La lucha ideológica y la ausencia de ideas

Humberto Santos Bautista

¿Y para qué leer? ¿Para qué escribir? Después de leer cien, mil, diez mil libros en la vida, ¿Qué se ha leído? Nada. Decir: Yo solo sé que no he leído nada después de leer miles de libros, no es un acto de fingida modestia: es rigurosamente exacto, hasta la primera decimal de cero por ciento. Pero, ¿no es quizá eso, exactamente, socraticamente, lo que los muchos libros deberían enseñarnos? Ser ignorantes, a sabiendas, con plena aceptación. Dejar de ser simplemente ignorantes para llegar a ser ignorantes inteligentes.
Gabriel Zaid Los demasiados libros

Hace unos días, un grupo de treinta intelectuales publicaron en el diario Reforma un desplegado, titulado «Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia», en el que subrayan que «Es imperativo corregir el rumbo y recuperar el pluralismo político y el equilibrio de poderes que caracterizan a la democracia constitucional», en la perspectiva de las elecciones del 2021, y el cual firman algunos personajes que han sido críticos permanentes del presidente Andrés Manuel López Obrador, como Héctor Aguilar Camín, Enrique Krauze y Jorge G. Castañeda, a los que se sumaron Jean Meyer, Roger Bartra, Soledad Loaeza, Enrique Serna y Guillermo Sheridan, entre otros. La propuesta de este grupo de intelectuales es simple: llaman a formar un bloque para quitar la mayoría a Morena en las elecciones federales de 2021.

La respuesta vino desde el propio presidente de la República en un Twit en el que escribió: «Da pena ajena su argumento de que buscan construir una alianza con miras a las elecciones de 2021 para obtener la mayoría y “asegurar que la Cámara de Diputados recobre su papel como contrapeso constitucional al Poder Ejecutivo”». En otra parte del texto los define como los defensores del antiguo régimen y una reacción conservadora. «Celebro que escritores y periodistas que han defendido desde siempre el modelo neoliberal o neoporfirista se agrupen, se definan y dejen de lado la simulación para buscar restaurar el antiguo régimen, caracterizado por la antidemocracia, la corrupción y la desigualdad. La historia nos enseña que cuando se pone en práctica un proceso de transformación, siempre se produce una reacción conservadora».

Más allá de que no todos los firmantes del citado documento se puedan etiquetar como defensores a ultranza del antiguo régimen ni de «conservadores», dado que hay alguna excepciones notables con un historial respetable en las batallas por la democracia, como Gabriel Zaid, Roger Bartra o Jean Meyer, por ejemplo, que tienen mucho mejores credenciales, no solo académicas, sino de defensa de las libertades democráticas, al lado de personajes impresentables que ahora aparecen como aliados destacados de la llamada 4T, como Elba Esther Gordillo –símbolo de la corrupción de este país, el mismo cáncer que se dice combatir–, solo para acotar que la generalización que se hace, es, por decir lo menos, imprecisa y quizá esté haciendo falta un mayor rigor en el lenguaje para redefinir los conceptos y saber qué se va a entender ahora por «conservador», «liberal», «derecha» o «izquierda» en estos tiempos de la 4T y donde la pandemia obligará, sin duda, a hacer muchos cambios en la vida cotidiana. En la llamada «nueva normalidad», también el lenguaje tendrá que revolucionarse, porque, según se ve, nada volverá a la normalidad que conocíamos antes de la pandemia. Y el lenguaje político no será la excepción, hasta por instinto de sobrevivencia de la propia clase política.

