El cimarronaje como forma de expresión del África bantú en la América colonial: el ejemplo de Yangá en México

[2/2]

Nicolás Ngou-Mve

La afirmación de que existen rasgos biológicos y culturales de origen auténticamente africano en la América Latina de hoy parece ser un simple lugar común. Pero esta aparente banalidad encierra significados de la más alta importancia para el conocimiento íntimo de África y de los africanos. En efecto, la supervivencia de esos rasgos atribuye implícitamente a los africanos y a su cultura una fuerza y una personalidad verdaderamente excepcionales, que habrían permitido a los unos y a la otra resistir el largo proceso de asimilación que fue la colonización europea del continente americano. De ahí el interés de preguntarnos con qué medios, y de qué manera pudo realizarse esta supervivencia. O sea, en fin de cuentas: ¿cuál es el secreto de esta fuerza y de esta personalidad?

Toda la pertinencia y toda la actualidad de estas preguntas se vislumbran a través de la desparramada presencia de estos rasgos, que cada país latinoamericano presenta hoy, y con toda razón, como parte de su identidad nacional. La respuesta que tradicionalmente se da a estas preguntas, se toma en las muy oficiales cofradías de negros que existieron, por ejemplo, en la América española. Pero, si bien es cierto que en estas cofradías los negros dispusieron de un espacio libre en el cual pudo darse alguna expresión cultural africana, no pueden olvidarse ni sus objetivos, simplemente recreativos, ni los estrechos límites que le imponía la cultura dominante, a través de una rigurosa vigilancia: la de los órganos normativos que eran el Estado y la Iglesia, y la de los mismos colonos.

De hecho, toda la historia de la presencia africana en América, es la historia de una lucha constante contra esta vigilancia que les negaba toda personalidad a los negros. Para ellos, el desafío no consistía en regresar a África, sino en cobrar y expresar, allí mismo en América, esta personalidad que se les negaba como hombres y mujeres cargados de cultura y de sensibilidad africanas. Fue una lucha de todos los instantes y de cada circunstancia. Las mismas cofradías, concebidas como simples válvulas de escape de la tristeza de los negros que añoraban su tierra africana, fueron combatidas y destruidas por las autoridades coloniales cada vez que fue notoria su utilización para fines extrarrecreativos o francamente políticos. Estos fines “no previstos” son indicativo de la íntima aspiración de los negros: deshacerse de la dominación colonial. y, por más loca que nos parezca hoy tal ambición, la misma reacción de las autoridades coloniales frente a esta posibilidad y la actitud de permanente recelo que tenían frente a las masas negras, confirman la existencia de una amenaza y demuestran que la tomaban muy en serio. La forma más radical de esta ambición se encuentra precisamente en la figura del negro cimarrón; el cual, apartándose de la sociedad colonial, llegó a ser el símbolo del rechazo de esta sociedad “normal”. Pero, muy a menudo, se nos olvida que los antecedentes de este combate se situaban en el África portuguesa de fines del siglo xv y principios del xvi, y que la gesta cimarrona era la mejor ocasión para el negro de expresar en América su africanía.

 

 

El cimarrón y la sociedad colonial americana


 

Si el “pan-negrismo” y el “panafricanismo” inspirados por los norteamericanos E. W. Blyden, W. E. B. Dubois y S. Williams (como formas políticas y modernas de la vieja lucha de los negros) sólo tuvieron en América Latina una atenuada repercusión intelectual, en cambio, el fenómeno del cimarronaje se había difundido a todos los rincones de América con la llegada de los primeros africanos en el siglo xvi.

Este fenómeno fue siempre, a los ojos de las autoridades coloniales, sinónimo de osadía, de desafío y de verdadera amenaza contra el orden establecido. Y estos son los propios términos que, por ejemplo, empleaban los españoles para designar y calificar las actividades cimarronas. Y la misma determinación con la que la administración colonial trató de erradicar este fenómeno, en sí, demuestra la importancia que le daba.

