La consulta popular

José Francisco García González

Cuando, dueños absolutos del poder, empezaron a imponer el modelo neoliberal, los priistas ya tenían tratos con un reducido grupo de empresarios que, a la postre, se beneficiarían del proceso de desincorporación de las principales empresas paraestatales. Por ello, a partir de ese régimen, se desató una etapa de latrocionios y saqueo de los recursos de la Nación. Se abrieron las puertas para que esos allegados del poder consumaran negocios redondos con todo aquello que se había construido durante décadas con recursos de todos los mexicanos. El proceso de privatizar todo lo que enriqueciera más a las élites político-económicas, fue el distintivo de la simbiosis entre políticos y empresarios desde el sexenio de Miguel de la Madrid (1982-1988) hasta el de Enrique Peña Nieto (2012-2018), pasando por los de los panistas de Vicente Fox (2000-2006) y Felipe Corazón (2006-2012).

Durante este largo periodo plagado de corrupción no se daban a conocer a los políticos que se volvieron empresarios, sin más experiencia que la de retorcer las leyes y reglas a fin de acceder con absoluta libertad al proceso de desincorporación de las paraestatales, pero tampoco a los empresarios que incrementaron de manera insultante sus fortunas gracias a su cercanía con el poder político. Pero ahora, en actual gobierno de Andrés Manuel se ha ido descubriendo a estos políticos que por décadas hicieron negocios ventajosos para ellos, pero devastadores para millones de mexicanos cuyas condiciones de vida eran cada vez peores y que eran engañados por los gobernantes que se perpetuaban en el poder para seguir beneficiándose. Y como el poder legislativo estaba en manos de la aplastante mayoría del PRI, no había ningún contrapeso político o social que se los impidiera.

Los gobiernos de los países desarrollados, entre los que se encuentra Estados Unidos, siempre protejen a su población y sus recursos naturales, pero se aprovechan de los migrantes y depredan las naciones empobrecidas. Desde los tiempos colonialistas invaden otras tierras para hacer destrozos lejos de su entorno ecológico, tal y como ocurre en México con la explotación de minas a cielo abierto. La contaminación que están dejando en la tierra, arroyos, ríos y mantos acuíferos es criminal. Y obviamente todo esto se realizó con la complicidad de los gobiernos del periodo neoliberal al que nos referimos en los primeros párrafos, así como con la complacencia de ejidatarios que por migajas dejan en manos de extranjeros sus tierras.

Otra característica de los neoliberales que dominaron esos treinta y seis años, fue que todas las políticas que perjudicaron a la Nación, las disfrazaron de obras para el bien común. Ahí radican las trampas y embustes de los que de una u otra manera tienen responsabilidades pendientes con la Nación, a la que gobernaron mal. Quizá no sea con la ley, porque no son tontos y tuvieron tiempo y recursos legales suficientes para blindarse –la legalización del fuero, sobre todo– y burlar a la justicia, en un país donde había impunidad para cometer todo tipo de fechorías y latrocinios, que para el grueso de la población pasaron desapercibidos, pero que ahora con López Obrador, con una forma de distinta de gobernar, se están sentando las bases para que ya no vuelvan esos manejos turbios, aunque todo parece indicar que faltará tiempo para lograr arribar a un sistema más democrático y justo para que las nuevas generaciones se desarrollen en un ambiente en el cual México construya un nueva forma de ver las cosas, con un sentido ético en el más amplio sentido del término, para que exista una visión social de fraternidad, cooperación, solidaridad y respeto y acercamiento con el otro. Vivir en una sociedad más justa es todo lo contrario del egoísmo neoliberal que propone sobresalir pasando por encima de los demás, al tratar de obtener beneficios a corto y mediano plazo, sin ver más allá del interés particular. Con el neoliberalismo no solo se trata de borrar la historia de las conquistas sociales logradas en gestas heroicas, sino que, aparte, se busca que el individuo piense y se comporte conforme a los cánones de las «sociedades desarrolladas», y se olvide de los demás.

