La naturaleza rapaz del capitalismo

José Francisco García González

Lo importante es ganar, no regalar nada. Ese es el principio del sistema capitalista: invertir recursos para incrementarlos de manera progresiva, para lo cual no se considera un límite determinado, porque los excedentes se reinvierten generando un efecto multiplicador hasta donde sea posible dentro del mismo sistema económico y social.

Burguesía es un término de origen francés (bourgeoisie) que designa a la clase media acomodada, que fue apartándose de los reinados feudales dedicados solo a recibir tributos de los trabajadores agrícolas (siervos sin tierra). Los burgueses se dedicaban principalmente al comercio y la producción de objetos manufacturados de forma artesanal y su crecimiento se encontraba limitado en lo económico y social por la nobleza. La burguesía tuvo su origen en las ciudades a partir de la caída del sistema feudal a fines del Renacimiento, pero se fueron apartando del estilo de la monarquía, distinguiéndose hasta crear su propio estatus social con mejores ingresos económicos que contribuyen al desarrollo de las ciudades y del comercio. El fortalecimiento y crecimiento de la burguesía fue determinante en el debilitamiento de los reinados imperantes durante toda la Edad Media. A esta clase social emergente, Carlos Marx le reconoce su papel revolucionario, porque fue determinante en la caída del feudalismo.

La burguesía llevó el mercadeo a niveles tan desarrollados que fueron éstos los que determinaron la creación de metrópolis con niveles urbanísticos y suntuosos de admiración en aquella época de auge comercial. Sin embargo, la burguesía no estuvo ausente del mundo rural. Existen registros históricos que hablan incluso de una burguesía agraria, integrada por grandes agricultores (propietarios o arrendatarios) que, con el empleo masivo de mano de obra asalariada, producían para el mercado, figura tan querida por los fisiócratas. La fisiocracia, escuela de pensamiento económico fundada en Francia por François Quesnay a mediados del siglo XVIII, afirma la existencia de una ley natural por la cual el buen funcionamiento del sistema económico estaría asegurado sin la intervención del Estado. Esos son los antecedentes más antiguos del pensamiento neoliberal. La frase laissez faire, laissez passer es una expresión francesa que significa «dejen hacer, dejen pasar». La tesis principal de los fisiócratas es la no injerencia de agentes externos que se interpusiera especialmente con la libertad individual de elección y acción. La frase completa fue usada por primera vez por Vincent de Gournay, fisiócrata del siglo XVIII. «Laissez faire et laissez passer, le monde va de lui même» (Dejen hacer, dejen pasar, el mundo va solo) es la declaración abierta de se oponían al intervencionismo del gobierno en la economía. Sin embargo, éstos sostenían que la producción directa de la tierra era el origen de la riqueza. A diferencia con los mercantilistas, los fisiócratas no consideraban que el comercio pudiera favorecer la prosperidad de un país. El planteamiento de los mercantilistas es que la riqueza es a través de la acumulación de metal, principalmente el oro y otros metales que eran útiles para realizar aleaciones. En cambio, para los fisiócratas la riqueza está en la tierra y su nivel de fecundidad. Ya antes abordamos el tema de los fenicios y de cómo estos acumularon cuantiosas riquezas, realizando mercadeo comercial con sus embarcaciones por el Mediterráneo y más allá de sus propias fronteras marítimas, llevando y trayendo productos de tierras lejanas. En esos tiempos de bonanza y poder fueron una amenaza real para debilitar al imperio romano.

Ahora bien, el sistema capitalista como tal, tiene sus orígenes en Europa a partir de la Primera Revolución Industrial y se consolida en el siglo XIX. En este sistema económico se registra un avance significativo sobre todo en la industrialización de recursos naturales; aparecen nuevos sectores productivos que trabajan el acero, la química, el petróleo, la electricidad, y surge la participación directa de los bancos en su papel de capital financiero en beneficio de las empresas. Ese mismo capitalismo industrial fue responsable del crecimiento exponencial de la población. Se formaron grandes ciudades en torno a las fuentes de trabajo. Del campo se desplazan oleadas de hombres y mujeres sin tierra y sin medios de producción tratando de emplearse en lo que fuera con tal de mejorar su situación de vida, de por sí paupérrima. No obstante, las cosas tampoco las encuentran fáciles en las concentraciones urbanas. El exceso de mano de obra hace que los industriales hombres de negocios, rechacen gran parte de la fuerza de trabajo (lo que Marx llama el ejército industrial de reserva).

