El largo periplo en busca de un mejor México

José Francisco García González

Con la finalidad de que mis colaboraciones en este semanario lleven cierta secuencia, en esta tercera entrega haré un escueto recorrido por los periodos que ha atravesado México hasta llegar a lo que es la vida pública actual, luego de que en las dos anteriores entregas abordé, primero, las dificultades para lograr una transición en el país, y, segundo, la adopción del neoliberalismo a la mexicana.

La historia de resistencia en el país inicia con la invasión de los españoles y el derrocamiento del reino mexica o azteca, que en ese momento tenía bajo su dominio a otras culturas aledañas a la gran Tenochtitlan. Les cobraba tributo y les imponía sus reglas de organización. Consumada la conquista, los españoles se establecieron en este país al que todavía no se le conocía como de México, sino con el nombre de La Nueva España, impuesto por los conquistadores, y lo sometieron durante tres siglos, periodo conocido como La Colonia.

Con la revuelta de nativos, mestizos y criollos, comandados por una casta de curas pensantes y letrados, se luchó hasta lograr la independencia del país, estableciendo su propia constitución en 1824. Desde entonces se le empezó a denominar, primero como la Nación Mexicana, y posterior a la Constitución Política de 1827, ya es la República Mexicana, con la conformación de la entidad federativa.

El otro periodo claramente definido es el conocido como La Reforma, encabezado por un grupo de liberales de ideales bien definidos y principios tendientes a conformar un país con más igualdad social, pero, sobre todo, uno de los principales objetivos fue quitarle poder político y económico a la iglesia y desalentar las ambiciones de los conservadores que añoraban ser colonia de otras naciones y hasta a un emperador querían para gobernar a México o aquellos conocidos por Los Polkos, que deseaban ser parte de los Estados Unidos de Norteamérica. A pesar de la oposición de los conservadores se aprobó la Constitución Política de la República Mexicana, de ideología liberal y progresista en esos tiempos.

El periodo revolucionario, en donde el foco de atención se centra otra vez en las enormes desigualdades en la distribución del ingreso público y en el maltrato a la clase obrera en las fábricas y a los campesinos en las haciendas. Pero lo que en esencia motivó el descontento de amplios sectores de la población –alentado por el llamado al «sufragio efectivo, no reelección»–, fue la permanencia en el poder por más de treinta años de José de la Cruz Porfirio Díaz Mori.

Posterior a este periodo, con el derrocamiento del porfiriato, en México se vive un periodo de inestabilidad política y económica, etapa que comienza en 1913, con golpe al presidente Francisco I. Madero, conocido como La Decena Trágica. Todo este periodo se caracterizó por los arribos y caídas del poder efímero de generales activos en política. Existe un periodo de cierta estabilidad a partir de Plutarco Elías Calles, que se consolida en el periodo de Lázaro Cárdenas del Río, con programas para fortalecer la educación en zonas rurales y fomentar las profesiones técnicas, así como con la construcción de infraestructura hidráulica y carretera, la repartición de tierras, fortaleciendo con esto a ejidos y comunidades rurales. Sin embargo, la principal obra de su periodo fue la expropiación del petróleo, dándole la importancia debida, como recurso estratégico para el crecimiento de una economía que apenas se recuperaba de aquel periodo revolucionario.

Durante dicho periodo se registra cierta estabilidad y un relativo crecimiento económico que sienta las bases de lo que posteriormente se calificaría como El Milagro Mexicano o desarrollo estabilizador que data de 1940 hasta 1956, en el periodo de Adolfo Ruíz Cortines. El factor determinante de esta etapa histórica de crecimiento, después de la Segunda Guerra Mundial se dio precisamente hacia afuera, y la economía del país giró en torno al dinamismo del sector primario con la exportación de materias primas; y el empuje de la explotación petrolera y la minera, la industria manufacturera, la construcción y la producción agrícola, fueron pilares fundamentales para registrar una estabilidad política y económica en el país.

