Los negros de la Costa Chica no venimos del África

(De músicas actuales de negros de la Costa Chica y sus letras/líricas)

Eduardo Añorve

Segunda de dos partes

V. Luz Roja de San Marcos, los del Negrito de nación

 

Pero, en San Marcos también se cantaba a los negros y negras y morenas, y demás. Pongamos por caso El negrito, el juguetón, que invita a todo mundo a bailar su ritmo alegre para quitarse de congojas, a quien se le incita: ¡Gózala, chinito!

 

Este bonito ritmo

del negro retozón.

Me dicen El Negrito,

negrito de nación.

(…)

Me dicen El Negrito,

negrito juguetón,

por eso soy famoso

En toda la región.

 

Claro que ello ocurrió antes de que el colombiano Aniceto Molina viniera a corromper el estilo de este conjunto musical que ya era muy relevante en la Costa Chica en los años setenta del siglo pasado, sobre todo por sus boleros criollos y sus cumbias. Ellos tienen en su haber una versión con instrumentos electrónicos de La sanmarqueña, que fluctúa entre la cumbia y la chilena tradicional, música de fusión, pues, como en el caso de Los Magallones. Ellos también cantaron a la no-negra, a la güerita, a la que se le atribuye la belleza idealizada, como la del concepto aquel que su usaba en la España en el tal Siglo de Oro. Aunque, con los pies en la tierra, prefieran a Toña, Toñita [canción Así se llama], la chica que quiero yo, la del cuerpo que lo vuelve loco a uno: ¡No te olvido, morena! ¡Muévete, mi negra, muévete, mi negra! ¡Así, con ritmo! ¡Échame el pasito que te pido siempre!

 

Ven, ven a mí,

chiquita, por compasión,

ay, ay, morena,

morena, dame tu amor.

 

Con ella, también se descansa: …cuando yo llego por las noches muy cansado,/ me espera mi negrita para acostarno’ en la ‘maca. (La hamaca rayada)

 

VI. La negrita del timbal

 

Y ni los exquisitos y prófugos de lo negro y de la cultura negra tradicional, y de ser negros, del Grupo La Amistad, de Acapulco, escaparon a nombrar a las mujeres negras; incluso, hicieron una versión basada en la canción Casamiento de negros, de Violeta Parra, con el nombre de La boda negra (Vamos a relatar un casamiento de la Costa Chica: ¡La boda negra!), versión acriollada, con tambores pretendidamente africanos y gritos desaforados. Esta canción fue y es muy interpretada por muchos grupos, entre ellos, los relevantes Los Desertores y Los Karkik’s. Ellos, del Grupo La Amistad, buscaron alejarse de la cumbia y el bolero criollos para ejecutar géneros como la balada pop, llegando a hacer su versión de la italiana Días del arco iris, o de la zapoteca Na Ella (conocida popularmente como Naila, a la que le insertaron un poema). Y cantaron, en La negrita del timbal:

 

Negrita, vente conmigo a gozar este rimo

sabroso para el gran timbal.

Con su sonido mucha gente tendrás.

Ritmo de salsa, todo mundo a gozar…

(…)

Negrita, mucho cuidado, no cuentes a nadie

el secreto que tiene el timbal.

Con este son muchos millones tendrás.

Te vas a Veracruz conmigo, a vacilar…

(…)

Negrita bonita,

negrita preciosa.

Así me gusta bailar,

con mi negrita

y el sonido del timbal.

¡Negrita!

¡Negrita!

¡Negrita!

¡Negrita!

 

VII. La prieta buga del Caribe de Costa Grande

 

En la Costa Grande, del estado de Guerrero, también replicaron estas músicas y estos conceptos, como se puede escuchar en La Prieta buga, en un tono burlesco, del Grupo Caribe, de Atoyac, en que se burlan de ella, La Prieta, y de su hermano:

 

A La Prieta le dicen prieta,

y en parte le dicen güera,

pero bien sabe la prieta

que no le dicen de veras.

 

Prieta, prieta, prieta,

prieta, prieta buga,

Prieta, prieta, prieta,

color de tortuga.

 

Y tiene un hermano grande

que duerme en cama de espín.

cuando se pone zapato

no se pone calcetín.

 

Prieto, prieto, prieto,

prieto San Martín;

cuando trae zapatos

no trae calcetín.

 

También compusieron la contraparte, el Güero Güerinche. Costa Grande, antigua zona de mulatos aparceros, negros sembradores de algodón, quienes acompañaron a Hermenegildo Galeana en sus correrías por conseguir la independencia de la Nueva España.

 

VIII. La negrita guapachosa de Cirino Arellanes

 

A orillas de la laguna de Corralero, en la costa del estado de Oaxaca, en 1973, nació un conjunto musical también emblemático y relevante en la Costa Chica, Corralero Navy, de Cirino Arellanes (a) Cirino Arellano, quien se atribuye haber compuesto el primer bolero criollo, Mientes tú. Su música se dirige a la morena, para que ésta la goce, como incitan en Cumbia sabrosona: ¡Muévete, negra! O: Cuando todos bailan esta cumbia alegre,/ yo veo a esta negrita. !Mira cómo se mueve! También en la cumbia El brinquito:

 

Éste es el brinquito,

brinquito mateo.

¿Donde está mi negra linda,

dónde está que no la veo?

Y, en La negrita guapachosa, donde Cirino canta:

–Óyeme, negrita, a bailar con tu negrito guapachoso.

 

Mi negra, vente conmigo,

vente, vamos a pasear

al jardín de Pinotepa,

vamo’un ratito a jugar.

