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Las cinco ofrendas
de Ayotzinapa

Margena de la O

 

Con los tres normalistas asesinados en Iguala, fueron cinco los estudiantes de
Ayotzinapa abatidos en el gobierno de Ángel Aguirre. [Foto: Eduardo Guerrero]

 

 

 

Julio César Mondragón Fuentes, Chilango, camina inquieto entre los tres autobuses estacionados en calle Juan Álvarez, a punto de desembocar a Periférico Norte, donde viajaban sus compañeros de primer año de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa, atacados a balazos por policías municipales un par de horas antes.

Marlboro, otro estudiante, vivió la persecución y los balazos. Marcaba con piedras, en la misma calle, los casquillos de armas 9 milímetros y AR-15, de los policías municipales, por si alguna autoridad llegara a ayudarles y darles pruebas de quiénes los atacaron.

Existe un instante entre ambos, apenas un cruce de palabras.

–¿Cómo estás, cabrón? –preguntó Chilango.

– Bien –contestó Marlboro, seco.

– ¿Seguro que estás bien? –atajó Chilango, con una pizca de incredulidad.

Marlboro ya no contestó y siguió marcando casquillos.

Chilango se ganó el mote en la Normal porque proviene del Distrito Federal. A todos los novatos, además de raparlos, les bautizan con un apodo. Esa noche, vestía playera cuello deportivo color rojo, pantalón de mezclilla deslavado en diferentes tonos grises, una bufanda de estambre color café que utilizaba para cubrirse la cara en las movilizaciones, y tenis.

Pasaron segundos de las palabras que cruzaron Marlboro y Chilango, y se escuchó como si todos los cohetes de un paquete grande tronaran al mismo tiempo. Balazos. El estruendo y la velocidad indicaban un calibre distinto al de los policías que los siguieron en recta las calles Hermenegildo Galeana, Juan Álvarez, Periférico Norte. Iniciaba el segundo ataque.

 

*Los recuerdos de Marlboro crearon esta pieza del rompecabezas del 26 y 27 de septiembre.

 

Al Conejo los policías no lo dejaronbajar del primer autobús. Permaneció allí, a fuerzas, casi una hora. Los tres autobuses frenaron en la esquina Juan Álvarez y Periférico Norte,porque los policías municipales atravesaronuna patrulla de la corporación para acorralarlos y dispararles.

Antes del correr de esa hora en el encierro del autobús. Marlboro y Aldo Gutiérrez Solano vieron la patrulla atravesada, bajaron del primer autobús e intentaron moverla a empujones, pero los policías les dispararon. Una bala tocó a Aldo, le  atravesó el cráneo y cayó. Es uno de los 24 heridos de ese día, el más grave: estado de coma. Marlboro corrió con suerte y es una guía de este texto.

Conejo finalmente bajó del autobús cuando los policías se fueron. Junto a sus compañeros comenzó a sumar heridos y a recordar quiénes viajaban en el tercer autobús, porque los policías municipales se los llevaron. En el tercer autobús viajaban los 43 normalistas todavía desaparecidos.

Deambulaba entre el ir y venir de los demás, y encontró a su amigo Julio César Ramírez Nava, conocido como Fierro. Conejo y Fierro estudiaron juntos el Conalep, y desde el año pasado el segundo intentó entrar a Ayotzinapa; ambos lo consiguieron este año. Charlaron.

–¡Qué, cone! ¿Cómo estás? –preguntó Fierro.

–¡Te salvaste! –contestó el Conejo, refiriéndose a que su amigo no estuvo cuando los policías municipales los atacaron a balazos, durante una persecución desde la antigua terminal Flecha Roja hasta periférico Norte. Sin saber lo que le ocurriría después.

–¿Ya le hablaste a tu mamá? –le devolvió.

– ¡No! ¿Para qué? La voy a preocupar.

–¡No! ¡Háblale! La vas a preocupar más si no le hablas

– ¡Órale, pues!

Es todo lo que se dicen. Julio César Ramírez Nava se mueve de la esquina Juan Álvarez y Periférico Norte, donde el Comité Estudiantil de Ayotzinapa Ricardo Flores Magón llamó a conferencia de prensa al rozar la medianoche del 26 de septiembre para informar del primer ataque, los heridos y detenidos. Conejo atendió la sugerencia y se quedó en el mismo lugar para escribirle el mensaje a su mamá y decirle que estaba bien.

 

*Conejo es una de las últimas personas en hablar con Julio César Ramírez Nava, antes de morir, y relató ese momento.

 

Julio César Mondragón Fuentes y Julio César Ramírez Nava,de 19 y 23 años, son dos de los tres estudiantes de Ayotzinapa asesinados en Iguala, y dos de los seis de la cifra final de muertos durante las horas compartidas entre el 26 y 27 de septiembre.

Ambos habrían librado ese destino. “El destino es el que baraja las cartas, pero nosotros somos los que jugamos”: Shakespeare. Ninguno de los dos salió a las 6:00 de la tarde de Ayotzinapa, ubicada en Tixtla, con la encomienda de ir a Iguala por los dos autobuses Costa Line que apalabraron con los choferes. Lo hicieron hasta una hora y media después, en alguna de las dos combis de la escuela, cuando sus compañeros piden auxilio al ser atacados por policías municipales.

 

***

 

En una de las fotografías que circulan en el Internet de Julio César Mondragón Fuentes, se puede apreciar su cutis terso y blanco, labios desdibujados y carnosos, ojos oscuros y cejas pobladas pobladas.