La derecha trata de achacar la polarización social que se ha revelado en los últimos años, al discurso de López Obrador que exhibe las fechorías de los gobiernos neoliberales, cuando cualquier ciudadano medianamente informado sabe que esa división se da por generación espontanea a causa de las enormes diferencias económicas entre el reducido sector de la oligarquía que lo tiene todo de sobra, y los millones de mexicanos que sobreviven en condiciones de miseria. Ese discurso del Presidente incomoda a un sector importante de la clase media baja hacia arriba; se les oye y se les tolera. Pero resulta aberrante que a un jodido le molesten las políticas del Presidente a favor de los más pobres y contra la corrupción. A éstos, si hay oportunidad se les explica y si no entienden, lo mejor es dejarlos que se acaben dentro de su ignorancia y masoquismo.

Las noticias teñidas de sangre y dolor, siempre corresponden a gente humilde, aquéllos que en la marcha por la vida caen en la tentación de bandas delictivas, ya sea por pura necesidad o porque no tuvieron una formación sólida dentro del seno familiar. Lo más lamentable y que quizá pocos le han puesto la suficiente atención es que después de casi quince años de fatales crímenes, nos encontramos en un círculo vicioso en donde no se han valorado las consecuencias. Atrás va quedando una estela de muerte y dolor que arroja un saldos de miles de niños que quedan en la orfandad y el desamparo, mujeres viudas sin más sustento que su fuerza de trabajo. La proliferación de grupos del crimen toleradas y fomentadas por los tres niveles de gobierno, parece imparable, a pesar de las reuniones diarias para analizar y valorar el asunto a escala macro. Porque mientras no se logre parar la ola de violencia, la cuarta transformación del presidente López Obrador podría quedar a medias, ya que ésa es una de las demandas más recurrentes prácticamente de toda la población. Pero hay quetener conciencia de que esta degradación también es parte integral de un sistema capitalista en crisis, en donde la seguridad y el resguardo de los cuerpos policiacos y militares estarían al servicio de la gente con poder político y económico y al final el resto de la raza común y corriente.

En el neoliberalismo dejan de tener sentido las luchas sociales y entra la lucha individual y ahí no se consulta nada, solo se aplica; por eso que tenemos una Constitución Política toda remendada y con parches por todos lados, que solo sirve a los que pagaban (con el mismo dinero de la hacienda pública) para chantajear y corromper a legisladores para cambiar las leyes que impedían el indiscriminado saqueo a la Nación.

El neoliberalismo se puede definir como el conjunto de ideas políticas y económicas capitalistas que reducen la participación del Estado en la economía. El dejar hacer, dejar pasar, restringe cualquier injerencia gubernamental, fomentando así la producción privada con capital único sin subsidio del gobierno. En general así debería ser; sin embargo, como lo he planteado en entregas anteriores, este neoliberalismo es al estilo mexicano. En el país se aprovecharon de la apertura. Fue una especie de piñata rota repleta de aguinaldos en la que se abalanzaron los cercanos al poder.

El festín inició con Miguel de la Madrid y aún no concluye, a pesar de que los esfuerzos del gobierno lopezobradorista están enfocados a erradicar esas prácticas nefastas: tratar de acabar con la corrupción y con la condonación de impuestos y rescates financieros dañinos para la economía mexicana. López Obrador considera prioritario que ya no se rescate más –como era común en el neoliberalismo– a empresarios «vividores» que vienen con el cuento de que ellos dan empleo y generan riqueza, pero que en realidad solo se han enriquecido a costa del pueblo jodido. Esa simbiosis de políticos y empresarios, solo sirvió para agrandar cada vez la brecha de la desigualdad y endeudar más al país.

