La izquierda, la pobreza y la desigualdad

Humberto Santos Bautista

Desconfío de la palabra izquierda, (...), porque me recuerda la izquierda oficial, la de los partidos. No soy de izquierda en ese sentido porque están demasiado comprometidos con los mecanismos de poder. Soy de izquierda, en todo caso, en el sentido más general. ¿Qué es ser de izquierda? Es estar convencido de que hay que crear un camino político y económico diferente del dominante. Es una convicción que se sostiene más allá de si las circunstancias son negativas o propicias
Alain Badiou

Desde hace mucho tiempo, la izquierda pareciera haber perdido la identidad con todas aquellas causas que le dieron origen: la injusticia social y las grandes desigualdades económicas, políticas y sociales. La llamada izquierda terminó encerrada, después de la caída del Muro de Berlín, en el reducto de lo que tanto criticaba y que denominaba con desprecio como «la democracia burguesa». En esas nuevas circunstancias y con la desaparición del socialismo real, la izquierda rápidamente se acomodó en ese espacio que desdeñaba y así pasó a ser una especie de «izquierda electorera», para acceder al poder a través del voto popular y en el marco de los esquemas representativos, aunque eso no se tradujera en cambiar las condiciones de vida «del pueblo» que en el discurso decía representar. En esencia, esa izquierda que llamaba a votar para cambiar el sistema capitalista, ya desde el poder, terminó repitiendo los mismos vicios que han legitimado la hegemonía del capitalismo salvaje, por su incapacidad para crear un lenguaje propio que cuestionara de forma radical –es decir, desde la raíz– las bases del sistema de dominación que criticaba. En ese sentido, la autollamada izquierda, no solo mostraba sus propias deficiencias en el ejercicio del poder, sino que pareció confirmar una de las tesis que en el Manifiesto Comunista suscribieron Marx y Engels: «El poder estatal moderno no es más que una junta administradora que gestiona los negocios comunes de toda la clase burguesa».

Es decir, en el marco de la democracia neoliberal no es posible apreciar ninguna diferencia entre la derecha y la izquierda, porque sea quien sea el que se instale en el poder, solo pasa a ser administrador del mismo proyecto del gran capital transnacional, y se convierten en una especie de comité ejecutivo al servicio de las élites hegemónicas, porque no es posible hacer una separación entre el poder político y el poder económico, y es una ilusión pretender hacerla, porque la política ha pasado a estar subordinada a los grandes intereses económicos.

En México, desde la inauguración de la llamada democracia –reducida de manera vulgar solo a la organización de procesos electorales–, el pueblo se ha quedado muy lejos del espíritu que la define en el Artículo Tercero de la Constitución (el que reglamenta a la educación). Y en ese contexto, el pueblo ha votado una y otra vez por opciones supuestamente de izquierda, con la esperanza de mejorar sus condiciones de vida, y los gobiernos que ha elegido en los municipios o en los estados, una buena parte de ellos salen igual de deshonestos y corruptos que los que cuestionaban de la derecha. Son lo mismo aunque el ropaje sea, en apariencia, diferente. Esa pérdida de identidad de la izquierda ha propiciado que rápidamente las ambiciones hayan sustituido a las convicciones, y que algunos personajes que en algún momento militaban en la derecha reaccionaria, de pronto se los oférten al electorado como los nuevos militantes «de izquierda» sin hacer un ajuste de cuentas con su pasado. De esta forma, esos mismos que en otro momento detentaron el poder por la derecha y reprimieron al pueblo, de pronto aparecen como los nuevos abanderados de las causas populares que reivindica la izquierda. Los mismos que empobrecieron al pueblo, militando en la derecha, ahora lo hacen con la bandera de la izquierda. Solo con revisar las biografías políticas de quienes han gobernado a nombre de «la izquierda» bastaría para confirmar cómo la izquierda ha perdido identidad.

¿Qué clase de izquierda es ésa que ha contribuido, al estar en los distintos niveles de gobierno, a hacer más grandes las brechas de la pobreza y la desigualdad ¿Cómo es que la llamada izquierda no ha censurado en forma radical, la brutal concentración de la riqueza?