Existen voces de especialistas que analizan el periodo posrevolucionario como fallido. Pero dándole a las cosas su justa dimensión y tratando de contextualizarlo en otro polo del estudio, agregaríamos lo siguiente: en cualquier periodo de bonanza y auge económico en los bienes públicos, no faltará la tentación de grupos de poder económico y político de apropiarse no solo de los saldos sin destino específico en las finanzas públicas, sino de los bienes de la Nación, tales como: territorios y la explotación de los recursos naturales para beneficio de particulares. Fue en este periodo en el que se fue conformando grupos de interés, tendientes a prácticas de corrupción de servidores públicos y empresarios, este fenómeno malsano, fue creciendo como un cáncer que hasta nuestros días persiste y se está tratando de aminorar. Han salido a relucir expresiones fatalistas, las cuales aseguran que los mexicanos somos corruptos por naturaleza, así como el de la violencia que según, viene inmersa en nuestra propia sangre. O el que la gente es pobre por ser floja, perezosa y sin ambiciones. O de esas frases latrocínicas de: «Uca uca… el que se lo halle se lo emboruca»… «El que no tranza no avanza»… «Que robe pero que salpique»… «Robé, pero poquito»… «No quiero que me den, sino que pongan donde hay»… y más recientemente: «Un político pobre, es un pobre político»… «La moral es un árbol que da moras»… En el año de Hidalgo, pendejo el que deje algo»…

Los abusos burocráticos y la contaminación en ascenso de la institucionalidad de un sistema político presidencialista se fueron degradando hasta llegar al repudio colectivo, ya sea por la marcada tendencia a la depredación de la hacienda pública, el corporativismo de sindicatos, confederaciones y demás sectores de la clase trabajadora y burocrática, siempre aliadas al priísmo como partido único. Esa clase política de la posrevolución fue perdiendo fuerza y poco a poco fue siendo sepultada por una nueva generación de tecnócratas, instaurando lo que se registra sin ambigüedades en el llamado periodo neoliberal que va del año 1982 hasta el presente.

Es pues así, cómo llegamos a lo que la actual administración de Andrés Manuel López Obrador denomina La Cuarta Transformación. Ahora bien, pretender que la copiosa aprobación, mediante la votación de millones de mexicanos, traería el silencio y la resignación de la otra parte de la población era como querer tapar el sol con un dedo. No. Era evidente que las inercias y costumbres arrastradas de un régimen político cimentado en prácticas de corrupción, tendrían que poner el grito en el cielo, a pesar de saber de todo el lastre que cargan a cuestas y defender a ultranza lo indefendible. ¿Cuál es la razón? Me aventuro a afirmar que los feudos que existen en el país, se defenderán hasta el último aliento; la reproducción a escala menor fue permeando hasta los municipios en el mal manejo de los dineros públicos, pasando por los gobiernos estatales y hasta en las universidades públicas, en donde se recrean cacicazgos aliados a los gobiernos en turno. Luego entonces, tenemos otro gran problema que se dejó crecer, es más se alentó desde el poder: el crimen organizado. Ya no solo fue la producción y tráfico de estupefacientes, sino que los delitos se diversificaron, afectando desde hace más de una década a la población común y corriente, que es la que sufre ese cáncer difícil de erradicar: la inseguridad. Es ahí en donde se están enfocando todas las baterías de la oposición reaccionaria y recalcitrante; obviamente, sin llegar al mea culpa. Estos ideólogos del conservadurismo no le entran al fondo de las causas del por qué o desde cuándo se comenzaron a generar las condiciones, cuál es el caldo de cultivo para llegar a la pudrición del sistema de seguridad, en los cuerpos policiacos, fuerzas armadas, tácticas de espionaje e inteligencia fallidas. Se omite abordar el tema poniendo las cosas en su justa dimensión, abriendo los expedientes de las complicidades ancestrales de políticos, funcionarios públicos y hasta gobernadores; personajes activos y parte fundamental en toda esta maraña oscura, evaden su responsabilidad, haciendo mutis en cuanto se les toca el tema de lo que está sucediendo en su ámbito de mando.