Por su lado, la proliferación de los palenques (llamados cumbes en Venezuela o quilombos en Brasil) en la América Latina colonial es prueba suficiente de la pugnacidad de los negros, de su determinación para conquistar un trato igualitario y la libertad en sus respectivas sociedades. Pero, más allá de las vicisitudes del combate armado, esta proliferación y la misma fama que tuvieron algunos palenques (el de Palmares en Brasil, de San Basilio en Colombia o los de Barlovento en Venezuela, por ejemplo) muestran que, para la población negra, el cimarrón era un héroe, un modelo a seguir; y su palenque, una especie de santuario de la resistencia a la opresión colonial, un espacio de verdadera libertad con el que soñaba incluso toda aquella franja desheredada de la población blanca, compuesta de hombres errantes y vagabundos, adeptos de los juegos, del alcohol y de la violencia. Así, por ejemplo, en México, varias veces se encontraban españoles entre negros sublevados, como fue el caso en 1608.

Estas imágenes, del cimarrón y de su palenque como símbolos de resistencia y como semilla de la lucha por la libertad en el continente, son precisamente las que las autoridades coloniales trataron de destruir, sin lograrlo nunca. Por el contrario, al ser el lugar de frecuentes encuentros entre indios, españoles, corsarios, negros y de todos aquellos que tenían algo que reprochar al régimen colonial, algunos palenques se trasformaron en focos de rebeldía política, punto de partida de las revoluciones que iban a acabar con la colonización española de América.

Todo esto significa que si la cofradía era el espacio de expresión de una cultura africana filtrada después de haberse sometido a los criterios de la autoridad colonial, el palenque siguió siendo el símbolo del rechazo de esta autoridad. El cimarrón llegó, efectivamente, a ser, sobre todo para el esclavo, un modelo; y el palenque, el lugar de secreción de este modelo.

Siendo el palenque una referencia para los negros quedados en la esclavitud, los cimarrones no podían ni tenían por qué adoptar como modelo de inspiración, para su pensamiento o para sus acciones, esta misma sociedad colonial que combatían, sino sencilla y naturalmente aquellos recuerdos culturales que les quedaban de África. Así es como los palenques, símbolos de libertad y de resistencia, sirvieron también de cuadros para la reproducción en América de aquellos valores, de aquellos elementos más típicamente africanos que no tenían cabida en la sociedad colonial, ni siquiera en las cofradías urbanas. Los valores y elementos culturales así rescatados eran precisamente aquellos que la vida guerrillera y silvestre ofrecía o imponía al cimarrón. Como tal, el palenque fue el verdadero lugar donde la cultura traída de África pudo expresarse libremente. Prueba del valor y del alto significado que tenía lo africano para los cimarrones, como fuente de inspiración, parece ser el hecho de que, curiosamente, casi en todas partes, los principales jefes cimarrones eran negros nacidos en África o que reivindicaban su africanidad poniéndose nombres africanos. Pueden citarse los casos de Domingo Biyoho, en Colombia, Nganga Zumba, en Palmares, Yanga, en México, etc.

Centros de reproducción de una cultura africana libre de todo control, símbolos de la resistencia anticolonial, los palenques y los cimarrones llegaron a una fama verdaderamente mítica cuando impusieron sus deseos a la administración colonial, a raíz de una guerra agotadora. Este caso se dio en México, cuando un grupo de rebeldes capitaneados por un africano llamado Yangá impuso a los españoles las condiciones de su rendición. Este caso nos ofrece la oportunidad de observar concretamente el carácter desafiante del cimarronaje, su carácter de modelo y, por fin, su carácter de lugar de expresión de la cultura africana en América.

 

 

Hechos y actores de la rebelión de Yangá


 

Por ser, en la América española y, según David Davidson , «el único ejemplo conocido de un intento completamente exitoso por parte de los esclavos, para asegurar su libertad en masa y mediante la revuelta y la negociación que fue sancionado y garantizado por ley», el de Yangá merece que, previamente al examen del significado y del papel concreto que desempeñó la cultura africana en su desarrollo, recordemos los antecedentes de este acontecimiento y la atmósfera general en la que acaeció, igual que los hechos propiamente dichos, con sus principales protagonistas.