 

Ay, qué linda es mi negrita.

Me besa de vez en cuando.

Ella es la flor de Oaxaca

en Corralero bailando.

 

IX. Mar Azul: El negrito soy yo

 

También en la costa oaxaqueña, a orillas de la laguna de Chacagua, en el año 74, apareció el emblemático conjunto musical Mar Azul, que llegó a parir hasta unos doce grupos con tal nombre, actuando simultáneamente muchas veces, en distintos lugares, cuyos compositores cantaron preferentemente la vida de los pescadores, de los campesinos, de la gente negra de la Costa Chica, del campo y del mar. En su cumbia (o merequetengue) Pinotepa Nacional declaran este ser costeño, ya no el del negro de la costa, sino el del negro guapachoso, que hace música y baila, sin dejar de ser costeño:

 

Soy costeño de nación,

me gusta bailar la cumbia,

y alegre de corazón.

(…)

Yo quiero bailar con mi morena,

compadre;

¡sólo la quiero para gozar!

 

Y desde su primer disco LP, el negro costeño se asume como tal en las canciones del Mar Azul:

 

Escuchen muy bien, muchachas,

lo que les voy a decir.

Miren bien, soy un negrito,

pero yo soy de aquí.

(…)

Las morenas sí las quiero,

pero el negrito soy yo,

y, lo primero que dicen:

–Somos negritos los dos.

 

Somos negritos los dos: alusión al prejuicio que critica y condena las relaciones entre dos negros (negro y negra), e insta al blanqueamiento de la apariencia y la cultura, resumido en la conseja: Búscate a una blanquita (o blanquito) para mejorar la raza. No a alguien, tu igual, no a El negro guapachoso, el que baila, como el Negrito Vicente/ es bueno pa’ bailar. (María Teresa). El que adora y enamora a la negra, a su costeñita, a su morenita:

 

Porque te quiero, linda costeñita…

 

Me tiene loco su cinturita,

su lindo modo de platicar,

unos chinitos en su carita

y su risita angelical.

[Cumbia Porque te quiero.]

Lo mismo en la canción Oye, morena:

Va para ti, morena linda…

 

Oye, morena, si me quieres,

¿por qué no me dices la verdad?

Si sabes bien que yo te quiero

y que no te puedo olvidar.

O la muy relevante cumbia Tengo una morena: Yo tengo una morena/ que me gusta pasearla… Tal cual canta en Le canto a mi negra:

–Va para que la goce mi negrita…

 

Este paseo sabroso

yo se lo canto a mi negra bonita,

porque ella sabe gozar la cumbia

que se baila ahorita.

 

X. Final

 

Con la declinación de la chilena como una de las músicas con la más amplia trascendencia social, serían la cumbia y el bolero criollos quienes alcanzarían una todavía más amplia, a partir de mediados de los años setenta del siglo pasado y hasta estos días. Como prueba de ello habría que escuchar las múltiples versiones de las canciones de Mar Azul (en sus doce advocaciones), por citar a un conjunto dominante. A ello hay que sumarle los cientos de miles, tal vez millones, de discos compactos hechos (legal o ilegalmente), copiados, reproducidos, vendidos, comprados, así como antes lo fueron el casete y el disco de acetato (de 45 rpm y de 72 rpm, llamados sencillos los primeros, y LP, los segundos). Luego, las copias en formatos digitales (particularmente mp3), los videos, la emisión radiofónica, la reproducción casera, la de los sonideros. Y los innumerables conciertos o tocadas o bailes a lo largo y a lo ancho de este territorio costero que va o viene de Acapulco y llega o inicia en Huatulco.

Y es en esas músicas donde se encuentra el concepto nuestro del ser negro, basado en la apariencia, y al cual se le atribuyen «valores» que rayan en el estereotipo, pero que nada o poco tiene en común con el concepto que académicos, activistas y otros sectores elitistas tienen y esgrimen. Tan es así, que éste es poco conocido, peor aceptado e intrascendente para la gente de la Costa Chica.

En la actualidad, estas músicas de negros son escuchadas y bailadas por niños, jóvenes, adultos y más adultos, y por negros, indios, negro-indios, indio-negros, mestizos, mixtecos, amuzgos, nahuas, triques, afromestizos, afromexicanos (o cualquier membrete que pretenda unificar los grupos de la Costa Chica); las escuchan hombres, mujeres, gays, travestis, lesbianas, transexuales, etc.; católicos, bautistas, cristianos, evangelistas, mormones, etc., y gente de las áreas rurales, tanto como de las urbanas: en el baile popular, al ritmo de estas músicas, se destiñen todas estas etiquetas, y sólo se trata de bailar y de gozar, pues una de las funciones sociales de estas músicas son ésas: darle a la gente ritmos para mover el cuerpo y disfrutarlo.

 

XI. Pseudo adenda: El revoleático

 

Para final de esta disertación, El revoleático, que resume uno de nuestros conflictos más recurrentes y dolorosos, en modo de burla, que no es propia, sino colombiana, pero nos la hemos apropiado, y la cantan muchos conjuntos musicales nuestros, y nosotros la bailamos con nuestras negras-morenas-prietas, y ya es como si fuera de nosotros:

 

Las mujeres dicen:

–Negro es mal color.

Güeros rubios sí los quieren

aunque tengan mal olor.





Na savi, el pueblo que platica con la lluvia

Kau Sirenio

En el cerro La Canoa: música y danza. El pueblo platica con la lluvia.

