Nadie desaparece al amanecer

Luis Ricardo Palma de Jesús

Al primer canto de la catedral, intentaste abrir los ojos; pero eran tan pesados, como hojas de plomo, que fue imposible. Sentiste la textura de la sobrecama, el calor de la sábana y un frío que corrió desde tus pies hasta tu pecho. Levantaste el tronco de tu cuerpo y quisiste ver la hora en el reloj que estaba en la cómoda; pero también fue un intento fallido. Sobre tu calavera se dejó venir a tumbos el silencio, trotando lentamente como si fuera un caballo sin herraduras. El frío, de pronto, se convirtió en miedo. Un miedo de muerto. No podías percibir el olor de las acacias que adornaban tu ventana ni pronunciar ni una sola palabra. Después, cuando te levantaste a tientas al baño para verte en el espejo, descubriste que no tenías cabeza. Tus manos buscaron tu semblante. No había nada. Sólo el vacío de lo que en algún momento habitaron tus sentidos.

Tu casa parecía una tumba y tu puerta una lápida en cuyo interior había una persona muerta. Ésa eras tú. Pero te resististe a la idea de estar muerto. Así que bajaste despacio las escaleras, aún con el pijama y con las pantuflas puestas. Afortunadamente aún conservabas esa memoria imperturbable y prodigiosa que todo mundo ha celebrado. A pesar de tu condición de ciego, no hubo ni un solo instante en que no pensaras en practicar las partituras en el piano, pues tenías un concierto por la tarde en el Teatro de la Ciudad. Te sentaste en el banco y tus manos comenzaron a tocar. Tus dedos parecían un abanico que lentamente hacían sonar las notas que había en tu memoria. Pero, ¿cómo era posible que aún habitaran todas esas notas en tu memoria si no tenías cabeza? Siempre has creído que el corazón también tiene memoria y es ahí donde habita la esencia de lo que realmente somos.

Conocías perfectamente cada nota del piano. Las ocho octavas que había en él estaban guardadas en el baúl de tus recuerdos, de modo que no te preocupó no escucharlas, pues sabías que antes de ti alguien había padecido sordera y había creado sinfonías que se seguían interpretando. La tramontana se dejó caer sobre las tejas de la casa, el polvo salió disparado, suave y silencioso, cuando el reloj de pared dio las ocho de la mañana. Mientras tus dedos tocaban las teclas escuchaste un leve ruido. Era el timbre del teléfono. Como pudiste te levantaste a contestar.

—Buenos días, Flavio. ¿Cómo estás? —dijo una voz de mujer.

Intentaste responder; pero fue imposible. Apenas podías escuchar la voz. Era la mujer que te había abandonado hacía dos años y, hasta ese momento, no sabías nada de ella. La voz de la mujer volvió a preguntar si estabas bien pero tú no pudiste articular ni una sola palabra. No había modo de entablar una conversación. Así que desesperado colgaste el auricular. Ya podías escuchar un poco el crujir de la madera del piso y el canto del canario. Regresaste al piano y te sentaste a practicar de nuevo el vals que habías de tocar por la tarde. Después de dos horas de práctica y de estimular el sentido auditivo poco a poco comenzaste a percibir los sonidos de la realidad. Pero seguías sin ver nada y sin oler nada.

Te dispusiste a tomar un baño. Subiste lentamente las escaleras hasta llegar a tu habitación. La cama aún estaba tibia. Como pudiste buscaste la ropa en el ropero: tu blusa verde y tu pantalón blanco. Pero, ¿cómo encontrarlos si por medio del tacto ni del oído se pueden percibir los colores? Sacaste la ropa que creías que era de ese color y la pusiste sobre la cama. El viento se hizo débil. Ya no había fuerza en su voz. Abriste la llave y el agua caliente cayó sobre tu cuerpo. Era la primera vez que te despertabas sin cepillarte los dientes, sin probar desayuno y sin tomar agua.

De pronto, escuchaste un ruido en la habitación. Era como el chasquido de unos huesos rotos; pero alcanzaste identificar ese tono. Ese ruido no era cualquier ruido. Era un ruido lejano que decía tu nombre. Te guiaste por el sonido. Cada vez más cerca. Caminaste lento. Ahí el ruido se convirtió en una voz de hombre. El viento chilló despacio, como si también estuviera lejos. Lentamente abriste la puerta del armario y ahí estabas tú, mirándote cómo abrías la puerta y por primera vez el frío que inundaba tus huesos se convirtió en un mar de calma al verte idéntico, abriendo la puerta del armario para saber de dónde provenía ese ruido que decía tu nombre.


