El desencanto por la educación

Humberto Santos Bautista

No pierdas tu tiempo en preguntas sociales. El problema con los pobres es la pobreza, lo que le pasa a los ricos es la inutilidad.
George Bernard Shaw

Hay una especie de tendencia en nuestra educación que, conforme se ha ido haciendo más grande y complejo el sistema educativo, pareciera entenderse menos la problemática educativa, y los propios responsables de administrar ese enorme aparato burocrático que es la SEP –en Guerrero sería la SEG–, son también los más indiferentes –quizá por ignorancia– a lo que desde hace años ha venido carcomiendo los cimientos de uno de los ejes estratégicos que históricamente han sostenido al Estado mexicano. En los nuevos escenarios de este incierto Siglo XXI, para tratar de entender la problemática educativa, ya no es suficiente la teoría pedagógica, porque ahora los problemas que sacuden a la escuela pública tampoco caben en los marcos explicativos de la ortodoxia académica, pues pareciera que cuanto mejor se conocen los laberintos de un sistema educativo desgastado, resulta más difícil explicar por qué los acontecimientos que pasan dentro de los muros que encierran la vida escolar ocurren de una manera y no de otra y, por ello, escapan a la capacidad de comprensión del magisterio y de la sociedad en su conjunto. ¿De qué otra forma se podría explicar la tragedia de la escuela de Torreón? ¿Se pudo haber evitado esa tragedia que ha conmocionado al país? ¿Nos estamos encaminando hacia un desastre educativo, acompañados del canto de las sirenas de la tecnología?  ¿El caos del sistema educativo es la evidencia de que ya no le está sirviendo a nadie, porque ha extraviado los fines que le daban sustento? ¿Y qué seguirá mañana?

Nadie lo sabe y esa incertidumbre pareciera ser más bien un negro presagio de que este hecho tiene altas probabilidades de volver a repetirse, porque en lugar de hacer una autocrítica de fondo y plantear la necesidad urgente de una reforma radical de la educación, se ha optado por la explicación fácil de algunos sectores del gobierno, la cual va desde la mención a la influencia que tienen los videojuegos sobre los niños y los jóvenes –como si los mayores se inmunizaran ante esa parafernalia tecnológica–, hasta la referencia a viejos problemas que no son desconocidos para nadie y que son comunes a todos, como la desintegración familiar, por lo que, en lugar de asumir sus responsabilidades por su contribución al desastre educativo, al delegar la administración de un espacio estratégico como lo son los servicios educativos, a personajes siniestros que nada saben de educación y que con su misma ineptitud contribuye al deterioro de la escuela, buscan respuestas simples a lo que debiera mover a una profunda reflexión para cambiar de raíz la política educativa.

Lo que ha pasado en una escuela en Torreón debiera servirnos a todos para entender el grave deterioro de nuestra sociedad pretendidamente moderna, pero terriblemente enferma por el sometimiento a un capitalismo salvaje que, además del desastre ambiental, también está destruyendo la ecología de la mente, y la polución ambiental que genera está también alcanzado a lo mejor y lo mas sensible de nuestra sociedad: a los niños y niñas, y a los jóvenes, ante la indiferencia social y gubernamental que ha propiciado una descomposición acelerada de las instituciones que habían jugado un papel fundamental para mantener los equilibrios que nos habían sido los cimientos de la sociedad. La corrupción que desde el gobierno propició el abandono de la escuela y, con ello, redujo la tarea de educar a una simple escolarización. La tarea de Educar en un mundo cambiante, ya no es posible hacerla teniendo como referentes solo contenidos descontextualizados donde no tienen cabida los grandes problemas emergentes que ya son parte de la vida cotidiana, como la violencia, los migrantes, la desigualdad, el cambio climático, solo por mencionar algunos, pues si bien es cierto que la educación no es la panacea para todos los males, tampoco puede ser indiferente, porque lo que está en juego es la propia sobrevivencia.

Lo que debiera entender el gobierno y la sociedad en su conjunto es que la salida al dilema que nos plantean estos nuevos desafíos, solo será posible por la cultura y la educación, pero que fortalecer los valores culturales que nos permitan recuperar los equilibrios ecológicos y sociales, pasa por la posibilidad de ofrecer una buena educación a las siguientes generaciones, pues es ya –aunque suene pesimista– nuestra única esperanza para la sobrevivencia.