Por supuesto, no es éste el espacio para abordar estos temas, sino que más bien, llama la atención que sea el propio presidente quien se ocupe de responder estas minucias, porque su partido (Morena) parece estar más ocupado en sus conflictos internos, y solo un grupo de los intelectuales que le acompañan, tuvo que responder con otro desplegado, titulado «En defensa de la democracia y contra las mentiras de ideólogos neoliberales», que fue publicado en el periódico La Jornada (con el emblema de Morena, por cierto) y firmado por personajes como: Paco Ignacio Taibo II, Víctor Flores Olea y Enrique Semo, Rafael Barajas, Antonio Helguera, Armando Bartra, Enrique Dussel, y Pedro Miguel, entre otros. En el documento les responden a quienes señalan como «treinta personajes afines al viejo régimen», precisando que «Morena tiene mayoría legislativa en virtud de su votación y de una política de alianzas normal y habitual en toda democracia parlamentaria. La práctica de comprar representantes de otros partidos era común en el régimen neoliberal, pero no lo es en la Cuarta Transformación». Les subrayan a sus adversarios que «las mentiras destacables» de su desplegado, como, por ejemplo, el manejo de la crisis sanitaria, por el Covid-19 y les recuerdan que «no se enteraron de los cientos de hospitales que fueron dejados en ruinas por administraciones y que han sido rescatados por la 4T». Les reprochan también, a algunos de ellos, sus pasados vínculos con el antiguo régimen, sobre todo, por haber avalado el fraude del 2006, cuando dicen que «13 de 30 de los firmantes del desplegado actual lo fueron también de un posicionamiento político difundido en 2006 que buscaba legitimar el fraude cometido ese año para despojar del triunfo electoral al actual presidente de México». Y terminan diciendo que «la democracia plena es y seguirá siendo bandera de las izquierdas».

Me parece que esto último puede abrir otro debate, pues por mucho tiempo la verdad es que la democracia no era precisamente una prioridad entre los partidos de izquierda, pues desde el partido más antiguo como el PCM (fundado en 1919), hasta otros partidos con menos presencia que se definían de ese lado de la geometría política, reivindicaban en su declaración de principios y programa de acción, «la dictadura del proletariado»; y solo hubo una excepción que rompió con esa tradición y empezó a reivindicar a la democracia como parte central de sus luchas y fue el Partido Mexicano de los trabajadores (PMT), fundado por Heberto Castillo, quien en una entrevista que le hicieron en la revista Proceso, más o menos después de que le otorgan el registro a su partido, le preguntan si su lucha había sido coronada con el registro del entonces PMT, y su respuesta fue paradigmática. «La lucha no es por el registro, la lucha es por el poder», afirmó. El reportero le insistió: «Ingeniero, si muchos no confiaron en la democracia ni en las elecciones, y optaron por la vía armada, ¿usted qué piensa?». Y otra vez, Heberto Castillo respondió categórico: «Si creyéramos en la lucha armada, ya estaríamos en ella. Pero la lucha será por abrir la democracia y ganar no una elección solamente, sino el poder y eso se construye con ideas». Muchos dirigentes de izquierda de ese entonces, que ahora son conversos fervientes, censuraron al ingeniero Castillo, porque además de criticar a su partido, porque también hacia suyas las demandas de Madero, Villa y Zapata, las cuales, entonces, eran etiquetadas como «pequeñoburguesas». Por todo eso, me parece que la historia, al final, le dio la razón al ingeniero Heberto Castillo.

Es importante recuperar de manera muy rápida parte de esa historia, porque ahora, en la era de la llamada 4T, es muy preocupante que en un momento de crisis como el actual –en el que la pandemia pareciera ser el preámbulo de una calamidad mayor, por la crisis económica que se anuncia, además del incremento de la violencia y la inseguridad y el problema de Ayotzinapa, que ya ha traspasado un sexenio y no se ha podido resolver–, todavía no se haya podido abrir un profundo debate sobre los temas emergentes del país, en los que el estado asuma la responsabilidad que constitucionalmente tiene. No puede haber estado de derecho si no hay capacidad para dar seguridad a sus ciudadanos. Y para salir de esa crisis, habrá que rehacer un nuevo consenso social, para lo cual se requiere abrir un diálogo nacional que se organice alrededor de esos temas emergentes.

Por eso es preocupante que el debate público esté centrado solo por las elecciones del 2021 o por lo menos eso se percibe en el ambiente.

Por otra parte, el problema es que la narrativa que hasta ahora ha servido para revestir de legitimidad al gobierno actual, como una herencia ominosa del pasado reciente –del régimen neoliberal–, lo cual sin duda, es cierto, pero de tanto repetirse, empieza a desgastarse como marco explicativo de una situación que, como siempre, golpea con dureza a los más marginados.

