Reflejos de la consciencia

Federico Vite

En el libro Short story writers and short stories, de Harold Bloom (Chelsea House Publishers, USA, 2004, 200 p?inas), el erudito menciona que la pieza más valiosa de Nathaniel Hawthore no es The scarlet letter (La letra escarlata), The house of seven gables (La casa de los siete tejados), The Blithedale romance (La novela de Blithedale) ni The marble faun (El fauno de m?rmol) sino un cuento titulado ‘Feathertop’. Yo creo que lo mejor de Hawthore, en narrativa breve, es ‘Wakefield’ (el extraño caso de un hombre que abandona a su esposa; no se le vuelve a ver en Londres en veinte años, a pesar de que no se va precisamente lejos de su hogar, pues se acomoda en secreto en otra casa del barrio y desde ahí espía a su esposa en el proceso de viudez. Un día, pasados veinte años, llueve y le parece ridículo mojarse cuando tiene su casa a tiro de piedra. Sube pesadamente la escalera y abre la puerta. Saluda a su mujer como si nada hubiera pasado), pero al ingresar a ‘Feathertop’ con ojos nuevos (relectura que a esta hora de la vida valoro realmente) descubro un texto bien resuelto e igual de memorable que ‘Wakefield’; sin duda, un documento muy ambicioso que parece extraído de una mente perversa e infatiloide, alguien proclive —con potentes sesgos po?ticos— a la regi? sombría y t?trica del alma. Insisto en lo ambicioso de ‘Feathertop’ señalando que su autor aborda un tópico de la narrativa de ficción fant?tica: darle vida a una criatura (la viga maestra de esos asuntos es El Golem y el irrepetible Frankenstein) con la intención de alcanzar una felicidad adánica.?

El texto fue publicado originalmente en 1852 y nos ofrece una visión francamente oscura del mundo. El protagonista de la historia es un espantapájaros, quien adopta los modos humanos para relacionarse con algunos citadinos; de hecho, inicia un proceso de seducción con una damisela, pero se malogra el proyecto amatorio. 

La historia ocurre en Nueva Inglaterra, en el siglo XVII. Una bruja llamada Madre Rigby construye un espantapájaros. Con herramientas aparentemente simples (pipa, tabaco y fuego) logra animar a su creación, le da una apariencia humana, y lo envía a la ciudad para que corteje a Polly Gookin, hija del juez Gookin, con quien la Madre Rigby tuvo una relación incierta. Así que Madre Rigby le otorga una pipa a su hijo, el tabaco encendido en ese instrumento logrará mantenerlo vivo. Es decir, mientras fume seguirá cotorreando. Feathertop y Polly se enamoran, pero la fatalidad (tarde o temprano) destruye todo. La pareja se mira en un espejo embrujado y descubre en el reflejo de Feathertop un espantapájaros, no un hombre. Polly se desmaya y el espantapájaros, aterrorizado y angustiado, regresa con Madre Rigby. Ya en casa se deshace de la pipa y se derrumba. Estas son las líneas que preceden el final del texto: “Arrancando la pipa de su boca, la estrelló con toda su fuerza contra la chimenea, y se desplomó en el mismo instante convertido en una mezcla de paja y andrajos con algunos palos sobresaliendo del montón y una arrugada calabaza en el centro. Los huecos de los ojos carecían ya de luz; pero la abertura toscamente rasgada, que había hecho las veces de boca, parecía retorcerse aún en desesperada mueca y tenía aspecto casi humano”. Este p?rafo me recuerda en gran medida el final de Pedro P?amo que tambi?n traigo a colación: “Despu?s de unos cuantos pasos cayó, suplicando por dentro; pero sin decir una sola palabra. Dio un golpe seco contra la tierra y se fue desmoronando como si fuera un montón de piedras”. Madre Rigby reflexiona al respecto de lo que acaba de presenciar y lo expresa de esta manera: “좭ay miles y miles de mequetrefes y charlatanes en el mundo, formados de la misma mescolanza de desechos, andrajos y cosas in?iles que entraban en su composici?. Gozan, sin embargo, de buena fama y jamás se aprecian a sí mismos en lo que valen. ¿Por qu?mi pobre muñeco había de ser el único en conocerse y en sufrir y perecer por ello?”. Decide pues que su hijo estará mejor siendo un espantapájaros, porque despu?s de todo es un oficio inocente y útil.  

