Y el pueblo despidió a dios

Humberto Santos Bautista

Ser inmortal es baladí; menos el hombre, todas las criaturas lo son, pues ignoran la muerte; lo divino, lo terrible, lo incomprensible, es saberse inmortal.
Jorge Luis Borges El inmortal, (El Aleph, 1949)

Los dioses no se despiden –escribió Borges–, porque en algún lugar de su nauseabunda vida volverán a encontrarse. Nosotros, en cambio, en cada despedida y en cada adiós que nos damos, expresamos nuestra incertidumbre acerca de si volveremos a vernos; es decir, es un recordatorio de nuestra estancia temporal sobre la faz de esta tierra y de que somos mortales. Esa brevedad de la vida, la describió muy bien el poeta latino Cayo Valerio Catulo en unos de sus versos magistrales: «Los soles pueden nacer y renacer / nosotros, en cambio / en cuanto la efímera luz se apague / habremos de dormir una noche eterna».

Pero en ese espacio breve que dura la vida, hay algunos elegidos a los que el pueblo se encarga de revestirlos del aura de la inmortalidad, al guardarlos en la memoria colectiva para no dejarlos morir. El pueblo vuelve dioses a esos personajes y los hace suyos, porque, como diría Eduardo Galeano, sabe que son sucios y también pecadores; es decir, que se equivocan y tienen errores. Ése fue el caso del gran genio del futbol Diego Armando Maradona, «el más humano de los dioses», que este 25 de noviembre de 2020 cerró su ciclo de vida en este mundo terrenal y se abrió paso para entrar al mito de la inmortalidad. Es cierto que ya era una leyenda viva, cargando con todo el peso que la celebridad mundial le significaba, pues, por un lado, millones de personas lo habían convertido en objeto de culto, en tanto que las élites de la FIFA, no le perdonaban el que se hubiese atrevido a desafiar a «esa mafia que le hacía mucho daño al futbol». Los pobres y marginados lo miraban como un símbolo que les aseguraba los momentos de mayor esparcimiento que les hacía olvidar, así fuera momentáneamente, su condición desgraciada; en tanto que los dueños del negocio del futbol mundial lo veían como un peligro porque ponía en riesgo su hegemonía, dado que era una voz potente la que los denunciaba.

Ese espíritu transgresor de Maradona lo llevó a rebelarse contra su propio destino que lo condenaba irremediablemente a la pobreza y que gracias a su talento pudo trascender. Un talento natural que le permitió ser también un transgresor del llamado «juego del hombre» con un estilo propio y una forma única de jugar al futbol. Ha sido quizá Maradona el único que ha logrado hacer también del futbol un espacio pedagógico que lo llevó a establecer lazos de identidad desde los niños hasta los adultos mayores, pasando, por supuesto, por los millones de jóvenes que llenaban los estadios solo por el placer de verlo jugar. En su libro Homo ludens (1938), Johan Huizinga sostiene la tesis de que el juego auténtico puede ser el fundamento de la cultura, porque el mito y el culto son las fuerzas impulsivas de la vida cultural, dado que en el mito juega un espíritu inventivo, que se encuentra al borde de la broma, lo cual podría interpretarse, entonces, como que es a través del juego que la propia existencia adquiere forma. En consecuencia, si es cierto lo que afirma Huizinga, en el sentido de que el espacio natural de aprendizaje de los niños es el juego, Maradona, en realidad, nunca dejó de ser niño porque hizo del juego (el futbol) su propio espacio de libertad y de aprendizaje. En eso radicaba la magia de su juego y el hechizo que proyectaba a los millones de espectadores.