En esta perspectiva, pareciera que el gran desafío que habrá de encarar en este siglo será cómo transitar de una sociedad del conocimiento hacia una sociedad del aprendizaje, donde la capacidad de aprender esté estrechamente vinculada a la vida misma. Se aprende a vivir, y si esto es así, la vida es un aprendizaje permanente; es decir, no es una tarea acotada a la escuela, porque la vida no es un sistema, por lo que educar, más que una ciencia, es un arte, porque se tiene que reinventar de manera cotidiana. Quizá por eso en alguna parte, Piaget dice que: «Todo lo que enseñamos al niño, impedimos que lo invente». Muchas de las cosas valiosas que aprendemos se nos presentan siempre como desafío importante y son esos desafíos los que ayudan a desarrollar el talento, pero para el desarrollo de esas potencialidades, la familia –al lado de la escuela– tiene un papel trascendental. Y en el mundo diseñado por el neoliberalismo, la familia perdió también el papel central que había mantenido el equilibrio social por siglos. El culto al mercado y el sometimiento a los medios de comunicación a través del entretenimiento, empobrecieron a nuestras sociedades, condenando a la inercia a la educación en los primeros años de la infancia.

En las llamadas «sociedades del conocimiento», la exclusión se ha acentuado más todavía por el proceso de colonialidad del saber, en donde los centros de poder imponen sus marcos categoriales para entender los problemas emergentes, los mismos que llevan a una visión deformada de los mismos; por ejemplo, al afirmar que el cambio climático no es real, porque su sola mención, amenaza a los grandes intereses de los centros económicos imperiales.

Es esa pedagogía de la violencia imperial, la que hoy hegemoniza e impone un lenguaje para nombrar los problemas y esa visión que impone es la que está detrás del deterioro de un conjunto de valores de nuestras sociedades que habían permitido una convivencia pacífica, con todas sus contradicciones, durante décadas, y es ese mismo equilibrio que empezó a romperse por la imposición de un modelo no solo económico, sino también cultural y educativo. En una sociedad en donde desde hace mucho tiempo se impuso la visión de que el verdadero Dios es el dinero y la verdadera religión es el consumismo, no parece tener salida al laberinto en el que ahora pareciera decidir su destino, el cual más pareciera estar identificado con la tragedia.

En consecuencia, necesitamos con urgencia una reforma educativa radical, porque en un contexto de una brutal desigualdad, como la que se vive en el país, solo será posible trascenderlos desde la cultura y la educación. Todo ello implica cambiar la mirada en la concepción misma de la escuela, para hacer de la educación nuestro gran espacio de reconciliación nacional, para que desde ese lugar, se construya la conciencia crítica del pueblo de México.


El reacomodo de la población en bloques sociales

José Francisco García González

Un análisis acerca de la nueva composición socioeconómica que germina en México desde el cambio de régimen, tendría que considerar que a partir del triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador o quizá un poco antes, en los grupos de interés político y económico del país se registra un proceso de reacomodo necesario por su misma naturaleza. En ello participan activamente, académicos, intelectuales, científicos, comunicadores y líderes de opinión que influyen en la percepción cotidiana de la realidad en las clases: acomodada, media y en los más pobres de México.

Para entender la situación actual, es necesario un breve repaso de las circunstancias en las que se han fraguado estos bloques de población en los últimos doscientos años. Empezó desde la declaración de la independencia, con la que el territorio nacional se libró del imperio español. Después de la cruenta guerra por la independencia, el grueso de la población se apaciguó a esperar a que vinieran mejores condiciones de vida en un país apenas en ciernes, sin identidad política sólida y ni una economía fuerte que sirviera de soporte para lograr la distinción del resto de los territorios independientes, principalmente con los colindantes.

En esa época, el país tenía cerca de ocho millones de habitantes, entre los que se encontraban perfectamente identificadas tribus de pueblos indígenas que se resistían a perder su propia identidad. Las zonas más pobladas estaban en el altiplano central, los valles de Morelos, el bajío y otro tanto en el trópico. La demás población estaba diseminada hacia el norte en grandes extensiones desérticas sin más población que comunidades pequeñas que solían movilizarse más hacia el norte que al centro-sur. Ocho de cada diez no sabían leer ni escribir; y sometida durante siglos bajo la influencia de la religión católica, obedeciendo a pie juntillas todos los preceptos de las iglesias, muchas de estas erigidas en templos ceremoniales de antiguas culturas. Los curas eran los consejeros y organizadores sociales directos de las costumbres y del mismo comportamiento moral y político de los pueblos. Por esto era aún más difícil, crear conciencia de su propia situación de atraso y pobreza en la que se hallaban inmersos. Eran los criollos letrados los que orientaban el camino hacia donde caminaría la nueva nación.

