementos de una historia cultural, sin que pretenda abarcar ni toda la historia ni todas las expresiones de la cultura desde los primeros grupos que habitaron lo que hoy es el territorio que comprende a la entidad hasta la actualidad, empresas que son de enorme magnitud. La relación propuesta es inversa a la historia de la cultura, es decir, se trata de la historia vista desde la producción de objetos culturales. Los objetos culturales no comprenden únicamente aquellos de carácter material, sino aquellos que han sido catalogados en esta división —de cierto modo, artificial— como inmateriales, es decir, separados en tangiblesintangibles.

Al construir esta obra se ha pensado más en los potenciales lectores a los que queremos llegar que en las academias universitarias. Quiero decir con esto que no es un libro para especialistas de la Historia, para la consulta o lectura de unos cuantos. Va dirigido a quienes no han tenido oportunidad de acceder al estudio de nuestras raíces históricas y al conocimiento del patrimonio cultural, incluso para aquellos que en las aulas universitarias sólo tienen breves bocetos de la historia del estado y su cultura. Aún más, nuestro trabajo habría cumplido su cometido si en ese lapso de lectura no sólo hubiera despertado el interés por algunos de los temas, sino que también hubiera encontrado en ellos el placer de vivirlas y revivirlas.

El hecho de que nuestra mirada esté puesta en el gran público no quiere decir que se haya actuado sin la rigurosidad que se requiere, tanto desde el punto de vista teórico, como metodológico. Quien ha tenido la experiencia de construir una obra sabe que, en ocasiones, para poder redactar una página debieron leerse y consultarse decenas de textos y, por supuesto, analizarlos y reflexionarlos. Me he propuesto elegir un modo de ver, un enfoque, una perspectiva particular cuyo eje conductor sea la creación cultural y artística de los pueblos y las personas como expresión de una determinada conciencia histórica; es decir, la manera en cómo los individuos y las colectividades han percibido, interpretado y representado en el imaginario los acontecimientos del pasado que para ellos han sido relevantes, trascendentales, como para ser parte de una re-creación continua, repetitiva, re-educadora, constructora de su identidad y portadora de un complejo simbólico. Son historias, algunas de ellas, que pertenecen a la gran historia patria, de los eventos que han sido parteaguas en la vida nacional y estatal, representadas, adaptadas, resignificadas y reinterpretadas por los pueblos, sobre todo mediante la danza, la actuación, la música, las artes plásticas, la escultura monumental y la tradición oral de antaño, y que han sido integradas muchas de estas expresiones al calendario festivo cívico y religioso. En este sentido, su renovación anual mediante su representación les da un carácter mítico-ritual, por lo que tienen una importancia primordial en la vida social y son parte de una identidad local o regional.

Otras historias, la Otra historia está presente, aquella que vive en la localidad, en la cuadrilla o rancho, en la comunidad, en el municipio o la región, la historia que no tiene, que no ha tenido los grandes aparatos o medios para su difusión masiva. Son, si se quiere, historias menores, marginales, que han sido subordinadas por una historia dominante y hegemónica, la de aquellos que han detentado el poder.

Es falso que haya pueblos sin historia, sin memoria, sin una cierta conciencia de su devenir, así sea a través del mito. No es necesario argumentar demasiado para evidenciar que el campo histórico ejemplifica, al igual que otros campos, como el económico y el político, una lucha de fuerzas donde los sujetos ponen en juego sus estrategias para imponer su visión y sus intereses. Recordamos aquella frase tan común, de que la historia la hacen los vencedores, pero también sobreviven y resisten otras que se crean y recrean en la palabra, la representación festiva, el cronista local o el documento sagrado, la historia de los vencidos.

Debemos insistir en señalar que tanto la historia como la cultura son construcciones del espíritu humano, es decir, de la conciencia, que, en su permanente transformación, se reconstruyen, inventan y reinventan, mostrando no sólo los hechos objetivos, sino la profunda carga emocional, de la experiencia y de la subjetividad con que fueron producidos y continúan con una fuerza lúdica que se genera en la colectividad.