Cada año, los na savi (gente de la lluvia) ofrendan a Tàa Savi (Señor de la Lluvia) para que anegue arroyos y ríos con lluvia abundante. Para esto, suben a los cerros cada 24 de abril.

Al cerro donde suben a pedir la lluvia se le llama Ve’e Savi (Casa de la Lluvia), pero en el paganismo lo llaman San Marcos.

Mientras la banda comunitaria toca sones y chilenas en el cerro, el mayordomo de Ve’e Savi, Natalio Carmelo Álvarez, reparte aguardiente; el sabor costeño de la fiesta lo ponen las mujeres, que dejan a un lado la cocina para bailar.

El profesor na savi Margarito Palacios cuenta que la iniciativa para recuperar el ritual surgió en un encuentro de la lengua tu’un savi (palabra de la lluvia o mixteco): «Es una iniciativa que propusieron los compañeros maestros en el IV Congreso de Tu’un Savi celebrado en Jicayán de Tovar en el año 2014; con esta fiesta cumplimos cinco años venir a pedir la lluvia».

El cerro La Canoa se ubica al sureste de Ometepec, en la Costa Chica de Guerrero. Allí los na savi migrantes organizan la ceremonia de pedimento de la lluvia con el fin de recuperar su ritual como acto de resistencia.

En el censo del año 2015 del Instituto Nacional de Estadística Geografía e Informática (INEGI), la población indígena en este municipio fue de 17,558, personas que hablan una de las dos lenguas materna: ñoomdaa (amuzgo) y tu’un savi (mixteco).

«En el Congreso de tu’un savi acordamos reflexionar sobre nuestro origen y su relación con la naturaleza; además, nos propusimos buscar a los hermanos migrantes na savi para que juntos recuperemos nuestro ritual; logramos el consenso en la mayordomía», agrega el maestro bilingüe.

 

***

 

Cuando el sol besó el cerro La Canoa, Margarito Olea García empezó a platicar con Tàa Savi (Señor de la Lluvia). «Kumi tutun ve’e. Kumi tutun Ñuu. Kumi nu savi, vaxi yu ve’e mi yàa un tàa taku ini, ta ka’an yu xà’a na ñuu, ta kakan yu savi va’a, savi nàma, savi ña tata, savi nìnu, ku ta ko’o na vali, na ñuu xi’in kiti, ta koso ra ìtu, ta kòo nuni. Na koò tama tixi ñuu… (Cuatro esquinas de la casa. Cuatro esquinas del pueblo. Cuatro tipos de lluvia. Vengo a tu casa, señor de alma grande, porque del pueblo me pidió que viniera a pedirte lluvia buena, lluvia abundante, lluvia de cultivo y lluvia de respeto. Que haya agua para que beban los niños, el pueblo y los animales. Que la lluvia riegue la milpa para que haya maíz. Que no haya hambruna en el pueblo…)».

Nacido en Metlatonoc, Margarito Olea es el encargado de hablar con el Señor de la Lluvia para que llueva durante el verano. No solo pide lluvia abundante; también aboga por la gente de la lluvia, para que su creador no les mande enfermedades.

Mientras el orador presenta la ofrenda en la casa de la lluvia, la banda de música de viento de la colonia Alianza Campesina presenta el son de la Danza de la Conquista. Los danzantes salen en dos filas: de un lado unos hombres vestidos a la usanza mexica, representan a los pueblos nahuas; los de la otra fila visten de azul, son los españoles.

La primera pieza es para hacer reverencia ante el altar del Señor de la Lluvia. Después viene lo que ellos llaman batalla, que escenifica el enfrentamiento entre las dos culturas. Así reviven su pasado para no olvidar que a sangre y fuego, la iglesia les impuso la religión y les arrebató su tierra.

Margarito Palacios dice que cada año suben a las comunidades de origen a buscar el orador que va a la Casa de la Lluvia a abogar por ellos: «Todos a los años conseguimos apoyo con oradores de la montaña, de Yuvi Nani, de San Miguel Amoltepec, municipio de Metlatonoc y Cochoapa el Grande.

A esta casa de la lluvia empezaron a subir los maestros bilingües, que pidieron apoyo a los migrantes que bajaron de las comunidades de Dos Río, San Miguel Amoltepec y Joya Real, municipio de Cochoapa el Grande; San Pedro, Jicayán de Tovar y Rancho Viejo, municipio de Tlacoachistlahuaca, y de San Miguelito, municipio de Alcozauca de Guerrero.

Ni siquiera el golpeteo de los machetes de los danzantes perturba al orador, cuando empieza a presentar la ofrenda: aguardiente, agua de jamaica, agua, cerveza; huevos de gallina, que los pobladores llevan, y comida. Luego, los ayudantes del mayordomo sacrifican una ternera para ofrendar su sangre. Después descuartizan el vacuno y lo llevan a la cocina para que las mujeres lo preparen en barbacoa. El primer platillo se sirve de ofrenda.

Hace cinco años, los organizadores del pedimento de la lluvia buscaron a los primeros migrantes na savi para preguntarles a qué cerro subían a pedir la lluvia. «Preguntamos a los primeros migrantes na savi que poblaron por primera vez Ometepec; ellos viven en la colonia Alianza Campesina. Así fue como logramos articular la mayordomía», comenta cuenta Margarito Palacios González.

Agrega: «Al cerro La Canoa, primero iban a ofrendar los na savi y ñoomdaa, pero en los últimos años se han sumado los mestizos y afromexicanos».

