#JugueteRabioso

La canción de amor de J. Alfred Prufrock

T.S ELIOT (1888-1965). Descendiente de ancestros ilustres y cultivados que llegaron a Estados Unidos a principios del siglo XVII, Eliot, hasta los diecisiete años, vivió en St. Louis, Missouri, cuando entra a la Universidad de Harvard. La ciudad de St. Louis, observa Bernard Bergonzi “con sus nieblas y ‘atardeceres y jardines de las casas y calles mojadas’, es el escenario del Prufrock”. A Eliot lo deslumbraron de muy joven los Rubáyat de Omar Kheyyam, en la versión de FitzGerald, que es más un poema de FitzGerald que de Kheyyam. El libro de crítica de Arthur Symons, The Symbolist Movement in Literature, lo llevó a poetas como Verlaine, Rimbaud, Corbière, y muy en especial a Jules Laforgue, cuya poesía fue una huella definitiva en su primera etapa, como lo serían más tarde los poetas metaf

La canción de amor
de J. Alfred Prufrock


 


S’io credesse che mia risposta fosse
A persona che mai tornasse al mondo
Questa fiamma staria senza più scosse.
Ma perciocchè giammai di questo fondo
Non tornò vivo alcun, s’io odo il vero
Senza tema d’infamia ti rispondo

Dante Alighieri, Inferno, XXVII


 


 


 

Vayamos pues, tú y yo,
cuando la tarde se extiende contra el cielo
como un paciente anestesiado en una mesa;
vayamos por ciertas calles semidesiertas,
retiros murmurantes
de inquietas noches en baratos hoteles de una noche
y restoranes alfombrados de aserrín con conchas de ostra:
calles que siguen como una tediosa discusión
de intención insidiosa
para llevarte a la pregunta irresistible…
Oh, no preguntes: “¿Qué es esto?”
Vayamos a hacer nuestra visita.

En la estancia las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

La niebla amarilla que frota su espalda en los cristales de las ventanas,
el humo amarillo que frota su hocico en los cristales de las ventanas,
lamió los rincones del atardecer,
se demoró en los charcos junto a las coladeras,
dejó caer sobre su espalda el hollín que cae de las chimeneas,
resbaló por la terraza, dio un salto repentino,
y viendo que era una noche tibia de octubre,
se enroscó en torno de la casa, y se durmió.

Y ciertamente habrá tiempo
para el humo amarillo que se desliza por la calle
frotándose la espalda contra los cristales de las ventanas;
habrá tiempo, habrá tiempo
de preparar una cara y encontrar las caras que uno encuentre;
habrá tiempo para asesinar y crear,
y tiempo para todos los trabajos y los días de manos
que levantan y dejan caer una pregunta sobre el plato;
tiempo para ti y para mí,
y tiempo aún para cien indecisiones,
y para cien visiones y revisiones,
antes de tomar el té y las pastas.

En la estancia las mujeres van y vienen
hablando de Miguel Ángel.

Y ciertamente habrá tiempo
para preguntarse: “¿Me atreveré?”, y: “¿Me atreveré?”,
tiempo para volver y bajar la escalera,
con un poco de calvicie en mitad del pelo
(Dirán: “¡Cómo el pelo se le adelgaza!”)
Mi saco, el cuello subiendo firme hacia el mentón,
la corbata vistosa y sencilla, pero asegurada por un simple alfiler-
(Dirán: “¡Qué delgados son sus brazos y sus piernas!”)
¿Me atreveré
a inquietar el universo?
En un minuto hay tiempo
para decisiones y revisiones que un minuto revertirá.

Porque ya he conocido todo, lo he conocido todo –
he conocido noches y mañanas y tardes,
y he medido mi vida a cucharadas de café;
conozco las voces que mueren en una caída mortal
bajo la música de una habitación más lejana.
…Entonces ¿cómo podría jactarme?

Y ya he conocido los ojos, los he conocido todos –
los ojos que te fijan en una frase formulada,
y cuando esté formulado, colgado de un alfiler,
cuando esté clavado y retorciéndome en la tapia,
entonces ¿cómo podría empezar
a escupir todos los residuos de mis días y maneras?
…¿Y cómo podría jactarme?

