Las imágenes de los negros garífunas en la literatura hondureña

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Jorge Alberto Amaya Banegas y Francisco Morazán

Por su parte, Siebenmann y König mencionan que, en efecto, el estudio de esas imágenes mentales que los pueblos forjan o inventan sobre los demás es un nuevo campo de estudio que atañe a la literatura comparada. Como ciencia, se denomina también imagología. Según ellos, llamamos a las imágenes en nuestras cabezas imagotipos.

En el caso de Centroamérica, un pionero en este tipo de estudios es Werner Mackenbach, quien realizó un pequeño ensayo que intentaba rastrear cuáles eran las imágenes que reprodujeron los viajeros alemanes del siglo xix acerca de los pobladores nicaragüenses de aquella época.

En nuestro caso, entenderemos que la imagen es la representación que hacemos de una cosa, ya sea en nuestra mente, ya sea a través de palabras, literatura o por medio de la pintura, escultura o alguna otra forma de representación gráfica o plástica. La imagen, por consiguiente, no es la cosa, no es la realidad, sino una representación que, individual o colectivamente, producimos; en cierto modo, fabricamos de la realidad.

De esta manera, postulo por tanto que las imágenes expresadas por los intelectuales e historiadores mestizos hondureños acerca de los garífunas, eran muchas veces prejuiciadas, pero, aun así, fueron en algunos casos tenidas como imágenes verdaderas de la realidad histórica y social de la etnia garífuna. En otras palabras, muchas de esas imágenes se convirtieron en estereotipos mediante los cuales los mestizos han representado o caracterizado a los negros garífunas.

En este sentido, es conveniente que expresemos cómo interpretaremos el término estereotipo y de qué forma lo utilizaremos a lo largo de este apartado. Siguiendo a la cientista social venezolana Maritza Montero, entenderemos que:

[...] un estereotipo está basado en la generalización, exageración y a la vez simplificación de los hechos, que además suele estar unido al prejuicio y produce una uniformación de todos los miembros de un grupo dado, a partir de algunos rasgos observados en algunos de esos individuos, tal consideración puede llevar a la consolidación de la visión prejuiciada y estereotipante.

Se puede desprender de este concepto que el estereotipo constituye la expresión de un proceso del área cognoscitiva, a través del cual una sociedad determinada atribuye a un grupo específico ciertos rasgos, comportamientos, actitudes y valores generalizados para todo el colectivo, en la mayoría de los casos prejuiciados.

Partiendo de estos breves supuestos teóricos, analizaremos en este artículo cuáles han sido las imágenes que se han descrito de los negros garífunas en la literatura hondureña, particularmente en algunos escritores del siglo xx. En general, el análisis de los textos arrojó la conclusión de que la literatura nacional es, en la mayoría de los casos, peyorativa con respecto a los negros garífunas, pues se les imputa la imagen de ser bailarines, lujuriosos, hipersexuales, hechiceros, brujos, libertinos, haraganes, fiesteros, promiscuos y borrachos, entre otros. Es cierto que también se les endosó algunos calificativos positivos, como ser religiosos y alegres, pero la mayoría de las imágenes tendieron a ser despectivas.

III) Las imágenes de los negros farífunas en la literatura hondureña del siglo xx

La mayoría de imágenes y estereotipos sobre los negros garífunas proviene de los géneros de la poesía y la narrativa (tanto de la novela como del cuento), pero también se encuentran imágenes en el teatro y en el ensayo. Por razones de espacio y tiempo, abordaremos sólo las primeras, es decir, la poesía y la narrativa, específicamente en la novela.

A) La imagen de los garífunas en la poesía

Las primeras apariciones del pueblo negro garífuna en la literatura hondureña del siglo xx sin duda se dieron en el género de la poesía, con el poeta Claudio Barrera (1912-1971), miembro de la Generación del 35, quien fue el primer escritor hondureño que tomó la representación de los garífunas como tema de inspiración en su obra artística desde los años 40.