Durante el proceso del sistema capitalista se sentaron las bases sobre las libertades de la ilustración, dejando atrás el oscurantismo religioso y los regímenes monárquicos; sin embargo, la clase burguesa ya contaba con una acumulación originaria de capital, la cual invertía en la adquisición de tierras, medios de producción, materias primas y mano de obra barata. A partir de aquí se marca el origen de una desigualdad que perdurará hasta nuestros días. Hay que reconocer también que fue en esta época donde resplandece la creación artística apoyada por mecenas surgidos de la buerguesía, que también patrocinaron a pensadores dedicados a escribir el acontecer de la época y al estudio para tratar de explicar las etapas evolutivas de la raza humana y cómo se establecían las relaciones sociales mediante el intercambio comercial; es decir, de dónde provenía la riqueza de las mismas naciones y de un sector reducido de la población. Esos tiempos de bonanza del capitalismo fortalecieron cada vez más a este sistema, con todo y el lado oscuro de pasar por encima de quien sea y de lo que sea con tal de lograr acumular riquezas.

Para los que tienen capital para invertir y defienden al capitalismo como la mejor manera de vivir, sostienen que es un sistema basado en la libertad para emprender negocios y que se debe invertir en donde se obtengan ganancias con los menos riesgos posibles y entre menos intervenga el Estado, mejor. Todo debe dejarse al libre juego de la oferta y la demanda. En este sistema de producción, lo que más importa es la acumulación de riqueza. Siempre se busca el beneficio personal mediante: el préstamo con interés de por medio, el trabajo no remunerado en su totalidad, la renta de una propiedad o servicio, así como la apropiación de los recursos naturales (renovables y no renovables). Pero para entender mejor la naturaleza misma del capitalismo es necesario adentrase al estudio de la ciencia social y política. Por ejemplo, veamos dos concepciones en relación al surgimiento del capitalismo. Para Max Weber, surge por un cambio cultural, por un cambio de mentalidad, mientras que para Karl Marx, surge a través de la lucha de clases. Y para el autor de El capital, este es un sistema de explotación del hombre por el hombre. Para el desarrollo de su obra, Marx desde las primeras páginas de El capital, comienza con el análisis de la mercancía, entendida como la unidad mínima que contiene y sintetiza la relación social del capital, pues explica las relaciones de explotación. En última instancia, la mercancía representa una categoría económica del modo capitalista de producción. Marx analiza los dos factores de la mercancía: valor de uso y valor de cambio (sustancia y magnitud del valor). En esencia, es el valor no pagado del trabajo del obrero que crea un plus producto del cual se apodera el capitalista. Dicho de otra forma, la esencia de la explotación o acumulación de capital.

Con relación a la explotación de la clase obrera en Inglaterra y las diferencias con Alemania, se refiere de la siguiente manera: «Allí donde en nuestro país la producción capitalista se halla ya plenamente aclimatada, por ejemplo en las verdaderas fábricas, la realidad alemana es mucho peor todavía que la inglesa, pues falta el contrapeso de las leyes fabriles. En todos los demás campos, nuestro país, como el resto del occidente de la Europa continental, no sólo padece los males que entraña el desarrollo de la producción capitalista, sino también los que suponen su falta de desarrollo... Comparada con la inglesa, la estadística social de Alemania y de los demás países del occidente de la Europa continental es verdaderamente pobre… Pero no nos engañemos. Del mismo modo que la guerra de independencia de los Estados Unidos en el siglo XVIII fue la gran campanada que hizo erguirse a la clase media de Europa, la guerra norteamericana de Secesión es, en el siglo XIX, el toque de rebato que pone en pie a la clase obrera europea. En Inglaterra, este proceso revolucionario se toca con las manos. Cuando alcance cierto nivel, repercutirá por fuerza sobre el continente. Y, al llegar aquí, revestirá formas más brutales o más humanas, según el grado de desarrollo logrado en cada país por la propia clase obrera. Por eso, aun haciendo caso omiso de otros motivos más nobles, el interés puramente egoísta aconseja a las clases hoy dominantes suprimir todas las trabas legales que se oponen al progreso de la clase obrera. Esa es, entre otras, la razón de que en este volumen se dedique tanto espacio a exponer la historia, el contenido y los resultados de la legislación fabril inglesa. Las naciones pueden y deben escarmentar en cabeza ajena. Aunque una sociedad haya encontrado el rastro de la ley natural con arreglo a la cual se mueve –y la finalidad última de esta obra es, en efecto, descubrir la ley económica que preside el movimiento de la sociedad moderna». Esta cita reviste importancia, no solo por la contundencia del hilo umbilical que Europa tenía con el continente americano, sino porque es un parámetro dentro de la historia que nos indica el nacimiento de un sistema que ha perdurado durante más de dos siglos, a pesar de los niveles de verdaderas atrocidades en el que Marx explica en el capítulo XXIV de El capital, sobre la llamada acumulación originaria de capital. «…el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza». Y es un proceso que, como es fácil comprobar, está plagado de sufrimiento, explotación, robo y violencia. En otra parte habla sobre la explotación de los recursos minerales de oro y plata en México y del costo que tuvieron que pagar los territorios colonizados.

