De pueblo negro a afromexicanos

¿Despidiendo al Conapred?

Eduardo Añorve

De Afromexicanos a Pueblo Negro, nombraron el foro; ésa era su pretensión: de afromexicanos a pueblo negro. Ahora, en junio de 2020 sabemos que esa propuesta no fue aceptada, que en la Constitución federal se asentó, por fin, el término afromexicanos, y que el término negros fue desdeñado.

Hace trece años y un mes, el 21 y el 22 de julio de 2007, se reunieron algunas organizaciones sociales de Oaxaca y de Guerrero, acompañadas de académicos y activistas de la Ciudad de México, Veracruz y Michoacán, además de un colombiano.

Su propósito: «Pretendemos que la realización del Foro dé como resultado una iniciativa de ley que pueda ser retomada y defendida por los legisladores federales de nuestra región, por ello, en el foro debemos dar todos los argumentos sobre el porqué (sic) es necesario el reconocimiento jurídico de la población negra en México».

Inevitablemente este planteamiento remite al libro del ubicuo doctor Gonzalo Aguirre Beltrán La población negra de México, escrito setenta y un años antes del foro, en 1946; por la similitud con el título y con el término que allí se utiliza, negro, aunque hubiera diferencia en el concepto.

Fue a mediados de la década de los años noventa que comenzó a utilizarse el término negro con connotación política para referirse a la población afromexicana de la Costa Chica, bajo la influencia de activistas y académicos de origen cultural estadunidense, como Bobby Vauhgn y Glyn Jemmot Nelson, guiados por la idea del pan-africanismo.

Entre la población afromexicana, en esos tiempos –y todavía– se utilizó el término negro para referirse al prójimo de un modo descriptivo, haciéndose alusión sobre todo al color de piel, en el cual la connotación racista se da de cuando en cuando; era éste un concepto local, que abundaba en el habla cotidiana y en las músicas propias; es decir, era el mismo término, pero otro su concepto.

Antes de 2007 también se presentaron a la Cámara de Diputados y a la de Senadores propuestas en sentido inverso: para el reconocimiento de los afromexicanos y no de los negros, pero no fueron aprobadas; ello no era un tema.

Y todas ellas adolecieron de legitimidad; es decir, no fueron producto de consultas u obedecieron a las necesidades y aspiraciones de las poblaciones afromexicanas; además, comenzaron reconociendo y aceptando de manera implícita su intrascendencia: el de los negros (de la Costa Chica) es un grupo que «…debe ser parte del mosaico étnico de nuestro país», resumió así esa pretensión Javier Ziga en el foro de 2007.

Lo justo, y eficaz, habría sido tomar el argumento de don Gonzalo, en el sentido de que no se puede hablar de México sin tomar en cuenta la relevancia de los afrodescendientes en su constitución y erección; es decir, reconocer que la presencia de los afromexicanos no se circunscribe a la Costa Chica, sino que se desborda y contiene en todo el territorio.

«El énfasis que hemos puesto en la importancia del estudio del negro, y la necesidad de su aproximación etnohistórica, tiene una motivación de orden práctico de gran trascendencia a nuestro juicio, a saber: la necesidad de tener siempre presente al negro donde quiera que se pretenda realizar un estudio exhaustivo e integral de la cultura nacional o de las culturas indígenas regionales», escribió Aguirre Beltrán en 1956, en Cuijla. Esbozo etnográfico de un pueblo negro.

Sin embargo, los exiguos movimientos, los escasos individuos y las maltrechas y elitistas organizaciones sociales y políticas de la Costa Chica, en principio, y otras que fueron apareciendo en el país, después, optaron por considerar a los afromexicanos como una minoría étnica, y desde ahí plantaron el reconocimiento constitucional.

Tal vez uno de los pocos investigadores y activistas —integrante casual de ese movimiento— que propuso en aquel foro ampliar esa visión fue el historiador Jorge Amós Martínez Ayala, de Michoacán, pero fue desoído sistemáticamente, porque estos grupos nunca lo reconocieron como legítimo, o no lo incluyeron en la toma de decisiones, sino que siempre lo veían como un frastero.