Sin lugar a dudas, Barrera captó la magia de la cultura garífuna en su ciudad natal, La Ceiba, centro que, durante los años de su infancia, era un emporio al que acudían personas de todos los rincones de Honduras y del planeta en busca de fortuna, debido a las posibilidades de empleo que ofrecían las compañías bananeras. El influjo de la poesía del movimiento de La Negritud, especialmente de la pluma de Nicolás Guillén, así como el haber vivido su infancia en los barrios y aldeas garífunas adyacentes a La Ceiba, llamada cariñosamente por los hondureños como La novia de Honduras o la ciudad más alegre del país, indujeron a Barrera a escribir algunos poemas sobre los garífunas. Posiblemente, el más representativo de los mismos es el famoso poema Danza caribe del yancunú, en donde se describe una de las más difíciles y vistosas danzas de los garífunas, el yancunú o baile del wuanáragua o baile de los máscaros, que es una danza guerrera que se baila desde la presencia de estos en San Vicente, ejecutada sólo por hombres, quienes se visten con ropas de colores brillantes, utilizan máscaras y se amarran en las rodillas cuentas de caracoles para hacerlas sonar al movimiento frenético de las piernas y del cuerpo. Lo peculiar de este poema es que en él se pueden distinguir algunos elementos y características del movimiento de La Negritud. Veamos algunos trozos del poema:

 

DANZA CARIBE DEL YANCUNÚ

 

Zumba la cumba del yancunú,

caribe danza,

danza africana,

zumba la cumba del yancunú.

Camasque manda sus negros zambos.

Zumbas que danzan al son del tun...

Suda que brinca,

brinca que suda,

mientras trepida por las rodillas

el baile negro del yancunú.

 

Tan y tun tun

van repitiendo

y zambo zumbo zumba su bombo ronco

como eco recio del africano

rito pagano

de zembo y cametun...

 

Como se puede comprobar, es palpable la utilización de palabras con una fuerte raíz africana en este poema de Barrera, característica del movimiento de La Negritud, así como la disposición del negro hacia el baile.

Por otra parte, Jacobo Cárcamo (1916-1959), miembro también de la Generación del 35, igualmente dejó algunos poemas de esta tendencia de La Negritud. Cárcamo escribió particularmente un poema titulado Canción negroide, en el que la percepción del negro como “bailador” se vislumbra enteramente. Algunos versos del mismo dicen lo siguiente:

 

CANCIÓN NEGROIDE

 

Si los negros

ríen ríen,

si los negros

tocan tocan,

sí los negros

bailan bailan,

con esa risa tan triste,

y ese ritmo tan amargo

y esa cumbia tan doliente:

Y si en la noche repleta

de yodo, luna y licor,

sus bocas parecen finas

maracas de truenos blancos entre valvas de carbón;

y sus manos

golondrinas achatadas

haciendo nidos de estrépito sobre la piel de tambor;

y sus cuerpos son cual círculos de tinieblas epilépticas

o corros de focas locas...

 

Como se puede reparar, la noción de festividad que representa Cárcamo en el verso que expresa «[…] y sus cuerpos son cual círculos de tinieblas epilépticas», así como los versos de la primera estrofa «Si los negros ríen ríen, si los negros tocan tocan […]», demuestran fehacientemente cuán arraigado está presente el concepto en la sociedad mestiza hondureña (y, por extensión, latinoamericana) de que los negros tienen como núcleo de su cultura la celebración de la vida a través del baile y la ejecución musical, fundamentalmente a través del instrumento por antonomasia, el tambor.

También el poeta y narrador Daniel Laínez (1914-1959), perteneciente a la misma Generación del 35, escribió algunas poesías de tendencia negrista. Laínez ha sido considerado como un escritor dentro de la corriente costumbrista, aunque, de igual manera, incursionó en la poesía social. Uno de los poemas en donde se deja ver cierta influencia del movimiento de La Negritud es La canción lejana, que, si bien es un poema que rememora las rondas y juegos infantiles (muy conocidas en España y Latinoamérica durante los siglos xix y xx), presenta algunas palabras que recuerdan a las lenguas africanas, como se ve a continuación:

 

CANCIÓN LEJANA

 

—Cucumbé... Cucumbé...

—María Salomé...

Una calle del barrio y una ronda de niños,

un vuelo de coleópteros rosándonos la sien...