Las expresiones de la historia, es decir, los productos histórico-culturales que se dan como ciertos y acabados no hacen sino reflejar en su seno el conflicto social. Sin pretender caer en un reduccionismo teórico, cuánta razón tiene el principio marxista de que la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases. Es eso y mucho más. Los campos del conflicto se extienden prácticamente a todas las esferas de la actividad humana. En esta pluralidad de historias subyace, como país que vivió conquista y colonización, una subjetividad persistente por reinterpretar el pasado a nuestro modo, de tal manera que puedan ajustarse a los deseos de nuestro inconsciente colectivo, de superar o, en todo caso, de tranquilizar los traumas de los dominados. Pensamos, por ejemplo, cómo con la conquista militar española sobre los pueblos mesoamericanos se va a sobreponer una historia occidental judeocristiana, como una historia universal sobre las historias propias de cada cultura, sometiendo con la fuerza de sus aparatos civiles, militares y religiosos a los indígenas, con una camisa de fuerza histórica, de la cual no tenían ningún conocimiento y, por supuesto, les era absolutamente ajena.

Se puede entender, entonces, que el objeto de estudio que hemos elegido y de la manera en que nos proponemos abordarlo nos obliga a movernos entre la historiografía, la antropología social, la cultura, el arte y la ciencia política.

La historia, como bien la saben los historiadores, conserva sus formas de expresión y se les asigna un determinado valor como fuente de información, de realidad y, en muchos casos, de verdad. Los archivos y, con ellos, los documentos escritos han sido privilegiados como datos primordiales; a contracorriente, el testimonio oral se fue abriendo paso para encontrar y ubicarse en su estatuto actual, para convertirse, de un simple método, en un objeto mismo de estudio e investigación.

Nuestro propósito nos obliga a posicionarnos en términos de las representaciones colectivas, en el terreno de lo imaginario, donde más que manifestarse una voluntad por encontrar una verdad histórica, aunque ésta no se apegue a una búsqueda racional, se manifiestan los deseos de cómo quisiéramos que fueran las cosas. Así, por ejemplo, en la relación de las danzas de conquista y evangelización, así como las representaciones teatrales o performance como la del abrazo de Acatempan, que se lleva a cabo en el municipio de Teloloapan, o en los festejos de la Independencia entre los amuzgos de Xochistlahuaca:

1). No existe una conexión de verdad entre el hecho real (como pudo haber sucedido o sucedieron ciertos acontecimientos del pasado) y su interpretación y representación. Aquí, la más pura subjetividad es la que está presente (de hecho, no importa si el acontecimiento realmente sucedió).

2). La relación de interpretación y representación es de carácter simbólico.

3). En la conciencia funciona un imaginario de que así fueron o pudieron haber sido los acontecimientos.

4). La representación está plenamente integrada al orden festivo cívico o religioso, y es ahí precisamente donde encuentra su función, pero, sobre todo, su sentido.

5). En estas representaciones, lo que prevalece como eje central del sentido es la lucha de contrarios, donde se sabe de antemano que existen vencidos y vencedores, aunque en ocasiones puede suceder que se inviertan los papeles o, bien, se concluya con un final feliz.

Existe otra característica cuando funciona el imaginario en el relato histórico: se habla, se narra, como si el relator fuera un cronista, y pareciera que él estuvo ahí, como testimonio, y vio cómo sucedieron los hechos.

6). Tienen un peso mayor como mitos que como ritos porque cuentan una historia.


Así como la moderna antropología social ha llegado a cuestionar la noción de trabajo de campo, por ser ésta bastante restringida, como irse a vivir a un pueblo o comunidad para obtener los datos empíricos, la noción de documento histórico ya no se puede reducir a un papel escrito; igual y en ocasiones más valor pueden a llegar a tener objetos de otra naturaleza, como las piedras o cerámicas, en el caso de la arqueología o un ritual. Con esto vamos haciendo evidente cómo el objeto de estudio tiene a extenderse, a ampliarse, con el consiguiente riesgo de no poder aprehenderlo por su magnitud. Expliquemos. Nuestro objetivo es mirar la historia a través de la cultura, empezando por una definición harto problemática y que, sin embargo, debemos acotarla para nuestros propios fines. En este sentido, si seguimos el eje de análisis sobre la noción de objeto cultural, objetos de esta naturaleza los hay en infinidad; sin embargo, no todos guardan la misma calidad simbólica, estética, histórica, ética, política, comunicativa, utilitaria, etc. Si, entonces, el objeto guarda y puede guardar esas dimensiones e, incluso, otras más, no podemos olvidar que en principio es lo que es, un objeto cultural con una determinada autonomía en su concepción creadora y percepción, y que, por lo tanto, antes que objeto de o para la historia, es un objeto cultural, simbólico, social y comunicativo, producido y consumido en un determinado contexto que le da pleno sentido en el marco de una colectividad que lo condensa y asimila y al que le asigna determinados valores.