Cuando el destino nos alcanzó

Charlie Feroz

¿Qué pensaríamos si alguien nos hubiera dicho un día antes de iniciar el 2020 que este año un virus nos atacaría, dejándonos indefensos, vulnerables? Imagínense el 31 de diciembre, tomando un vino y brindando por la llegada del nuevo año, pidiendo los deseos, dando el abrazo a sus familiares. Cuando de pronto un extraño toca a la puerta, solo para avisarles que tengan cuidado, que se protejan, porque el 2020 será un año que no podrán olvidar.

Sería como una pesadilla, un sueño, una novela de Stephen King.

En estos momentos nos podríamos preguntar si el arte imita a la vida o la vida, al arte. Hemos visto en algunos libros y películas el anuncio de lo que estamos viviendo: esta pequeña catástrofe, o este apocalipsis suave. No es que los escritores, guionistas, cineastas hubieran anunciado esta pandemia de manera clara o precisa o exacta, lo que sí podemos ver en algunas obras es esa preocupación de vernos en estas situaciones, en este clima de emergencia mundial. Han reflexionado sobre lo que podría ocurrir; anticipado de alguna manera los hechos, la manera en que como sociedad hemos respondido, y de cómo los gobiernos se ven rebasados ante tal problemática. Desde sus obras de ficción han creado un mundo de posibilidades plausibles.

Hoy nos enfrentamos como sociedad a una de las peores crisis: la incertidumbre.

En el 2011, Steven Soderbergh nos mostró en su cinta Contagio cómo es que se expande un virus de manera mundial y lo peligroso que es nuestro sistema económico, la hipermovilidad y la interdependencia entre los países. Es la historia de la transmisión de virus, de cómo se propaga de manera terrorífica.

Por su parte, Albert Camus, en su libro La Peste, nos da una imagen del comportamiento humano, mezquino y abyecto, nos muestra cómo somos y cómo nos comportamos ante una desgracia humana: egoístas.

Después de que se propagó por todo el mundo el virus del Covid-19, se habló mucho de una novela de ciencia ficción del escritor Dean Koontz (me gustaría comentar que no he podido leerla), Los ojos de la oscuridad, publicada en 1981, donde menciona de un virus creado en Wuhan 400 China, en el año 2020. Se podría decir que acertó en casi todo.

El terror tocó a nuestra puerta y pensábamos que estábamos preparados, que éramos una sociedad que se preocupaba por los otros, consciente, que contábamos con instituciones capaces de enfrentar algo así. Pero como diría Monterroso, al despertar el dinosaurio aún estaba ahí. Un dinosaurio que nos desnudó y nos mostró lo que aún somos.

La cifra de contagiados y muertos es terrible. A todos nos ha tocado de alguna manera. Hemos tenido familiares, amigos o algún conocido que ha muerto por culpa del virus. Hemos vivido encerrados por meses, enclaustrados en nuestros propios temores. Pero también hemos visto cómo a un gran porcentaje de la población no le ha importado, no se han preocupado por sus familias, amigos y vecinos, menos por los otros. El sentido de tribu, de colectividad, se ha desmoronado. Somos, como diría Donne, una isla, una individualidad que transita en sociedad, que habita en muchedumbre, pero que piensa y actúa sin importarle el otro.

Me recuerda mucho esa novela gráfica de Robert Kirkman, The walking dead, que fue llevada a la televisión por Fox, y que ya va en la temporada 11. Una mañana, Rick despierta después de un coma con que el mundo ya no es el mundo que él conocía. Afuera todo esta lleno de zombies, la sociedad ha colapsado; pero lo peor no es eso, lo peor es que la humanidad no ha podido comportarse a la altura para solucionar de manera conjunta el problema. El mundo es peor. Pero no por los zombies, sino por las personas, por su codicia, su egoísmo.

También tenemos La carretera de Cormac McCarthy, una novela post apocalíptica, que narra la historia de un padre y un hijo ante un mundo devastado, una épica del desanimo, de la incertidumbre; la historia de que todo está perdido y que no hay salvación posible. Cuando el mundo se desmorone, no podremos hacer nada para arreglarlo, porque al final somos nosotros los que hemos desarreglado las cosas. Y vaya que le hemos puesto muchas ganas.