Las mujeres sueltan las cucharas y se van a la pista a bailar al compás de la música ñuu savi, mientras que los hombres extienden una lona para cubrirse del sol que los tuesta, antes de la primera nube que se dibujó al sur de la Casa de la Lluvia.

Así termina un día lleno de ritualidad ñuu Savi.




Petición de lluvia. Identidad indígena.
[Foto: Kau Siernio]

Lo que estábamos buscando

Alessandro Baricco

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Aquello que un médico decide llamar enfermedad es una enfermedad.

Aquello que un virólogo decide llamar virus es un virus.

Aquello que un epidemiólogo decide llamar pandemia es una pandemia.

 

 

1

 

pero en realidad habría que intentar comprender la Pandemia como criatura mítica. Mucho más compleja que una simple emergencia sanitaria, parece ser más bien una construcción colectiva en la que diversos saberes e ignorancias han trabajado en un propósito aparentemente compartido.

 

 

2

 

las criaturas míticas son productos artificiales con los que los seres humanos se dicen a sí mismos algo urgente y vital. Son figuras en las que una comunidad de seres vivos organiza el material caótico de sus miedos, creencias, recuerdos o sueños. Estas criaturas habitan un espacio mental que llamamos mito. El hecho de haberlo concebido y cuidarlo a diario, como si fuese la propia morada, es uno de los principales gestos con los que los seres humanos se aseguran un destino. O lo reconocen.

 

 

3

 

nada más engañoso que usar la palabra mito como sinónimo de acontecimiento irreal, fantástico o legendario. El mito es aquello que dota de un perfil legible a un puñado de hechos. En cierto sentido es lo que traduce aquello indiferenciado que es propio de lo que sucede a la forma completa que es propia de lo que es real. Es un fenómeno artificial, por supuesto, un producto del hombre; pero confundir lo artificial con lo irreal es una estupidez. El mito es quizás la criatura más real que existe.

 

 

4

 

afirmar que la Pandemia es una creación mítica no quiere decir que no sea real, ni mucho menos que sea una fábula. Al contrario, implica saber con certeza que una gran cantidad de decisiones muy reales primero la hicieron posible, luego la invocaron, y después la generaron definitivamente, ensamblándola a partir de un número infinito de pequeños y grandes comportamientos prácticos.

 

 

5

 

el gesto con el que grandes comunidades de humanos logran construir un mito resulta en buena medida misterioso. Difíciles de descifrar son las razones por las que lo hacen, y los tiempos que eligen para hacerlo. Sin embargo, la precisión –y muchas veces la belleza– del producto final, aunada a la impresionante complejidad de causas que lo generan –en cada una de las cuales deja huella la mano artesanal del hombre–, otorga a las criaturas míticas una importancia tal que no pocas veces han sido tratadas como divinidades. Al construir mitos los hombres se convierten en algo más de lo que son.

Donde no hay creación mítica, los humanos se detienen. Como paralizados por un hechizo.





Subasta

María Fernanda Ampuero

En algún lado hay gallos.

Aquí, de rodillas, con la cabeza gacha y cubierta con un trapo inmundo, me concentro en escuchar a los gallos, cuántos son, si están en jaula o en corral. Papá era gallero y, como no tenía con quién dejarme, me llevaba a las peleas. Las primeras veces lloraba al ver al gallito desbaratado sobre la arena y él se reía y me decía mujercita.

Por la noche, gallos gigantes, vampiros, devoraban mis tripas, gritaba y él venía a mi cama y me volvía a decir mujercita.

—Ya, no seas tan mujercita. Son gallos, carajo.

Después ya no lloraba al ver las tripas calientes del gallo perdedor mezclándose con el polvo. Yo era quien recogía esa bola de plumas y vísceras y la llevaba al contenedor de la basura. Yo les decía: adiós gallito, sé feliz en el cielo donde hay miles de gusanos y campo y maíz y familias que aman a los gallitos. De camino, siempre algún señor gallero me daba un caramelo o una moneda por tocarme o besarme o tocarlo y besarlo. Tenía miedo de que, si se lo decía a papá, volviera a llamarme mujercita.

—Ya, no seas tan mujercita. Son galleros, carajo.

Una noche, a un gallo le explotó la barriga mientras lo llevaba en mis brazos como a una muñeca y descubrí que a esos señores tan machos que gritaban y azuzaban para que un gallo abriera en canal a otro, les daba asco la caca y la sangre y las vísceras del gallo muerto. Así que me llenaba las manos, las rodillas y la cara con esa mezcla y ya no me jodían con besos ni pendejadas.

Le decían a mi papá:

—Tu hija es una monstrua.

Y él respondía que más monstruos eran ellos y después les chocaba los vasitos de licor.

—Más monstruo, vos. Salud.

El olor dentro de una gallera es asqueroso. A veces me quedaba dormida en una esquina, debajo de las graderías, y despertaba con algún hombre de esos mirándome la ropa interior por debajo del uniforme del colegio. Por eso, antes de quedarme dormida, me metía la cabeza de un gallo en medio de las piernas. Una o muchas. Un cinturón de cabezas de gallitos. Levantar una falda y encontrarse cabecitas arrancadas tampoco gustaba a los machos.

A veces, papá me despertaba para que tirara a la basura otro gallo despanzurrado. A veces, iba él mismo y los amigos le decían que para qué mierda tenía a la muchacha, que si era un maricón. Él se iba con el gallo descuajaringado chorreando sangre. Desde la puerta les tiraba un beso. Los amigos se reían.