No en balde el presidente López Obrador insiste en que la monarquía, la iglesia y el gobierno español deberían pedir disculpas al pueblo de México por las atrocidades cometidas en contra de todo un pueblo. Quizá parezca algo insignificante y hasta ridículo, pero en el fondo lleva el mensaje de la dignificación de las culturas indígenas. El año próximo, el gobierno federal ha anunciado que habrá una serie de celebraciones para realzar a los pueblos indígenas y a su cultura ancestral. Y por lo relativamente más reciente, también ha conminado a los que durante los últimos treinta años dejaron a un país sumido en la corrupción, saqueado y endeudado hasta niveles insospechables.

Pero veamos con sentido crítico las desgracias por las que ha atravesado el país, ya con rostro propio, es desde los albores del capitalismo mexicano que aparece a mediados del siglo XIX, con la Guerra de Reforma (1854-1860), después de un prolongado y accidentado proceso de desarrollo que se inicia con la consolidación de la dominación española a fines del siglo XVI, en la que impera un sistema de producción de naturaleza feudal. Durante el prolongado mandato de Porfirio Díaz se van dando las condiciones para la incorporación al proceso capitalista de producción, obviamente con características singulares de entreguismo de los recursos naturales a ciegas y la libertad de los extranjeros para apropiarse de grandes extensiones de tierra. Hacer y deshacer violando los derechos humanitarios de los pueblos, convirtiéndolos en esclavos; es el caso de los campos enequeneros en Yucatán, la masacre de los yaquis en el norte del país, o los taladores de árboles en lo que antes fue selva en Chiapas (la selva maya) que hoy ya no existe. Sin embargo, ahora los pseudoecologistas se desgarran las vestiduras oponiéndose a la rehabilitación de las vías férreas para poner a circular un tren llamado Maya. Estos grupos de ecologistas, que son apoyados con dinero por fundaciones extranjeras como W.K. Kellog, Ford, ClimateWorks. NED y Rockefeller, deberían de ponerse a leer algunas de las obras de Bruno Traven (La rebelión de los colgados, La carreta, Marcha al imperio de la caoba, La rosa blanca, Ciclo de la Caoba) en las que se narra el drama de los indígenas del México tropical a principios del siglo XX. Ha sido así como se han vivido los últimos dos siglos del México independiente y todavía hay quienes añoran los altibajos de ese México bronco, y son los conservadores reaccionarios de siempre, que surgen de las sombras de los santos oficios, de la clase usurera insaciable, del militarismo de La Decena Trágica, de los yunqueros, del fascismo más recalcitrante y de esos panistas seguidores del nazismo que creíamos superado, pero ahí siguen. Los vemos y los oímos en las calles revestidos de falso feminismo y defensores de una nación que poco o nada les ha importado, pues lo que realmente sí les mueve es preservar el estatu quo que ahora ven perdido, ante los planteamientos de un presidente que al parecer no dará marcha atrás con lo poco logrado hasta ahora en favor de los antes discriminados y olvidados por un sistema clasista neoliberal a la mexicana.

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