Libros hay muchos, historias, que nos cuentan cómo el fin está cerca y cómo hemos abonado para que así sea.


La propensión a lo siniestro

Henry Ortiz Zabala

Definir lo siniestro. Aclarar los motivos por los cuales el concepto de lo siniestro define la obra de Edgar Allan Poe. Si bien suelen aparecer como sinónimos de siniestro términos como funesto, lúgubre, perverso, malvado, etcétera; ninguna de esas palabras condensa lo que queremos develar en la obra de Poe. Y es que asegurar que es un malvado o un perverso resulta vacuo; así mismo, afirmar que es lúgubre y funesto sería reduccionista.

Las razones por las que empleamos el término siniestro se deben al uso lingüístico que le han dado desde el arte romántico, sobre todo desde la lengua alemana y que el mismo Sigmund Freud se encarga de rescatar en un trabajo que lleva como título el mismo concepto. Antes de abordar este breve trabajo freudiano sobre el desarrollo del mencionado término en la historia, la lengua y su uso por parte de la cultura, nos detendremos a estudiar brevemente cómo llegó esta palabra a tener uso en nuestra lengua, y más aún el sentido que alcanzó en ella. 

Siniestro proviene de la palabra latina sinister, que hace referencia a todo lo que se sitúa del lado izquierdo (al contrario que “diestro”). De igual modo, encierra un valor semántico que llega desde la antigua Grecia, donde también guardaba el valor de “lo femenino”, entendiendo que en los individuos existe una dualidad del ser: lo femenino y lo masculino. Hasta aquí no encontramos su equivalencia con lo terrorífico.

Sólo en la cultura romana comenzaría a cobrar su valor de mal augurio. Por ejemplo, era de mal augurio salir a la batalla o viajar si las aves volaban hacia el lado izquierdo (siniestro); en la Edad Media este dato contrajo gran valor, y con la vigencia y relevancia de la Inquisición albergaría todavía más preponderancia. Se consideraba que el lado izquierdo era el lado propio de lo femenino y, a juicio de la Iglesia, las mujeres eran mucho más proclives al mal y a la brujería, noción que por otro lado tenía su referente directo en la tentación de Eva a causa de la serpiente-satanás y que fue ápice para la caída del paraíso: no es desconocido el dato: muchas mujeres fueron perseguidas y condenadas por la (¿Santa?) Inquisición por su condición de zurdos. Es así como todo lo relacionado con lo siniestro comenzó a contemplarse como malévolo.

Como casi siempre, se tiende a hacer un tabú de todo aquello que tiene connotaciones de abyecto o aberrante. El idioma español dejó casi en desuso la palabra “siniestro” para referirse al contrario de la diestra o la derecha y lo reemplazó por la palabra de origen vasco ezker(ra), que se adecuó al español como “izquierda”.

“Si cualquiera que despierte se comportase como lo hiciera en sueños sería tomado por loco”: Freud.

Freud desarrolla su definición de lo siniestro apelando al filósofo Schelling, quien a su vez lo define como “aquella suerte de espanto que afecta las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás”. Para sustentarlo toma el significado de los términos unheimlich, heimlich y heimisch y los asocia entre sí, entendiendo que el primero alude a lo lúgubre, heimlich a lo oculto y sospechoso y heimisch a lo hogareño o familiar.

Si asociamos tales términos con Poe y su obra, observamos, con perplejidad, que aquellas cosas que parecían familiares se alzan como sospechosas y provocadoras de un gran espanto: el gato negro que después de familiar empieza a resultar repulsivo; a medida que pasa la historia, el protagonista ,que en un comienzo se muestra como un hombre común, pero que luego se evidencia sádico y obsesionado; la hermana, que a causa de su catalepsia, es enterrada viva para regresar de entre los muertos. Son éstas algunas de las múltiples alusiones.

Es necesario comprender que el valor de tales sucesos y emociones radica en el hecho de que, aun siendo parte de lo que creemos conocer, existen manifestaciones de la realidad que nos sorprenden con una novedad que amenaza nuestra integridad, a pesar de que hayamos estado familiarizados con ellas.

Como aquel cuento en el que la peste, de la que todos tienen noticia, hace que los protagonistas se resguarden en un castillo, pero todo concluye cuando aquella epidemia inicial adquiere una forma nueva, antropomórfica, acaba con la vida de los presentes, justo como temieron. Se trata de un relato y metáfora perfecta de la imposibilidad de ponernos a salvo de lo siniestro. Una voluntad casi demoníaca y autónoma.