Hawthore nos grita, desde los labios quemados de una bruja, que todo hombre palidece al descubrir su natura d?bil porque se imagina poderoso y más fuerte de lo que es; la realidad nos orilla, digamos, a esquinar nuestra existencia. Sumado a esta conclusión, pienso en ‘Wakefield’, en la mente preclara de un outsider como Hawthore, quien se empeñó en darle vida, en la narrativa breve, a dos personajes (‘Feathertop’ y ‘Wakefield’) que vuelven de sus extravagantes aventuras a casa como si nada hubiera pasado y con ese hecho de aparente simpleza todo el relato se convierte en una región ignota, donde la magnitud del desvarío es terriblemente sugerente.


El esqueleto rojo

Anónimo

Este cuento es una tradición popular del pueblo inuit del área del Estrecho de Bering, en Alaska. Fue recogido por Clara Kern Bayliss en su libro A Treasure of Eskimo Tales (Tesoro de cuentos esquimales, 1922). Esta versión fue traducida al español por Raquel Castro, a partir de la transcripción que

Había una vez un pobre niño esquimal que vivía en una aldea en el Cabo Príncipe de Gales, en Alaska. El niño era huérfano y no había nadie que cuidara de él o lo defendiera, por lo que algunos de los aldeanos lo trataban muy mal: lo hacían trabajar para ellos y hacerle mandados. A cambio, cuando había mal clima le permitían quedarse en el kashim, el edificio comunitario de la aldea, y dormir ahí.
Entonces llegó una noche en la que nevaba con fuerza y los adultos le ordenaron al niño salir a ver si el clima estaba empeorando o mejorando. Era una noche terriblemente fría y él no tenía botas ni ropas abrigadoras. El niño no quería ir, pero los aldeanos lo empujaron a través de la puerta, así que él corrió a la orilla de la aldea y miró el cielo nocturno. Había dejado de nevar, pero aún hacía un frío de muerte, y él corrió de vuelta con la noticia, golpeando la puerta y gritando: “¡Buenas noticias! La nieve ha parado, pero todavía hace mucho, mucho frío. ¡Por favor déjenme entrar!”
Lo dejaron pasar, pero cuando apenas estaba entrando en calor lo hicieron salir de nuevo a ver cómo estaba el clima. De nuevo, el niño regresó e informó que la nieve había parado pero que aún hacía mucho frío y, de hecho, la temperatura seguía bajando. Los aldeanos lo dejaron entrar, pero, una vez más, en cuanto comenzaba a calentarse lo hicieron salir de nuevo a ver si el clima había cambiado. Esto se repitió muchas veces durante la noche. Cada vez, el niño les repetía que ya no nevaba pero que hacía más frío, hasta que en una ocasión, al volver, les dijo: “Fui a la orilla norte de la aldea y miré hacia la colina que hay allí. Y vi un fuego rojo que bajaba por la colina hacia acá”. Los adultos se rieron y se burlaron de él, y luego le dijeron: “¡No nos vengas con esas historias! Para eso, bien puedes ir a ver si una ballena viene hacia la aldea bajando por la colina. ¡Ve!” y lo empujaron de nuevo hacia el exterior. El niño corrió pero pronto tocó de nuevo, gritando: “El fuego rojo ya entró a la aldea y viene hacia acá!”
Los adultos se rieron y burlaron de él y no lo dejaron entrar, así que el niño buscó donde esconderse. Los aldeanos se rieron de nuevo pero casi inmediatamente los interrumpió un vendaval helado que abrió la puerta de golpe. Entonces, en medio del pasillo, vieron un esqueleto humano que se arrastraba sobre los codos y las rodillas, y que brillaba con un extraño y macabro resplandor rojo. El esqueleto se arrastró hasta el centro de la habitación mientras la gente ahí reunida se quedaba muda e inmóvil, aterrada e incrédula.
El esqueleto hizo un ademán con su mano huesuda y al momento todos cayeron sobre sus rodillas. Entonces el esqueleto se dio la vuelta y comenzó a arrastrarse fuera del túnel… seguido por una fila de aldeanos que se arrastraban sobre sus codos y rodillas. El esqueleto se arrastró a través de la aldea hacia su orilla norte y siguió avanzando hacia la colina. Luego atravesó la colina, siempre con los aldeanos arrastrándose detrás de él, en una larga fila. A pesar de que había dejado de nevar y de que la luna llena brillaba, era una noche terriblemente fría y pronto los aldeanos se congelaron así, en fila. Mientras, el esqueleto siguió su camino.

