Dueños de cuerpos

Amos que litigan por el cuerpo de sus esclavos

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Laura Casals

Durante el siglo xviii, el comercio de esclavos experimentó en Buenos Aires un fuerte desarrollo, expresado en el crecimiento demográfico de la población afrodescendiente, en particular durante la segunda mitad del siglo. La migración forzada de personas se estima en 60.000 esclavos llegados a Buenos Aires entre 1777–1812 desde África y Brasil (Borucki, 2009). Parte de esa población esclavizada se comercializará y asentará en la ciudad de Buenos Aires, mientras que otra seguirá viaje hacia el interior del virreinato y distintas áreas de la colonia (Assadourian, 1966; Sousa Neto, 2010). En todo caso, la trata supuso una serie de regulaciones y de prácticas que dejaron huella de la particularidad del ejercicio de la propiedad de personas en los archivos judiciales (Mallo, 2008).

La población esclava participa activamente en la sociedad y opera sobre sus condiciones de vida en lo económico, cultural, religioso y judicial, o bien tomando caminos de mayor confrontación, como la huida (Rosal, 1982, 2008 y 2009; Saguier, 1995; Johnson, 2007). En estos espacios podemos encontrar prácticas corporales en las que ese cuerpo, destinado por el mercado a ser propiedad de un amo, se encuentra escamoteado, hallando en los ámbitos de la ciudad ‘vías de escape’ o sustracciones cotidianas a su condición (Mallo, 2008; De Certeau, 2007). Un elemento importante en la configuración de estas oportunidades de sustracción al control de los amos lo da la estructura de esclavitud a jornal, que da lugar a acuerdos entre amos y esclavos que pueden incluir vivir fuera de la casa del amo y la posibilidad de acceder a la libertad y/o adquirir bienes a través de la acumulación de un peculio (Rosal, 2005; 2009).

Nuestro trabajo intentará abordar la particularidad de la mercancía humana desde el punto de vista de la ambigüedad del cuerpo esclavo, que es, a un tiempo, encarnación de un sujeto y propiedad de otro. El cuerpo es una construcción cultural y, como tal, está articulado con las representaciones sociales que giran alrededor de los sujetos que encarnan y su posición dentro del conjunto de relaciones sociales en que están inmersas y los comportamientos esperables que las configuran (Le Bretón, 1990; Jackson, 2010). Abordamos al cuerpo, entonces, no como un posible recorte de la realidad sino como un punto de focalización que se concentra en observar la experiencia como corporizada (Jackson, 2010). El cuerpo configura un territorio en el que se despliega una relación de poder y, por lo tanto, un conflicto. Sin embargo, esta experiencia corporizada de las prácticas nos llega a través de la mediación, no sólo de las relaciones sociales involucradas, sino del propio lenguaje verbal: «los cuerpos han cedido espacio a los discursos y las palabras, más o menos autorizados, que los describen y se apropian de ellos» (Albornoz Vásquez, 2009:2).

Ahora bien, así como la ambigüedad del cuerpo esclavo se presenta en los ámbitos de autonomía cotidiana, en este trabajo intentaremos abordar otros espacios en los que prima el carácter de propiedad, a fin de reflexionar sobre la particularidad de la propiedad de seres humanos. Concepciones que parecieran naturalizadas sobre el cuerpo esclavo como asimilable a cualquier otro bien económico, comienzan a ser conflictivas en cuanto ese bien se presenta como un bien corporizado, en este caso, a partir de incorporar la variable de la enfermedad.

En este sentido, es interesante el modo en que se expresa Don Ramón de Castro, cuando Don Francisco de Altoaguirre lo demanda por haberle vendido una esclava enferma, que falleció a poco de efectuada la venta: «Según alega, yo concibo que creyó que yo le vendía un compuesto incorruptible (…) a contrarios quedó, esto es sólo privilegio de entidades simples», para luego ahondar en la particularidad de la mercancía humana: «Y si el contrario hace fuerza en su instancia por haberse muerto la negra, esta es una desgracia que debe pasar por ella, pues debe saber que le vendí una alhaja por naturaleza mortal».

Observaremos dos tipos de expedientes, situados en la ciudad de Buenos Aires a fines del siglo xviii, en los que los amos litigan respecto de los esclavos de que son dueños: por un lado, cuatro juicios por redhibitoria de esclavas y por otro, dos expedientes en los que un amo demanda por heridas que se le han provocado a un esclavo o esclava de su propiedad. El número de expedientes abordado no nos permite realizar generalizaciones, nuestro objetivo será marcar los núcleos centrales de los procesos argumentativos de los expedientes, en particular alrededor de las concepciones sobre el cuerpo. En este sentido, las preguntas que guiarán nuestro análisis son: cómo se caracterizan en estos expedientes el cuerpo dañado y el cuerpo útil/inútil para la servidumbre; cómo se configuran estos cuerpos, sus prácticas, defectos y sus tachas como ocultos o públicos; y cómo reconstruyen los litigantes la historia de esos cuerpos, sus trayectorias. Estos tres aspectos se analizarán con la mirada concentrada en los espacios de irreductibilidad de los esclavos a su carácter de propiedad y la emergencia de su carácter de sujetos.