Por eso nos aterra la locura, por ejemplo. Resulta muy perturbador imaginar que alguien tan familiar pueda, a su vez, ser tan extraño. Y es precisamente la locura una de las formas en que Poe nos muestra lo siniestro: El gato negro, El corazón delator, El demonio de la perversidad, William Wilson.

Esta locura no se reduce sólo a una alienación mental de tipo psicótica o delirante, sino a lo que el alienista James C. Prichard catalogó en 1835 como Locura moral: individuos que sufren un tipo de enajenación mental sin perder conciencia o intencionalidad de sus actos, manteniéndose sobre su propia voluntad, pero con un trastorno psíquico que desemboca en una propensión al crimen, motivado por sentimientos de envidia, celos o necesidad de cobrar venganza, como pasa en Hop-Frog, o El barril amontillado.

Lo novedoso, lo inexplicable, lo insólito, lo ilógico, al menos en el momento que se presenta, resulta ser algo siniestro, tal y como queda ejemplificado en La esfinge de calavera, donde la desinformación y un error en la percepción amenazan con un intenso terror.

Lo oculto en lo siniestro es el hecho de saber algo nuevo que había sido ignorado o reprimido hasta entonces sobre un ser o cosa que nos resultaba familiar. Otra ilustración: en El retrato oval, la hermosa pintura que había permanecido siempre en el mismo lugar y que parecía sublime, esconde una historia trágica por no decir macabra en su origen, que la convierte en algo inquietante y aterrador tras investigar su procedencia.

Pero es el genio del poeta el que logra hacer, simultáneamente, de un fenómeno de naturaleza siniestra algo infantil y hasta lleno de encantos, como la resurrección de princesas, animales que hablen o brujas que transformen seres humanos o en otros objetos, como ocurre en muchos cuentos infantiles, o hacer de cualquier suceso de la vida real un evento funesto. A ello se refiere Freud cuando dice:

“… mucho de lo que sería siniestro en la vida real no lo es en la poesía; además, la ficción dispone de muchos medios para provocar efectos siniestros que no existen en la vida real”.

La magia, el encantamiento, la omnipotencia del pensamiento, las actitudes frente a la muerte, el animismo, las repeticiones no intencionales y el complejo de castración son los temas que Freud utiliza como básicos para reproducir lo siniestro. Todos ellos utilizados por Poe en sus relatos.

Tales elementos no sólo radican como contenido de lo siniestro, sino que hace falta también una atmósfera propicia en que se produzcan. Con “atmósfera” no sólo se hace alusión al espacio en que todo transcurre, sino también en los sentimientos que acompañan a los personajes y en la percepción que los propios lectores tenemos de dicha atmósfera.

Aunque no es un cronista, Poe elabora con gran fidelidad la descripción del entorno de sus historias y relatos, en su mayoría sombrío, o que aparecen como símbolos de un mal presagio (mares bravíos, tormentas interminables, cielos oscuros o plomizos, descensos a lugares góticos y misteriosos…). Además de que sus cuentos efectistas imprimen desde el comienzo una profunda expectación: algo asombroso va a ocurrir.

En su única novela, Las aventuras de Arthur Gordon Pym, hace una perfecta demostración de esta combinación de entornos, circunstancias y elementos que le dan al contexto macabro y funesto del que el lector tiene la sensación que sólo se puede esperar lo peor, y que a medida que le va erigiendo como una cadena de eventos desafortunados y estremecedores, como anticipándose a las escenas y tramas que se irán relatando a lo largo de la obra: motines, barcos fantasmas, ataques de animales, naufragios, persecuciones, canibalismos, monstruos marinos, tormentas, hambre, sed, muerte.

Poe considera que la finalidad de todo relato es causar algún efecto en el lector, al igual en los poemas, sólo que el cuento no debe trabajar sobre la belleza y lo sublime, como en el caso de la poesía. El autor ha de transmitir en el cuento a su lector algo que sea profundamente estremecedor y, precisamente, el suspense, el terror y el horror parecen ser las emociones que penetran más profundamente en el alma humana.

Asegura a este respecto en la introducción de la primera publicación de Los cuentos de lo grotesco y arabesco que “es del terror del alma” de donde él extrae los temas de sus historias.

¿Qué provoca, entonces, lo siniestro en el alma humana?