«…no vamos a caer en la trampa colonial de los estereotipos que hacen al jarocho de Veracruz igual al costeño de Oaxaca, al cocho de Tierra Caliente, al seminol de Coahuila, aunque todos seamos mulatos, afromestizos, afromexicanos.


La educación, las ideas y el proyecto de nación

Humberto Santos Bautista

Porque cada liberal lo es hasta el grado en que sabe, o en que desea manumitirse; y nuestros contrarios son todos igualmente serviles y casi igualmente pupilos.
Melchor Ocampo

En el siglo XIX –según Inmmanuel Wallerstein– surgieron las tres grandes ideologías de la modernidad: el conservadurismo, el liberalismo y el socialismo, como grandes estrategias políticas para enfrentar los nuevos desafíos que planteaba el mundo organizado por el capitalismo. Estas ideologías necesitaban legitimar un «sujeto» o actor político principal que las diferenciara del absolutismo de la monarquía, y en ese sentido las tres grandes ideologías de la modernidad coincidieron desde el principio en que el depositario de la soberanía tendría que ser «el pueblo», aunque nadie precisaba con claridad que entendía por tal concepto y cada ideología le daba su propia interpretación. Para los liberales, el depositario de la soberanía era el individuo libre; en tanto que para los conservadores, la soberanía encarnaba en los grupos tradicionales como la familia, la iglesia, la corporación; y por lo que tocaba a los socialistas, la soberanía solo podía delegarse en todos los miembros de la «sociedad». En esa confusión ideológica, «el pueblo» era un fantasma al que todos nombraban, pero nadie podía explicar con precisión a quién específicamente se refería.

En esta ambigüedad se encuentra todavía la lucha ideológica que ahora se pretende reeditar en México, en un contexto radicalmente distinto y con problemas también más complejos, porque todos los actores políticos siguen nombrando al «pueblo» sin saber quién es el «pueblo». Pero a diferencia de las batallas ideológicas del Siglo XIX, ese debate está vacío de contenido y con diferentes argumentos, los nuevos actores políticos coinciden en una carencia común: no hay un proyecto de nación que los diferencie, porque todos aspiran al poder para terminar administrando el mismo proyecto; es decir, el que ya tiene organizado el capitalismo salvaje.

De esta forma –si como sostiene Wallerstein–, el elemento sustancial al Estado liberal es la democracia, en el contexto actual quizá ahora la democracia ha dejado de ser algo consustancial al liberalismo, toda vez que «…el actual sistema mundial no es democrático porque el bienestar económico no es compartido por todos por igual. Lo que está llegando a ser visto como normal ahora no es el cambio progresivo sino la desintegración social». El liberalismo tiene una concepción del Estado en la que éste tiene poderes y funciones limitadas y se presenta tanto como la antítesis del Estado absoluto, como al Estado que hoy llamamos social. Es probable que para apreciar mejor los límites de la democracia que promueven ahora, tanto los que se autodenominan «liberales», como a los que se etiquetan como «conservadores», aprendieran a mirarse en el espejo de Bolivia y Brasil.

El golpe de Estado en Bolivia, en contra del presidente Evo Morales permitió mirar la verdadera cara de nuestras sociedades modernas, que contradicen los valores democráticos que han sido tan reverenciados por los liberales. Lo que pasó en Bolivia confirmó la fragilidad de los equilibrios en los que pretendidamente se sostienen nuestras democracias y mostró la facilidad con la que pueden romperlos las élites que hegemonizan el poder, porque, en esencia, la llamada democracia, en el contexto actual, dista mucho de ser «el poder del pueblo», toda vez que ha sido acotada solo a los procesos electorales y aun en ese espacio es muy limitada la presencia de «el pueblo» y se ha convertido en un territorio donde la presencia de los partidos –y sobre todo, sus dirigencias– es hegemónica. La democracia neoliberal, que no liberal, es excluyente por principio, y esto es así porque los fines del modelo del capitalismo salvaje no son compatibles con lo que formalmente caracterizan a la democracia: una forma concebida para que los ciudadanos organicen el poder en un plano de igualdad.

