El verdadero rostro de la derecha en México

[Primera de dos partes]

José Francisco García González

En los primeros meses del sexenio, las clases sociales de la media alta hacia arriba no resintieron los cambios instrumentados por el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, o cuando menos no imaginaron que éstos pudieran afectar sus intereses económicos, gracias a los cuales llevan un estilo de vida de lujo insultante para la población que carece, en muchos casos, hasta de los más elemental para la subsistencia diaria. Pero a medida que vieron que los cambios iban en serio y que se profundizarían en lo que resta del sexenio si no paraban a López Obrador, reaccionarion aciacteados por los empresarios Gustavo de Hoyos y Claudio X. González hijo, que ven en el proceso electoral en curso la oportunidad de desbarrancar al Peje del poder si logran convencer al electorado de que el gobierno de éste es un fracaso.

El presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, había anunciado con anticipación varios cambios en la forma de aplicar el presupuesto con el fin de, por ejemplo, rescatar a las industrias estratégicas para el desarrollo económico del país, principalmente la CFE y Pemex por su importancia y por ser a las que más se les había «hincado el diente» durante todo el periodo de rapacidad neoliberal al estilo mexicano. Y los empresarios, políticos acomodados y demás sujetos que se servían de los recursos de la Nación a manos llenas, sabían de estos cambios, estaban bien enterados desde muchos años atrás de lo que se venía, desde que idearon e impulsaron aquella guerra sucia en el proceso electoral de 2006.

El reducido grupo de la oligarquía se alertó ante el «desastre» que tarde o temprano les alcanzaría, afectándoles los privilegios de los que gozaban sin sobresaltos gracias al amparo del poder político. Y es que desde los primeros días en que López Obrador tomó las riendas del poder ejecutivo, el estilo de gobernar dio un giro a favor del sector de la población antes discriminada y olvidada de la distribución del ingreso público; se quitaron las pensiones millonarias a los expresidentes, se abandonó la residencia oficial de Los Pinos, se disolvió la imperial guardia presidencial, se dejaron de usar autos de lujo, así como las flotillas de helicópteros, aviones, y el presidente optó por las líneas áreas comerciales para viajar durante las giras oficiales.

En términos reales se fue abandonando tod o el derroche absurdo al que estaba acostumbrada la clase política, y con el que manetnía al séquito de aduladores oficiales de quese hacían rodear. Estas animalías solo pocos las percibíamos y criticábamos; el grueso de la gente lo veía hasta normal, al grado de que se criticó y aún se hace, que el presidente López Obrador no se ceñía a los usos y costumbres fanfarrones de los políticos tradicionales. Las frases que de alguna manera han marcado el estilo de gobierno y desde esa visión el Presidente se ha encaramado a la plataforma de la austeridad republicana de manera hasta incomprensible para los que estaban acostumbrados a derrochar lo que no era suyo en cosas que nada tenían que ver con el gasto social y el desarrollo del país o los que recibían dinero a manos llenas por prebendas o servicios a la clase política y empresarial que se había vuelto una simbiosis dañina en todos los aspectos. Obrador menciona una anécdota que le sucedió en San Quintín, Baja California. «Un migrante poblano, un hombre mayor, se aceró y me dijo: “Licenciado, solo le pido, cuando gane la presidencia, que así como Benito Juárez separó la iglesia del Estado, así lo haga también con los empresarios». Quizá no lo esté haciendo al pie de la letra o como aquel campesino lo pensaba, pero sí se han registrado episodios en los que la clase empresarial se ha visto envuelta en escandalosos desencuentros con el Presidente a causa de sus muy malas costumbres de evasión de impuestos, facturación falsa, contratos leoninos con los que se afectaban a las arcas públicas y al pueblo. Entre sus frases más recurrentes de López Obrador hay algunas que de alguna forma van marcando la forma de gobernar de Obrador: «Por el bien de todos primero los pobres», «Gobierno rico con pueblo pobre», «La corrupción es la peor peste que ha dañado al país», «No mentir, no robar y no traicionar (al pueblo)», «Mi amo es el pueblo y nadie más».