Maradona generó también contradicciones dentro y fuera de la cancha. Así, mientras en lo futbolístico se debatía si sus méritos eran suficientes para declararlo como el mejor jugador del mundo en la historia del futbol, y lo comparaban con otros íconos de este deporte, sobre todo, con el astro brasileño Pelé, y las opiniones se dividían y no era fácil tener un consenso, pues en tanto que para unos, las tres copas del mundo ganadas por Pelé, eran un referente con el que pretendían agotar la discusión, para otros, en cambio, las circunstancias marcaban una diferencia abismal, pues argumentan que Pelé estaba rodeado de un equipo de estrellas, sin las cuales, no hubiera podido alcanzar sus logros. Maradona, en cambio, lo hizo casi solo, y su talento inspiraba al resto del equipo y lo llevaba a ganar sus épicas batallas. En lo político, los detractores le cuestionaban a Maradona que, por un lado, hubiese permitido ser utilizado por el gobierno de la dictadura militar de su país, y por otro, que tuviera acercamientos con figuras emblemáticas de la izquierda latinoamericana, como Fidel Castro, Hugo Chávez y Evo Morales.

Es probable que por esa excepcionalidad que le permitía a Maradona trasladar su espíritu transgresor de las canchas a su vida pública, haría de su vida misma un mito genial. Así, por ejemplo, el llamado «gol del siglo» que marcó en el mundial de México 86, cuando desde media cancha burlando a media Inglaterra, mandó el balón a las redes, se vio empañado por otro gol que le precedió con la ya célebre «mano de dios», y que muchos años después, el mismo reconocería que lo metió con la mano. Pero han sido precisamente esas míticas imágenes las que en el imaginario de la gente lo hicieron inmortal. Los goles marcados a la escuadra inglesa en el mundial de México 86, quizá tomaron esa dimensión para el pueblo argentino, porque estaba reciente la llamada guerra de las Malvinas (1982), cuando el gobierno de la dictadura militar de ese entonces reivindicó la soberanía sobre esas islas, un enfrentamiento que terminó con la rendición incondicional de Argentina frente al imperio inglés.

Ése fue el mundial de Maradona, el de su consagración, y es probable que ahí empezara realmente la transición del genio del futbol al mito de la inmortalidad. ¿Qué mortal podría soportar la responsabilidad de saberse, no solo símbolo de una nación, sino de saber que había sido ya declarado como uno de los tres personajes más influyentes del Siglo XX, al lado de John F. Kennedy y el Papa Juan Pablo II? El peso de llevar esa carga sobre sus espaldas fue quizá la que lo llevó también a las adicciones, porque dios no era perfecto. Pero precisamente por eso el mito trascendió a la propia realidad, porque es probable que los dioses que son inmortales pasen más rápidamente al olvido, y que, en cambio, los dioses que son mortales, elegidos por el pueblo para ser inmortales, se mantengan vivos en la memoria de los pueblos, porque son la herencia de la que se hacen cargo las generaciones venideras. Ese parece ser que será el destino de Diego Armando Maradona, porque trascendió los propios límites del futbol, haciendo del juego un espacio de reconciliación colectiva, porque como dice Juan Villoro, el futbol, es una fiesta colectiva.

En su poema de Los dones, el genial escritor argentino Jorge Luis Borges, describió lo que llamó, la ironía de dios: «Nadie rebaje a lágrima o reproche / esta declaración de la maestría de Dios, / que con magnífica ironía / me dio a la vez los libros y la noche». Y lo escribió para señalar la contradicción que representaba el haber sido nombrado director de la Biblioteca Nacional, donde tendría acceso a casi un millón de libros, precisamente cuando había perdido la vista. Borges alcanzó la inmortalidad en las letras cuando se apagaron sus ojos. Esa ironía de dios alcanzó, ahora, a Maradona, porque cuando el futbol tenía un genio que hacia magia dentro y fuera de la cancha, y la gente lo había elevado al status de dios, ese dios ha muerto, y todo un pueblo se sintió en la orfandad. Maradona era mortal, pero fue precisamente por ello que ganó la luz de la inmortalidad, en tanto que toda una nación –y el futbol, sobre todo– pareciera percibir que ha entrado en la oscuridad.

aa

Vivir en la incertidumbre y la pobreza

José Francisco García González

A los que cumplen a medias una responsabilidad política o administrativa dentro de la función pública, siempre les será muy conveniente que el populacho se entretenga en otras cosas y preste menos atención a su desempeño laboral.