Terror es el sentimiento que paraliza el ánimo en presencia de todo lo que hay de grave y constante en los sufrimientos humanos y lo une con su causa secreta.

Retrato del artista adolescente, 1916, James Joyce

Como dejó dicho Lovecraft al iniciar su ensayo Sobre el terror sobrenatural en la literatura, el miedo es la emoción más antigua experimentada por el ser humano, y quizá tan antigua como él mismo. Ahora bien, el miedo es una emoción primitiva, instintiva, por lo que cabe señalar que no sólo pertenece a los humanos, sino que es propia de todas las especies animales.

El miedo es una reacción ante el riesgo o la amenaza. A través de una activación fisiológica se prepara al organismo para efectuar determinadas conductas, que por lo general tienen como propósito la supervivencia. Sin embargo, resulta arbitrario y reduccionista equiparar el miedo que experimenta un ser humano con el que siente un animal; cualquier animal huye del fuego o se pone a salvo en la tormenta; entre nosotros es posible apreciar cómo el pirómano puede llegar incluso a quemarse mientras admira el fuego provocado por él, o cómo un grupo de personas van a la caza de tornados para obtener las mejores fotografías de éstos.

En el ser humano, el miedo ha agotado el concepto de lo lógico. Las fobias son un ejemplo patológico que lo atestiguan. Precisamente en esta ruptura de todo objetivismo lógico es que actúa el inconsciente con su propia subjetividad. En esta ruptura acaece lo siniestro. Esto no quiere decir que se deba contemplar el inconsciente como asidero de lo siniestro, pero sí como una virtualidad en la que se movilizan representaciones que al revelarse conscientes o imaginables resultan intolerables, ilógicas e incluso ajenas a nuestro ser: resultan siniestras.

El inconsciente es donde, sin duda, se esconde lo más extraño del ser humano, y que es insólito ante los ojos de la consciencia y de la razón que se jacte de captar científicamente la realidad. Pero, curiosamente, es ese inconsciente también lo más familiar, en tanto que es el lugar indeterminado donde reside lo más hondo del sujeto (donde yace su verdadera subjetividad, lo que somos e ignoramos ser).

Pero si bien hasta aquí convenimos en que lo siniestro tiene un carácter subjetivo, la subjetividad como tal no pertenece a la ontología de un sólo individuo, sino que posee también una subjetividad desplegada en el alma colectiva, una sombra fantasmagórica que reside en las representaciones culturales y que obedece a algunas formas arquetípicas (véanse a este respecto los textos de Carl Jung). 

Son los “puntos de presión fóbica”. Como los denominaría Stephen King,en 1980 en un prólogo a una de las cientas de ediciones que existen de Las narraciones extraordinarias. Si bien King considera que éstos son miedos propios de la época y el contexto histórico en el que se desarrolla la narrativa de Poe, se puede afirmar que a día de hoy subsisten en la cultura.

Lo siniestro evoluciona con el ser humano y donde hay presencia del hombre hay presencia de lo siniestro. No decimos que lo siniestro sea el ser humano, sino que sólo él puede percibirlo. Un perro no entraría en estado de estupefacción o pánico al ver otro perro igual a él, tal como le ocurría al personaje de William Wilson en cuanto veía a su doble; tampoco se alarmaría por escuchar su nombre a las tres de la mañana.

En nuestro caso hemos gestado toda una serie de fetiches que son considerados como mal de ojo, malos agüeros, presagios de mala suerte, etcétera. Y es precisamente porque lo siniestro tiene algo de azar y de destino entre sus atributos. Una fuerza que nos trasciende, cuya naturaleza es difícil de comprender, hasta el punto de teorizar un maleficio que nos acecha, o un Dios o Providencia que así ha concebido nuestro devenir.

El carácter omnipotente y omnipresente de Dios lo tiñe también de algo siniestro: ¿existe algo más siniestro que saber que hay un ser que nos vigila todo el tiempo y que rige nuestra vida a su voluntad?

Que lo digan Pascal, o Kierkegaard, o Bloy, autores para los que Dios tiene tanto de amenazante como de sublime; incluso basta con leer el Antiguo Testamento para tener la imagen de un dios implacable y cruel.

Sin duda lo siniestro va entrañado en las concepciones humanas más profundas.