 

 

Antecedentes y atmósfera general


 

Es sabido que los primeros negros llegaron a México al mismo tiempo que Hernán Cortés, el conquistador, en 1519. Más tarde, con el título de Marqués del Valle, éste se trasformó en colono, instalando varias empresas en las regiones de Veracruz y Cuernavaca. Hacia 1544, recibía del negrero Ambrosio Lomelín un cargamento de cien negros destinados al cultivo de la caña de azúcar en su plantación de Tuxtla, en la Costa Atlántica. Muy rápidamente, el ejemplo de Cortés será seguido por varios colonos españoles en la importación de la mano de obra africana. Tanto así que, hacia 1570, la población negra de la Nueva España llegaba a más de veinte mil almas.

Sin embargo, los hombres llegados de África no esperaron mucho tiempo para expresar su inconformidad con las condiciones de vida y de trabajo que les imponían los colonos. En efecto, desde 1523 se hace mención, en los archivos mexicanos, de las primeras sublevaciones de negros, en la ciudad de México y en las principales zonas de concentración de la población negra: la Costa Atlántica, la región minera del norte y en los demás centros urbanos. La virulencia y la frecuencia de estas sublevaciones no hicieron más que aumentar a lo largo del tiempo y a medida que se intensificaba la importación de trabajadores africanos, durante los siglos xvi y xvii.

Este aumento de la población negra era tema de gran preocupación para los españoles, tanto los colonos, como los miembros de la administración. La causa de estos temores era el carácter belicoso de los africanos, cuyas acciones de rebeldía se multiplicaban todos los días y, particularmente, en aquellas zonas donde se concentraban y se hacían fuertes (México, Puebla, Oaxaca, Veracruz). En una nota alarmante del 6 de noviembre de 1579, el virrey Martín Enríquez nos da una idea de la extensión del cimarronaje en la Nueva España. Dice que los negros rebeldes

salen a los caminos a saltear y (cometer) otros excesos... lo qual principalmente se a echo en la ciudad de Ueracruz y su comarca y entre la ciudad de Huagaca y el puerto de Guatulco y en la prouincia de Pánuco y en las estancias de ganados mayores de Chichimecas, Almería y Atlalcotlalpa y en otras....

Pero, por encima de esta causa general de inquietud, los funcionarios españoles de México veían con muy malos ojos la considerable presencia de los africanos en la estratégica región de Veracruz. En efecto, era Veracruz el principal, por no decir el único puerto por el cual los españoles podían comunicarse con España: por él recibían todas sus importaciones de productos europeos y por él se exportaba a España toda la plata mexicana. Concretamente, la principal vía de comunicación del México colonial, el Camino Real, iba de Veracruz a la ciudad de México y de ésta, a la región minera de Zacatecas. Toda la economía minera, que los mismos funcionarios describían como la substancia de las Indias, dependía del exterior y, por consiguiente, del buen funcionamiento del puerto de Veracruz. La concentración de la turbulenta población negra en las comarcas de este puerto y, sobre todo en ambas partes del Camino Real hasta Puebla, llamaba en forma particular la atención de las autoridades coloniales, que temían constantemente una alianza entre los corsarios y los negros de esta región. Esta idea aparece en muchas correspondencias oficiales de las autoridades de Veracruz, como en esta carta del alcalde mayor de la ciudad, don Alonso de Herrera, en fecha del 15 de junio de 1547 ya, pidiendo la ayuda financiera del Consejo de Indias para los veracruzanos, que

han gastado con tanto ánimo sus personas y haziendas en servicio de SuMagestad sin ayuda de costa ny remuneración en muchas ocasiones que contra los corsarios y negros cimarrones en diferentes tiempos se han ofrecido... que la dicha ciudad como a Vuestra Alteza les notorio es grandemente calurosísima y que necesita a los vezinos y habitantes en ella aver de andar la mayor parte de la noche tomando refresco para conservar la salud y, por ser frontera y aber en ella gran número de negros cimarrones que andan de noche, les es forzoso a los dichos vezinos y habitantes traer armas para su defensa y ofensa de los dichos negros y corsarios....