El problema es que la finalidad del neoliberalismo es que todo se convierta en mercancía, y el dinero pasa a ser el eje ordenador del poder; y si esto es así, entonces el sujeto ciudadano no cabe en ese modelo y tiende a ser desplazado por las legiones de consumidores que ya no parecen tener ninguna identidad. En el neoliberalismo, la política termina subordinada a la economía, y el Estado pasa solo a cumplir su papel –como bien lo definió Marx– de «ser el comité ejecutivo de la burguesía». Si se intenta trascender esos límites –como tímidamente se pretendió hacer en Bolivia durante la presidencia de Evo Morales o con Lula, en Brasil– la reacción de las élites es la que ya se conoce a lo largo de la historia; sobre todo, a partir del golpe de Estado a Salvador Allende, en Chile.

Por todo eso, no basta con ganar una elección para acceder al poder, porque el modelo democrático actual no está diseñado para eso. El acceso al poder es también una construcción cultural, y en el contexto actual, frente a los grandes poderes hegemónicos y poderes fácticos que no tienen ningún interés por profundizar la llamada democracia, la única alternativa que tiene «el pueblo» es precisamente trabajar la cuestión cultural, para que la revolución –la voluntad de transformar nuestras sociedades– empiece en la cabeza de las personas, porque no se puede pretender, por ejemplo, una educación ambiental para el cuidado del medio, si se sigue alimentando una mentalidad depredadora del medio natural. Si no hay un cambio radical en la formación de la ciudadanía, más allá de los procesos escolares, la democracia solo será una especie de ilusión que servirá para digerir las esperanzas de cambio para un futuro incierto y cada vez más lejano.

Pero si el neoliberalismo ha mostrado los límites estrechos por donde les es permitido caminar a los marginados, también ha posibilitado mirar las grandes avenidas por donde transitan las élites, dueñas del poder político y económico, con toda su subcultura de racismo y de discriminacion, que igualmente confirman la negación de la democracia, puesto que ahí no tienen cabida los grupos que tradicionalmente han sido excluidos: los pobres, los indígenas, los afroamericanos (los negros); es decir, los diferentes. La diferencia y la disidencia como valor es también un problema para un mundo diseñado conforme a los parámetros del neoliberalismo.

En consecuencia, las enseñanzas de Bolivia y Brasil radican en que se pueden mirar los límites de la democracia y que los caminos para construir una sociedad menos desigual, así sea en aquellas cosas mínimas, es todavía una aspiración que tendrá que transitar por un largo camino sinuoso y muy resbaladizo. Se puede apreciar también la debilidad de nuestros sistemas de formación  para ofrecer una verdadera educación democrática, y en lugar de educar para la democracia, en nuestras escuelas y universidades hemos desplegado todo un ejército conformado por docentes para difundir, tal vez sin tener conciencia de ello, el metadiscurso neoliberal, negando con ello la esencia misma de los valores democráticos, porque también en las aulas, quizá sin saberlo, le hemos dado prioridad a la formación de consumidores y no precisamente de ciudadanos. Esto se puede apreciar en el lenguaje que se maneja en los programas oficiales y que hegemonizan el curriculum oficial.