Todo iría un poco mejor si en la cotidianidad de la convivencia social fuese únicamente sortear las carencias, pero se tuvieran momentos de diversión y esparcimiento que dieran un poco de tranquilidad y ánimo de seguir adelante, y desvanecieran los nubarrones de incertidumbre y pesimismo tan comunes en un pueblo como el mexicano. Las grandes masas del país desde siempre han estado hundidas en la pobreza, al grado de que la conciencia colectiva lo percibe como un fenómeno natural y lo acepta con resignación. Son casi inexistentes para las mayorías las oportunidades para prepararse académicamente, sobre todo, para las nuevas generaciones, que no encuentran ocupación digna para la subsistencia y el desarrollo. Esa carencia de empleos originó una oleada de emigración desde los años sesenta hasta la fecha. Se fueron familias completas a otras ciudades, principalmente en busca del sueño americano. En muchos de los casos fue un factor de desintegración familiar, por las mismas necesidades de ir en busca de trabajo a otro país, dejando a la tierra que ya no les proporcionaba las condiciones necesarias para sobrevivir.

Ahora, las cosas se han puesto peor. Existen comunidades enteras desplazadas por la violencia de grupos que se han apropiado libre e impunemente de territorios completos, silenciados por el terror de las balas, las extorsiones, secuestros y asesinatos. Es así como se nos vino la violencia en todas sus facetas, y la gente se encerró a piedra y lodo; otros abandonaron su lugar de origen con tal de proteger su propia vida y la de sus seres queridos. Entre eso nos debatíamos, principalmente de la clase media hacia abajo, desde las crisis recurrentes de los gobiernos de Luis Echeverría Álvarez, José López Portillo y Miguel de la Madrid Hurtado, y llega al poder Carlos Salinas de Gortari, a desmantelar lo que quedaba del Estado de economía regulada del modelo del periodo estabilizador para el «bienestar». Se aplicaron con todo a vender las paraestatales a sabiendas del perjuicio que se hacía a la economía de la Nación y con compromisos previamente pactados y tramposos. Se promovió la apertura de la inversión privada y comercial, incluso en ramas estratégicas de la economía, en detrimento de millones de mexicanos. Con la aplicación de un modelo económico lejano a las formas de producción de un país de economía emergente, golpeado por las constantes devaluaciones y con una inflación incontrolable. La fórmula de los neoliberales (aún la sostienen con argumentos poco convincentes) es y sigue siendo muy simple. En ese entonces, a mediados de los ochenta del siglo pasado, planteaban que el Estado debería liberarse de toda responsabilidad en la participación de la economía y solo debería ser un simple administrador de las instituciones del orden social y político, sin más atribuciones que vigilar para que la clase empresarial se dedicara a «producir» y a conducir al país a un nivel económico de «crecimiento y desarrollo» que favorecería a todos, y así lo manifestaban en boca de los políticos que se convirtieron en poco tiempo en empresarios, y los empresarios no tan exitosos en políticos. Con toda la parafernalia globalizadora, inició la fiesta y el despilfarro de todo lo que fuera patrimonio de la Nación. Se inauguraba desde entonces un periodo «neoporfirista» con métodos más sofisticados de atraco, malos negocios en contra de millones de mexicanos pobres y clasemedieros. El empobrecimiento creció de forma exponencial, pasando de 11.6 millones de personas en situación de pobreza alimentaria en 1980, a 35.9 millones en 1996, después de aquel error de diciembre y de cargarle al presupuesto del país la deuda del Fondo de Protección al Ahorro Bancario (Fobaproa) creado por Salinas de Gortari desde 1990, pero consumado por Ernesto Zedillo. Para el año 2020 habrán un aproximado de 62.25 millones de mexicanos en pobreza, tomando en cuenta el efecto que está generando la disminución de las actividades económicas, principalmente en el sector industrial y de servicios; es decir, de 52.4 millones se incrementarían 10 millones de personas más, a pesar de que el gobierno federal ha hecho más de lo establecido en los parámetros de la política social, que por cierto hace rabiar a un pequeño sector de beneficiarios no solo de los sexenios, sino año con año con el presupuesto y las leyes que se aprobaban con la complacencia del gabinetazo que estaba al servicio de lo que López Obrador definió como la mafia del poder que no era más que el grupo oligárquico que se agrupó por décadas para vivir a sus anchas con privilegios y dispensas de obligaciones fiscales.