Pero, años después, este temor se iba a precisar mucho más;como en este informe del doctor López Açoca, miembro enérgico de la Audiencia de México que escribía:

Si al puerto de la Veracruz biniere algun enemigo por muy cierto se tiene que los negros que allí están poblados y simarrones acudirían al dicho puerto a favoreser al enemigo, y lo mismo podría suseder en el puerto de Acapulco.…


 


 

Los hechos y sus protagonistas


 

Esta es la atmósfera en la que llegó a Veracruz, hacia 1579, uno de los cientos de jóvenes africanos, al que llamaban Yangá. Poco tiempo después, el pequeño cautivo huyó al monte, volviéndose cimarrón y uniéndose a las numerosas pandillas cimarronas que andaban por entonces en las cercanías del puerto de Veracruz.

Sobre esta época, los archivos mexicanos están repletos de notas referentes a los cimarrones: quejas de las autoridades locales, respuestas del virrey o del mismo Rey de España, medidas de represión contra los rebeldes, etc. En forma particular, llama la atención la crueldad de estas medidas, como la siguiente ordenanza de don Martín Enríquez mandando que:

... qualquier esclauo negro que aueriguare auerse uydo del seruicio de su amo y se allare en los montes por el mismo caso sea preso y capado sin que sea necesario aueriguación de otro delito ni exceso....

Medidas jurídicas como esta ordenanza se combinaron con ataques frontales a los palenques. Estos asaltos militares, realizados a veces con medios financieros considerables, se multiplicaron con el tiempo, sin llegar nunca a acabar con el problema. Al contrario, se tiene la impresión de que la multiplicación de estos ataques contra los cimarrones tenía como consecuencia la extensión del fenómeno. Los ataques eran infructuosos porque los negros, poco antes de la entrada de los españoles, abandonaban el palenque y se escapaban a la selva, dispersándose en pequeños grupos inalcanzables, que se volvían a encontrar más tarde en otro palenque o creaban uno nuevo. Así pueden explicarse, no solamente el constante fracaso de los españoles en su intento de erradicar el cimarronaje por las armas, sino también la difusión del fenómeno a través de lo que es hoy el Estado de Veracruz. En efecto, el 13 de junio de 1607, don Juan de Mendoza y Luna, marqués de Montesclaros y virrey de Nueva España, daba comisión al capitán Álvaro Baena para castigar a los cimarrones de esta región. Este texto nos da una idea clara de la extensión y de la virulencia del cimarronaje, que se encontraba

... en las dichas jurisdicciones de la vieja y nueva Veracruz, Río Blanco y Punta de Antón Yzardo, como en las juridicciones de Mizantla, Tlacotlalpa, Tlaliscoya, Zongolica, la Rrinconada, Guatusco, Sant Antonio Orizaba, Xalapa, Río Medellín y todas sus estancias, montes poblados y despoblados y otras qualesquier partes y lugares de las dichas jurisdicciones....

Uno de estos ataques, que entró en la historia por sus felices conclusiones para los negros, fue lanzado el martes 23 de febrero de 1609, a las ocho de la mañana, por el capitán Pedro González de Herrera, al mando de un ejército de cerca de seiscientos hombres. Entre estos se encontraban dos sacerdotes jesuitas, encargados de poner a los asaltantes en buenos términos con Dios: los padres Juan Laurencio y Juan Pérez. Gracias al informe del primer citado, se conocen los pormenores de esta contienda.