Éstos son también los límites de la llamada Cuarta Transformación (4T), donde hace falta un diálogo abierto para tener una idea clara de los fines que sustentan su proyecto de una sociedad más justa, más equitativa y más igualitaria a la que se aspira. Las esperanzas de redención –así se concibe en la gente y es el tono del discurso oficial– tienen que empezar por una mirada al pasado reciente, no por nostalgia, sino para volver a intentar realizar las esperanzas de esa utopía. Tal vez solo de esa forma podrá haber 4T, porque entonces tendrá asideros firmes. De lo contrario también puede frustrarse; y el verdadero problema es que el pueblo –el de carne y hueso y no la metáfora a la que aluden los políticos– no va a resistir una frustración más. Hay razones para pensar en ello, pues la diferencia de la llamada 4T es –además del tiempo histórico– lo que ya hemos mencionado en otros escritos: Que a Juárez lo rodeaba esa brillante generación de liberales del Siglo XIX: Melchor Ocampo, Guillermo Prieto, Ignacio Ramírez, Ignacio Manuel Altamirano, Santos Degollado, Lerdo de Tejada, Vicente Riva Palacios, y tantos otros, esa clase de hombres y mujeres únicos en la historia que tuvieron un apoyo crítico hacia Juárez y no fueron ningunos incondicionales sumisos, pues cuando hubo necesidad de mostrar sus desacuerdos con el presidente lo hicieron sin restricciones de ningún tipo, y llegado el momento, cuando se radicalizaron las diferencias (en contra de la relección del presidente), llegaron hasta la ruptura, como por ejemplo, el propio Ignacio Ramirez, Melchor Ocampo, Altamirano y hasta Guillermo Prieto. Ese tipo de personajes leales a un proyecto de nación –que en esos tiempos era el liberalismo radical– son los que ya no hemos tenido y que ahora, por desgracia, tampoco tenemos, y que nos hacen falta por su ejemplo de pasión y lealtad por la patria. López Obrador parece estar solo. Y ésa no es una diferencia menor.

Por todo eso, nos hace mucha falta una educación verdaderamente democrática, y ésa será la utopía por la que hay sus trabajar arduamente en los albores del bicentenario de nuestra independencia.


El poder perverso de la mentira

José Francisco García González

La mentira es para entretener. Para obtener algún beneficio o definitivamente utilizarla con perversidad en perjuicio de los demás. Cuando una mentira o una serie de mentiras se dejan correr, los perpetradores diseñan su plan midiendo las consecuencias y el daño a los contrarios: entre más lacere mejor para los perversos. Existen otras formas de mentiras, las piadosas para hacer sentir bien a los demás y no agobiarlos con la cruda realidad; por eso se dicen las verdades a medias. Otras, que suelen ser divertidas, son las de los mitómanos; obviamente, mientras ellos se las crean y las lleven a la práctica estas se vuelven peligrosas. Giran en su mente cosas imaginarias que les hace levitar entre la realidad y la falsedad; por ejemplo, la campaña antisemita de los nazis. O aquellos ministros de culto que generan psicosis colectiva en sus seguidores. O lo más positivo es sembrar la fe, menos dañina a la sociedad, dado que los convierte solo en fieles seguidores de alguna religión. ¿Pero a qué viene el preámbulo? Es para abordar de manera general el tema de la férrea costumbre de mentir. Esta práctica se encuentra fuertemente enraizada al sistema político mexicano, pues la mentira y falsas promesas han sido siempre herramientas de sujetos políticos utilizadas para encumbrar a puestos de elección popular y administrativos a fin de vivir del presupuesto público.

Es oportuno conocer también los canales por los que fluyen las mentiras, promesas y las falsas alarmas. Desde los pregoneros hasta la era del internet han existido personas que se dedican a comunicar sucesos que han quedado registrados durante el transcurso de la historia. En nuestro país, por ejemplo, en la época de la Reforma del siglo XIX, los rotativos eran controlados por un sector exclusivo que servía a los intereses de una casta de conservadores, el mismo Lucas Alamán, ideólogo de éstos, envió una misiva con un grupo de emisarios. Solicitaba a Santa Anna su regreso al país y le decía: «No hay de qué preocuparse; nosotros controlamos a la prensa».