Habrá tiempo para evaluar los logros de este gobierno, pero si tenemos la capacidad de ver más allá de los vaivenes puramente políticos se pueden apreciar cambios en la percepción de la gente, tanto en los defensores como en los críticos férreos. Con sentido estrictamente académico se irán evaluando los avances o retrocesos durante el proceso de ejecución de las acciones emprendidas para transformar el estado de cosas en lo que se refiere a las relaciones sociales que se desenvuelven en un determinado régimen político-económico o por otro lado conservarlas intactas, que también tiene repercusiones, haciendo como que todo cambia pero en realidad queda igual o peor en perjuicio de millones de familias pobres (el gatopardismo, muy socorrido en el país, durante los últimos sesenta años).

Una buena conducción y las acciones gubernamentales siempre deberían estar enfocadas a procurar el bien común, considerando a los grupos de población que por muchas décadas el gobierno dejó fuera de las bondades del presupuesto público, a pesar de que por ley deberían de estar consideradas en el diseño de programas sociales. No se trata de defender eso que la oligarquía ha dado en calificar como acciones populistas, comparando al actual presidente con lo que esta promovió en su tiempo de poderío absoluto del PRI, cuando todo lo aplaudían y justificaban, lo cual es comprensible, porque les convenía, ya que se dieron vuelo saqueando el erario en su propio beneficio. Fueron años de acumulación de riqueza en unas cuantas manos de políticos y empresarios, así como de preeminencia del pensamiento y acciones de una derecha reaccionaria a la mexicana, que tiende a la discriminación y al desprecio por la justicia social y jurídica para los más pobres, con la complicidad de las instituciones que se alinearon para proteger los intereses de este grupo amafiado para cometer una serie de tropelías a veces hasta inhumanas. Tenían a la orden los cuerpos de seguridad y fuerzas armadas para reprimir y desaparecer a los opositores reales al sistema.

Ahora que las cosas se dirigen en otra dirección, se oponen férreamente a que las cosas cambien y se les preste más atención a la gente pobre, tanto ancianos como jóvenes (llamados por la reacción ninis). Hace poco más de un año, en este mismo medio escribimos sobre la oposición que no lograba reagruparse para hacerle frente a las políticas emprendidas por el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador, pues no lograban integrar alguna propuesta seria y de impacto nacional, por la sencilla razón de que no podían quedar al descubierto ante millones de mexicanos sus pretensiones de seguir aprovechándose de la los recursos de la Nación cual si fuese un festín en donde nadie les alzara la voz y menos se los impidiera. Ahora se enojan al grado de que algunas veces todos esos delincuentes de cuello blanco pierden los estribos, cayendo en actitudes mezquinas y miserables al querer sacar raja de las calamidades que han caído sobre el país, tales como la pandemia del alcance mundial, así como cualesquier tragedia que se registre en determinada área geográfica del territorio mexicano. Así fue con lo acontecido en Sinaloa con la eventual detención de Ovidio Guzmán López, hijo del capo Joaquín Guzmán Loaera, el Chapo, protegido desde el gobierno del panista Felipe Calderón Hinojosa con su operador Genaro García Luna, actualmente preso en Estados Unidos. O lo de Sonora con la emboscada de la familia LeBarón, que pudo haber terminado en una intromisión de Estados Unidos (la derecha reaccionaria encantada si así hubiera sucedido). Hubo visos de eso con las declaraciones del entonces presidente Donald Trump. También con la explosión en Tlahuelilpan, Hidalgo, a causa de una toma clandestina de Pemex donde se daba el huachicoleo, cuando una multitud se afanaba en la extracción ilegal del combustible. El accidente cobró la vida de al menos noventa y tres personas y dejó cuarenta y seis heridos. Otra situación de la cual se colgó la irresponsable oposición fue cuando en un proceso de desmantelamiento de los monopolios que se dedicaban a surtir de medicamentos al sector público, cuando menos para la atención de enfermedades del cuadro básico, así como de las crónicas; el gobierno de López Obrador se encontró en una situación emergente ante la escasez de los mismos. Cabe decir que entre otros, había políticos y familiares cercanos dueños de estas distribuidoras que hacían jugosos negocios con el cobro de diezmos y encareciendo hasta el tope las medicinas que a fuerzas se les tenía que comprar a estas empresas, asumiendo una actitud perversa en la operatividad de esas transacciones, sin importar en absoluto el dolor ajeno. Pretendían hacer lo mismo en el manejo de las vacunas que hasta ahora son aplicadas de forma universal y gratuita.