La Organización para la Cooperación y Desarrollo Económicos (OCDE), ente internacional que agrupa a treinta y seis países miembros cuya misión es promover políticas que mejoren el bienestar económico y social de las personas alrededor del mundo, señala en una de sus conclusiones: «que los ingresos medios anuales de 10% más rico de la población mexicana eran 27 veces más altos que 10% más pobre. Asimismo, indica que el porcentaje de las personas que viven en pobreza varía considerablemente entre los estados mexicanos». Según esta organización internacional, la pobreza surge, en gran parte, del amplio sector informal de trabajos de bajos salarios con una reducida productividad, la falta de acceso y las limitaciones de las redes de seguridad social. Para ello se muestran unas cifras en donde aparece el Estado de Guerrero: «… la tasa de pobreza muestra una sólida correlación con el desarrollo general, y es mayor en el sur, sureste y parte del centro. Alcanza 74.7% en Chiapas; 69.7% en Guerrero; 64.5% Puebla; y 61.9% Oaxaca. En tanto, en Nuevo León es de 23.2%; Coahuila 27.9% y Distrito Federal presenta un 28.9 por ciento».

De acuerdo con la OCDE, más de la mitad de la población vive en pobreza en once estados mexicanos y los niños, mujeres y personas mayores corren un alto riesgo de caer en pobreza extrema; es decir, aquellas personas con ingresos inferiores al nivel mínimo de bienestar y que sufren al menos tres de las seis debilidades sociales en materia de alimentación, educación, vivienda y acceso a la seguridad social, sobre todo en esta última, ya que por años fue desdeñada, toda vez que se abandonaron los programas destinados a fortalecer a un gran sector de la población, sobre todo a los niños y jóvenes, de donde se supone se obtiene la fuerza para la sobrevivencia y fortaleza de una nación.

El diagnóstico resalta que, según cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social, en el año 2012, once y medio millones de personas vivían en extrema pobreza en México; es decir, 9.8% de la población total.