En esta relación entre objeto cultural y su contexto, no podemos dejar de concebir una perspectiva en cierto modo inverso, si tuviéramos que analizar otros eventos propiamente históricos, es decir, que determinados hechos trascendentales del pasado y que no pueden catalogarse como estrictamente culturales, sino de otra naturaleza, se producen ellos mismos en un contexto cultura determinado, que los explica y, también, le dan sentido. En concreto, toda actividad humana tiene y se desarrolla en un contexto cultura, e igual podría decirse de lo económico. En este sentido, Edward W. Said señala con toda claridad que «las artes se practican y sostienen en un contexto social en que existen profundas relaciones de poder, propiedad, clase y género. Uno de los logros más importantes de los estudios culturales contemporáneos es el desarrollo de un vocabulario conceptual, de varios métodos de interpretación y de un conjunto de discursos destinados a analizar estas relaciones».

Ahora bien, la creación de determinados objetos culturales puede tener fines específicos y, por supuesto, cambiar de uso y valor con el tiempo, y de contextos. En algunos, puede ser más agudo el mensaje comunicativo; en otros, el placer estético; los hay, en cuanto a su simbolismo; e, igual, por su carga histórica. La obra de arte —en particular las artes plásticas— combina más de una dimensión y se le adjudica un valor de acuerdo a la perspectiva con que se le considere. Parto del hecho concreto de que estamos frente un objeto cultural que expresa, representa o comunica algo; ese algo tiene por referencia un hecho del pasado, consensuado por una colectividad y que para ella misma tiene un significado específico —y una importancia primordial— que puede o no coincidir con el nuestro. Veamos el caso específico del baile del toro de petate: el actor-danzante, cuando está inmerso en su representación, aún antes de ella, no está pensando, no está consciente y tal vez ignora que esa danza surge en el contexto específico de una sociedad de economía ganadera, en las viejas estancias, propias de una época que tuvo su apogeo siglos atrás. Aún más, la misma danza pasa a ser representada en otro contexto y adquiere otro sentido, un sentido específicamente ritual, donde el carácter histórico de su significado original poco importa. Si nos desplazáramos a utilizar la noción de campo histórico-cultural, en el sentido como lo plantea Pierre Bourdieu, nos veríamos frente a las estrategias que siguen los sujetos que actúan al interior de este campo para apropiarse o ejercer su hegemonía dentro del mismo. De esta forma veremos cómo, en determinados eventos históricos, los sujetos o colectividades se disputan la hegemonía de la interpretación de un evento histórico y echan mano de los recursos (capital) que poseen. Debemos agregar que mucho de este campo histórico-cultural se ha utilizado como recurso para construir una idea o imagen de algo tan inaprensible como lo es la idea de la identidad guerrerense.

Para los fines que se persiguen no es procedente o pertinente ponerse a considerar la carga de verdad entre lo que es la historia oficial y la no oficial, marginal, si se quiere. Las dos han coexistido y seguirán coexistiendo, la gente del poder igual recurre a sus recursos culturales para expresar (o imponer) su visión de la historia, y debemos mostrarla. Por eso la Historia, con mayúscula, sólo puede ser relativa, pues lo que en realidad existe es una multiplicidad de historias de diferente origen, rango y naturaleza. En ese sentido, no debemos rehuir a los temas o acontecimientos tabú que han dejado en un pasado reciente huellas dolorosas, como los movimientos sociales armados: no podemos actuar con una doble moral ensalzando revoluciones armadas de otros siglos y dejar de mencionar otras más cercanas que aún sobreviven en la memoria.

A todos aquellos que nos ha tocado ejercer nuestra profesión en el campo de la educación formal, la cultura y las artes, no deja de ser lastimoso estar continuamente escuchando o enterándose del penoso lugar que ocupamos como entidad en materia de analfabetismo, deserción y matrícula escolar, nivel de aprovechamiento, ingreso a la educación superior, desempleo de los profesionistas y baja producción científica. Los conflictos y las crisis permanentes en el campo de la educación parecen convertirse en un acontecer normal en la entidad.