Si el Estado deja de cumplir ese papel no habrá narrativa que alcance para llenar ese vacío.

Por eso es una imperiosa necesidad empezar a intercambiar ideas y no encerrarse en el debate ideológico y, todavía más preocupante, solo acotarlo a la cuestión electoral. ¿De qué sirve ganar una elección si no se gana el poder? ¿De qué sirve tener el poder si no ayuda para instrumentar políticas públicas que al menos ayuden a hacer menos pesada la carga que han llevado por décadas (en el periodo neoliberal) los pobres y marginados? Se afirma que se está atendiendo con algunos programas asistenciales y, sin duda, han tenido un papel relevante. Pero en el contexto de las secuelas que dejara la pandemia, no serán suficientes. Se necesita una visión de Estado, y esa mirada tiene que trascender la historia y no puede quedar limitada a la sola cuestión electoral.

Puede ser desproporcionada la comparación, pero la historia es también maestra de la vida y algo nos enseña: En Guerrero, ya tuvimos tres gobiernos «de izquierda», de 2005 a 2015, Zeferino Torreblanca, Ángel Aguirre y Rogelio Ortega, y así le ha ido al estado: nada cambió. ¿De qué sirvió ganar dos elecciones con las banderas de «la izquierda»?

En el siglo XIX, los conservadores no solo fueron derrotados política y militarmente, sino también, en el plano de las ideas. De José María Luis Mora a Ignacio Ramírez, pasando por Riva Palacio y Altamirano, y toda esa generación brillante que ahora hace mucha falta, combatieron en el terreno de las ideas a los conservadores de su tiempo.

Por eso ahora, la lucha se ganará pensando en serio los problemas; y para eso se requiere fortalecer la cultura política, lo cual indudablemente pasa por un proyecto educador.

El problema es que la educación, por desgracia, no parece ser una prioridad. Y eso debiera preocupar a toda esta generación.


Aprender a sobrevivir en la nueva era

José Francisco García González

La pandemia del coronavirus está causando estragos. Se ha visto cómo de la noche a la mañana han fallecido uno y hasta tres miembros de una sola familia, dejando vacío y desolación en quienes les sobreviven. Los mexicanos teníamos ya la crisis de la inseguridad, que también hemos venido soportando con la incertidumbre de no saber qué día nos alcanzaría. También éste es un cáncer que no ha disminuido. Tal pareciera que los mexicanos estamos hechos para aguantar toda suerte de desgracias. Pero la resistencia debe ir acompañada de todo el apoyo que puedan prestar los tres niveles de gobierno, para no caer en una crisis sanitaria de alcances incontrolables. En las últimas semanas, en algunas regiones del estado se desencadenó un incremento en el número de fallecimientos, infectados y sospechosos de Covid-19. Esperemos no llegar a niveles catastróficos como en la Edad Media con el azote de la Peste Negra o fiebre bubónica, siete de cada diez viviendas en una misma calle se encontraban deshabitadas, porque todos los miembros de la familia habían fallecido. En el país se ha generado una serie de opiniones y debates sobre las cifras que el gobierno federal maneja en las conferencias vespertinas encabezadas por Hugo López-Gatell Ramírez; pero llama mucho la atención que los principales inconformes respecto a cómo se está conduciendo a esta crisis de salud pública son los mismos que antes no cuestionaban las acciones de los gobiernos del PRI y del PAN, a pesar de las evidencias del mal manejo de los recursos de la Nación, por una sencilla razón: muchos de estos intelectuales orgánicos, periodistas y empresarios eran beneficiados con partidas especiales para viajes al extranjero, seminarios, documentales pagados y hechos a la medida del poder en turno.