Un parque abandonado y una escuela sencilla;

todo era como un suave país de maravilla,

un encantado Edén...

 

En otro poema célebre, intitulado Negro esclavo”, Laínez, asimilando los tópicos y peculiaridades del movimiento de La Negritud, indignado por la pasividad de los negros, los induce a luchar por sus derechos y su libertad:

 

No llores, infeliz, que no es con llanto

como se logra reventar cadenas;

el hondo clamorear de tu quebranto

no ha hecho otra cosa que aumentar tus penas.

 

Marcha con paso firme hacia la muerte

combatiendo al tirano y al verdugo.

¡ No me explico por qué siendo tan fuerte

nunca has podido sacudir el yugo!...

 

Asimismo, en este mismo poema, Laínez recurre al recurso que ya había caracterizado a la literatura con temática negra desde el siglo xvii, en el sentido de que el negro tiene el corazón y el alma blanca, como se había expuesto antes:

 

Por tu alto ancestro servicial y franco

tu regia estirpe a tu existir reintegro:

Negro:

¡ Vieras tu corazón cómo es de blanco!

Blanco:

¡Vieras tu corazón como es de negro!...

 

Por otro lado, también se contempla en la poesía de Laínez la figura reiterada en este movimiento de la mujer negra como encarnación de la sensualidad. Efectivamente, esto se puede advertir en su poema Canto a la rumbera porteña, donde se vislumbra nítidamente una gran carga erótica:

 

CANTO A LA RUMBERA PORTEÑA

 

Serpentina

serpenteante,

negra carne,

loco son,

al retorcerte jadeante

pienso en un mal torturante

que olvidó la Inquisición...

 

Tu cuerpo,

real sandunguera,

—del jazz en la honda balumba—

zumba

y retumba

en la rumba

como una grácil palmera.

 

Todavía más abajo, va más vigoroso e intenso en las palabras y, a la vez, explícitamente, Laínez califica a la rumbera como fiel exponente de su raza, por la voluptuosidad de su baile:

 

Al volar tus leves faldas,

mis instintos definidos

gimen y vagan perdidos

en la noche de tus nalgas.

Ardiente negra rumbera,

-trasunto fiel de tu raza-

el piso que pisas pasa

crujiendo la noche entera.

Serpentina

serpenteante,

negra carne,

loco son,

al recordarte jadeante

pienso en un mal torturante

que olvidó la inquisición...

 

En resumen, Laínez representa a las mujeres negras y mulatas como encarnación y arquetipo del placer y deseo sexual, imagen muy arraigada en el movimiento de La Negritud.

B) La imagen de los garífunas en la narrativa

En efecto, además de la poesía, también aparecieron retratados los negros en la novela hondureña del siglo xx, aunque no con la misma profusión que en la lírica. En este caso, en las fuentes que utilizamos, quisimos siempre abordar aquellos casos que mencionaran exclusivamente a los garífunas, pues muchas novelas incorporaban en alguna ocasión a los negros creoles, pero lo que interesa en nuestro caso es ver las imágenes e impresiones sobre los garífunas, por tanto, seleccionamos solamente las referencias hacia los garífunas.

La primera novela hondureña en la que encontramos referencias específicas sobre los garífunas es Trópico, del poeta, cuentista y novelista Marcos Carías Reyes (1905-1949). La novela Trópico fue publicada de manera póstuma por la Editorial Universitaria de Tegucigalpa en 1971, con prólogo del reconocido profesor Ventura Ramos. Esta novela es sumamente interesante, puesto que la obra representa una crítica a la explotación de las compañías bananeras en la costa del Caribe hondureño, aun a pesar que los historiadores han identificado al régimen de Tiburcio Carías Andino como gendarme de las empresas transnacionales del banano, como la United Fruit Company. Esto es un tanto contradictorio si se toma en cuenta que la novela fue escrita por un funcionario muy cercano al presidente Carías Andino, pero, lo cierto, es que ya a finales de la década del 40 del siglo pasado el gobierno de Carías ya estaba en sus años finales y, por lo tanto, las tradicionales prácticas de censura y mordaza a la prensa y la literatura se habían relajado, en comparación a los primeros años de la dictadura.