La tropa salió del puerto de Veracruz el día 23 de enero de 1609, constituida básicamente por los soldados de esta ciudad. Para no darles aviso a los cimarrones, varios días antes se les había prohibido a los negros de Veracruz salir de la ciudad, y se había guardado secreto el destino de la expedición. En camino, se le fueron juntando a la tropa más hombres de guerra: ciento cincuenta indios flecheros, cien españoles pagados por el Rey y gran número de aventureros, entre negros, indios, blancos y mestizos. Llama la atención el que todos estos hombres anduvieron casi un mes en la selva, buscando a los rebeldes negros, mientras que estos no paraban sus ataques a los viajeros del Camino Real y a los hacendados españoles de esta zona.

Por su lado, y a pesar de todas las precauciones tomadas por los españoles para sorprender a los cimarrones, estos se habían enterado muy temprano de lo que se preparaba y recorrían toda la región en busca del capitán González de Herrera y de sus hombres. En esta búsqueda del enemigo y del enfrentamiento, los negros rebeldes mataron a un hacendado español que no les quiso ayudar. Capturaron a otro y a unas mujeres indígenas para llevárselos a su palenque. El prisionero español fue presentado a Yangá, el ya viejo jefe de los cimarrones, quien decidió perdonarle la vida. encargándole más bien la misión de entregar al capitán Gonzalez una carta de desafío en la que le invitaba al combate, divulgando incluso el camino que conducía al palenque: ¡para que el español no perdiera más tiempo!

El mensaje llegó al capitán Gonzalez y a su gente que, de hecho, estaban cerca, sin saberlo. Era el día 22 de febrero, se lo pasaron los asaltantes reconociendo el terreno, instalando su campamento y debilitando las fuerzas cimarronas por la destrucción de las sementeras y fuentes de agua que tenían cerca del palenque.

Al día siguiente, 23 de febrero de 1609, a las ocho de la mañana, se dio el asalto al palenque de Yangá. Poco antes los españoles habían escuchado misa y recibido la bendición del padre Laurencio. Se dividió la tropa en dos escuadras: la de los arcabuceros y la de los indios flecheros. Un grupo se adelantó a descubrir las emboscadas. Una de éstas fue reconocida por un perrito que llevaban los expedicionarios. Allí estaban efectivamente emboscados unos ochenta negros rebeldes, detrás de una especie de muralla de piedras, esperando a los españoles.

Situado en la cumbre de un cerro, el palenque de Yangá era de difícil acceso, por la aspereza de la pendiente, la espesura de la selva y la angostura del sendero. Estas características no podían ser fortuitas. Por motivos estratégicos y defensivos, seguramente habían sido determinantes en la elección del sitio. Ahí los cimarrones no podían ser atacados totalmente por sorpresa; porque, además de estas disposiciones topográficas, tenían en el centro del palenque un árbol gigante, en la cima del cual habían instalado una especie de atalaya de donde observaban todos los movimientos efectuados a varias leguas de allí. Además de esta explotación ingeniosa de la naturaleza, los cimarrones habían dispuesto a lo largo del único sendero que conducía a su pueblo una serie de trampas y obstáculos, como esta muralla de piedras detrás de la que estaban emboscados, esperando a que los españoles llegasen al alcance de sus armas. Y en esto, en sus armas, residía principalmente su debilidad.

En efecto, según el mismo padre Laurencio, los cimarrones no tenían más armas que unas galgas, flechas y guadañas; es decir, simples proyectiles de mano que ellos se disponían a arrojar sobre los asaltantes mientras los veían subir lenta y penosamente. De hecho, esta estrategia era muy parecida a la de los indios, muchos de los cuales por entonces andaban también alzados en varios lugares de la Nueva España. En realidad, sobran ejemplos de una estrecha colaboración guerrillera entre los negros y los indios en su lucha contra la dominación española. Uno de ellos es el de la rebelión de los indios de Guachinango, cerca de Guadalajara, en 1550: a esta rebelión típicamente indígena, se habían ido uniendo varios de los negros que se huían de las minas de esta región.