Obviamente, es pertinente decir que la luz les venía de la influencia jacobina, los cuales asentaron las bases del republicanismo en Francia. La Revolución Francesa fue determinante para iluminar a muchos pueblos dominados por los imperios de esa época. Los conceptos de libertad, igualdad, fraternidad se extendieron por el mundo del siglo XVIII. La proclamación de independencia en 1804 en Haití de población eminentemente afroamericana, convirtiéndose a un régimen republicano, influyó en gran medida para que otros pueblos siguieran la misma ruta de la libertad y sacudirse la dominación colonialista de las monarquías.

La incipiente republica de México, después de la proclamación independentista, transitó por una serie de acontecimientos de revueltas y reacomodos de sectores de la población, pero siempre quedando en franca desventaja la clase trabajadora y principalmente los que habitaban zonas rurales. Siguieron manteniendo el poder, un reducido grupo de aristócratas descendientes directos de españoles, los llamados gachupines o chapetones. Los criollos luchaban por formar parte de las decisiones en los cambios que se vislumbraban en el país, pero no eran bien vistos por esta clase que ocupaba los cargos administrativos y militares; mucho menos los mestizos que se abrían paso solo con el respaldo de la plebe, que venía detrás de ellos luchando por mejorar las condiciones de vida deplorables y que sufrían discriminación por parte de la élite gobernante.

Sin embargo cuando los criollos comenzaron a encumbrarse a puestos de mando, también se fueron olvidando de los desarrapados y tomaron actitudes de desprecio y se aliaron a las familias de abolengo y poder económico en detrimento de la clase trabajadora, valga decir que hasta un pequeño núcleo de mestizos ya acomodados dieron la espalda a los jodidos.

Para encontrar alguna explicación, a manera de parteaguas sobre el comportamiento o la naturaleza de una clase política con poder, habría que rastrear a muchos personajes que en ese tiempo fueron escalando espacios de poder en medio de las constantes revueltas, y llegar al punto en donde también se fueron colocando hombres y mujeres sobresalientes de los mismos pueblos originarios y del cómo han sido las condiciones en las que han ejercido el mando sobre sus iguales.

Ahora, hay que ver hacia dónde giran los bloques poblacionales y sus probables guías espirituales y morales, no digamos formadores de conciencia de clase, ya que para esto se requiere de todo un proceso de educación formal y constante, bajo un sistema educativo, filosófico y formativo con una visión ambiciosa, enfocado a transformar a las nuevas generaciones para actuar de forma distinta ante las desigualdades prevalecientes en este sistema capitalista de consumismo y competencias, muchas veces inexistentes por la falta de oportunidades reales para sobresalir sin causar daños colaterales a los de su misma clase social. Para ilustrar esta idea, conviene evocar un periodo bien marcado en Guerrero. A partir del movimiento estudiantil y popular del sesenta, en el que se demandaba la autonomía universitaria, que tuvo su momento más álgido con la masacre del 30 de diciembre de 1960 y la caída del gobierno de Raúl Caballero Aburto el 4 de enero de 1961.

Después, con el surgimiento de la guerrilla encabezada por el profesor Lucio Cabañas Barrientos, se dieron varios eventos de represión, persecución, desaparición y asesinato, principalmente de maestros, estudiantes y campesinos fraguados desde las altas esferas del poder de los gobiernos emanados del PRI.