A nadie se le consultó cuando se decidió adoptar el sistema neoliberal ni cuando se subastaron las paraestatales para privatizarlas. Sin consultar a nadie, Carlos Salinas de Gortari desincorporó el sistema financiero y dejó los bancos en manos privadas, para que, años después, en el gobierno de sus sucesor Ernesto Zedillo, el Estado «rescatara» a esos bancos de la quiebra a la que lo llevaron sus nuevos dueños, a través de las bancadas priistas de las cámaras legislativas, mediante el Fondo Bancario de Protección al Ahorro (Fobaproa). Tampoco consultaron a la población si aprobaba que toda la red e infraestructura de telefonía pasara a manos de Carlos Slim. Ni si se estaba de acuerdo en que el transporte ferroviario pasara a poder de empresas privadas. O si Luz y Fuerza del Centro dejara de funcionar con un sentido social y despidieran a la mayor parte de los trabajadores. O si a CFE y a Pemex ya no se le prestara la atención suficiente, para posteriormente desmantelarlas y dar paso a capitalistas extranjeros a venir a manejar esos recursos energéticos. Mucho menos se consultó a los mexicanos si querían la reforma educativa de Peña Nieto, pero que, obviamente, cunado menos el sector magisterial rechazaba.

No, a los liberales y sus simpatizantes y defensores a ultranza nada les importaba. Ellos estaban cómodos como vivían, mientras millones sobrevivieran en la miseria. Entonces, no existe ningún antecedente de consulta abierta al pueblo. Quizá nos dé pereza salir a emitir el voto para que se juzgue a los expresidentes por diferentes casos; incluso, por traición a la Patria. Sin embargo para que los resultados de la consulta sean vinculatorios para que se aplique la ley a los expresidentes, deben contabilizarse alrededor de 37.5 millones de votos. El INE determinó que sea el 40 % del total de la lista nominal que deben captarse en 57 000 mesas de recepción. Aunque en otros países, con solo el 5 % es suficiente para que los resultados sean vinculatorios. Eso, aquí en México, equivale a 4.5 millones de votantes.

Aunque no se logre la cifra impuesta por el INE, este evento servirá como un ejercicio democrático que abribá las puertas para que la población ya no solo sea parte de una democracia representativa, sino que sea protagonista de una democracia participativa en la cual la cultura cívica rompa con la idea creada a los largo de muchas décadas se solo participar cuando haya votaciones para puestos de elección y no en todo lo que tenga que ver en los asuntos político. Que también sirva para que en las entidades y municipios se multipliquen este tipo de ejercicios para bien de la gente.

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Pedro Helguera: lucidez revolucionaria

Humberto Santos Bautista

En el libro más reverenciado por los educadores de todo el mundo, Pedagogía del oprimido, Paulo Freire nos recuerda una carta que el Che Guevara le dirigió al periodista uruguayo Carlos Quijano, director de la revista Marcha, en la cual el guerrillero planteó: «Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el verdadero revolucionario está guiado por grandes sentimientos de amor». Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad, y Freire la cita para tratar de responder a una pregunta que es la que, de alguna manera, estaba en el corazón de sus reflexiones cuando escribía su libro: «¿Qué lleva a los revolucionarios a unirse a los oprimidos sino la condición deshumanizada en la que éstos se encuentran?». Para Freire, la revolución solo podía ser un acto de amor, «en tanto es un acto de amor y humanizador». En esa misma tesitura, Freire agregaba que «la revolución que no se hace sin una teoría de la revolución y por lo tanto, sin conciencia, no tiene en ésta algo irreconciliable con el amor». Paulo Freire rompía, desde el espacio de la educación, con la ortodoxia de la revolución que sostenían algunos dogmáticos que repetían una vieja tesis leninista: «Sin teoría revolucionaria no hay movimiento revolucionario». En Pedagogía del oprimido, Freire le da una nueva interpretación al contenido de la palabra «revolución» y explica quiénes son los sujetos de la misma: los oprimidos.