O en los años de dictadura porfiriana con una prensa «fifí», calificativo añejo que desempolvó el presidente López Obrador y causó animadversión de algunos medios de comunicación con características similares del servilismo al poder político y económico. Durante el mandato de Porfirio Díaz, la prensa ocultaba la realidad de un pueblo que se debatía en la miseria y soportaba la explotación de hacendados y capitalistas extranjeros, mientras las élites vivían en la opulencia. En esos años de represión y persecución del «mátalos en caliente» o cuando alguien protestaba «ese gallo quiere maíz», para acallar los voces inconformes, solo algunas plumas valientes salían a la luz para menguar las mentiras del poder. En 1901, Ricardo Flores Magón denunciaba el acoso sistemático a la prensa independiente en el país, por parte del poder, mientras era condescendiente con la prensa gobiernista, esa prensa cercana al poder que adulaba por paga y bajo la cual: «el pueblo mexicano ha vivido en la ignorancia y se ha nutrido de errores». Esta denuncia de Flores Magón que aclaraba cómo se mantenía al pueblo en la ignorancia, bien puede encajar en la actualidad, no resta decir que ha ido disminuyendo ese monopolio de la información con la popularidad de las redes sociales, que dicho sea de paso, no están exentas de manipulaciones perversas de grupos que operan en la clandestinidad, tratando en lo posible desestabilizar al gobierno federal.

Vivimos inmersos en una espiral de verdades y mentiras; quizá nos acostumbraron a percibir la realidad con tintes de falsedad, con la premisa de que lo refinado es dañino para la salud mental. Por ejemplo, la historia mal contada desde la visión de los que dirigen al país, durante los últimos cuarenta años, los medios masivos de comunicación prácticamente se mantenían al servicio de la oligarquía que condiciona y paga. Dentro del sistema político del cual han formado parte políticos de viejo cuño y tecnócratas que casi aniquilan al país, esta clase política y empresarial tenía sus propios códigos de respeto a sus propias verdades y embustes, que les conducía incluso a ajustar cuentas y eliminar, no solo de su carrera política, sino de la faz de la tierra, incluso a miembros de su propio círculo que ya no les era de utilidad, no se diga de los opositores sin ninguna garantía ni oportunidad de sobresalir en el sistema político represivo del PRI y del PAN que venía operando desde las concertasesiones de Diego Fernández de Ceballos y Salinas de Gortari.

Por eso, cuando iban con intenciones persecutorias en contra de sus propios compinches incómodos, preparaban con antelación en los medios masivos de comunicación a los sectores de la población medianamente informada. Sucedió así cuando desde el gobierno de Miguel de la Madrid se le comenzó a acusar al líder petrolero Joaquín Hernández Galicia, La Quina. «Yo sabía que La Quina importaba armas y que las tenía preparadas para algún enfrentamiento con el gobierno… cuando supe, le ordené al entonces general de la Defensa, Juan Arévalo, que por oficio le advirtiera que era un delito introducir armas de contrabando», llegó a declarar el entonces presidente. Posteriormente, Carlos Salinas de Gortari lo encarceló, para simular que se aplicaba la justicia y con ello tratar de conseguir legitimidad luego del fraude electoral de 1988.

Los políticos mexicanos siempre han sido profesionales de la mentira; demagogos, y cargan con el estigma de ser unos verdaderos vividores y saqueadores del erario. Y por si fuera poco, los conflictos palaciegos del poder se han resuelto la mayor de las veces a balazos. Así ha sido desde la época de los golpes de Estado en la etapa de los generales, hasta los asesinatos de Luis Donaldo Colosio Murrieta y José Francisco Ruiz Massieu, perpetrados el 23 de marzo el 28 de septiembre de 1994.

Otra modalidad de la mentira son las encuestas para medir la percepción en la opinión pública respecto a la aceptación de un gobierno y desde ahí dimensionando hasta donde pudieran llegar engañando para aspirar a ocupar otro espacio de poder.