Y ya he conocido los brazos, los he conocido todos –
brazos con pulseras y blancos y desnudos
(¡pero a la luz de la lámpara cubiertos de un vello castaño claro!)
¿Es el perfume de un vestido
lo que así me hace divagar?
Brazos extendidos a lo largo de una mesa o envueltos en un chal.
…Y entonces ¿podría yo jactarme?
…¿Y cómo podría empezar?

¿Diré que he caminado en la oscuridad por calles angostas
y mirado el humo que se levanta de las pipas
De hombres solitarios en mangas de camisa, asomados a las ventanas…?

Debí haber sido un par de garras maltrechas
arrastrándose en el fondo de mares silenciosos,

¡Y la tarde, la noche, duerme tan serena!,
suavizada por largos dedos,
dormida… cansada… o fingiéndose enferma,
tendida sobre el suelo, aquí junto a ti y a mí.
¿Podría después del té y los helados y los pasteles
tener la fuerza para empujar el momento hasta su crisis?
Pero aunque he llorado y ayunado, llorado y rezado,
aunque he visto mi cabeza (algo calva) traída en una bandeja,
no soy profeta alguno –y no tiene esto mayor importancia;
he visto vacilar el momento de mi grandeza,
y he visto al Lacayo eterno tomar mi abrigo y reírse con disimulo,
en pocas palabras, tuve miedo.

Y habría valido la pena, después de todo,
después de las tazas, la mermelada y el té,
entre la porcelana, entre alguna de nuestras charlas,
habría valido la pena
morder el asunto con una sonrisa,
estrujar el universo dentro de una pelota
y hacerlo rodar hacia una pregunta irresistible,
y decir: “Soy Lázaro, vengo desde la muerte,
vengo para decirles todo, les diré todo” –
Si una, acomodando una almohada a su cabeza,
dijera “No es eso lo que quise decir en absoluto;
…No es eso, en absoluto”.

Y habría valido la pena, después de todo,
habría valido la pena,
después de las puestas de sol y los jardines fronteros y las calles regadas,
después de las novelas, después de las tazas de té, después de las faldas que se
…arrastran por el suelo–
–y esto ¿y mucho más?–
¡Imposible decir precisamente lo que quiero decir!
Pero como si una linterna mágica proyectara los nervios en una pantalla:
habría valido la pena
Si una, acomodando una almohada o tirando un chal,
y volviéndose hacia la ventana, pudiera decir:
…“No es eso en absoluto,
…No es lo que quise decir, en absoluto”.
……………………………………………….
¡No! No soy el príncipe Hamlet, ni fui hecho para serlo,
soy un caballero servicial, uno que servirá
para engrosar el desfile, comenzará una escena o dos,
aconsejará al príncipe; sin duda, un instrumento fácil,
deferente, contento de saberse útil,
sensato y meticuloso y precavido;
lleno de conceptos elevados, pero algo obtuso;
a veces, en verdad, casi ridículo –
casi, a veces, el Bufón.

Envejezco…envejezco…
Tendré que arremangarme los pantalones.

¿Me peinaré hacia atrás? ¿Me atreveré a comer un durazno?
Me pondré pantalones blancos de franela y caminaré por la playa.
He escuchado a las sirenas cantarse unas a otras.

No creo que canten para mí.

Las he visto cabalgando hacia el mar sobre las olas
Peinando el blanco pelo de las olas hacia atrás
Cuando el viento sopla el agua blanca y negra.

Nos hemos demorado en las alcobas del mar,
por muchachas marinas coronadas de algas rojizas y marrones,
hasta que nos despierten voces humanas y nos ahoguemos.