En todo eso pensaba, ese día que mi padre me invitó a conocer al licenciado Pedro Helguera Jiménez, y ya instalados en la sala de su casa, miraba alrededor los libros amontonados en desorden en los estantes y cientos de periódicos y revistas apiladas en el suelo, mientras lo esperábamos para saludarlo. Eran los primeros años de la década de los ochenta del siglo XX, que, en sus inicios, había dejado la experiencia de dos grandes revoluciones: la revolución rusa y la revolución mexicana, que habían despertado las esperanzas de los oprimidos, pero que a esas alturas del siglo ya había expresiones de decepción y de frustración por la experiencia de la dictadura de Stalin en Rusia y la hegemonía del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS), por y la dictadura del PRI en México, con la institucionalización de la Revolución, que en ese entonces, parecían inamovibles.

En estos años, todavía estaba fresca en la memoria de los mexicanos y guerrerenses la experiencia de la derrota de los movimientos guerrilleros más importantes de la historia reciente, el de Genaro Vázquez, que había fallecido en un accidente en febrero de 1972, y el de Lucio Cabañas Barrientos, que había sido asesinado en una emboscada en El Otatal en diciembre de 1974. Eran también los tiempos de la guerra sucia que le costó a los guerrerenses casi quinientos desaparecidos, lo cual fue reconocido por el propio gobernador del estado de entonces, Rubén Figueroa Figueroa, quien fue entrevistado por unos periodistas franceses que le preguntaron que cuántos presos políticos había en Guerrero. La respuesta de Figueroa fue la expresión misma de la situación que se vivía en el estado: «En Guerrero no hay presos políticos, todos están muertos».

Eran los tiempos duros de la resistencia, y en Guerrero, los movimientos de protesta se había reducido solo a dos sectores que se negaban a someterse: los universitarios de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAG) y los maestros agrupados en el llamado Consejo Central de Lucha (CCL) que tenía como antecedente el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), creado por otro ilustre maestro guerresense, Othón Salazar Ramírez, que había sufrido la persecución y había parado en la cárcel por encabezar las luchas por democratizar el SNTE. Eran los tiempos en los que ser universitario y ser maestro era riesgoso, porque se era estigmatizado desde el poder. Para el gobernador Figueroa, la UAG no era un centro de estudios, sino «un nido de guerrilleros». En respuesta a ese estigma, los universitarios respondieron con una enorme pinta en las bardas de enfrente del edificio docente que todo el pueblo leía al pasar por la Alameda: «Antes de graduarnos como universitarios, nos graduaremos de guerrilleros». Los estudiantes de la, ahora, UAGro tenían muy presente la represión que se había desatado en contra de la huelga que se había mantenido en 1960 en la lucha por la autonomía universitaria.

Los maestros tenían también agravios y no olvidaban la golpiza que les habían dado en Tlapa para desalojar un plantón que mantenían en el zócalo de la ciudad, en los años setenta, en demanda de aumento salarial y la democratización de su sindicato. Unos años más tarde, el propio gobernador Figueroa había encabezado el desalojo de las escuelas cuando los profesores habían decretado un paro para exigir las mismas demandas.

Eran los tiempos de la llamada «Universidad-Pueblo», que era casi un proyecto personal del doctor Rosalío Wences Reza, quien sería rector hasta por tres ocasiones y que había puesto en marcha en su primer rectorado de 1972-1975, implementando una serie de medidas asistencialistas como, por ejemplo, el comedor universitario, la política de puertas abiertas de la universidad, los servicios médicos gratuitos y los bufetes jurídicos de servicio a la población, entre otros, lo cual le dio una gran legitimidad a su proyecto, en un contexto como Guerrero, que desde entonces se caracterizaba por una desigualdad brutal, que sigue siendo el principal problema que no se ha podido resolver.

Eran también los tiempos del rectorado de Enrique González Ruiz, un joven abogado que se había incorporado al proyecto de la Universidad-Pueblo, y que al vincular más abiertamente a la UAG, con los movimientos sociales, provocó la furia del entonces secretario de educación pública, Jesús Reyes Heroles, quien tomó la decisión de «levantarle la canasta a la Universidad»; es decir, retenerle el subsidio y solo volver a entregárselo, en palabras del mismo titular de la SEP, «cuando hubiera universidad». La Universidad enfrentó una crisis que amenazaba su propia sobrevivencia y agudizó las contradicciones al interior de la propia institución con los grupos que se disputaban el control de la misma.