En uno de los pasajes más oscuros de la historia nacional, a un mes de la masacre estudiantil en la Plaza de Las Tres Culturas el 2 de octubre de 1968, Gustavo Díaz Ordaz, ante el pleno del Congreso de la Unión, en su cuarto informe de gobierno, hizo una extensa alusión al movimiento estudiantil, al que descalificó considerándolo como una conspiración para «sembrar el desorden, la confusión y el encono», y lanzó una advertencia nada velada sobre el uso de la fuerza militar para acabar con «los desmanes», acusando a los estudiantes de pretender apoderarse de las instalaciones de la Secretaría de Relaciones Exteriores, instaurar el caos e impedir la celebración de los Juegos Olímpicos en el país. Convencido de su versión y la de sus aplaudidores, cobijados por las mismas siglas de su partido (el PRI), dijo: «Hemos sido tolerantes hasta excesos criticados; pero todo tiene su límite y no podemos permitir ya que siga quebrantando irremisiblemente el orden jurídico, como a los ojos de todo mundo ha venido sucediendo». Después de la matanza, vino otra mentira más nefasta aún: «Ya tienen a sus muertitos; eso querían», con la que acusó a los estudiantes de haber masacrado a sus propios compañeros. «México es el mismo antes de Tlatelolco y después de Tlatelolco y quizá sigue siendo el mismo, en parte muy importante por Tlatelolco», agregó. De ese calibre de personajes cínicos e insensatos, estuvieron al frente de esta nación.

También José López portillo (por cierto, candidato único a la presidencia de la República del PRI) se las gastó en su último informe de gobierno. Dando un puñetazo al atril mintió sobre la «difícil situación», y anunció la nacionalización de la banca mexicana, como su solución a la crisis. Pidió perdón a los pobres de México, y en el colmo de su hipocresía, derramó dos lagrimillas. Su administración había sido un desastre en la economía, con un peso devaluado, incontrolable inflación y crisis recurrentes. Durante el gobierno de López Portillo hubo derroche de los excedentes petroleros, después de haber declarado que los mexicanos nos ocuparíamos nada más de administrar la riqueza. Y ¡zas! Se viene una caída en el precio del petróleo. Transcurría el mes de agosto de 1981 cuando expresó que había personas que estaban «atentando» en contra de la economía mexicana, por lo que respondió que él se encargaría de «defender el peso como un perro».

La frase tuvo un gran eco mediático, pero éste no se reflejó en las cifras de la economía, porque al cierre de su sexenio, López Portillo recurrió de nueva cuenta al recurso de frases dramáticas con voz quebrada, para justificar la crisis.

Es por eso que cuando se escucha a Andrés Manuel López Obrador, repetir una y otra vez sobre los niveles de corrupción, incomoda a esa clase política de pillos y de empresarios tramposos que gozaban al amparo del Estado los rescates en tiempos de crisis o el fomento a la industria y el comercio, según para no tener una caída en el crecimiento económico y seguir generando empleos. Éstas eran medidas tramposas para seguir con las privatizaciones y convirtiendo sus deudas particulares por incompetentes en deudas públicas. El mito, que hasta hace poco seguía en el discurso, de que la iniciativa privada era la única generadora de empleos y salvaba a la economía al mantenerla a flote, con esta pandemia quedó comprobado de lo contrario: aprovechaban los tropiezos y las crisis para salir beneficiados a costa del empobrecimiento de millones de mexicanos.

Nos referimos también a los medios de comunicación que «callaban como momias y aplaudían como focas» (en palabras de Obrador) ante los actos de latrocinio cometidos durante décadas. He escuchado comentarios en defensa de algunos medios criticados desde el poder político. De que su línea es la de la crítica al poder, sea quien sea y haga lo que haga, digamos que les asiste la razón; pero cuando las cosas ya no van en la misma dirección de siempre y hay cambios visibles en beneficio de las mayorías, es necesario también hacerlo notar y no subirse al tren de la crítica iracunda de la derecha, que también tienen razón, porque ellos han perdido algunos privilegios y les explotó la burbuja en la estaban acostumbrados a reposar, no veían más allá de su cómodo estilo de vida. Mientras el pueblo seguía en el letargo, viviendo en el engaño de televisoras con programas de entretenimiento muy chafas. Sus barras de noticias con verdades a medias y con línea tendenciosa.