Otra debilidad de los negros era el reducido número de sus guerreros: unos ochenta hombres, contra los seiscientos que constituían la expedición española.

Éstas son las condiciones en que se entabló la refriega. Los negros hicieron caer sobre los atacantes una lluvia de piedras, flechas y hasta troncos de árboles. De las bajas, el padre Laurencio no da ningún detalle, ni por un lado ni por el otro. Pero, hablando de los españoles, concluye que «finalmente fueron muchos los heridos de piedras y flechas». Fácilmente superados, los cimarrones se retiraron a su palenque, situado todavía a media legua atrás, perseguidos por los españoles. Sin embargo, esta huida era un auténtico embuste porque el camino estaba sembrado de trampas y obstáculos, cuyo propósito parece haber sido para los cimarrones, no tanto de matar a más españoles, como de frenar su progresión: puertas atrancadas, pasos estrechos sobre abismos, etc. Y cuando por fin los españoles llegaron al palenque, al anochecer, éste, por supuesto, ya estaba vacío de sus habitantes. La decepción de los españoles se lee en las siguientes palabras del padre Laurencio: «Cuando venimos a entrar y ganar el pueblo, ya toda la gente de él se había acogido en la espesura del monte que tenían cerca. Y para que nuestros soldados no les pudieran seguir el alcance, tenían aquí prevenida otra fuerte palizada...».

A los españoles no les quedó otro remedio, sino echar su furia sobre los restos dejados por los cimarrones. Quemaron las sesenta casas del palenque, arrasaron los platanares y otros numerosos árboles frutales que allí tenían plantados estos, etc. También se hicieron de la comida y de las armas abandonadas por los cimarrones, antes de acogerse a la iglesia que se encontraba en el palenque.

Los españoles decidieron quedarse allí unos días, invitando a los negros, con una bandera blanca, a reducirse por la paz. Pero, observa el padre Laurencio, «estos, aunque tan fatigados y acosados, en esta ocasión no la abrazaron». Frente a este segundo revés, los españoles lanzaron desde el palenque otras excursiones para continuar la persecución. En una de éstas, dieron con otro palenque, adonde, una vez más, llegaron demasiado tarde. Sus habitantes ya se habían ido «por una sierra arriba, muy fragosa de peñascos y arboleda espesa, de lo alto iban fatigando con flechas y piedras a los nuestros que iban en su seguimiento», cuenta el padre Laurencio.

En esta nueva persecución, un negro cayó herido de varios balazos, muriendo inmediatamente después. Cansado de esta infructuosa y penosa labor, el capitán Gonzalez de Herrera volvió a ofrecer la paz a los negros. Y, una vez más, la rechazaron. Hasta ahora no se ha podido saber la manera como Yangá hizo llegar a sus perseguidores las condiciones de su rendición. Lo que sí se sabe es que durante la preparación de esta expedición, el virrey Luis de Velasco (el hijo) había pedido al Provincial de la Compañía de Jesús, en México, dos misioneros castrenses para que acompañaran a los soldados y que ayudaran, con «los medios de la fe» (es decir con la negociación), a la pacificación de los cimarrones.

Después de la participación espiritual de ellos en el combate, el padre Juan Laurencio fue llamado de nuevo a México, dejando a Juan Pérez la conducción del trato con Yangá. Fue probablemente él quien presentó al virrey el texto de las condiciones de los cimarrones: que sólo podían abandonar la lucha si las autoridades les ofrecían la amnistía, la libertad total y el derecho de crear para sí una villa con suficientes tierras para criar a sus hijos en paz y como buenos sujetos del rey y de la Iglesia; que en este pueblo no debía entrar ningún español; que el gobierno de su pueblo debía quedar en manos del mismo Yangá y, luego de él, en las de sus descendientes; que les daban un plazo de un año (es decir hasta 1610), al cabo del cual reanudarían las hostilidades. Como contrapartida, los cimarrones se comprometieron a ayudar a las autoridades a capturar los esclavos que en adelante se seguirían huyendo de sus amos, renunciando ellos mismos a la rebeldía.