Además, durante este tiempo de gobierno obradorista se fraguaron pactos golpistas de gobernadores de diez estados que conformaron la Alianza Federalista, con amagos separatistas y para exigirle al gobierno federal que «no aplicara recortes al presupuesto 2021 o tomarían otras medidas políticas y jurídicas; asimismo, reprobaron la eliminación de 109 fideicomisos». Hoy, esa alianza se encuentra desgajada, al quedar en evidencia pública de que las pretensiones eran distintas a las que declaraban en medios de comunicación, principalmente la plataforma que encabezan Carlos Loret de Mola y Víctor Trujillo (Brozo) la llamada Latinus; y obviamente la replican los que siempre han asomado la cabeza desde el principio y antes: Ciro Gómez Leyva, Joaquín López Dóriga, el periódico Reforma, El Universal, El Financiero, Milenio, El País, de España; The New Times, de Estados Unidos, y hasta Proceso, el semanario de tendencia izquierdista fundado en noviembre de 1976 por Julio Scherer García, le entró al juego de la crítica fuerte al gobierno de la Cuarta Transformación. Actualmente en la editorial se percibe la influencia de Juan Ignacio Zavala Gómez del Campo, esposo de María Scherer Ibarra, hija del fundador.

En los últimos días se han dedicado en casi todos los medios de comunicación tradicionales y redes sociales a utilizar el lamentable accidente ocurrido el 3 de mayo en la Línea 12 del Metro tras derrumbarse la viga de un puente, accidente en el que fallecieron al menos veinticinco personas y casi ochenta resultaron heridas. En fin esos son solo unos ejemplos en los que la derecha encabezada por el empresario e influyente en gobiernos anteriores Claudio X González Guajardo ha enfocado todas sus baterías para evidenciar «las fallas» que, según ellos, muestran el fracaso del gobierno federal, así como de todas las acciones emprendidas, que a nuestro juicio sí les ha perjudicado el statu quo. Acostumbrados estaban a ser ellos los que decidían y definían lo que se tenía que hacer con los recursos económicos, así como la explotación y las concesiones de los naturales (renovables y no renovables). Si hasta el agua ya estaba en la mira de estos voraces e insaciables capitalistas nacionales y extranjeros. Tenían «fiesta de piñatas», desde que el gobierno gris de Miguel de la Madrid abrió las puertas para que las «fauces» del neoliberalismo entraran a hacer destrozos, poco después de haberse pactado en el consenso de Washington. A partir de ahí se desencadenaron una serie de cambios negativos para el resto de la humanidad que no fueran para el 1 % de ese grupo selecto de 2150 millonarios que poseen la misma riqueza que 4600 millones de personas. En otras palabras, el 1% más rico de la población tiene el doble que 6900 millones de personas, que son casi el 89% de los habitantes de la Tierra. Por poner un ejemplo, Jeff Bezos, es el hombre más rico del mundo, con una fortuna valorada en ciento setenta y cinco mil millones de dólares, debido a que es el Chief Executive Officer (CEO, por sus siglas en inglés), que en español podría traducirse como director ejecutivo o consejero delegado y fundador de Amazon, la tienda en línea más grande del mundo. Su salario anual fluctúa en 81 840 dólares. Pero la mayor parte de su riqueza proviene de sus acciones.

aa

De las representación política de los negros-afromexicanos

Eduardo Añorve

Un año y dos meses han transcurrido desde que Andrés Manuel López Obrador confesó en un acto público en Cuajinicuilapa que era afromexicano. Pero esa declaración no tuvo trascendencia en los medios masivos de comunicación de la capital del país (somos un país centralista y centralizante, ni qué decir). ¿Por qué? La primera respuesta que encuentro es: porque no parece «negro», porque, fenotípicamente, no es «negro», o afromexicano. Es decir: el racismo imperante en nuestro país todavía impide que la mente de los mexicanos deje de percibir a los «afro» como «de color», de pelo ensortijado, de labios bembones y nariz chata, para aceptarlos como personas con apariencias divergentes, dados los siglos de mezclas «raciales» que han transcurrido desde la traída forzada de los primeros siervos y esclavos de África, hasta estos días, con un largo interín colonial, en el que se puede insertar muchos gentilicios de los pueblos llamados originarios y otros europeos, por decir lo menos. Además de ser considerados los afrodescendientes o «negros» como «eróticos», «flojos», «violentos», «feos», «indeseables», etc.