 

 

Devolución de esclavos por juicio de redhibitoria


 

Los juicios por redhibitoria tienen por objeto la devolución de un esclavo a quien se ha encontrado (luego de la venta, pero con origen anterior) defectos, vicios o tachas que no habían sido notificadas al comprador. Los demandantes buscan demostrar que estos hacen improductiva su inversión, y que el esclavo les resulta inútil para el servicio, requiere gastos extraordinarios para la cura de enfermedades, o corre riesgo de muerte y, por lo tanto, de pérdida total del capital invertido. Su origen se remonta al derecho romano y a las Siete Partidas, y pueden estar originadas en dos justificaciones: defectos físicos que fueron ocultados o minimizadas en su gravedad y antigüedad, o tachas morales, como las de ladrón, huidor, borracho o camorrero. (Tardieu, 1989).

Los expedientes que tomaremos para este trabajo son cuatro juicios por redhibitoria de esclavas mujeres. Las demandas de: Don Francisco Altoaguirre contra Don Ramón de Castro, por la redhibitoria de la esclava María, cuya enfermedad provoca su muerte a pocos días de comprarla (1774); Don Francisco Antonio Miro contra Doña Manuela Caviedes por redhibitoria de una esclava llamada María Antonia, expediente al que se adjunta un juicio anterior sobre esa misma esclava, por parte de Don Miguel de Mesa, en ambos casos por enfermedad y quebradura de la esclava (1798 y 1796 respectivamente); Doña Juana Ventura Cuello contra Don Pedro Cueto por la redhibitoria de la esclava Cathalina, por una enfermedad de la que muere durante el proceso (1780); y Doña Juana Petrona Cueli contra Don Antonio Ferreyra por la redhibitoria de una esclava llamada Lucía por estar enferma (1782).

La difusión de enfermedades entre la población esclavizada es parte de la trata misma, y sus efectos acompañan a esta población en todo su recorrido desde el África, provocando altos índices de mortalidad. Ya incorporados a la sociedad colonial porteña, las enfermedades fueron habituales, producto de las condiciones sociales a que estaban sometidos los esclavos. Si sumamos a estas dolencias la rotación de amos en las trayectorias individuales de esta población, los defectos físicos aparecen como un elemento importante a regular y a reconstruir, en las compra-ventas de esclavos.

Los demandantes aducen, para demostrar el fraude, que los cuerpos enfermos (o ya difuntos) han sido reconocidos y certificados por voces especializadas como dañados de un mal previo a la compra o más grave que el declarado en escritura, y que justifica su devolución. Es así que la esclava Lucía —según el médico— «padece de un vicio venéreo segundo grado inveterado con alteración y destrucción de partes por lo que considero ser esta enfermedad de muchos meses y tal vez años», lo que, en su opinión, anula la venta, puesto que «está expuesta y en inminente peligro de perder la vida». Un segundo médico que certifica ser esta enfermedad antigua (fundamento del fraude): «reflexionando en la fisonomía de la misma negra me acordé haberla visto ha más de un año curándose de gálico en casa del sangrador Timoteo de Sosa».

En el caso de la esclava María Antonia, de cerca de 40 años, la existencia del informe médico en la redhibitoria de 1796 estructura la argumentación del segundo juicio de 1798. Según el informe tiene «pulso débil, extremos fríos, vientre flojo y que de resultas de un parto que quedó lastimada de las caderas» y falta de menstruación, por lo que «la considero expuesta siempre a resultas fatales por esa falta».

En los otros dos casos, además de los médicos, se presentan otras voces autorizadas para reconocer estos cuerpos. En el caso de María, el informe de los médicos es posterior a la venta y marca «el daño que tenía de las llagas y pudrición en las partes bajas». Es la suegra del comprador quien reconoce a la esclava como sana para la compra, Don Ramón de Castro dice que Altoaguirre se negó a hacer reconocer a la esclava por un médico, diciendo «que quedaba satisfecho con que su suegra, que se hallaba presente, la reconociera, pues tenía en su concepto más inteligencia que cualesquiera otros médicos, con cuyo dictamen y parecer que lo dio la dicha curandera» en favor de la sanidad de la esclava. Es interesante marcar que se encuentran, si no equiparados, en constante articulación los saberes médicos sobre el cuerpo y otros conocimientos no formales, que incluyen la figura de la curandera, no sólo en el ámbito popular, sino también como forma de nombrar saberes tradicionales, como los de la suegra de Don Francisco.