Vivimos en un mundo de apariencias en el que se tiende a esconder la verdad, pero nos hemos acostumbrado por la pereza a comprobar o ir directamente a las fuentes fidedignas que sustituyan a la mentira por la verdad. La prensa que es criticada por López Obrador de manera constante son: El universal, Reforma, El País y hasta Proceso. Quizá no se justifiquen sus puntillosas críticas del presidente, por la existencia de la libertad de prensa y el derecho a disentir de su forma de gobernar; pero lo tendencioso queda al descubierto cuando se parcializa dicha información y las editoriales se sesgan hacia la crítica desprovista de fundamentos sólidos. Pero por otra parte recurriendo al pasado encontraremos opiniones e editoriales colmadas de alabanzas y haciendo mutis ante faltas graves de todo lo ocurrido con la depredación y la opacidad en el manejo de la hacienda pública.

Los mexicanos hemos pasado por etapas de engaños terribles, pero sobre todo y más lamentable es que han sido engaños colectivos a toda una sociedad. Recordemos todo lo que sucedió en el periodo de franco neoliberalismo de Carlos Salinas y de cómo inició un cambio de planes y programas de estudio en la educación pública. Durante este sexenio surgieron figuras de opinión e intelectuales orgánicos que deveras se dedicaron a cambiar la percepción de las cosas y a implantar las mentiras como verdades absolutas; es decir, si antes se tenía la información de que los capitales golondrinos de las maquiladoras eran dañinos para la economía y para los propios trabajadores que reciben salarios paupérrimos, o de la inversión extranjera directa que venían a explotar mano de obra y recursos naturales a costa de todo y dejarían contaminación al medio ambiente. Con la aplicación del paradigma neoliberal, ahora esos capitales especulativos se veían cómo parte estratégica para el crecimiento de la economía y, lo otro la protección del estado y todo lo que fuera para sacar adelante a los más desprotegidos era un populismo de retrógradas y solo se usaba en el discurso.

Así fue durante años: la mayoría de mexicanos viviendo en el engaño, entretenidos frente a sus televisores, consumiendo programas basura con más comerciales que contenido, viendo el futbol durante todo el año, escuchando del discurso político lo que querían entender. Aguantando por las buenas o por las malas, elecciones engañosas y fraudulentas. El último engaño colectivo de consecuencias desastrosas para el pueblo y la clase trabajadora, pero benéfico para un reducido grupo de oligarcas, fue el Pacto por México de Enrique Peña Nieto y un grupo de secuaces, representando a los partidos políticos; obviamente, éstos recibieron millonarias cantidades del dinero de las arcas públicas para prestarse a esa patraña destinada a causar daños incalculables, al momento de aprobar las famosas reformas estructurales con sus respectivos legisladores. Y solo algunos salieron a las calles a protestar, arriesgando su propia vida. En un sistema en el que Vicente Fox y Felipe Calderón ya habían soltado a sus perros armados, con el pretexto de estar combatiendo al crimen organizado; más bien, organizaron al crimen para servirse de éste, otorgándoles concesiones de impunidad y libertad para operar armados por todo el país, sembrando el terror y sometiendo a la población a esconderse a piedra y lodo en sus casas para autoprotegerse de las balas de esa delincuencia que emergió como un monstro de mil cabezas. Ahí encontramos el Operativo Rápido y Furioso, la entrada de armas letales al país con visto bueno del gobierno de Calderón, tenía al frente de la Secretaría de Seguridad a un consumado delincuente que hoy se encuentra preso en Estados Unidos por varios delitos, Genaro García Luna. Pero qué nivel de cinismo para engañar y todavía estos engañabobos cuentan con fieles seguidores sin oficio ni beneficio.

Fueron muchos años de lucha constante de hombres y mujeres incansables de estudiantes, campesinos, jornaleros, obreros, maestros, para que ahora los farsantes de siempre pretendan desestabilizar tratando a toda costa influir en el ánimo social para restarle respaldo popular al gobierno de la Cuarta Transformación que encabeza AMLO.

Ya es tiempo de ir saliendo de las inercias y dejar que fluyan las ideas hacia la verdadera transformación de la Nación. Hagamos el difícil ejercicio de desmitificar a las perversas mentiras que los poderes político y económico han utilizado para manipular en su propio beneficio, y defendamos lo poco logrado durante los cuarenta años de lucha constate e incansable.

Remington 12

De la década de 1920.

Del 22 al 28 de junio de 2020

#1014

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