Y, a pesar de que él no tenía ni tiene claro este oscuro asunto (digamos que su declaración fue oportunista, aunque sincera y espontánea, pero ingenua, despolitizada, edulcorada, desde el punto de vista del antiracismo, dada en el municipio con más alto porcentaje de autoreconocimiento como «afromexicanos» por su población, según datos del censo del año pasado), que el presidente de los Estados Unidos Mexicanos declare públicamente que es «afro» (no «negro», por cierto) debiera ser trascendente y, además, debería denotar que, con todo y el victimismo que galopa entre quienes utilizan este marbete, afromexicanos, para medrar políticamente, es un afromexicano el personaje político con más poder y más influyente en el país. Tal vez aquí sí valga o haga la diferencia hablar de un «afromexicano» y de un «negro», entes que el propio presidente de la República no alcanza a imaginar como muy ligados por la historia y la cultura nuestras. Ignorancia, también, porque cuando hace esa declaración no incluye su herencia tabasqueña, siendo esa zona de gran presencia de africanos y afrodescendientes en los siglos pasados, y actualmente, por supuesto. El botón de muestra es el habla, característica que suelen criticarle como incorrecta. Habla afromexicana, claro, como ya ha sido escrito en otros papeles.

En Guerrero, 303 923 personas se autoreconocieron como afromexicanas, según el registro del Censo 2020, quienes representan el 8.6% de la población total. En el caso de Cuajinicuilapa, ese porcentaje es alto: 80% de la gente del municipio, mayor de tres años, se consideró afromexicana, según el Inegi. Y el 64.2% de la población del municipio se autoreconoció como amuzga; en tanto que 30.9%, mixteca. Somos multiculturales, dicen. Hace años eso era imposible porque el marbete que el Inegi utilizaba para marbete «etnitizar» a algún grupo social era la lengua materna, en primer lugar; después se hablaba de la vestimenta. Eso cambió en los últimos años, y se «incluyó» a los afromexicanos en ese mosaico «racial», siguiendo la inercia de las políticas neoliberales del multiculturalismo, y se construyó el marbete de la autoadscripción, como lo ordena la ONU y otros organismos «internacionales» o extranjeros; a ella se le agregan los tan manidos «usos y costumbres».

Pero antes de estos movimientos sociales, culturales y políticos del multiculturalismo imperialista que se relacionan con lo que ahora se llama representación política de los afromexicanos y su «visibilidad», en la historia de este territorio, el actual estado de Guerrero, existen innumerables ejemplos de personajes influyentes en la vida colectiva, quienes tenían una filiación «étnica» afrodescendiente, como lo prueban los ejemplos relevantes y prominentes de Vicente Guerrero y Juan Álvarez, y hasta la hueste de «negros» de los Galeana, para arribar a los políticos de la oligarquía local, como René Juárez, Ángel Aguirre y Manuel Añorve, pasando, incluso, por personajes contestatarios como Genaro Vázquez Rojas.

No puede ser de otro modo, ni pudo serlo: la lucha política por la representación colectiva se ha producido y desenvuelto de muchos modos, a lo largo y ancho de la sociedad y del espectro político-cultural: desde la izquierda hasta la derecha, involucrándose a todas las clases sociales, teniendo como objetivo principal el control de los gobiernos y de los grupos sociales dinámicos, que actúan alrededor de aquellos, para conseguir el control económico, ya como empleados o como miembros de la oligarquía local. En suma, en un territorio y un estado en el que la presencia de los afrodescendientes, «negros» y afromexicanos ha sido constante en los últimos cinco siglos, su liderazgo como representantes de la población también ha sido constante, permanente, aunque casi siempre siguiendo los lineamientos del capitalismo y, en las últimas décadas, de esa falacia que se hace llamar democracia representativa.