Llegó a la Normal Rural Raúl Isidro Burgos de Ayotzinapa a mediados de julio, como todos los aspirantes a un espacio de nuevo ingreso. Hace dos meses, a sus 22 años, se convirtió en papá de Melissa, que, dijo la madre a reporteros, heredó su cara.

Después de conseguir su ingreso, Chilango y otros 12 de sus compañeros adaptaron parte de la panadería para dormir, porque no alcanzaron cubi, nombre que los normalistas le dan a los dormitorios: espacio de tres metros por tres metros donde se acomodan 12 estudiantes.

Escogió la esquina del rectángulo de seis por tres metros que tomaron de la panadería. De cama tenía un tendido de colchas en el suelo, que la esposa, Marissa, se llevó al día siguiente que vino a Guerrero a reconocer el cuerpo. La condición del resto es la misma: sábanas tiradas para marcar territorio; ropa atravesada sobre lazos o en cajas de tablas a manera de ropero, y una mesa con divisiones en la que antes amasaban harina, y ahora es cama de seis estudiantes.

Marlboro pasó las horas después del ataque hasta el amanecer, ocultándose en casas de maestros de la CETEG que los auxiliaron, en la Fiscalía Regional de Justicia y en rondines con policías ministeriales en busca de sus compañeros desaparecidos.

Volvió a saber de Chilango el 27 de septiembre por la mañana. Un dirigente estudiantil le llamó para enseñarle una fotografía en su celular: un cadáver tirado en el suelo. Tenía una playera color rojo alzada hasta el pecho, la mano izquierda encima del abdomen desnudo, y una bufanda color café atada el cuello, sin la piel de la cara y los ojos. Lo reconoció aun con la cara arrancada.

Lo más crudo del día vendría unos minutos después. Entró al Servicio Médico Forense de Iguala, vio el cadáver, su ropa, y escuchó a un perito decir: “Lo desollaron, le sacaron los ojos estando con vida. Lo torturaron, y aún se quejaba cuando le sacaron los ojos”. Marlboro llora.

 

 

***

 

La producción de flores de cempasúchil y terciopelo que los normalistas de primer año de Ayotzinapa vigilaron en los campos agrícolas hasta antes de irse a Iguala, el 26 de septiembre pasado, salió a venta hacia Ayutla, el 31 de octubre.

El Comité de Producción, un segmento del Comité Ejecutivo Estudiantil de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, entre sus acciones, cada año siembra y cosecha estas flores para venderlas durante el Día de Muertos. Con la venta mantienen en producción todo el año los campos agrícolas de casi siete hectáreas de la escuela, actividad de la formación del maestro rural.

Muchos de los que cuidaron la siembra de las flores están desaparecidos y otros, Julio César Nava Ramírez, Daniel Solís Gallardo y Julio César Mondragón Fuentes, muertos. El saldo de unas horas en Iguala.

 

***

 

Ayotzinapa y sus cinco muertos. La cifra se cuenta en dos hechos donde el ataque y las balas son los elementos característicos de un gobierno. Las cinco muertes de Ayotzinapa ocurrieron en el gobierno de Ángel Aguirre Rivero. Para ninguna de esas cinco muertes de estudiantes hay culpables intelectuales –gobernantes de Estado– en castigo.

A Gabriel Echeverría de Jesús, lo mataron en la autopista del Sol corriendo de frente a los policías federales, y a un costado de los policías ministeriales, a mediodía en una protesta del 12 de diciembre de 2011.

 

Las balas de quien sabe qué arma le entraron entre el cuello y la cabeza de su lado derecho, y lo dejaron tirado boca abajo con la intención de aventar las piedras que traía en las manos.

A Jorge Alexis Herrera Pino, también las balas de armas que el Estado ocultó lo mataron en ese mismo acto, y lo dejaron tirado del otro lado de la misma carretera de cuota, en el mismo tramo conocido como Parador del Marqués que a Gabriel, sólo que en el sentido norte-sur, boca arriba y con los orificios de frente en la cabeza.

Gabriel y Jorge Alexis son las víctimas de un día que los normalistas de Ayotzinapa pretendían marchar para pedir una audiencia con el gobernador ahora con licencia, y a quienes los policías federales y ministeriales no los dejaron avanzar por la Autopista del Sol.

Los otros tres son parte del saldo del estallido de violencia en Iguala la noche del 26 y la madrugada del 27 se septiembre. Julio César Ramírez Nava y Daniel Solís Gallardo, cayeron casi al mismo tiempo al costado de Periférico Norte, cerca de un portón negro que a letras grandes anuncia: “Lavado y aspirado”.

El asesinato de los dos normalistas ocurrió en el que narraron como el segundo ataque de un mismo día. Unas dos horas después que los policías municipales los persiguieron por las entrañas de la ciudad, cuando creyeron librarla de estar en la boca del lobo.

El lobo tenía la alcaldía de Iguala, y  de esposa a quien según la PGR encabezaba desde el ayuntamiento al grupo criminal Guerreros Unidos. José Luis Abarca Velázquez y María de los Ángeles Pineda Villa son la mancuerna entre el narcotráfico y el gobierno.

Julio César Mondragón Fuentes, es el normalista asesinado a puro dolor. Le quitaron el rostro y le vaciaron los ojos quienes los atacaron la segunda vez.

Omar García, un normalista sobreviviente parece saber por qué la saña del crimen, y lo comparte en un programa de televisión nacional, con la anuencia de quienes se lo platicaron y les da miedo denunciar: Julio César Mondragón Fuentes escupió la cara de quienes lo capturaron mientras corrían entre las balas.

 

 

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