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SUPLEMENTO

 

 

ElSambo
deGuerrero

Suplemento de antropofagia cultural etnicitaria
para afroindios y no-afroindios de Guerrero
y de Oaxaca, y de todo el universo oscuro.

 

Número Zero. Año Zero | © El Zambo baila la samba con una zamba Productions

 

 


 


Zambo
, ba. adj. y s. Dícese del hijo de negro e india, o de indio y negra, seguramente por la comunidad de ciertos caracteres con el mono del mismo nombre.

Francisco J. Santamaría

 

 

 

 

 

CABEZAS OLMECAS

[La otra presencia de los negros en México]

Eduardo Añorve

 


Una técnica de la ficción tendrá que ser imprescindible
uando la técnica histórica no pueda establecer
el dominio de sus precisiones.

José Lezama Lima

 

 

 

 

Ejercicio de ficción es éste. Según los métodos de investigación de la historia y de la arqueología, no hay modo de “probar” que los negros africanos hayan arribado en épocas pretéritas al hoy continente americano, concretamente a las costas Golfo de México; menos que hayan influido en la formación de la cultura madre de América, la de los llamados olmecas, quienes, según Laura Laurencich dieron comienzo a la geometría cósmica mesoamericana, es decir, a la división ordenada del espacio en sentido horizontal según los cuatro puntos cardinales, y en sentido vertical en Alto y Bajo, división que expresaron en la construcción de las ciudades-centros ceremoniales, cuya concepción, como lugares de reunión religiosa, administrativa y social, es a su vez uno de los elementos que caracterizaron la cultura mesoamericana. Parece que también se debe a los olmecas la invención de la escritura jeroglífica-ideográfica y la concepción del calendario mesoamericano basado en la combinación del calendario solar de 360 + 5 días con el calendario ritual de 260 días, así como el complejo ritual de la pelota, disputado entre equipos contrarios. Ellos fueron además los primeros en considerar los jades no sólo como señal de riqueza espiritual y material, sino también como expresión del culto de la fertilidad-felicidad-vida, concepción que seguía tan viva en la época de la conquista que Moctezuma II, el penúltimo y desafortunado rey azteca, le advirtió a Hernán Cortés que nada valía el oro, del que se apoderaban los famélicos conquistadores, respecto a un puñado de jades.

 

Sin embargo, en 1862, ante la primera colosal cabeza olmeca descubierta, José María Melgar y Serrano, no pudo menos que decir:

 

En tanto que obra de arte es, sin exageración, una escultura magnífica... pero lo que más me ha asombrado es el tipo etíope que representa. He pensado que sin duda había habido negros en este país, y ello en las primeras edades del mundo.

 

 

Soldados, guerreros; dice Bailey:

 

Ante las esculturas olmecas, todo el mundo puede ver que los fenicios del primer milenio a. de JC. utilizaban tropas de negros de África occidental, hombres bien acostumbrados al clima de una colonia tan meridional, tropical y costera. También las caras barbudas semíticas de los fenicios aparecen regularmente junto a las más habituales figuras de los indios mexicanos, que casi nunca llevaban barba.

 

Bailey, para reforzar la idea del establecimiento de una colonia fenicia en el 800 a. de JC., presenta los testimonios de Diódoro Sículo, Platón, Aristóteles, Teopompo, Proclo, Séneca, Claudio Eliano, Pausanias, Pomponio Mela y Plutarco como evidencias del conocimiento que se tenía de la existencia de América, nombrada genéricamente como isla o islas, o particularmente como la Atlántida. Luego compara la similitud de la arquitectura, los jeroglíficos, algunas figurillas de barro y otras costumbres de la cultura europea con las de la cultura americana; aunque confunde lo olmeca con lo azteca o maya. Arguye, además, la presencia de pueblos negros en el momento de la llegada española a América, basado en el testimonio de Quatrefegas, quien lo basa en Donelly:

 

Las poblaciones negras se han descubierto en América en pequeño número, como tribus aisladas entre poblaciones muy diferentes. Éstas son las de los charrúas del Brasil, los caribes negros de San Vicente, en el golfo de México, los jamassi de Florida... Una de ellas es la tribu a cuyos representantes vio Balboa a su paso por el itsmo de Darién en 1513.

 

 

 

Al respecto, en México a través de los siglos se apunta:

 

Pero la prueba perentoria de la antigua existencia de la raza negra en nuestro continente es que todavía se encuentran sus restos en él, y de otros nos hablan los cronistas primitivos. Tales son: los caracoles de Haiti, los califurnams de las islas Caribes, los arguahos de Cutara, los aroras o yaruras del Orinoco, los chaymas de la Guayana, los maujipas, porcigis y matayas de Brasil, los nigritas, chuanas o gaunas del itsmo de Darien, los manabis de Popáyan, los guavas y jaras o zambos de Honduras, los esteros de Nueva California, los indios negros encontrados por los españoles en la Luisiana y los ojos de luna y albinos, descubiertos unos en Panamá, y destruidos otros por los iroqueses.