*Traducción: Pura López Colomé & Marco Antonio Campos




Eliot

Escribir para dejar constancia de la memoria: Jesús Bartolo

Charlie Feroz

Jesús Bartolo, poeta guerrerense radicado en Hidalgo cuya poesía rememora a su pueblo, Atoyac, reconstruye con el lenguaje la memoria. Lo suyo es una inventiva barroca, una ingeniería de palabras e imágenes que van creciendo como un río, no ese río seco de su pueblo, sino un río caudaloso. Si Bartolo fuera comandante de un ejército de poetas imaginarios, en su pecho podría presumir un sinnúmero de medallas, ya que ha sido acreedor a múltiples premios de poesía en todo el país. Recientemente recibió el premio José Carlos Becerra, por el libro Palabras viejas para un poema nuevo que se mueve en el cierzo. A continuación se reproduce una entrevista que Trinchera le hizo, vía correo electrónico, al poeta atoyaquense.

¿Qué tanto hay en tu poesía de memoria?

–Creo que el acto de escribir es un asunto para dejar constancia de la memoria; a la escritura la permean nuestras obsesiones, la visión de la vida, la experiencia de la vida; todo una vez salido de la pluma se hace memoria. Y hacer presente esa memoria le corresponde al lector, de otra forma, todo se convertirá en polvo, olvido. Lo dijo Max Rojas en el prólogo de Una vaca tengo: «El poeta es, en cierta forma, el custodio de lo ido».

¿Tu poesía es un recurso para imaginar o recordar tu pueblo, tu infancia?

–Es al revés: mi pueblo y mi infancia son un recurso para construir un imaginario. De ahí tomo el sustento para que el poema nazca y tome cuerpo. Le arranco al olvido esas partes valiosas de lo que una vez fuimos y vivimos, rescato cosas que ya no existen y trato de que se vuelvan reales en las palabras. Que, al ser leídas por el lector, logre que palpen un olor, miren una calle como fue en el pasado, que escuchen los tumbos de un río lleno de peces y que ese algo, ritmo, imagen, verso golpee con fuerza.

¿Cómo llegaste a la poesía?

–Aún no llego a la poesía; todos los días indago cómo llegar a ella; he escrito muchos ensayos de libros de poemas. Generar mundos a partir de nada, requiere, como los atletas de fondo, esforzarse diario, recorrer planicies, empinadas, acumular kilómetros, perfeccionar la técnica de la zancada, mantener un ritmo con la economía de esfuerzo. Así, el poema debe de practicarse, recorrerse una y otra vez y quizá algún día llegue uno a la meta de la poesía.

Desde Las regresiones del mar, publicada en 1998, ¿cuál ha sido el camino poético de Jesús Bartolo?

–Una quincena de libros publicados, algunos reconocimientos, varias decenas de lectores, la satisfacción de continuar vivo y hacer lo que me gusta: leer y escribir. Tener constancia, disciplina; beber mucho café.

En todos estos años de poesía, libros, encuentros, desencuentros, premios, ¿has pensado en dejar de escribir, alejarte un rato y ver desde otros lugares la poesía?

–En este momento me encuentro alejado del vaivén literario, más no del quehacer literario de escribir. El silencio me ha permitido reflexionar sobre todo lo que gira alrededor de la creación. El silencio me ha permitido perfeccionar mi soledad y me ha enseñado a escucharme. Hago más ruido desde mi silencio. O quizá me equivoque y solo sea una alucinación mía. Pero estar alejado de grupos, parcelas de poder, mezquindades me da la oportunidad de moverme hacia donde yo quiero, que es mi oficio: aprendiz de escribidor.

¿Cuál de todos tus libros es el más entrañable?

–En esta etapa de mi vida creo que no hablaría de algún libro en particular, tal vez de un puñado de poemas, algunos versos que mal recuerdo; ya no son míos esos libros, pertenecen a la memoria de alguien, de algunos seres que en este instante me leen y tal vez al cerrar el libro me olvidan. Los libros ahí están y solo son en la medida en que son leídos, de otra forma son solo cuerpos inanimados en un librero.

¿A cuál de ellos es con el que te sientes menos contento? ¿Qué te gustaría volver a escribir o reescribir?

–Cada uno de mis libros tuvieron una etapa, y los escribí con los recursos que tuve a mano. Cada uno fue un aprendizaje y una experiencia que me hizo crecer como ser, que me liberó. Fueron pequeños saltos que me han traído hasta aquí. Los sobreviví. Tal vez no reescriba nada, porque eso de ser un perfeccionista no se me da. Solo la naturaleza es perfecta. Lo demás es duda.