La derecha cada vez más se pone de acuerdo y se reúnen con base en sus coincidencias e intereses manifiestos. Es totalmente válido y comprensible que la derecha se fortalezcan a tal grado que tengan la posibilidad de interponerse a los cambios iniciados por el gobierno de López Obrador. Los mexicanos nos acostumbramos a acatar con resignación todo lo que nos imponían desde las altas esferas del poder. Las decisiones siempre han provenido desde el centro del país. Para bien o para mal, la centralización del poder se concentró en la figura presidencial, y desde allá, en escritorio, se diseñaban las políticas económicas, educativas, de salud, de seguridad pública, entre otras. El federalismo se adecuaba a los dictados de las políticas centralistas. Ahora que algunos gobernadores del PRI, PAN y PRD, en sus pretensiones por no seguir las estrategias del gobierno federal –en lo que se refiere a la seguridad de la sociedad y el combate a la criminalidad que ha sido incontrolable desde hace tres lustros–, han hecho berrinche en cuanto al tratamiento de la pandemia. Algunos gobernadores, recurriendo a su independencia federalista, decidieron por su cuenta endeudar a sus entidades, con el argumento de que los recursos federales les son insuficientes para enfrentar a la enfermedad. No quieren reconocer que la administración de López Obrador se encontró con una hacienda pública agrietada y diseñada para que las fugas de recursos fueran a parar a los bolsillos de una clase política y empresarial insaciable, esa dupla simbiótica de políticos y empresarios que se fue fortaleciendo con el régimen neoliberal al beneficiarse con la desincorporación de las paraestatales y posterior a eso, se fueron conformando en una especie de mafia con poder ilimitado. Ahora están resintiendo los cambios de las políticas públicas y reaccionan; sobre todo, en lo que respeta a la distribución del presupuesto, buena parte del cual se destina a programas sociales. Ése es uno de los pilares del gobierno de Obrador, junto con el combate a la corrupción. No es un recurso discursivo el del Presidente, cuando reitera en que por años a la clase media y pobres se le abandonó. Todo lo que se programaba para los sectores populares era considerado populismo puro, pero se veía con otros ojos a las sumas millonarias al fomento de la inversión privada o al rescate de esos empresarios quebrados por su propia incompetencia o deshonestidad.

Los pobres y la clase media baja aprendieron a sobrevivir en condiciones adversas. En las zonas urbanas proliferó el comercio informal y la prestación de servicios; una pequeña parte se colocó en la burocracia en puestos de poca relevancia. En el campo las cosas no distan mucho de los otros pobres, solo que el autoempleo consiste en sembrar para el autoconsumo; la última opción era emigrar a las ciudades o a los Estados Unidos. Pero el PRI seguía imponiendo su hegemonía, avasallando a los demás partidos en competencias desiguales por ocupar los puestos políticos relevantes.

Éstas fueron las clases más golpeadas y desatendidas en toda esa vorágine de atrocidades en el manejo de los recursos públicos y el endeudamiento de la Nación. Desde el sexenio de Carlos Salinas, la deuda del país fue en aumento. Al terminar su periodo, en 1994, alcanzó los 580 975.5 billones de pesos. Con Ernesto Zedillo subió a 1 330 356.1 billones de pesos. Vicente Fox la incrementó a $ 1 985 812.1 billones de pesos. Felipe Calderón la elevó hasta $ 5 352 794.7 billones de pesos. Y Enrique Peña la duplicó a $ 10 088, 979.7 billones de pesos.

Ya hemos argumentado sobre los excedentes por la venta de petróleo crudo, cuando rebasó los cien dólares por barril en los gobiernos panistas, pero aun así, lejos de disminuir la deuda se incrementó. El manejo de los dineros públicos era un festín para esos gobiernos de corte oligárquico, delincuencial y mafioso, que sin importarle la pobreza de amplias franjas de la población, se dedicó a comprar aviones, helicópteros, carros de lujo; a viajar por placer, pagar frivolidades insultantes como cirugías plásticas y vestidos de hasta cien millones de pesos. Se daban la gran vida, mientras los más jodidos, subsistían con los escasos recursos a su alcance.

Los datos duros respecto a las víctimas por la declaración de la guerra al narcotráfico indican que noventa de cada cien muertos era gente pobre. Y está sucediendo lo mismo con la peste ocasionada por el coronavirus.