 

Romeo H. Hristov y Santiago Genovés documentan los viajes trasatlánticos antes de Colón y establecen tres rutas: una que parte de Inglaterra y arriba a la Península del Labrador; otra que va de la Península Ibérica hasta las Antillas, pasando por las Canarias (ruta que han recorrido en las expediciones atlánticas RA 1 y RA 2, con balsas de papiro, construidas según modelos egipcios antiguos); y, la última, que parte de Madagascar, pasa por Sudáfrica y llega a las Antillas; presentan cientos de figurillas de distintos tipos raciales —de rasgos caucasoides, semíticos y negroides— encontradas en América como evidencia. Y afirman que

 

los hallazgos de objetos de ámbar y estaño en varias tumbas neolíticas de Almería, España, permiten ubicar los primeros viajes entre los finales del tercero y los inicios del segundo milenio a. C., y desde estas fechas hasta la víspera del memorable viaje de Colón en el Atlántico ha existido una navegación sin interrupciones significativas.

 

No obstante lo anterior, no hay pruebas “científicas” del origen o de la influencia africana en las cabezas olmecas; ni siquiera de que sean retratos de personajes, ya deportistas, ya príncipes o ya insignes. Suponer algún aspecto africano o negroide en ellas no pretende demeritar la grandeza de la cultura olmeca como indígena de América. Bonifaz Nuño, poeta, es categórico: La cultura olmeca se construyó alrededor de un particular concepto del hombre. La imagen de éste, con diversos grados de estilización, aparece en ellas con multiplicada persistencia. No ve que las cabezas colosales, por ejemplo, son retratos, como parecen, sino observa que sus labios son imágenes estilizadas de la serpiente que se enfrenta a sí misma

 

y que al unirse con la imagen del hombre originan desde entonces, en Mesoamérica, la figuración del poder universal en el instante en que va a comenzar su pleno ejercicio [y donde los ojos estrábicos muestran] la humana intención de encontrar la verdad íntima de la realidad, de la posibilidad humana de descubrir lo verdadero y permanente en el siempre cambiante y engañoso mundo presentado por los sentidos de la conciencia.

 

Y aquí Bonifaz Nuño no ejercita la ficción sino la razón: su explicación es en exceso elaborada y artificiosa, y atenta contra lo que él, de raigambre cultural occidental, previene: emplear las normas occidentales al procurar interpretar lo que nos pertenece, y que por esencia... resulta oscuro y lejano. Soustelle propone que las cabezas colosales no pueden ser consideradas seriamente como representantes de un negro africano. Los ojos son típicamente mongólicos, la boca no presenta sino una vaga analogía con las esculturas africanas, mientras que se relaciona con todo el conjunto del arte olmeca. Tampoco ve ni quiere ver que son retratos: hoy mismo pueden verse individuos con rasgos similares. Y se confunde Soustelle porque no se trata de estas cabezas parezcan esculturas africanas; los olmecas no concebían su hechura como arte. Lo que es inconcebible es que no mire, y tampoco lo hace Bonifaz Nuño, que bien mirado el conjunto de las cabezas colosales no se relacionan con todo el conjunto del arte olmeca o no obedecen al mismo hálito de representación; junto con otras piezas de la iconografía olmeca, se distinguen por su realismo sin estilizaciones abstraccionistas. Excepto que su realismo sea irreal y realmente sea producto abstracto, estilizado de una cultura en plena madurez creativa.

Es un ejercicio de ficción —porque no hay “pruebas” que aportar—, no de subestimar la capacidad de los indígenas americanos; en todo caso, las influencias y préstamos culturales entre los pueblos y las civilizaciones son más comunes y cotidianos de lo que creemos, y nadie deba escandalizarse ante ello. Si lo dicho es cierto, los negros africanos ya eran conocidos de los olmecas, antes de que Colón viajara hacia América. Recuerdo, en este momento, una hipótesis que liga por tercera ocasión a los descendientes de los negros africanos esclavos de la Costa Chica con los olmecas (la primera se refiere a las cabezas colosales, la segunda a la presencia de los olmecas en la zona —la figuras de arcilla más antiguas se localizan en Tehuacán, Puebla, y en Puerto Marqués, Guerrero y tienen una antigüedad de 2500 a . C.): la cultura olmeca se originó en el estado de Guerrero. Baste hoy de ficción, que la realidad obliga a cortar la perorata.

 

 

 

 

 

 

 

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