El eterno regreso nietzscheano es también siniestro; se dice que cuando este pensamiento acudió a la cabeza de Nietzsche, en las montañas de Sicilia, cayó arrodillado y abrumado ante su solemnidad, ¿y acaso no parece siniestro vivir la misma vida por toda la eternidad, una y otra vez?

¿No es siniestro pensar en el karma como la conciencia que rige al universo y que nos hace pagar todos nuestros actos, sean buenos o malos, entendiendo que lo bueno y  lo malo es tan relativo que en ocasiones no sabemos cómo juzgar nuestros propios actos?

En este orden de ideas, lo siniestro tendría cierto parentesco con la angustia, la desesperación, el tedio, y lo absurdo, y por ende, aunque resulte extraño, hay algo de siniestro también en la metafísica: es siniestro el tiempo y su imperturbabilidad; es siniestra la Nada; es siniestro saber que existe (o no) algo absoluto; es siniestro pensar en el sentido de la vida o en nuestra razón de ser.

Allí donde no puede penetrar nuestra razón y donde las palabras no pueden nombrar lo inefable, aparece lo siniestro. No son siniestras por sí mismas: lo siniestro surge en nuestro encuentro íntimo con ellas. Uno de  los atributos de lo siniestro es que parece irrefrenable, acaparador e indecible. Lo siniestro nos enmudece y siempre se escapa de nuestras palabras: enmudece pero a la vez grita, llora, tartamudea, difícilmente se puede contar o narrar. Nos desborda.

En la pintura tendríamos obras como Los dos ejecutados o La balsa de la Medusa, así como la colección de las monomanías de Gericault: El Caballero, La Muerte, El Diablo de Durero y, de forma más amplia, toda la escuela del claroscuro y el tenebrismo, representada por Caravaggio y José de la Ribera como sus mejores exponentes y que compartían el gusto por pintar mártires o escenas macabras de tipo bíblico o mitológico, como la Decapitación de Holofernes, deformidades La mujer barbuda.

Siempre que leemos un cuento de Poe, o admiramos este tipo de representaciones donde lo ominoso hace parte de sus inmediaciones, nos encontramos y desenconáramos en ellas. Como el mecanismo de las pesadillas.


Bellezas de muerte

Mineras en la Montaña de Guerrero

Hubert Matiúwàa

Puedes tardar días o un parpadeo en subir una montaña; en el camino te irá mostrando su cuerpo, lo que la hace más habitable a pesar de lo inhóspito. En su cima te sentirás tan pequeño que cualquier brisa te desmoronaría fácilmente. Es difícil subir una montaña sin compañía. La fuerza viene de caminar en colectividad, de compartir vida: agua, confianza y esperanza. Al bajar de ella, todo lo verde se queda en tu piel y todas sus voces se vuelven tu memoria. La montaña se hace pequeña, se queda en ti y la puedes compartir como si fuera un canto. Los que nacimos en ese subir y bajar de montaña, la llevamos en nuestro corazón: una pequeña montaña que es nuestra fortaleza.

Cuando llega el tiempo del hambre, los poetas de mi pueblo suben a las montañas para pedir a los rayos que manden lluvias; el agua cae con su voz de relámpago y da alimento al pueblo. Son los poetas del rayo, los que guardan la historia de las palabras y tienen el don de hacer llover, de hacer brotar agua de las piedras. Las palabras son lo que da vida a la poesía, nuestra montaña es la que dio vida a las palabras, si no hay mundo que nombrar no habrá poesía mè’phàà de La Montaña.

Hoy, las mineras tienen interés en nuestras montañas. «En los últimos años el territorio de los pueblos indígenas de la Montaña y Costa Chica de Guerrero ha despertado el interés del sector minero debido a los 42 yacimientos mineros que en ella se encuentran. El Gobierno Federal ha otorgado alrededor de 38 concesiones por 50 años para que diversas empresas realicen actividades de exploración y explotación minera en la región de La Montaña, sin tomar en cuenta los derechos de los pueblos indígenas náhuatl, mè’phàà y na savi. Los títulos entregados de la región tienen un estimado de 200,000 hectáreas y actualmente se encuentran, todos, en la fase de exploración».

A pesar de que el pueblo de San Miguel del Progreso, municipio de Malinaltepec, ha interpuesto juicios de amparo, apelando al derecho a la consulta previa sobre el uso de sus territorios, el problema sigue vigente, no se han cancelado de manera definitiva ninguna de las concesiones; al contrario, se hostiga a los pueblos que defienden sus territorios.