Si los millones de pobres se infectaran, no quedaría más remedio que esperar la llegada de la muerte, ya que apenas tienen para medio comer y no pueden pagar tratamientos caros, como lo es la renta de tanques de oxigeno, que, dicho sea de paso, en este trance han incrementado su precio a causa de la especulación perversa de los comerciantes farmacéutico.

Ante la exigencia de la derecha, organizada en frentes y bloques, de recuperar el crecimiento económico, cabe preguntarse: ¿crecimiento para qué o para quién? ¿Crece la economía del país cuando se carga una deuda pública de más de diez billones de pesos, heredada por todos los mandatarios antes mencionados? Es un absurdo ese crecimiento ficticio de la economía mexicana que se sostenía con el encubrimiento de las famosas calificadoras, medios de comunicación a modo, analistas orgánicos y todo ese equipo compacto de defensores a ultranza del régimen neoliberal.

Por cierto, el 15 de julio salió publicado en el periódico Reforma un desplegado firmado por un grupo de treinta personalidades, entre académicos, analistas, intelectuales y políticos mexicanos, entre los que se encuentra Enrique Krauze, José Woldenberg, Soledad Loaeza, Héctor Aguilar Camín, Javier Sicilia y Jorge Castañeda, en el que se denuncia una mala conducción del país y los firmantes se pronuncian «contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia», la «asfixia del pluralismo». Se los olvida a estos personajes que las mayorías priistas llevaron al país casi a la quiebra, con las reformas constitucionales que a todas luces eran adversas a la economía de millones de mexicanos.

Ahora señalan a la mayoría legislativa del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) de avasallamiento en las cámaras, y acusan al Presidente de concentrar el poder y con ello generar el desgaste de las instituciones independientes, como el Instituto Nacional Electoral (INE), ante lo que proponen un «bloque» de contrapeso al mandatario mexicano. Este bloque de inconformes con las políticas federales, ahora se manifiestan «a favor de la democracia», cuando a ellos nunca les interesó la limpieza de las elecciones plagadas de trinquetes y nunca se les escuchó pronunciarse en contra de todo lo que sucedía con la explotación indiscriminada de los recursos naturales, del constante saqueo que se volvió una constante en la vida pública. Porque eran parte de esos grupos de poder y lucraban con los bienes de la Nación. Algunos de estos miembros del nuevo bloque son empresarios surgidos en la bonanza de pillerías a partir de mandato de Carlos Salinas. El presidente Andrés Manuel López Obrador comentó que éstos «solo quieren regresar a la podredumbre» que se vivió en sexenios anteriores. Al parecer, hay mucho nerviosismo es ese sector, por la llegada de Emilio Lozoya Austin y la extradición de Tomás Zerón de Lucio, señalado por presunta tortura a testigos en el caso de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa. Algunos personajes que fungieron como servidores públicos, sobre todo con Felipe Calderón y Peña Nieto, se encuentran temerosos de que el combate a la corrupción los alcance. En estos días se registra un silencio sepulcral de políticos y empresarios que probablemente estén involucrados en asuntos de corrupción. Por ahora solo sacan la cabeza los intelectuales fifiondos.

López Obrador dijo desde Zapopan, Jalisco: «Ahora resulta que los escritores y periodistas añoran el regreso a esa podredumbre; están en su derecho porque vivimos en democracia; el pueblo, de manera libre, va a decidir qué quiere hacia adelante, cómo quiere labrar el destino de su familia y de las nuevas generaciones (…) La historia nos enseña que cuando se pone en práctica un proceso de transformación, siempre se produce una reacción conservadora. De modo que es absolutamente legítimo que exista una oposición al gobierno que represento y a las acciones que estamos consumando».

A todo esto, el grupo de personalidades asegura que la gestión de la pandemia de Covid-19, que lleva 36 906 fallecimientos y 317 635 casos confirmados en el país, «se ha caracterizado por una política de austeridad suicida» y que «se ha utilizado la pandemia para acelerar la demolición del Estado y el control del poder». 