Sé que aquí, en algún lado, hay gallos, porque reconocería ese olor a miles de kilómetros. El olor de mi vida, el olor de mi padre. Huele a sangre, a hombre, a caca, a licor barato, a sudor agrio y a grasa industrial. No hay que ser muy inteligente para saber que este es un sitio clandestino, un lugar refundido quién sabe dónde, y que estoy muy pero que muy jodida.

Habla un hombre. Tendrá unos cuarenta. Lo imagino gordo, calvo y sucio, con camiseta blanca sin mangas, short y chancletas plásticas, le imagino las uñas del meñique y del pulgar largas. Habla en plural. Aquí hay alguien más que yo. Aquí hay más gente de rodillas, con la cabeza gacha, cubierta por esta asquerosa tela oscura.

—A ver, nos vamos tranquilizando, que al primer hijueputa que haga un solo ruido le meto un tiro en la cabeza. Si todos colaboramos, todos salimos de esta noche enteros.

Siento su panza contra mi cabeza y luego el cañón de la pistola. No, no bromea.

Una chica llora unos metros a mi derecha. Supongo que no ha soportado sentir la pistola en la sien. Se escucha una bofetada.

—A ver, reina. Aquí no me llora nadie, ¿me oyó? ¿O ya está apurada por irse a saludar a diosito?

Luego, el gordo de la pistola se aleja un poco. Ha ido a hablar por teléfono. Dice un número: seis, seis malparidos. Dice también muy buena selección, buenísima, la mejor en meses. Recomienda no perdérsela. Hace una llamada tras otra. Se olvida, por un rato, de nosotros.

A mi lado escucho una tos ahogada por la tela, una tos de hombre.

—He escuchado de esto —dice él, muy bajito—. Pensé que era mentira, leyenda. Se llaman subastas. Los taxistas eligen pasajeros que creen que pueden servir para que den buena plata por ellos y para eso los secuestran. Luego los compradores vienen y pujan por sus preferidos o preferidas. Se los llevan. Se quedan con sus cosas, los obligan a robar, a abrirles sus casas, a darles sus números de tarjeta de crédito. Y a las mujeres. A las mujeres.

—¿Qué? —le digo.

Escucha que soy mujer. Se queda callado.

Lo primero que pensé cuando me subí al taxi esa noche fue por fin. Apoyé mi cabeza en el asiento y cerré los ojos. Había bebido unas cuantas copas y estaba tristísima. En el bar estaba el hombre por el que tenía que fingir amistad. A él y a su mujer. Siempre finjo, soy buena fingiendo. Pero cuando me subí al taxi exhalé y me dije qué alivio: voy a casa, a llorar a gritos. Creo que me quedé dormida un momento y, de repente, al abrir los ojos, estaba en una ciudad desconocida. Un polígono. Vacío. Oscuridad. La alerta que hace hervir el cerebro: se te acaba de joder la vida.

El taxista sacó una pistola, me miró a los ojos, dijo con una amabilidad ridícula:

—Llegamos, señorita.

Lo que siguió fue rápido. Alguien abrió la puerta antes de que yo pudiera poner el seguro, me echó el trapo sobre la cabeza, me ató las manos y me metió en esa especie de garaje con olor a gallera podrida y me obligó a arrodillarme en una esquina.

Se escuchan conversaciones. El gordo y alguien más y luego otro y otro. Llega gente. Se escuchan risas y destapar cervezas. Empieza a oler a maría y alguna otra de esas mierdas con olor picante. El hombre que está a mi lado hace rato que ya no me dice que esté tranquila. Se lo debe estar diciendo a sí mismo.

Mencionó antes que tenía un bebé de ocho meses y un niño de tres. Estará pensando en ellos. Y en estos tipos drogados entrando en la urbanización privada en la que vive. Sí, está pensando en eso. En él saludando al guardia de seguridad como todas las noches desde que su carro está en el taller, mientras esas bestias van atrás, agachados. Él los va a meter en su casa donde está su hermosa mujer, su bebé de ocho meses y su niño de tres. Él los va a meter a su casa.

Y no hay nada que pueda hacer al respecto.

Más allá, a la derecha, se escuchan murmullos, una chica que llora, no sé si la misma que ha llorado antes. El gordo dispara y todos nos tiramos al suelo como podemos. No nos ha disparado, ha disparado. Da igual, el terror nos ha cortado en dos mitades. Se escucha la risa del gordo y sus compañeros. Se acercan, nos mueven al centro de la sala.

—Bueno, señores, señoras, queda abierta la subasta de esta noche. Bien bonitos, bien portaditos, se me van a poner aquí. Más acá, mi reina. Eeeso. Sin miedo, mami, que no muerdo. Así me gusta. Para que estos caballeros elijan a cuál de ustedes se van a llevar. Las reglas, caballeros, las de siempre: más plata se lleva la mejor prenda. Las armas me las dejan por aquí mientras dure la subasta, yo se las guardo. Gracias. Encantado, como siempre, de recibirlos.

El gordo nos va presentando como si dirigiera el programa de televisión más repugnante del mundo. No podemos verlos, pero sabemos que hay ladrones mirándonos, eligiéndonos. Y violadores. Seguro que hay violadores. Y asesinos. Tal vez hay asesinos. O algo peor.

—Daaaaaaamas y caballeeeeeeros.

Al gordo no le gustan los que lloriquean ni los que dicen que tienen niños ni los que gritan a la desesperada no sabes con quién te estás metiendo. No. Menos le gustan los que amenazan con que se va a pudrir en la cárcel. Todos esos, mujeres y hombres, ya han recibido puñetazos en la barriga. He escuchado gente caer al suelo sin aire. Yo me concentro en los gallos. Tal vez no hay ninguno. Pero yo los escucho. Dentro de mí. Gallos y hombres. Ya, no seas tan mujercita, son galleros, carajo.