Frente a este panorama desalentador, en ocasiones pesimista, contrasta que a pesar de que toda la cultura en Guerrero —en el amplio y, si se quiere, restringido, sentido del término— existe, se reproduce, crece, se re-crea, sobrevive y se mantiene con la dignidad de su gente en todas las regiones y sus pueblos originarios. La cultura está viva. Ciertamente, hay un factor fundamental que se suele olvidar cuando de historia y cultura se trata: las condiciones económicas en las cuales se produce y se reproduce; es decir, estamos hablando de las condiciones mismas de los sujetos que la hacen posible. No puede menos que seguir sorprendiéndonos la enorme capacidad, no sólo de sobrevivencia económica, de los pueblos indígenas más pobres de la región de la Montaña, que siguen ahí, en el mapa geográfico del hambre, sino, además, su fortaleza y potencialidad en la resistencia cultural, practicando sus ritos sagrados, su lengua, su música y su visión del mundo. Aún más, a contracorriente en el estado de mayor rezago educativo formal, despuntan ya los intelectuales o profesionistas indígenas de los cuatro pueblos originarios y los afromestizos, que anuncian con dignidad, no tan sólo su derecho a la simple existencia, sino el lugar que les corresponde en la historia de la nación.

A la historia cultura contemporánea se agrega otro fenómeno de grandes dimensiones y repercusiones: la migración masiva. Nunca antes como hoy, cientos, miles de guerrerenses del campo y la ciudad, indígenas y mestizos, hombres y mujeres, niños, jóvenes y adultos se dirigen hacia la frontera norte en busca de una vida mejor. Los impactos que este fenómeno tiene en todos los órdenes de la vida social, en lo económico, político, social, demográfico y, por supuesto, cultural empiezan a manifestarse como un calidoscopio de múltiples consecuencias. Los investigadores en las ciencias sociales estamos todavía en una especie de trance mental observando el desarrollo del fenómeno, que nos apresura a plantearnos nuevos interrogantes para entender las nuevas realidades de los pueblos. Así, por ejemplo, en el campo de la antropología y de los estudios culturales se nos presenta el reto de redefinir viejos conceptos o términos que han estado en el centro del debate. ¿Qué es lo indígena? ¿Quiénes son los indígenas hoy? ¿Cómo definir la cultura indígena? Recurrir al concepto de lo híbrido no parece concluir el debate. Así, la cultura indígena deberá ser observada y estudiada en el marco de las nuevas realidades locales, nacionales y mundiales.

Con cierta arbitrariedad, como es la elección y selección histórica, nos hemos dado a la tarea de ubicar aquellas expresiones de la cultura material e inmaterial que son huellas o testimonio de acontecimientos del pasado que aún persisten. No vamos tampoco a juzgar si se trata de falsos o verdaderos; lo que en nosotros cuenta, a diferencia del historiador, no es el valor de las fuentes, sino su valor real-simbólico que representan para el sujeto o colectividad en el marco de su vida social, a veces como garantes de la identidad local, regional, estatal o nacional. Abrimos el abanico de lo cultural para dar cabida por igual al mito, a los ritos, a la arqueología, a los códices, a la pintura en amate, a la arquitectura monumental antigua y presente, a las representaciones o performancias de los pueblos que conmemoran hechos históricos, a los hábitos y costumbres que tienen que ver con la presencia de grupos de inmigrantes, a las danzas y a la música, al pensamiento altamiranista, a la artesanía y los murales.

En esa misma conciencia de lo arbitrario se puede decir, con suma razón, que finalmente todo objeto como tal y como parte de la cultura, desde un clavo hasta una obra de arte colonial tienen su historia o contienen historia. Sin embargo, ni los usos ni los valores sociales ni el sentido con los mismos. Los objetos y hechos históricos a los que habremos de referirnos y considerar, trascienden el tiempo y el espacio, y son el mejor testimonio de nuestro devenir y, en gran parte, de nuestra razón de ser y existir.


[La historia del Estado de Guerrero a través de su cultura. Una perspectiva antropológica. Del mito a la representación imaginaria de la Independencia. Mayo de 2008.]

  • Número 109. Año III. 6 de enero de 2020. Cuajinicuilapa de Santamaría, Gro.

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