Pero la cifra hasta el 21 de julio era de 39 485 acaecidos desde que se identificó el nuevo coronavirus SARS-Cov-2, y en realidad no hay visos de que con ello se vaya a abolir el régimen republicano. Saben muy bien que durante más de treinta años, hasta antes de la llegada de López Obrador a la Presidencia, el Estado solo sirvió de parapeto para que la oligarquía mantuviera sus privilegios obscenos y no le importara en lo más mínimo lo que sucediera a los demás ni el rumbo de la Nación. Por ejemplo, el Estado solo era útil para formalizar los contratos tramposos y avalar obras de muy mala calidad de los empresarios consentidos del régimen en turno, para condonar impuestos y rescatar empresarios cuando de manera tramposa se decían en bancarrota, así como para concesionar aguas y tierras ricas en minerales a los empresarios millonarios. Durante el sexenio de Calderón fueron más de treinta y cinco millones de hectáreas concesionadas a empresas mineras extranjeras y nacionales que contaminan y nunca acuden a la justicia a pagar sus culpas y resarcir los daños al medioambiente y el entorno de donde extraen los metales a cielo abierto.

La crisis todavía está por venir, el sistema de salud aún no ha colapsado. Pero la gente sigue muriendo sin más esperanza que ser sepultada de inmediato. Ojalá no se llegue a los niveles de otras pandemias de exterminio masivo como la Peste Negra o la Gripe Española, con las que perecieron millones de humanos en Inglaterra, Italia y España. Las medidas de prevención del contagio ya se han relajado y no por irresponsabilidad, sino porque la gente tiene la necesidad de trabajar para obtener recursos mínimos para sobrevivir. La situación económica cada vez se vuelve más difícil para las familias sin un ingreso seguro que les ayude a sobrellevar este periodo de inacción. Si no fueran por los programas de corte social que el gobierno de Andrés Manuel está llevando a cabo, la situación sería peor. Es por esto que los conservadores reaccionan con enojo, protestan porque según ellos se les está quitando dinero de sus contribuciones para mantener a los viejos, a los ninis y a los minusválidos. Y es tanto su odio e intolerancia que hasta el mismo Presidente ha sido objeto de apodos despectivos y han llegado hasta las amenazar a su integridad física y la de su familia.

Conociendo la historia de nuestro país, no es exagerado este tipo de posiciones, se repiten cada vez que se realizan cambios afectando a intereses creados durante mucho tiempo. Por ejemplo, con el triunfo del movimiento antiporfirista del «sufragio efectivo no reelección», encabezado por Francisco I. Madero, acompañado siempre de su hermano. La reacción de esa época se refería a Francisco I. Madero cómo El Presidente Pingüica o El Enano del Tapanco, debido a su estatura de 1.48 metros. Y a su hermano Gustavo Adolfo Madero lo apodaban Ojo Parado por usar de prótesis un ojo de vidrio. La derecha siempre ha sido clasista y tiene un desprecio racial hacia quienes no comparten su forma de vivir; sin embrago, también debemos aprender a coexistir con ellos, aunque eso implique seguir viendo sus filias y fobias. Nadie se moverá del país. Muchos lo hicimos un tiempo al emigrar en busca de mejores condiciones de vida. Pero los corruptos, acostumbrados a la buena vida y fácil, permanecerán hasta que la justicia los alcance y si no es así, seguirán fortaleciéndose con miras a retomar el poder, que con esfuerzo de la lucha de algunos y la espera de otros se ha logrado en una mínima parte.

Aprenderemos a vivir inevitablemente en una nueva realidad. Para algunos será de más facilidad adaptarse, mientras que otros navegarán entre las garras del virus mortal; y para desgracia seguirán habiendo muertos, y la gente, poco a poco, se irá acostumbrando a vivir bajo el riesgo latente del contagio o, en el mejor de los casos, se encuentre medidas propias y efectivas para combatirlo o evitarlo.

No estamos preparados para enfrentar pandemias de exterminio. Y convencidos seguimos de que la perversidad de los dueños del dinero y de la producción mundial, seguirán aplicando los postulados del libro Ensayo sobre el principio de la población, de Thomas Robert Malthus, para controlar la explosión demográfica en la tierra.

Remington 12

De la década de 1920.

Del 27 de julio al 2 de agosto de 2020

#1018

opinion

01 02
V e r
m á s
Menos