De llevarse a cabo, estos proyectos, implicaría el desplazamiento de los pueblos, la llegada de grupos delictivos del crimen organizado, la prohibición de cultos y agricultura, que fundan el saber y la identidad de la vida comunitaria. En La Montaña de Guerrero se vive el constante acoso paramilitar, militar y de grupos criminales, que a través de la violencia ejercen formas de despojo del territorio. Nuestro pueblo ha resistido; si nos quitan el territorio nos quitan la posibilidad de ser mè’phàà.

Viajar en 2019, al Centre for Arts and Creativity en Banff Canadá, fue una de las experiencias más bellamente dolorosas que he tenido. Soy de la montaña y sé lo que ésta significa en la memoria de un pueblo: ver los paisajes y encontrar nombres vacíos sin la historia que les dio origen, significa que hubo pueblos que fueron desplazados. Quedó el nombre de sus territorios, pero sin ellos. En Canadá, sus montañas están cuidadas, los ríos son cristalinos, el aire es puro, los alces crecen sanos. ¿Cómo nombraron la cobija del frío los pueblos ausentes? Subir y bajar, detenerse en los murmullos de paseo de otro idioma.

Pienso en las montañas en las que operan las empresas mineras canadienses, en mi región son: Leagold, Gold Corp, Newmont, Minaurum Gold, Newmont Vedome Resources y Hochschild Mining, Torex Gold Resources. Esta zona fue considerada en 2015 como: «La mina de oro más grande de América Latina y la principal generadora de oro a nivel nacional, está ubicada entre los pueblos de Mezcala y Carrizalillo, Guerrero». Territorios con el mayor índice de violencia causada por los grupos delincuenciales en complicidad con los grupos armados del Estado y bajo el amparo de las autoridades políticas.

Hay desplazamiento de comunidades y daños irreversibles a la salud: cáncer, problemas respiratorios y malformaciones genéticas. La tierra, el aire y el agua en vez de vida son veneno, cargan metales pesados. Los asesinatos y las desapariciones forzadas, relacionados con la impunidad que sufre el territorio, se cuentan por decenas desde que llegaron las mineras. Los que antes eran cerros verdes, ahora son hoyos y ríos de cianuro. A este paso, el mundo terminará en grandes zonas de reserva para ricos: belleza que le costará la muerte a otras montañas, como mi montaña, la que vive en mi lengua y en la piel de los niños que nacen en mi pueblo.

Hoy se pide la lluvia para vestir de verde la montaña de los niños rayo, para que su palabra sea trueno que dé luz a nuestro mundo, canto para la sed de nuestra memoria. Por eso, en La Montaña le hablamos a los distintos aires: el que llega bailando con las hojas, el que cubre de ceniza la piel, el que llega silencioso y se va llorando. Les hablamos para que no solo se lleven nuestra palabra a otros oídos, sino para que también se quede en su corazón.


juguete rabioso

A las diez horas...

Patti Smith es una cantante, compositora, dramaturga y poeta nació en Chicago, 1946. Ha sido influenciada por artistas tan diversos como Arthur Rimbaud, Bob Dylan, Antonin Artaud, Jimi Hendrix, William Blake y los Rolling Stones.

A las diez horas del 10 de noviembre de 1891 el poeta Jean Arthur Rimbaud conoció el FIN de su aventura terrestren

A.R.

 

oraciones. a Arthur Rimbaud. Él era joven. Tan malditamente joven. Completamente maldito. Borracho con la Sangre de muñecos bebés. Potencia, risa enloquecida, corriendo codo a codo con su visión y su demonio. Precozmente penetra el culo de los muñecos. Clava alfileres en las cabezas de los inocentes. Mala semilla de spleen dorado. Ja Ja. Portador de la última risa. Cabellos rubios enredándose en tu respiración vital. Hidrógeno blanco. Rimbaud. Salvador de los científicos olvidados: los alquimistas. La alquimia de la palabra. El poder de la palabra. Rayos de amor. Balas en el altar. Obscenas ceremonias. No dejan pruebas sobre las pistas. Oro. Detrás. Rimbaud bendito. Rimbaud herido. Rimbaud: ángel con mangas de cabello azul. [NO] luz sin sombra. Rimbaud era una piedra rodante. ¿Son todos los profetas perseguidos? Era demasiado joven.

Remington 12

De la década de 1920.

Del 22 al 28 de junio de 2020

#1014

cultura

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