Es en ese escenario de memorias y recuerdos donde la figura de Pedro Helguera Jiménez cobraba relevancia, tanto cuando contaba su experiencia en la cárcel, como cuando debatía sobre la vinculación de la universidad con los marginados, específicamente desde la posición que se le había encomendado cuando fue liberado y se le nombró como director del bufete jurídico de la UAG.

Pedro Helguera Jiménez no era ningún improvisado, ni en el aspecto de formación política ni en el campo de su profesión, pero tenía, además, un aspecto adicional que era precisamente el que mencionaba Paulo Freire en su libro citado al principio: era un hombre sensible.

Ese fin de semana que lo visitamos en su casa, inició su plática aludiendo a la figura que menos esperaba que pusiera en el centro de la conversación: la de Jesucristo, con la crítica de que los curas deformaban el discurso cristiano en las iglesias, porque cuando Jesús hablaba de «hermanos» se refería a ser «hermanos de clase» y que cuando mencionaba «la fe» aludía a «la convicción revolucionaria».

Me llamaba la atención que cuando platicaba de todas las vivencias que pasó en la cárcel: vejaciones, torturas y maltratos, lo contaba sin amarguras ni resentimiento y, más bien, parecía que toda esa experiencia lo había fortalecido. Pedro Helguera Jiménez quería hacer la revolución, pero según yo entendía entonces, era más bien una especie de revolución que no podía renunciar a que se tenía que empezar por estar educado. Es decir, un hombre preocupado realmente por la pobreza no puede ser sobornado por los intereses de los poderosos, y para que eso no suceda, tiene que saber que luchar contra la pobreza no basta con el compromiso, sino que se tenía que «estudiar el problema» y habría que explicarlo al pueblo con lo que se tuviera a la mano, y si para eso era necesario echar mano de la figura de Jesús había que hacerlo.

Quizá por eso, la figura de Pedro Helguera Jiménez, me trajo a la memoria unos versos de un poema de Bertolt Brecht:

 

«La pregunta sobre el bien»:

Da un paso al frente: oímos

Que eres un buen hombre.

No pueden comprarte,

Pero el relámpago que golpea la casa tampoco puede ser comprado.

Mantienes tu palabra. Pero ¿qué dijiste?

Eres sincero, das tu opinión.

¿Qué opinión?

Eres valiente.

¿Contra quién?

Eres sabio.

¿Para quién?

No persigues tu beneficio personal.

¿Qué persigues entonces?

Eres un buen amigo.


 

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#LaEsquinaDeXipe

El racismo, en la base de la construcción de la identidad «afromexicana»

Eduardo Añorve

mo peón o vaquero de los patrones, que no son afros, sino mestizos». ¡Que alguien les diga que los peones y los vaqueros son amuzgos, o sea, indígenas, por dios-uno-trino, y por los mil-demonios de todo-santos! ¡Que los negros andan en El Norte desde unos cuarenta años hará, masivamente, no oliendo a mierda de vacas! ¡Que los indígenas vinieron a suplir esa mano de obra, de aquí expulsada!

Como se ve, la ignorancia es muy democrática. Como la discriminación y el racismo. Son dañinos, porque deforman el ser de las cosas y los fenómenos, la percepción de las personas, las relaciones sociales, políticas y económicas. Porque se hace creer que todo ha cambiado, pero, en realidad, todo sigue igual o está empeorando, porque, de todos modos, los explotados son los de siempre; los marginados, los de siempre; los excluidos, los de siempre; los ilusionados, los de siempre.

Como en el caso de los llamados «afromexicanos», los negros de la Costa Chica. Los afroindios. Los costeños. En realidad, bastaría que el Estado y los gobiernos garantizaran todos los derechos para todos. Mientras, a seguir montados en el burro prieto de la moda de los afromexicanos, de los afrodescendientes.

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Tercera ola Covid. Emergencia en Guerrero.

Del 26 de julio al 1 de agosto de 2021 al

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