La izquierda tampoco se ha caracterizado precisamente por sus contribuciones al avance democrático del país, si por democracia se entiende a lo que aspiraba Morelos: hacer realidad uno de los principios de los Sentimientos de la Nación, el de «moderar la opulencia y la indigencia». En lugar de eso, lo que sí se puede corroborar, es el crecimiento de la pobreza y la desigualdad, reproduciendo de la peor manera los mismos vicios que antes esa misma izquierda le censura a la derecha, como, por ejemplo, el asistencialismo y el uso clientelar que se les da a esos programas en tiempos de elecciones. El mismo mercado electoral en el que han convertido a la democracia es la evidencia de la subordinación de la política a los intereses económicos. Por supuesto, se podrá argumentar que no es tarea fácil romper las inercias, pero el problema de fondo es más bien la ausencia de un proyecto propio y para llenar ese vacío, instrumentar políticas de viejo cuño que en otros tiempos ya han probado su ineficacia.

En Guerrero, toda esa subcultura de la política caciquil, que es una especie de patrimonio común tanto de la derecha como de la izquierda electorera, solo ha servido para hacer más grandes las brechas de la pobreza y la desigualdad entre los guerrerenses, por ese analfabetismo de las dirigencias de la partidocracia, que han sido incapaces hasta para formar ciudadanía. Adicional a todo eso, en Guerrero tenemos quizá la clase política más corrupta y analfabeta del pais, pendiente solo de mantener sus privilegios. Por eso seguimos siendo el estado más desigualdad del país, pues a pesar de que Guerrero tiene un enorme potencial en recursos naturales, con una gran diversidad cultural, lo cual debiera ser una de las principales fortalezas para impulsar un desarrollo propio, estamos cada vez más empobrecidos por la clase política que ha gobernado a la entidad. Todavía no se ha entendido que los cambios para lograr una transformación, siempre han empezado por la educación, porque son cambios culturales.

Mientras no se entienda que el verdadero problema de Guerrero es la clase política que lo gobierna, porque no tienen ni idea de qué hacer con los problemas del estado, y su única divisa es saquearlo, no tendremos posibilidades de trascenderlos. La verdadera transformación es cultural y educativa o no será.

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El conocimiento y sus fines

José Francisco García González

Si bien el conocimiento y la información de primera mano facilitan el desenvolvimiento en este sistema capitalista de desigualdades, el factor económico siempre seguirá siendo determinante para acceder no solo a bienes de lujo, sino, incluso, a los indispensables para subsistir. En el caso de México, desde hace unos cuarenta años, esos bienes y servicios básicos se volvieron cada vez más inaccesibles para millones de mexicanos, entre otros, la vivienda, la salud, la educación; y de la ropa, la diversión o las vacaciones, mejor ni hablar.

En el caso concreto de la educación en nuestro país, desde siempre la instrucción (desde la más elemental) estaba reservada para las elites, para los hijos de la gente pudiente. Pero en los albores de la Independencia, los hombres y mujeres que iniciaron este movimiento hicieron un esfuerzo supremo para llevar educación a quienes no tenían la mínima oportunidad de recibirla en esos tiempos.

Durante la Revolución Mexicana, las cosas seguían igual o peor, porque en esos días el grupo allegado al gobierno se comportaba como una casta de aristócratas afrancesados y ridículos que discriminaban a los de su misma raza. Los conservadores que sobrevivieron a la Guerra de Reforma fueron los más reacios a abrir los espacios para que los postulados de la revolución francesa: igualdad, libertad y fraternidad, a fin de que se aplicasen en esta nación tan vapuleada históricamente.

En México se enquistaron los cacicazgos, particularmente dañinos para la convivencia y el desarrollo de una sociedad más libre, con igualdad y donde prevalezca la fraternidad o la solidaridad entre todos. Más bien, lo que algunos buscaban eran formas para diferenciarse de los demás, como lo define con claridad Octavio Paz en El laberinto de la soledad. Por eso ahora que a esa oligarquía rancia se le señala como lo que verdaderamente es y representa, se quejan de que se está polarizando a la sociedad (claro, se refieren a la que ellos estaban acostumbrados y veían desde su propio crisol). A esos les lastima los tímpanos la frase: «Por el bien de todos, primero los pobres», a pesar de estar incluidos dentro de estas palabras. Pero no les gusta, no les parece bien. Les enfurece. Les constriñe las entrañas. No les parece bien pagar los impuestos que por ley les corresponde hacerlo, no les gusta que se les compare con «los prietitos» pobretones. Su dicho es que hay niveles para comparar. Por eso nunca han estado de acuerdo en que la franja de clase media hacia abajo tenga una preparación, cursen una carrera que los saque del hoyo en que han estado metidos durante décadas. Ellos siguen teniendo el espíritu de conquistadores; así nos han visto los europeos desde siempre, así lo hacen los gringos desde su imperio; incluso, los afroamericanos que se agringaron. Se les olvida que antes fueron esclavos y discriminados hasta la ignominia. No hay que olvidar el papel que jugó Barack Obama durante su mandato presidencial al repatriar a cerca de dos millones ochocientos mil latinos, en su mayoría mexicanos. Hace algunos meses, el presidente Andrés Manuel López Obrador criticó a una parte de la clase media del país al calificarlos de «aspiracionistas». Sin tener el análisis completo en su justo contexto, esa crítica suena discriminatoria, aunque en realidad se refería a aquellos que al subir un peldaño en la pirámide social, hacen todo lo posible por cerrarle el camino a los demás o simplemente carecen de un espíritu de solidaridad para con los demás.