—Este señor, ¿cómo se llama nuestro primer participante? ¿Cómo? Hable fuerte, amigo. Ricardoooooo, bienvenidooooo, lleva un reloj de marca y unos zapatos Adidas de los bueeeenos. Ricardooooo ha de tener plaaaaaaaataaaaaaa. A ver la cartera de Ricardo. Tarjetas de crédito, ohhhhhh Visa Goooooold de Messi.

El gordo hace chistes malos.

Empiezan a pujar por Ricardo. Uno ofrece trescientos, otro ochocientos. El gordo añade que Ricardo vive en una urbanización privada en las afueras de la ciudad: Vistas del Río.

—Allá donde no podemos ni asomarnos los pobres. Allá vive el amigo Riqui. Sí le puedo decir Riqui, ¿no? Como Riqui Ricón.

Una voz aterradora dice cinco mil. La voz aterradora se lleva a Ricardo. Los otros aplauden.

—¡Adjudicado al caballero de bigote por cinco mil!

A Nancy, una chica que habla con un hilito de voz, el gordo la toca. Lo sé porque dice miren qué tetas, qué ricas, qué paraditas, qué pezoncitos y se sorbe la baba y esas cosas no se dicen sin tocar y, además, qué le impide tocar, quién. Nancy suena joven. Veintipocos. Podría ser enfermera o educadora. A Nancy el gordo la desnuda. Escuchamos que abre su cinturón y que abre los botones y que le arranca la ropa interior, aunque ella dice por favor tantas veces y con tanto miedo que todos mojamos nuestros trapos inmundos con las lágrimas. Miren este culito. Ay, qué cosita. El gordo sorbe a Nancy, el ano de Nancy. Se escuchan lengüeteos. Los hombres azuzan, rugen, aplauden. Luego el embestir de carne contra carne. Y los aullidos. Los aullidos.

—Caballeros, esto no es por vicio. Es control de calidad. Le doy un diez. Ahí la limpian bien bonito y una delicia nuestra amiga Nancy.

Debe ser hermosa porque ofrecen, de inmediato, dos mil, tres, tres quinientos. Venden a Nancy en tres quinientos. El sexo es más barato que la plata.

—Y el afortunado que se lleva este culito rico es el caballero del anillo de oro y el crucifijo.

Nos van vendiendo uno a uno. Al chico que estaba a mi lado, al del bebé de ocho meses y el niño de tres, el gordo ha logrado sacarle toda la información posible y ahora es un pez gordísimo para la subasta: plata en diferentes cuentas, alto ejecutivo, hijo de un empresario, obras de arte, hijos, mujer. El tipo es la lotería. Seguramente lo secuestrarán y pedirán un rescate. La puja empieza en cinco mil. Sube hasta diez, quince mil. Se para en veinte. Alguien con quien nadie se quiere meter ha ofrecido los veinte. Una voz nueva. Ha venido sólo para esto. No estaba para perder tiempo en pendejadas.

El gordo no hace ningún comentario.

Cuando me toca a mí, pienso en los gallos. Cierro los ojos y abro mis esfínteres. Es lo más importante que haré en mi vida, así que lo haré bien. Me baño las piernas, los pies, el suelo. Estoy en el centro de una sala, rodeada por delincuentes, exhibida ante ellos como una res y como una res vacío mi vientre. Como puedo, froto una pierna contra la otra, adopto la posición de un muñeca destripada. Grito como una loca. Agito la cabeza, mascullo obscenidades, palabras inventadas, las cosas que les decía a los gallos del cielo con maíz y gusanos infinitos. Sé que el gordo está a punto de dispararme.

En cambio, me revienta la boca de un manazo, me parto la lengua de un mordisco. La sangre empieza a caer por mi pecho, a bajar por mi estómago, a mezclarse con la mierda y la orina. Empiezo a reír, enajenada, a reír, a reír, a reír.

El gordo no sabe qué hacer.

—¿Cuánto dan por este monstruo?

Nadie quiere dar nada.

El gordo ofrece mi reloj, mi teléfono, mi cartera. Todo es barato, chino. Me coge las tetas para ver si la cosa se anima y chillo.

—¿Quince, veinte?

Pero nada, nadie.

Me tiran a un patio. Me bañan con una manguera de lavar carros y luego, mojada, me suben a un carro que me deja, descalza, aturdida, en la Vía Perimetral.





#JugueteRabioso

Abril

Dos poemas /Leonardo Sciascia

Abril

 

Les busco camorra a las cosas, sentado

al sol de abril que vuelve en mí

a uno de sus juegos de resentimiento y engaño.

Miro encenderse el juego de los niños,

una risa ligera que se encanta

de luz, busca su corazón de música;

quizá su corazón de pena.

La aldea, no lejos, parece hundirse

en el verde: más allá de este juego

lleno de voces, hay sólo un país de silencio.


 


 


 

Desde el tren, llegando a B***


 

La casa brilla blanca a la orilla del mar;

y la palma se eleva en el azul,

el verde perforado por los limones de oro,

la sombra fría bajo la trama del ramaje.

Los sonidos chirrían en el cristal del día,

una barca roja se aleja inundada de voces.

La chica que aparece en la playa

ha olvidado los secretos susurrados en la noche;

saluda la mano en alto los clamores de la barca,

el azul del día marino, el alto sol ahora;

luego se inclina armoniosa a desatar las sandalias vivaces. .