Todas estas negociaciones llegaron al Consejo de Indias que envió al virrey Luis de Velasco, el día 16 de mayo de 1609, el siguiente texto, firmado por el mismo rey de España:

...hauiéndose entendido en mi Consejo de las Indias que en la que en esta tierra llaman Rrío Blanco están alzados muchos negros y dos perdido el miedo y respeto devido a mis ministros y considerando quánto conviene acudir al remedio de los ynconvenientes grandes que desto se siguen, paresció que se debía hazerlo castigando a los dichos negros alzados como sus delitos y atrevimiento lo meresce. Mas por usar con ellos de mi acostumbrada clemencia, he resuelto que, no sólo se haga esto pero que antes, se trate de su reducción por medios suabes, presupuesto que conforme a lo que vos me escrivís, estaban ya quietos y ynclinados a reducirse ellos mismos. Y assí os mando que, en la forma y como mejor os pareciere, procure que se reduzcan por bien, aunque sea tomando para esto con ellos el asiento y con las condiciones que más convengan, asegurándoles en mi nombre que todas ellas se les guardarán y cumplirán como por la presente mando que se les guarden y cumplan, sin que falte cosa alguna....

En cumplimiento de este mandamiento, el virrey firmó, en el mes de agosto de 1609, la ordenanza por la cual se fundaba el pueblo de «San Lorenzo de los negros», según los términos de las condiciones exigidas por los negros rebeldes de Yangá.

Estas son las condiciones en que nació, dice Arroniz Baez, «el primer perímetro libre de la América sometida a la dominación española... Y Yangá, un africano fue el precursor de la libertad en el Continente Americano». Más tarde, en 1631, el marqués de Cerralvo, virrey de la Nueva España, confirmó el trazado del pueblo, dándole el nombre de «San Lorenzo de Cerralvo”, que hoy se llama simplemente Yangá, con rango de ciudad, situada entre las ciudades de Veracruz y Córdoba.

 

 

Yangá, o la expresión del África bantú en América


 

En los trabajos que se han hecho sobre el caso de Yangá y, de manera general, sobre la vida del negro en América, llama la atención una tendencia constante de sus autores: una visión americano-americanista, que les conduce a desafricanizar a estos negros o, por lo menos, a ignorar totalmente que muchos de ellos habían nacido en África y que, a través de su gesta revolucionaria, era, en el fondo, África la que se expresaba.

En efecto, los hechos que acabamos de recordar llevan, desde el inicio hasta su feliz conclusión, la fuerte impronta del continente africano. En el relato que hizo de la expedición contra Yangá, el padre Laurencio nos deja entrever, sin proponérselo, los usos, el pensamiento de los rebeldes; en una palabra, se expresa toda la africanidad amordazada en las cofradías y hermandades urbanas de negros.

 

 

El origen de Yangá


 

Uno de los aspectos más interesantes, más fundamentales, pero también más sujetos a controversia en el estudio de la presencia africana en América, es la determinación del origen de estos negros. Esta determinación, además de necesaria, debe ser previa a cualquier intento serio de comprensión, no solamente de la cultura negroamericana actual, sino también de la misma conducta de los negros en su vida cotidiana de esclavos, o en hechos históricos como estos que se han relatado aquí. La dificultad original de esta tarea se encuentra en la mentalidad dentro de la cual se hizo la introducción del negro en América: él era visto y tratado como una simple mercancía, sin ninguna consideración especial. De ahí la falta de precisión, en los archivos, sobre datos tan fundamentales para ser un humano como su nombre, su familia, su origen, su lengua, etc.





  • Número 183. Año III. 13 de septiembre de 2021. Cuajinicuilapa de Santamaría, Gro.

  • Esta edición

Paro de burócratas. Reacción tardía.

Del 13 al 19 de septiembre de 2021 al

#1065

suplemento

01 01
V e r
m á s
Menos