Con el proyecto de universidad-pueblo, contar con una universidad de puertas abiertas, siendo rector Rosalío Wences Reza, la educación media y superior dio un vuelco hacia las zonas rurales de la entidad. Fue en esa etapa cuando se plantea integrar el quehacer universitario y de sus egresados a ser parte de los de la solución de los problemas de la clase trabajadora; es decir, cubrir el rezago educativo en esta franja del nivel medio y superior que por décadas se había descuidado a propósito, para protección de los cacicazgos enraizados hasta en las comunidades más pequeñas y marginadas. Desde la universidad se implementaron programas de alfabetización, se fortaleció la vinculación del trabajo académico y artístico con el pueblo, la creación de bufetes jurídicos gratuitos para asesoría principalmente en problemas agrarios arcaicos. Se abrió la oportunidad de que más jóvenes estudiaran sin abandonar su lugar de origen. En ese entonces, al visitar las oficinas universitarias era agradable recibir la atención de camaradería, en donde nos sentíamos identificados y el concepto de solidaridad lo valoramos en su justa dimensión. Ese concepto de solidaridad quedó sepultado bajo un programa tramposo en el sexenio de Carlos Salinas de Gortari, cuando se abrieron las puertas de par en par al sistema neoliberal, que ya he mencionado en mis textos anteriores. Quizá no haya sido el modelo perfecto el de universidad-pueblo, pero fue el que marcó a varias generaciones de guerrerenses, venidos de familias de escasos recursos económicos y, digamos, fue para bien.

Ahora bien, a manera de conclusión, hay que analizar hacia dónde se están ubicando las opiniones y las observaciones con más seriedad, respecto a la valoración en la forma de gobernar de López Obrador. Sin menoscabo de las opiniones de los académicos e intelectuales orgánicos que van a defender con argumentos aparentemente sólidos y algunas veces válidos, porque siempre habrá resquicios por donde afloren los errores no dimensionados, desde la perspectiva de los que ejercen el poder. Entre los más visibles, está la inclusión en el gabinete de personajes a todas luces non gratos para aquellos que esperaban cambios radicales en esta administración.

No obstante, desde otra visión más serena se sopesan más los logros aun sin solidez, pero inimaginables de ejecutarse si los que hoy estuvieran en el poder hubiesen sido los mismos defensores a ultranza del estado de cosas existentes desde hace más de treinta años en el país. Los otros, los que demandábamos acabar con la gran brecha de la desigualdad social, con protestas en la calle, escribiendo, opinando, convenciendo a la gente para organizarnos y que participaran en los reclamos a los gobernantes por la solución de problemas históricos y los que siempre nos opusimos, desde cualquier trinchera a las privatizaciones estafadoras, a la toma del poder por el poder mismo, con elecciones fraudulentas, que datan desde el régimen porfirista; los que sin protagonismos y por principios repudiábamos la discriminación racial, que es un lastre desde la antigua colonia; condenamos permanentemente la persecución, desaparición y asesinatos ominosos de opositores, cual pieza integral en el engranaje del sistema político económico de una oligarquía que se resiste a perder privilegios, logrados a fuerza de corrupción y malos manejos de la hacienda pública. Poco a poco, a nivel microeconómico, la clase media irá recuperando el lugar que le corresponde jugar en una sociedad todavía desdibujada, desde aquel nefasto error de diciembre y el Fobaproa de Ernesto Zedillo Ponce. En cuanto a la franja de más de cincuenta millones de gente pobre y en la extrema pobreza, será un tanto difícil remontar para llevarlos a un estado de bienestar, desde mi opinión éste es uno de los retos más grandes a lograr a mediano plazo por este gobierno de la Cuarta Transformación, pero no imposible, si el diseño de políticas públicas se diseñan con miras a ir bajando los niveles de desempleo y se presta especial atención a la generación de niños y jóvenes que han nacido bajo el paradigma del abandono y desatención, a los cuales se les puso el mote despectivo de ninis, aquellos que ni estudiaban ni trabajaban, como un chiste de mal gusto descalificándoles en automático, como si fuesen desecho de la sociedad inmersa en un clima de violencia e incertidumbre hacia el futuro.

A pesar de los pesares y con todo lo que aún seguimos padeciendo las cosas se están moviendo en sentido inverso a como los tecnócratas mediocres conducían al país. Y no es el mundo al revés. Es el mundo hacia donde debió haber girado desde La Independencia, La Reforma de aquellos liberales con pies de gigantes que siempre lucharon con honestidad patriótica por la inclusión de todos. Del movimiento revolucionario con ese grito de guerra de Tierra y Libertad, de hombres y mujeres que ofrendaron hasta la vida desde esa visión clara de querer mejores condiciones de vida para las generaciones venideras.

Así debemos pensar y actuar hoy: sin mezquindad. Estamos en un proceso histórico que podrá ser mejor para los que vienen detrás de nosotros.

Remington 12

De la década de 1920.

Del 13 al 19 de enero de 2020

#0992

opinion

01 02
V e r
m á s
Menos