Los negros de la Costa Chica no venimos del África

(De músicas actuales de negros de la Costa Chica y sus letras/líricas)

Eduardo Añorve

Segunda de dos partes

V. Luz Roja de San Marcos, los del Negrito de nación

 

Pero, en San Marcos también se cantaba a los negros y negras y morenas, y demás. Pongamos por caso El negrito, el juguetón, que invita a todo mundo a bailar su ritmo alegre para quitarse de congojas, a quien se le incita: ¡Gózala, chinito!

 

Este bonito ritmo

del negro retozón.

Me dicen El Negrito,

negrito de nación.

(…)

Me dicen El Negrito,

negrito juguetón,

por eso soy famoso

En toda la región.

 

Claro que ello ocurrió antes de que el colombiano Aniceto Molina viniera a corromper el estilo de este conjunto musical que ya era muy relevante en la Costa Chica en los años setenta del siglo pasado, sobre todo por sus boleros criollos y sus cumbias. Ellos tienen en su haber una versión con instrumentos electrónicos de La sanmarqueña, que fluctúa entre la cumbia y la chilena tradicional, música de fusión, pues, como en el caso de Los Magallones. Ellos también cantaron a la no-negra, a la güerita, a la que se le atribuye la belleza idealizada, como la del concepto aquel que su usaba en la España en el tal Siglo de Oro. Aunque, con los pies en la tierra, prefieran a Toña, Toñita [canción Así se llama], la chica que quiero yo, la del cuerpo que lo vuelve loco a uno: ¡No te olvido, morena! ¡Muévete, mi negra, muévete, mi negra! ¡Así, con ritmo! ¡Échame el pasito que te pido siempre!

 

Ven, ven a mí,

chiquita, por compasión,

ay, ay, morena,

morena, dame tu amor.

 

Con ella, también se descansa: …cuando yo llego por las noches muy cansado,/ me espera mi negrita para acostarno’ en la ‘maca. (La hamaca rayada)

 

VI. La negrita del timbal

 

Y ni los exquisitos y prófugos de lo negro y de la cultura negra tradicional, y de ser negros, del Grupo La Amistad, de Acapulco, escaparon a nombrar a las mujeres negras; incluso, hicieron una versión basada en la canción Casamiento de negros, de Violeta Parra, con el nombre de La boda negra (Vamos a relatar un casamiento de la Costa Chica: ¡La boda negra!), versión acriollada, con tambores pretendidamente africanos y gritos desaforados. Esta canción fue y es muy interpretada por muchos grupos, entre ellos, los relevantes Los Desertores y Los Karkik’s. Ellos, del Grupo La Amistad, buscaron alejarse de la cumbia y el bolero criollos para ejecutar géneros como la balada pop, llegando a hacer su versión de la italiana Días del arco iris, o de la zapoteca Na Ella (conocida popularmente como Naila, a la que le insertaron un poema). Y cantaron, en La negrita del timbal:

 

Negrita, vente conmigo a gozar este rimo

sabroso para el gran timbal.

Con su sonido mucha gente tendrás.

Ritmo de salsa, todo mundo a gozar…

(…)

Negrita, mucho cuidado, no cuentes a nadie

el secreto que tiene el timbal.

Con este son muchos millones tendrás.

Te vas a Veracruz conmigo, a vacilar…

(…)

Negrita bonita,

negrita preciosa.

Así me gusta bailar,

con mi negrita

y el sonido del timbal.

¡Negrita!

¡Negrita!

¡Negrita!

¡Negrita!

 

VII. La prieta buga del Caribe de Costa Grande

 

En la Costa Grande, del estado de Guerrero, también replicaron estas músicas y estos conceptos, como se puede escuchar en La Prieta buga, en un tono burlesco, del Grupo Caribe, de Atoyac, en que se burlan de ella, La Prieta, y de su hermano:

 

A La Prieta le dicen prieta,

y en parte le dicen güera,

pero bien sabe la prieta

que no le dicen de veras.

 

Prieta, prieta, prieta,

prieta, prieta buga,

Prieta, prieta, prieta,

color de tortuga.

 

Y tiene un hermano grande

que duerme en cama de espín.

cuando se pone zapato

no se pone calcetín.

 

Prieto, prieto, prieto,

prieto San Martín;

cuando trae zapatos

no trae calcetín.

 

También compusieron la contraparte, el Güero Güerinche. Costa Grande, antigua zona de mulatos aparceros, negros sembradores de algodón, quienes acompañaron a Hermenegildo Galeana en sus correrías por conseguir la independencia de la Nueva España.

 

VIII. La negrita guapachosa de Cirino Arellanes

 

A orillas de la laguna de Corralero, en la costa del estado de Oaxaca, en 1973, nació un conjunto musical también emblemático y relevante en la Costa Chica, Corralero Navy, de Cirino Arellanes (a) Cirino Arellano, quien se atribuye haber compuesto el primer bolero criollo, Mientes tú. Su música se dirige a la morena, para que ésta la goce, como incitan en Cumbia sabrosona: ¡Muévete, negra! O: Cuando todos bailan esta cumbia alegre,/ yo veo a esta negrita. !Mira cómo se mueve! También en la cumbia El brinquito:

 

Éste es el brinquito,

brinquito mateo.

¿Donde está mi negra linda,

dónde está que no la veo?

Y, en La negrita guapachosa, donde Cirino canta:

–Óyeme, negrita, a bailar con tu negrito guapachoso.