Algunos de los aldeanos habían estado fuera, cazando, y se sorprendieron cuando regresaron y hallaron la aldea vacía. Buscaron por otras partes y, al final, entraron al kashim, donde encontraron al pobre niño huérfano. Él les contó lo que había pasado con la gente de la aldea y, al salir, les mostró las huellas que habían dejado el esqueleto y los aldeanos al arrastrarse por la aldea. Siguieron las huellas hasta que encontraron la larga fila de personas congeladas, todavía apoyadas en sus codos y rodillas, como si aún se estuvieran arrastrando. Las huellas del esqueleto seguían: bajaban al otro lado de la colina y más allá. Los cazadores las siguieron hasta que llegaron al lado de una vieja tumba. Los aldeanos se sorprendieron porque sabían que la tumba era el lugar de descanso del padre del niño huérfano.


diario de series

"Unidad 42": Nada de lo humano me es ajeno

Jorge Aulicino

Podrá decirse que existe un belga noir cuando Bélgica logre hacer un policial en el que no aparezca el bosque de las Ardenas que lo aproxime al nordic noir. Mientras tanto, “Unidad 42” (2017) arrima la taba. La coprotagonista de esta serie es Bruselas, aunque el bosque arroja a veces su sombra sobre la acción.

  “Unidad 42” versa sobre una unidad policial dedicada al crimen cibernetico. Como toda unidad naciente, le toca habitar un sótano. Y tener por protagonistas un policía veterano que sabe más de armas, calibres y automóviles que de computación, y una hacker sobrevaludada que se sobrevalúa, fue extraída de las “redes negras” y se cree la muerte, dirían los chilenos. El detective es viudo, convive con tres hijos y el fantasma de su mujer (el fantasma es visible para todos). Esto de la viudez, separación, problemas personales, hijos a cargo, etc. es propio de los detectives, últimamente. Pero este, Sam Leroy, tiene una particularidad: no es alcohólico. Por su parte, Billie Vebber, la hacker que no sabe disparar, es también viuda, en cierto modo, y su pasado le hace malas jugadas. En el elenco hay una patóloga sordomuda. ¿Tributo a la política correcta? El personaje es simpático, debemos decir.

  La serie se compone de episodios que son “casos” criminales, como corresponde a toda buena serie policial. En segundo plano se desarrolla -como corresponde- la vida de los protagonistas: viudeces, amores, hijos conflictivos -como todos los hijos-, mujeres u hombres esquivos. El primer episodio trata de un asesino serial que espía a sus víctimas a través de las cámaras de las computadoras. El tema no resulta inquietante sino francamente asqueroso, pero se supone que es precisamente lo que querían los guionistas. 

  Porque esta serie tiene una particularidad: el mensaje plano, la poesía de la vida cotidiana donde todo es posible y nada es relevante. Hay desvíos permanentes hacia este sinsentido de los hechos: en medio de una conversación sobre un crimen, la jefa de la unidad pasa al baño para volcar los restos de un vaso en el inodoro, o bien la cámara enfoca, sin que venga al caso, las tuberías que recorren el techo del sótano; o bien en primer plano cae una hoja seca de la planta que la jefa cultiva en su oficina, pero el hecho no es estética ni argumentalmente necesario; o bien Leroy le quita el arma a un potencial asesino como si le sacara el diario para ver la cartelera de cines. Es como si el guión pensara que en el fondo nada es trascendente o todo lo es. ¿Sutil manera de escapar al formato dramático clásico, o ineptitud? A mí me gustó.


juguete rabioso

Hey, Jack!

Jan Michelle Kerouac, hija del padre de la generación beat Jack Kerouac y escritora, falleció a los 44 años, en un centro hospitalario de Nuevo México. Nacida el 16 de febrero de 1952, hija de Joan Haverty, la segunda mujer de Kerouac, Jan no fue nunca reconocida por su padre. Sin embargo, los que l

¡Hey, Jack! ¡Hey Jack! ¿Sos vos?