¿Por qué escribir poesía en estos tiempos?

–Creo que no existe tiempo ni medida para escribir. Desde que el hombre existe ha dejado constancia de su paso por la vida, y los tiempos de vicisitudes y los tiempos buenos son necesarios para escribir, más bien qué hemos aprendido de esta experiencia, no la fragilidad de la vida, eso siempre lo hemos sabido, tenemos fecha de caducidad; desgraciadamente aún no sabemos convivir con nosotros mismos, con nuestros demonios; a sobrellevarnos con nuestros pares que comparten un mismo espacio, el pan y la sal.

Yo escribo para no morirme, para escucharme, para escuchar a los demás, para no olvidar esa parte humana que somos, que soy.

Has escrito sobre la memoria de tu pueblo, Atoyac; sobre tu abuela; tu padre, que fue un desaparecido político allá en los setenta; sobre una vaca, que es una manera de regresar a la infancia; sobre el diente de león, las curanderas, la medicina tradicional; desde la perspectiva de una mujer, también para bajar de peso, ahora, ¿de qué o qué es lo que más le gustaría escribir y por qué?

–No hay mucha tela de dónde cortar, mis obsesiones son las mismas: la muerte, el amor, la memoria, el olvido, los personajes en mis libros siempre han existido; las pequeñas cosas que pasan desapercibidas aún laten en mis letras. Ahora escribo cosas como estas:

 

Un hormiguero inmenso: la ciudad,

crece hacia las orillas y va muriendo en su centro.

Nunca se detiene, nunca duerme,

Sola y colosal, entre la basura y la soledad, se asfixia.

El hombre en ese enjambre también se muere.

La ciudad que es el contexto en el que he vivido ya durante 26 años, es ahora mi obsesión.

 

Sé que es una pregunta ya muy trillada, quizá sin respuesta aparente, pero ¿qué es lo que te inspira a escribir?

–Tal vez las cosas minúsculas atraen el impulso de ponerme a teclear o a garrapatear en una hoja, quizá toda esa inmensidad que gira a mi alrededor puede ser un detonante que me permite trabajar arduamente en un libro, la constancia, más que la inspiración, porque es mi forma de respirar a diario. Si no escribo o leo, siento que una parte de mí se muere. Soy como una planta que necesita el agua del verso para existir.

Aun a pesar de los muchos premios y publicaciones, eres un poeta que se ha mantenido al margen de los grupos literarios. ¿Cómo ves la poesía hoy en México?

–Existen muchos libros de poemas, demasiados «poetas», poca poesía. Modas, modos y moldes para hacer poesía. Se ha privilegiado la técnica sobre la emoción, la estructura y el ritmo por encima de lo palpable; a veces no olemos nada en un libro de poemas, no se vislumbra nada esa mucha luz o hay mucha crema en esos tacos que el sabor de lo demás se pierde. Pero leo, lo que me cae, lo que tengo a mano; se aprende de los malos y buenos libros de poemas. Leo a todos y de todo.

¿Por qué crees que se lee tan poca poesía?

–Porque hay poca poesía en los libros de poemas, podría ser una respuesta, pero yo soy nadie para juzgar, no soy crítico literario. Otra respuesta aventurada es que son muy caros los libros de poemas y a veces es mejor comerse una torta o tomarse un par de chelas. Otra más, para que me cuelguen los puros, los santos y las sectas, muchos libros estéticamente a destajo. Uno puede distinguir las escuelas, los grupos, las mafias, al abrir un libro y palpar las hechuras, las intenciones, las ambiciones de cada uno. Pero hay que leerlos a todos. Siempre saca cosas buenas de una lectura.

¿Qué pueden hacer los poetas, o los editores para que la poesía llegue a más gente?