El actual gobierno de López Obrador se ha topado con un ambiente escabroso para poder lograr cambiar de raíz la situación caótica, desalentadora y en ruinas en la que se convirtió un país. A partir del periodo de la posguerra (Segunda Guerra Mundial) venía de un desarrollo estabilizador, llamado también El milagro mexicano, con una economía de empuje. Esto fue a partir de 1950 y hasta 1970, en este periodo se registra una economía con más dinamismo, sobre todo en las zonas industriales y urbanas con el fortalecimiento del sector de la construcción. Se registra una evolución económica y desarrollo social en cuanto a la concentración de la población urbana. De 1970 a 1982 se registra el fin de ese desarrollo e inician los años de los ajustes económicos y políticos en el periodo del colimense Miguel de la Madrid. De 1989 a 1995, nos encontramos con un claro fracaso de casi todo lo prometido por el salinismo, incluyendo la disminución de los índices de pobreza que tuvieron una ligera disminución de los índices de pobreza a mediados de la década de los noventa del siglo pasado; sin embargo, volvió a aumentar con la crisis financiera mundial. A principios de 1990, fue cuando la desincorporación de las paraestatales estaba en su máxima etapa y la propuesta estelar de Salinas de Gortari también se encontraba en el pináculo: el Programa Nacional de Solidaridad (Pronasol) y había propuesto una reforma política, incluyendo la creación del Instituto Federal Electoral (IFE) para borrar de una vez por todas el estigma que nunca lo abandonó, al haber asumido la presidencia de la República mediante un gran fraude electoral en el año de 1988. A Ernesto Zedillo se le hace bolas el manejo de los asuntos económicos a pesar de ser de la escuela de tecnócratas egresados de universidades extranjeras, que más bien se dedicaron a servir a los intereses trasnacionales, y terminó cediendo el poder a un personaje ocurrente, proveniente del Partido Acción Nacional (PAN), Vicente Fox Quezada, un exgerente de la Coca-Cola que poco entendía de asuntos más allá de su círculo empresarial y que solo se había planteado sacar a los priístas de Los Pinos, resolver en quince minutos el conflicto chiapaneco de los zapatitas liderados por un guerrillero que salió balín, pero que tuvo la fortuna de ganar muchos más adeptos frente a la figura marchita de un Cuauhtémoc Cárdenas ya desgastado y poco atractivo ante los votantes y a un candidato del PRI deslucido por cargar con sus cercanos compañeros de partido señalados uno de corrupción y el otro de haber jugado un papel muy gris en su administración. Los doce años de gobiernos panistas se caracterizaron por su nula capacidad para reacomodar a las instituciones a una funcionalidad de más efectividad, donde en los primeros años de alternancia se vieran pasos hacia una verdadera transición que marcara los cambios propuestos por una alternativa distinta de gobierno. Fox dilapidó en menos de dos años todo el capital político obtenido por la expectativa de un electorado harto de lo mismo. Con Felipe Calderón nos encontramos con la experiencia más nefasta, sembrando la violencia y el terror, y todo por la imperiosa necesidad de legitimarse por haber cometido el segundo megafraude electoral, en contubernio con la oligarquía vulgarizada en una secta de conservadores y acaudalados hombres de negocios que gozaban de un statu quo relajado y cómodo para un país lleno de contrastes y galopante pobreza, al extremo de estar al borde de varios brotes de violencia que fueron aplastados por una parvada de grupos delincuenciales que se fueron apropiando con libertad de regiones completas en el país y zonas económicas bien delimitadas en las entidades y el pueblo común y corriente quedó atrapado ya no solo en la pobreza, sino también en el desamparo y la inseguridad. La ciudadanía entera quedó a merced de los revuelos malignos de los grupos de todos tamaños dedicados a delinquir con alevosía y ventaja, bajo los hilos impulsivos y la complicidad de las principales instituciones que se supone deberían brindar seguridad a todos los habitantes del país.

En el último tramo del neoliberalismo concebido al singular estilo mexicano, con Enrique Peña Nieto a la cabeza y montado sobre los hombros de una clase política corrupta, una clase empresarial comodina y demás integrantes de una oligarquía retrógrada emanados de la iglesia, el Ejército, intelectuales orgánicos, comunicadores serviles y hasta académicos e ideólogos de un sistema político y económico que no dio los resultados planeados por los impulsores y defensores del neoliberalismo rapaz, fue quedando en el olvido y rezago todo lo que fuera el rescate al campo y regresar a la política de la autosuficiencia alimentaria, incremento del Producto Interno Bruto (PIB) a la educación e investigación, a invertir en la salud pública, tratar en serio el cáncer de la inseguridad pública. Se dedicaron a crear fideicomisos, fundaciones y demás dependencias y organismos no gubernamentales, supuestamente independientes, pero en sí con un paralelismo con las instituciones formales. La única diferencia es que manejaban distintos presupuestos. Era una mezcolanza en el manejo de los dineros de la hacienda pública que daba lugar no para una, sino para varias estafas maestras, lavado de dinero ilícito, evasión de impuestos y lo más normal robo y saqueo del erario.

Pues bien, hoy 1 de diciembre de 2020, se cumplen dos años de que Andrés Manuel López Obrador asumió el poder con el planteamiento general del programa: plantar las bases para la cuarta transformación política, económica y social de México, en donde la punta de lanza fueran (son) el combate a la corrupción y consideran en todo momento a los olvidados por décadas, a los pobres como una prioridad para levantar a una nación en ruinas.

Ya se verá qué es lo que sucede en los próximos cuatro años.

aa

Mineras. Voracidad.

Del 30 de noviembre al 6 de diciembre de 2020

#1034

opinion

01 02
V e r
m á s
Menos