El argumento de la novela Trópico constituyó tal vez el inicio de la literatura de denuncia a la explotación bananera, que, en el caso de Honduras, tuvo quizás como principal exponente a Ramón Amaya Amador, autor de las míticas novelas Prisión verde, Destacamento Rojo, Biografía de un machete y otras; esta tendencia, conocida también en Centroamérica como novela bananera, tiene además como exponentes al costarricense Carlos Luis Fallas, autor de Mamita Yunay, y al consagrado escritor guatemalteco Miguel Ángel Asturias, con su trilogía del banano.

La trama de Trópico, escrita a mediados de los años 40 del siglo recién pasado, cuenta la historia de Lorenzo Gallardo, un joven que emigra desde Tegucigalpa hasta la costa Norte del país a principios del siglo xx. Gallardo, tentado por los fabulosos relatos de abundancia y riqueza que se escuchaban en todo el país acerca de las compañías bananeras de la costa Atlántica, decide marcharse de la capital rumbo a los campos bananeros con el objetivo de obtener empleo y volver un día a su ciudad con fastuosas riquezas. En el Caribe, obtiene prontamente un empleo, pero los altibajos de la producción, lo dejan un día en la completa pobreza, razón por la cual resuelve un día suicidarse. Para ello, pensó ahogarse en el mar, acto que no pudo llevar a cabo debido a la fortuita presencia en ese mismo instante de una jovencita —Herlinda Díaz—, quien le conminó a que no lo hiciera. Gallardo accedió y, con los días, se terminó enamorando de Herlinda, con quien contrajo matrimonio y vivió días felices, hasta que un día volvió a quedar sin trabajo en la compañía y, con ello, devinieron los problemas para su familia, así como para sus amigos don Ramón Cáceres, el Gordo Alfonso, Juan el Canche, Luisín, el doctor Viera y su cuñado Toño.

La aparición de los garífunas en la novela (así como, en algunas ocasiones, de los negros creoles) se da más bien de forma circunstancial, siendo personajes secundarios que se incluyen como parte del paisaje y del entorno o, a veces, también como partícipes de las anécdotas de Lorenzo Gallardo en sus correrías en los campos bananeros del litoral Atlántico hondureño. Vale decir que las alusiones que se hacen sobre los garífunas recuerdan algunos de los estereotipos que usualmente la sociedad mestiza ha imputado a los pueblos negros del país, especialmente el relativo al comportamiento sexual, pues se les identifica en la obra como inclinados a la lujuria. En este aspecto, es importante destacar un comentario que hace el personaje central de la novela, Lorenzo Gallardo, sobre sus andanzas en los pueblos y aldeas de los garífunas y sus experiencias sexuales en los mismos:

¡Ah!, ¡los morenales!. Los morenales que han sido testigos de mi hambre, de mi desolación, de mi rebeldía; los morenales piadosos donde el cazabe acalló el grito de mi estómago vacío; los morenales acogedores donde la noche me brindó todas sus complicidades y sus desvergüenzas; los morenales que incuban la prostitución y el contrabando: Yo los he visitado todos, los he recorrido todos, desde el Cabo [de Gracias a Dios] hasta el [Río] Motagua. ¡Ah mis inolvidables noches de paria, mis noches de perro vagabundo, mis noches pobladas de luceros!. Benditos luceros que alumbraron mi soledad.

Remé en las canoas de los zambos de [la Laguna] Caratasca, vi el ganado salvaje en las pampas de la Mosquitia, afronté los rápidos del [Río] Patuca y del [Río] Segovia. La selva y el mar oyeron mi relincho, ambos viéronme morder la pulpa del sexo. Morenitas de[l] Barrio Cristales, de Tornabé o del Triunfo [de la Cruz, aldea de la ciudad de Tela]: morenitas que en mis brazos dejaron su virginidad salvaje y su olor profundo.





  • Número 167. Año III. 5 de abril de 2021. Cuajinicuilapa de Santamaría, Gro.

  • Esta edición

Desplazados de la sierra. Abandono gubernamental.

Del 5 al 11 de abril de 2021 al

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