Es muy cómodo echar culpas a la Federación, cuando la propia población sabe cómo se fueron empoderando estos grupos, hasta superar y con mucho a las instituciones, convirtiendo a las bandas en un verdadero poder fáctico que decide y define la economía de muchas regiones del país. Entonces, llegamos a la conclusión que este será uno de los problemas más difíciles de resolver a corto y mediano plazo, por su complejidad y los intereses creados desde el seno del poder. Existe una resistencia férrea por romper esos lazos de hierro e iniciar una nueva ruta hacia el camino de tranquilidad y paz de una sociedad cada día más harta de la impunidad y de un sistema de justicia lento y de cero investigación por esclarecer los miles de asesinatos que se hunden el total olvido.

Algo muy importante que no sobra decir es que los intereses creados mediante los jugosos negocios que los políticos y empresarios corruptos construyeron a la sombra del poder, les impedirá desprenderse de su estrategia vil de vigilantes hasta del más mínimo error del gobierno de López Obrador. Esas artimañas las entendemos, aunque no se justifiquen; pero así es: nuestra historia está llena de contrastes; seguiremos viendo eventos de altibajos en una administración de apenas trece meses de vida. Los que opinan, piensan, escriben tienen la responsabilidad de hacer el esfuerzo de abordar las cosas sopesándolas en su justa dimensión. Recordemos que también los extremos tienden a toparse, así como existen el conservadurismo activo, también existe el radicalismo, del que en los próximos meses se sabrá qué postura adoptará. Ya por ahí se escuchan ecos de ejércitos rebeldes que años atrás no dijeron nada ante la tupida que se le propinaba al pueblo pobre con las reformas estructurales y vieron pasar y dejaron hacer todo lo que estos ambiciosos neoliberales se les antojó. Nunca tuvieron llenadera. Y creo, ni la tendrán. Ellos no se quedarán sentados a esperar que les vuelvan los privilegios. Pero nosotros los jodidos tampoco. El llamado sería a estar atentos y pendientes de todo lo que está pasando en este país de hombres y mujeres incansables.

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Ayotzinapa y la agenda de la rebeldía

Humberto Santos Bautista

Desgraciadamente, es más fácil hacer programas de liberación de los demás, disponerse a cambiar el mundo, las instituciones sociales y hasta la marcha de la historia, que cambiarse a sí mismos.
Gabriel Zaid Leer

La llamada Cuarta Transformación de la República, que es el gran proyecto del gobierno federal, tendrá que tomarse en serio la imperiosa necesidad de apuntalar los cambios que propone en una agenda estratégica, en la que se armonicen dos grandes ejes: la cultura y la educación, porque solo de esa manera, con ciudadanos cultos y educados, se puede aspirar a «un cambio verdadero». La alusión a la cultura tiene que entenderse en el más completo sentido de la palabra, y no en su acepción elitista y aristocrática, que es discriminatoria por principio.

En ese mismo contexto debe leerse la cuestión de la educación, pues ser educado no implica solo tener títulos universitarios, sino que la misma posesión de los éstos por una minoría debe llevarnos a hacer una crítica profunda al actual Sistema Educativo Nacional, para diferenciar de forma radical el costo que ha significado el haber priorizado la escolarización de la gran mayoría de la población, que es la fuente misma de la baja calidad de la educación que se ofrece en las aulas.

La cuestión está en saber apreciar el papel de la cultura y de la educación para potenciar todas las capacidades del ser humano. Si todos tienen acceso a la mejor educación, sobre todo, en educación básica y los más marginados, entonces habrá piso parejo para todos, aunque el punto de llegada será diferente, porque eso dependerá del desarrollo de las capacidades y potencialidades de cada sujeto, lo cual se verá altamente favorecido, si la educación se sustenta en los valores culturales de los educandos. Una educación que priorice el contexto, será no solo de calidad, sino también y sobre todo, pertinente. En sentido inverso, una educación descontextualizada solo seguirá incrementando el rezago.

Quizá el mejor ejemplo del papel que juega una educación pertinente y de buena calidad, impartida por un buen docente, sea el del escritor argelino Albert Camus, quien este 4 de enero acaba de cumplir sesenta años de haber perdido la vida en un accidente.