Soy Jan Michele, tu hija.

¿Te acordás?

Soy tu hija, ¿te acordás?

Creo que nos cruzamos dos veces en el Stew Pot.

Sí, soy yo.

Me gustaría hablar con el gato que me engendró, ¿entendés?

Escuché tu voz viajando por la línea

Desde el negro universo telefónico

Y me sentí como Víctor, el perro del aviso de RCA.

Sí.

Oh, ser un alegre Chico Loco de vuelta en las brumas de la inocencia

Un Beat que todavía se incuba en el útero inmaculado del Beathood

Donde los únicos espectros de la muerte eran “dos gatos calvos

Que podrían tocar un botón y volarnos a todos ya mismo de acá!”

Y ahora, esas payasadas imaginadas de Jruschov e Ike

Se disolvieron hace tiempo en el suero de la historia.

Inmortalizadas por Mad Magazine

Que yo solía robar en la tienda de dulces de la esquina

Bombas de hidrógeno representadas en tantas caricaturas

Se han convertido en la misma caricatura, o a lo sumo la unidad mínima

De la potencia del fuego nuclear en la Tierra.

Nadie parece darse cuenta, pero te voy a contar un secreto:

La bomba de hidrógeno, me parece, es el secreto éxito de Japón.

Sí.

Si una de esas dulces y Beatíficas Chicas de antes

Se hubiera levantado y profetizado esto hace tres décadas

Un fanático iraní habría retenido a todo el mundo editorial como rehén

Si alguna hubiera dicho

Que habrían bandas de narcotraficantes haitianos agrupados en Kansas City

O condones anunciados en la televisión

Virus de computadoras

Agujas distribuidas en las esquinas

Si se hubiera atrevido a sugerir

Que a finales de los 80

Los soviéticos serían más pacíficos que los estadounidenses

Y que habría un gran agujero en la capa de ozono

Debido a las latas de aerosol

La hubieran metido en una camisa de fuerza

Y encerrado en un manicomio.

Y allá, en el loquero,

Podría haber escrito una monstruosa obra de fantasía y ciencia ficción

Para hacer que “1984” de George Orwell parezca “El Mago de Oz”.

Ah, mi pobre padre

Era todo un Bebé Grande cabeza de chorlito

Demasiado colgado para existir en este mundo de miedo geométrico

Demasiado animal con cabeza de santo

Demasiado animal con capucha de santo

Era demasiado santo para arrastrarse entre esos laberintos de ratas de hormigón de pensamiento tortuoso.

Lo sé.

Soy el mismo tipo de Bebé cabeza de chorlito.

Porque puedo sentirlo en mis huesos

Estoy llegando a conocerlo.

Estoy llegando a conocer al Pequeño Bebé Azul desde adentro hacia afuera.

Corriendo hacia abajo, cayendo en la torpe locura

Sobre Madison Avenue hasta Manhattan

Helándome en el frío cruel, me envuelvo como un árabe

Sombrero azul y bufanda cual velo y, en el apuro,

Veo fugazmente las vidrieras de las tiendas.

Me veía como una Tuareg loca o un miembro de la tribu Bereber del Sahara

Yendo a toda velocidad inclinada sobre un caballo

O tal vez incluso un camello

Pero en el viento frío de la ciudad.

Acá al otro lado del Atlántico

Lo que me recordó a la antigua casa, hundida

De madera de deriva continental

Desayuno continental.

Ah, los humanos debemos ser bastante resistentes

para amontonarnos por todo este viejo y pobre globo, una y otra vez

Fuertes, como dinastías de cucarachas

En esos conventillos donde yo solía vivir.

¿Te acordás, Jack?

Viniste a visitarme.

Apuesto a que no viste ninguna cucaracha

No, estabas demasiado borracho.

Bueno, todo bien.

De todos modos,

Decís,

Todos sus padres usaban sombreros de paja como W. C. Fields

Bien,

Desearía poder decir lo mismo

Pero, como ves,

Mi padre era el hombre invisible

Pero no voy a usar eso en tu contra

Remington 12

De la década de 1920.

Del 14 al 20 de septiembre de 2020

#1025

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