Lo novedoso es que ahora se acude a la ideología neoliberal del multiculturalismo para ahorrarse la lucha por el poder, la praxis cotidiana para arribar al poder, para formar parte de los gobiernos, para ser gobierno. Es decir: la exigencia de los cotos de poder por el mero hecho de ser distinto, con el pretexto de haber sido discriminados históricamente. La lucha por el poder, ya no en las calles y los barrios, en las colonias, sino en la mesa, en los tribunales, en las instituciones, en las oficinas de defensa de los derechos humanos, en los medios masivos de comunicación «progresistas». Así como ha ocurrido con otros grupos sociales minoritarios: las mujeres, los indígenas, los discapacitados, la comunidad con preferencia sexual manifestada públicamente, etc. Claro que también se acude a ese pretexto, a victimizarse

Y es patético mirar en notas y reportajes en los medios masivos (así se dice) de comunicación a aspirantes a cargos públicos (a ejercer como funcionarios públicos, como representantes sociales, políticos y culturales) que arguyen e imploran que, por justicia, los invistan de candidaturas, cargos y nombramientos, como un mágico acto de justicia «pura» –insisto–, sin ensuciarse las manos, siendo que la mayoría de las veces no tienen una trayectoria que los ligue a esas comunidades que pretenden representar, no tienen un trabajo comunitario ni social en ellas y suelen sobrevivir y medrar políticamente enunciando una serie de necesidades insatisfechas, como la igualdad económica, la suficiencia en materia de salud, educación, vivienda, etc. Aunque la encuesta intercensal de 2015 realizada por Inegi dejó en claro una cosa: que no son los «afromexicanos», los «negros», la minoría más desprotegida y excluida, sino los pueblos y comunidades indígenas y originarias.

Bien lo dijo el comisario de Corralero, Oaxaca, en la Costa Chica, en la reunión donde se elaboraba el pliego de peticiones que se le haría llegar al más prominente afromexicano de la nación, López Obrador, ante la insistencia de presuntos líderes de grupúsculos que han monopolizado el uso del discurso afromexicanista (y se ostentan como sus dueños) por ignorar a las autoridades comunitarias presentes como interlocutores legítimos, alegando que las autoridades son por definición traidoras de los pueblos (o algo así), este comisario les espetó que él había sido electo en una asamblea, por mayoría de ciudadanos, en tanto que ellos no. Y así se callaron.

Pero ahora, en estos tiempos electorales, han vuelto a levantar la cabeza para conseguir algo que no merecen, que no han trabajado.

aa

La democracia en riesgo

Humberto Santos Bautista

¿La democracia está en peligro? Me temo que tengo que responder que, a largo plazo, sí. La democracia es una «gran generosidad», porque para la gestión y la creación de la buena ciudad confía en sus ciudadanos. Pero los estudios sobre la opinión pública ponen en evidencia que esos ciudadanos lo son poco, dado que a menudo carecen de interés, que ni siquiera van a votar, que no están mínimamente informados. Por tanto, decir que la democracia es una gran generosidad subraya que la democracia siempre está potencialmente en peligro.
Giovanni Sartori La democracia en 30 lecciones

¿Cómo se piensa sacar del atraso a Guerrero, y al país, si los candidatos de todos los partidos tienen un problema común: no tienen proyecto ni alternativas a los grandes problemas emergentes del estado? ¿Dónde están las alternativas para atender el problema de la pobreza y de la desigualdad en la que viven más del 60% de los guerrerenses? ¿Cuáles son las propuestas para el enorme desafío que representa un sistema educativo deteriorado por la corrupción y que registra los más grandes rezagos en el país? ¿Qué se propone para resolver el problema de la violencia que cotidianamente se hace presente en todos los ámbitos de la vida cotidiana y en todo el territorio del estado? ¿Qué se va a hacer con el deterioro ambiental? ¿Cómo se pretende cuidar la salud de los guerrerenses en el contexto de la pandemia? ¿Cuáles son las propuestas para las demandas de las mujeres y de los jóvenes? ¿Qué se propone para los migrantes? ¿Cómo reformar al propio Estado para refundar el pacto social y ponerlo en concordancia con las necesidades del Siglo XXI? Si la salida a todos estos desafíos pasan por fortalecer la democratización de nuestras instituciones, ¿cómo iniciar este proceso con una clase política que no tiene una cultura democrática? Y si esto es así, ¿cómo democratizar nuestras sociedades con una clase política que no es demócrata?