 

Mi negra, vente conmigo,

vente, vamos a pasear

al jardín de Pinotepa,

vamo’un ratito a jugar.

 

Ay, qué linda es mi negrita.

Me besa de vez en cuando.

Ella es la flor de Oaxaca

en Corralero bailando.

 

IX. Mar Azul: El negrito soy yo

 

También en la costa oaxaqueña, a orillas de la laguna de Chacagua, en el año 74, apareció el emblemático conjunto musical Mar Azul, que llegó a parir hasta unos doce grupos con tal nombre, actuando simultáneamente muchas veces, en distintos lugares, cuyos compositores cantaron preferentemente la vida de los pescadores, de los campesinos, de la gente negra de la Costa Chica, del campo y del mar. En su cumbia (o merequetengue) Pinotepa Nacional declaran este ser costeño, ya no el del negro de la costa, sino el del negro guapachoso, que hace música y baila, sin dejar de ser costeño:

 

Soy costeño de nación,

me gusta bailar la cumbia,

y alegre de corazón.

(…)

Yo quiero bailar con mi morena,

compadre;

¡sólo la quiero para gozar!

 

Y desde su primer disco LP, el negro costeño se asume como tal en las canciones del Mar Azul:

 

Escuchen muy bien, muchachas,

lo que les voy a decir.

Miren bien, soy un negrito,

pero yo soy de aquí.

(…)

Las morenas sí las quiero,

pero el negrito soy yo,

y, lo primero que dicen:

–Somos negritos los dos.

 

Somos negritos los dos: alusión al prejuicio que critica y condena las relaciones entre dos negros (negro y negra), e insta al blanqueamiento de la apariencia y la cultura, resumido en la conseja: Búscate a una blanquita (o blanquito) para mejorar la raza. No a alguien, tu igual, no a El negro guapachoso, el que baila, como el Negrito Vicente/ es bueno pa’ bailar. (María Teresa). El que adora y enamora a la negra, a su costeñita, a su morenita:

 

Porque te quiero, linda costeñita…

 

Me tiene loco su cinturita,

su lindo modo de platicar,

unos chinitos en su carita

y su risita angelical.

[Cumbia Porque te quiero.]

Lo mismo en la canción Oye, morena:

Va para ti, morena linda…

 

Oye, morena, si me quieres,

¿por qué no me dices la verdad?

Si sabes bien que yo te quiero

y que no te puedo olvidar.

O la muy relevante cumbia Tengo una morena: Yo tengo una morena/ que me gusta pasearla… Tal cual canta en Le canto a mi negra:

–Va para que la goce mi negrita…

 

Este paseo sabroso

yo se lo canto a mi negra bonita,

porque ella sabe gozar la cumbia

que se baila ahorita.

 

X. Final

 

Con la declinación de la chilena como una de las músicas con la más amplia trascendencia social, serían la cumbia y el bolero criollos quienes alcanzarían una todavía más amplia, a partir de mediados de los años setenta del siglo pasado y hasta estos días. Como prueba de ello habría que escuchar las múltiples versiones de las canciones de Mar Azul (en sus doce advocaciones), por citar a un conjunto dominante. A ello hay que sumarle los cientos de miles, tal vez millones, de discos compactos hechos (legal o ilegalmente), copiados, reproducidos, vendidos, comprados, así como antes lo fueron el casete y el disco de acetato (de 45 rpm y de 72 rpm, llamados sencillos los primeros, y LP, los segundos). Luego, las copias en formatos digitales (particularmente mp3), los videos, la emisión radiofónica, la reproducción casera, la de los sonideros. Y los innumerables conciertos o tocadas o bailes a lo largo y a lo ancho de este territorio costero que va o viene de Acapulco y llega o inicia en Huatulco.

Y es en esas músicas donde se encuentra el concepto nuestro del ser negro, basado en la apariencia, y al cual se le atribuyen «valores» que rayan en el estereotipo, pero que nada o poco tiene en común con el concepto que académicos, activistas y otros sectores elitistas tienen y esgrimen. Tan es así, que éste es poco conocido, peor aceptado e intrascendente para la gente de la Costa Chica.

En la actualidad, estas músicas de negros son escuchadas y bailadas por niños, jóvenes, adultos y más adultos, y por negros, indios, negro-indios, indio-negros, mestizos, mixtecos, amuzgos, nahuas, triques, afromestizos, afromexicanos (o cualquier membrete que pretenda unificar los grupos de la Costa Chica); las escuchan hombres, mujeres, gays, travestis, lesbianas, transexuales, etc.; católicos, bautistas, cristianos, evangelistas, mormones, etc., y gente de las áreas rurales, tanto como de las urbanas: en el baile popular, al ritmo de estas músicas, se destiñen todas estas etiquetas, y sólo se trata de bailar y de gozar, pues una de las funciones sociales de estas músicas son ésas: darle a la gente ritmos para mover el cuerpo y disfrutarlo.

 

XI. Pseudo adenda: El revoleático

 

Para final de esta disertación, El revoleático, que resume uno de nuestros conflictos más recurrentes y dolorosos, en modo de burla, que no es propia, sino colombiana, pero nos la hemos apropiado, y la cantan muchos conjuntos musicales nuestros, y nosotros la bailamos con nuestras negras-morenas-prietas, y ya es como si fuera de nosotros:

 

Las mujeres dicen:

–Negro es mal color.

Güeros rubios sí los quieren

aunque tengan mal olor.




Muchacha en misa.
[Foto: E. Añorve]

Campañas. Desinterés público.

Del 26 de abril al 2 de mayo de 2021 al

#1052

cultura

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