–¡Híjole!... los poetas, ser generosos y compartir sus trabajos, leerse entre los pares, dejar esas poses de divos-divinos, de Juan Camaneyes. Muchos ya lo hacen en las redes sociales, y se agradece. He leído a cantidad de ellos de esa forma; ya hace tiempo que no me alcanza para comprar libros. Tal vez volver a la plaquette, que es más económica, y de ahí saltar al libro. El libro electrónico es una opción, pero para mi bolsillo aun es caro. Sé que todo trabajo debe ser remunerado, porque todo implica esfuerzo y que a todo debe dársele un valor. Pero de que hay cantidad de ofertas, las hay, para no ir lejos, la página de Flecha Roja, donde se puede leer a un buen número de creadores; la página de Nueva York Poetry Rewiev. Digitalmente el mundo es muy amplio, el pedo ahí es la cobertura, solo por poner dos ejemplos. Ya lo demás es pereza de no querer leer.

¿Qué representa el premio José Carlos Becerra?

–Un estímulo a la constancia, un reconocimiento al esfuerzo que implica escribir un libro, la confirmación de que la ruta que me tracé es la correcta. No necesitas de un grupo para reafirmarte, de una beca para ponerte a escribir, de amafiarte para que te reconozcan. La razón de quien escribe debe ser ésa: hacer talacha diariamente; lo que venga a consecuencia del trabajo es la ganancia y la satisfacción. Por otro lado, la oportunidad de volver a mirar un poemario impreso después de seis años, algo que no creí que volviera a suceder y que seguramente dará de qué hablar, para bien o para mal.

¿Qué podemos encontrar en el poema Palabras viejas para un poema nuevo que se muere en el cierzo?

–Primero, hacer la corrección de título: Palabras viejas para un poema nuevo que se muere en el cierzo. Y segundo, no crear expectativas del libro. Cuando salga a la luz ya nos dirá si aguanta una leída o se muere a la primera de cambios.




Jesús Bartolo

Materia oscura:

Informe de un Lisolíngüe

Guillermo Meléndez

Por el milagro de la ecdisis, mi piel se renovaba con frecuencia y mis escamas estaban siempre deslumbrantes cómo láminas de jade, como lentejuelas de bombacho de suripanta meneándose bajo la euforia de un charlestón.

Mi lengua y mis dos pequeños hemipenes de triple cabeza, fueron los ingredientes básicos del famoso bebistrajo “Lázaro” que desde la conquista hasta el porfirismo fue usado en toda la comarca como afrodisíaco, teniendo entre sus consumidores más célebres al Obispo Verger, al Ojo de Vidrio y al Gobernador De Vergara y Mendoza.

Gracias a esas gracias, se forjó mi desgracia, pues masacres despiadadas me borraron del mapa y sólo un dibujo a lápiz del naturalista brasileño Heitor Oliveira quedó como único vestigio de aquella criatura indefensa que habitaba la tierra desde la era del mamut.

Después del sapo coliflor de Hualahuises, de las mancuspias de Marín, de los burcardos del Peña Nevada, yo fui el último agregado a la lista negra de animales neoloneses extintos por culpa de esa especie que se auto nombra Homo sapiens, que de sapiens tiene lo que yo tengo de oso.

Aunque nuestras hembras desovaban nidadas hasta de veinte huevos, y como las de los dragones de Komodo poseían la virtud de concebir por medio de la partenogénesis, el prodigio de la naturaleza no pudo contra la brutalidad de ese primate arrogante inventor de dioses que perdonan sus crímenes, que por vanos beneficios a garrotazo limpio fue reduciendo mi raza hasta que el último ejemplar, cautivo en un chiquero, murió en una epidemia de diarrea porcina que hubo en 1930 en Atongo de Abajo.

Los Hualahuis, que aprovechaban nuestra baba para envenenar sus dardos, nos decían zapizapi; los biólogos nos bautizaron como Sphenodon Neolonensis, los cazadores nos llamaban Lisolíngüe o  Varano Resucitador, ya que, según sus curanderos, nuestra gran lengua y nuestros genitales contenían un glucógeno que aportaba dureza para que el pájaro del amor no fracasara al momento de la cópula.





Siembra de amapola en la Sierra. Única opción.

Del 7 al 13 de diciembre de 2020 al

#1035

cultura

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