Ésa es la desgracia de Guerrero, donde la democracia siempre ha sido una ficción política, tanto desde la derecha como desde la izquierda, pues en ambos lados se ha privilegiado una subcultura caciquil del poder, y son esas mafias de poder las que finalmente se reparten un pastel cada vez más disminuido, y la realidad es que la democracia ha quedado reducida a un circo electoral, porque a los ciudadanos no les ha servido de nada ir una y otra vez cada que se les convoca a las urnas para ejercer su derecho a votar, porque sus condiciones de vida no cambian, a pesar de que en la definición constitucional de la democracia se establece con meridiana claridad que ésta no se reduce a «un régimen jurídico», sino al mejoramiento constante de las condiciones de vida de la población. El problema es que con todo y que en cada proceso electoral, el ciudadano deposita su voto con la esperanza de tener una vida mejor, la realidad es que el número de pobres ha ido aumentando después de cada elección y quizá sea pertinente preguntarse sobre el sentido del voto y también de la necesidad de ciudadanizar el poder y desplazar el monopolio que, hasta ahora, ha ejercido la partidocracia, que con las alianzas y acuerdos que teje para repartirse el poder ha perdido toda identidad y ha quedado cada vez más claro que los únicos principios a los que son leales son a los de sus intereses organizados alrededor de sus ambiciones de poder, un espacio de donde «el pueblo», a nombre de quien hablan, está excluido.

Esa exclusión se confirma cuando en la ausencia de ideas en la política, porque no hay debate serio en torno a los problemas emergentes y ese vacío es llenado con ocurrencias y frivolidades, y esa pauperización de la democracia tiene efectos desastrosos para el pueblo, pues tarde o temprano ese analfabetismo funcional de la clase política termina por destruir los pocos avances que se logran a lo largo de duras jornadas de lucha. La demagogia siempre termina en retrocesos indeseables.

Por eso, a la hora de votar se debe tener claro que, en el contexto actual, ya no hay izquierda ni derecha, sino un mercado electoral donde se ofertan diversas marcas, con productos muy descompuestos. Para los ciudadanos guerrerenses, ¿cómo van a ser de izquierda algunos candidatos incapaces de entender siquiera el significado de esa palabra? ¿Cómo votar por personajes impresentables que presentan como candidatos, partidos como el PRI o el PAN, que cuando han gobernado se han encargado de destruir al país y de envilecer la vida pública con sus escándalos de corrupción? ¿Y cuál sería la diferencia entre las alianzas de Morena-PVEM-PT, con la que presentan los corruptos del PRIANRD? Por desgracia, y según se ve, ninguna; y si esto es así, pareciera que los ciudadanos no tenemos opciones.

Ésa es la desgracia de Guerrero y la realidad de este circo electoral. Y en ese escenario, Guerrero no tiene destino, y los pocos avances democráticos amenazan con ser destruidos por la misma clase política agrupada en todos los partidos políticos, que no es democrática ni tampoco tiene idea de qué hacer con los problemas del estado.

Y ha pesar de todo, la única forma de salvar la democracia es ejerciendo el derecho ciudadano de votar, y en ese ejercicio de demopoder, recordarle a esa partidocracia corrompida y perversa, que son ellos los que necesitan a los ciudadanos y ciudadanas, que los partidos son una ínfima parte de la sociedad y que cada vez más están muy lejos de ser una representación social, porque están quedando reducidas a verdaderas mafias del poder, y que es por eso que le tienen tanto miedo al voto masivo del pueblo, porque saben que si todo el pueblo vota, terminará votando a toda esa partidocracia del poder y solo entonces la democracia recobrará su sentido original, porque será el poder del pueblo el que decida su propio destino.

Salir a votar masivamente por quien libremente el ciudadano y ciudadana decidan y más allá de partidos políticos sería el principio de una transformación radical en el ejercicio del poder. Ojalá así sea.

aa

Policía comunitario de ALcozacán. Presión.

Del 31 de mayo al 6 de junio de 2021 al

#1054

opinion

01 03
V e r
m á s
Menos