Camus es también el mejor ejemplo de cómo en la escuela se aprende a ser rebelde, en el mejor sentido de la palabra, para poder sobrevivir en un mundo agresivo y hostil. Camus enseña que el elogio a la rebeldía se hace pensando, quizá porque la peor pobreza no es precisamente la económica, sino la que habita en la cabeza. Es decir, la pobreza que realmente lastima y niega al sujeto, es la pobreza de pensamiento, la que lleva a pensarse pobremente para terminar en la autocompasion. En los tiempos actuales, el pensarse pobremente se refleja cuando las personas están más interesadas en tener y no en ser y por eso viven prisioneras en las cavernas de las megatiendas o en los supermercados.

Por eso, la rebeldía es también el primer acto para atreverse a pensar por sí mismo, y Albert Camus es el mejor ejemplo de que el primer acto rebelde consiste en educarse. Si no fuera así, ¿cómo fue que un niño huérfano a los tres años, con una madre analfabeta y sorda y una abuela con autoridad que lo mandó a la escuela, se abrió el camino no solo para que aprender a leer y escribir, sino para que ganar el Premio Nobel de Literatura en los años cincuenta?

Por supuesto, eso fue posible porque en la escuela tuvo un excelente maestro y por eso, cuando le notifican que ganó el Nobel, lo primero que hace es escribirle una carta a su maestro, en donde le dice: «Primero pensé en mi madre y luego, en usted». A su manera, Camus nos enseña dos cosas en esa brevísima carta: Una es el agradecimiento con la mujer que le dio la vida y la otra con quien le enseñó a vivirla; y dos, que la educación se adquiere en dos espacios esenciales: la familia y la escuela. Solo cuando eso se armoniza, uno puede enfrentar las adversidades de la vida.

Pero hay una tercera enseñanza implícita en la carta de Camus: la vida es, sobre todo, aprendizaje. Y el deseo de aprender es también un deseo de querer vivir. Parte de esa historia la cuenta en el libro que no acabó de escribir y cuyas hojas terminaron regadas en el suelo después del accidente en que perdiera la vida... Después se publicó con algunas imprecisiones sin perder su esencia: nos quería dejar una lección de rebeldía.

Por eso, ser rebelde implica aprender a conocerse uno mismo y luego creer en lo que uno hace, así sea que nadie crea en uno y en las condiciones más duras y desfavorables. Ése es el camino donde realmente se aprende; es decir, donde se vive a plenitud. En el contexto actual, hay una imperiosa necesidad de releer a Albert Camus por su vigorosa actualidad para entender el sentido de la rebeldía.

Es una lectura pertinente y todavía pendiente para los alumnos de la Escuela Normal de Ayotzinapa, al menos por tres razones:

 

1. La rebeldía más radical es la que se hace educando y educándose primero a sí mismo. No se puede aspirar a cambiar nada si el punto de partida es el analfabetismo contextual que lleva a no entender nada de los problemas emergentes.

2. La mediocridad es también una elección, y en un contexto donde el motor del desarrollo social es el conocimiento, no se puede seguir pensando con categorías obsoletas en torno a la docencia, cuando los niños y jóvenes a los que hay que educar son una generación con un lenguaje y una visión del mundo muy distante de la que se estudia en las normales rurales. Si eso no se entiende, se cumplirá la tesis de Gabriel Zaid, quien dice algo así como: «Si en la escuela se enseñará a hablar a los niños, por parte de los docentes, la gran mayoría saldría mudo o tartamudo». Los docentes son incapaces de enseñar a leer y escribir a los niños, porque no están entendiendo el lenguaje en el que está hablando.

3. Hay la necesidad de un proyecto educativo –no pedagógico– de transformar radicalmente a la normal rural de Ayotzinapa, si quieren jugar un papel trascendente en la transformación del país; de no hacerlo, solo serán una referencia de un fundamentalismo anacrónico que no le servirá a nadie, porque lo que ahora se requiere es una educación que contribuya a la transformación del país, y eso solo se hace aprendiendo a pensar por cuenta propia.

Ése, en realidad, es el más radical acto de rebeldía.

Ojalá se entienda.

aa

Remington 12

De la década de 1920.

Del 6 al 12 de enero de 2020

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