En Guerrero en particular, hemos padecido verdaderos cacicazgos que rayan no solo en la discriminación, sino en una persecución atroz en contra de los que desafiaban al régimen y se organizan en movimientos legítimos. Para ejemplos, ahí están la masacre de copreros en Acapulco, la del sesenta en Chilpancingo, la de campesinos en la Tierra Caliente, la de Costa Chica y Costa Grande, por los levantamientos de guerrilleros, principalmente los encabezados por los profesores Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas Barrientos, a quienes siguieron campesinos. Esos episodios dejaron una estela de asesinatos extrajudiciales, perseguidos y desaparecidos de los pueblos. También la Universidad Autónoma de Guerrero fue tachada por la cúpula gubernamental y empresarial de «nido» de guerrilleros hasta mediados de los años ochenta. El proyecto de «Universidad Pueblo”, encabezado por el tres veces rector Rosalío Wences Reza fue condenado a su desaparición. Para las élites que se consideraban dueñas del país era una amenaza a la estabilidad nacional, tenían el temor de que fuera la mecha para revivir los movimientos rebeldes para otra nueva guerrilla, que habían apagado mediante las balas, el silencio de las tumbas y los fríos calabozos por donde pasaron decenas de luchadores sociales, entre otros, Octaviano Santiago Dionicio y muchos más que después se integraron a la academia y a las filas de partidos de izquierda, entre los que destacó en su tiempo el Partido de la Revolución Democrática (PRD), que Ruiz Massieu se encargó de golpear sin ningún miramiento, dejando en el camino huellas de sangre, con más de trecientos muertos que los últimos dirigentes quisieron borrar, al aliarse con sus propios adversarios políticos (cuando menos en ideologías) ya en el último tramo de su vida útil a la sociedad.

En cuanto a la Universidad, al abrir sus puertas a hijos de campesinos, jornaleros, comerciantes, obreros, entre otrs, fue mal visto hasta por los caciques de medio pelo de los pueblos más pequeños. «¿Cómo va a ser posible que estudien hijos de los pelados?»… «Después, ellos van a querer mandar aquí cuando tengan preparación»… «Entre más pendejos mejor, ¿cómo para qué será bueno que se les abran los ojos?». A pesar de todo ese esfuerzo seguimos en las mismas. La superación personal no ha servido de mucho y tampoco la esperanza de esperar a que las alternancias en el poder sean de mucha ayuda. Ya lo hemos vivido cuando miles de guerrerenses fincaron sus expectativas en el gobierno del PRD que encabezó Zeferino Torreblanca Galindo, y que a la postre resultó un fiasco para las fuerzas progresistas del estado. Y lo que fue el colmo, en el último tramo de su gobierno se perpetró el crimen del diputado y presidente del Congreso local Armando Chavarría Barrera, fuerte aspirante a suceder al propio Torreblanca. Las líneas de investigación más fuertes apuntaban al titular del Ejecutivo estatal; sin embargo, a doce años de fatídico suceso aún no existe ningún esclarecimiento. Pero después de eso se han sumado innumerables casos de asesinatos sin esclarecer; ahora, a la ola de violencia en nuestra entidad se le agregó la operación oscura del crimen organizado que en todo el sexenio de Astudillo actuó con plena liberta e impunidad.

Si el conocimiento sirve de algo, será solo para no quedarse rezagado en lo común; pero si no es útil para ayudar a los demás, en la memoria de la gente más cercana, tampoco serás alguien que valga la pena recordar. Por todo esto, el conocimiento que se tenga debe ponerse al servicio de los que lo necesiten; y si fuera para seguirle «neceando» para cambiar en algo el estado de cosas existente, bien valdrá la pena no claudicar en esa tarea.

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Astudillo. Hasta el úlitmo aliento.

Del 18 al 24 de octubre de 2021 al

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