Por último, Cathalina padece falta de menstruación. El desacuerdo entre comprador y vendedor va a ser por la antigüedad del mal (asociado a su gravedad). Es así que Doña Juana, careciendo de un informe médico, relativiza la capacidad de estos para determinar el mal, poniendo de relieve la centralidad de conocer la trayectoria o historia de ese cuerpo para reconocerlo: «los médicos de más acreditada conducta cometen sus desaciertos no por el defecto de instrucción en la facultad curativa sino por falta de todo el conocimiento necesario de la enfermedad o sus principios». El vendedor retoma también la historia de ese cuerpo, pero incorporando una voz experta. Sirviendo al amo anterior, «una curandera la había medicinado, y que por este medio le había apuntado la menstruación algunos meses».

Las enfermedades venéreas y vinculadas al aparato genital y reproductor fueron abundantes en Buenos Aires, así como en otras partes de la colonia, entre la población esclava femenina. Esto ha reforzado estereotipos respecto de la moralidad de las mujeres afrodescendientes como lujuriosas y pecaminosas (Guzmán, 2009) y, en este sentido, Eduardo Saguier resalta el uso de la acusación de enamoradiza como argumento para las redhibitorias (Saguier, 1985). En nuestros casos, sin embargo, no aparece este estereotipo como origen de las enfermedades. En dos casos, estos nos son desconocidos, y en otros, dos aparecen asociados a otro tipo de eventos: haberse mojado en carnaval o cumpliendo tareas en la ciudad, en el caso de Cathalina, y haber sufrido problemas en el parto, en el de María Antonia. Respecto de la relación entre las dolencias y la configuración de un imaginario sobre el cuerpo femenino y sus procesos internos, éste aparece asociado, en particular, a lo mostrable y lo oculto de este cuerpo, y los saberes propiamente femeninos. El vendedor de Cathalina, al hablar de la falta de menstruación de su esclava, dice que esa enfermedad es «visible a las mujeres» y, por tanto, fácil de averiguar. Por el contrario, en el caso de María, veremos luego que Don Francisco dice que estas dolencias están alojadas justamente en partes ocultas, sólo accesibles a los médicos.

Estos fragmentos no son suficientes para realizar aseveraciones sobre el carácter mostrable u oculto del cuerpo femenino (o su ambigüedad al respecto), pero son fértiles para preguntarnos cuál es el lugar de lo íntimo en el caso de estos cuerpos esclavos inspeccionados (a veces violentamente), y en qué medida lo oculto está asociado a lo no-dicho o a lo efectivamente desconocido. Habría que sumar a esto la circulación de estas esclavas como objeto de goce sexual de sus amos y allegados (Mallo, 2001; Guzmán, 2009), como espacio de visibilidad de sus cuerpos e intervención sobre la posibilidad de la definición de lo oculto. La dualidad de dominio entre un cuerpo que es propiedad y encarnación de un sujeto, para las mujeres esclavas no puede escindirse de la sexualidad que atraviesa el vínculo con los hombres de la casa.


 


 

Argumentos de los demandantes


 

Los demandantes presentan como prueba de la estafa el carácter productivo o improductivo de su inversión, expresado en la utilidad o inutilidad de esos cuerpos esclavos para las tareas para las que fueron comprados. En este sentido, el engaño surge de la correlación entre haber creído que el mal padecido era leve, el descubrimiento de la dolencia, la imposibilidad del servicio y la muerte de la esclava, como efecto real o temido.

Doña Juana Ventura Cuello, compradora de Cathalina, plantea que se la vendieron «Asegurándome no padecer otra enfermedad que haberle faltado la menstruación» y «considerando yo la facilidad de su curación (…) no tuve reparo en comprar a la esclava» que «pasó ya a mi poder con una postración tal que ni los ministerios más débiles del servicio doméstico podía desempeñar», y quince días después muere. En el caso de Lucía ocurre algo similar, su dueña declara que la esclava «se puso llena de dolores en su cuerpo imposibilitada para el trabajo». El temor de quedar en posesión de un cuerpo muerto es una preocupación acuciante, declarando en más de una ocasión que la esclava «se halla en riesgo de perder la vida, y a fin de que no falta con su muerte la proporción de justificar todo lo referido», solicita celeridad en la resolución. En el caso de María Antonia, tras despejar cuáles son las enfermedades que conocía el comprador y cuáles las que no, termina por quedar como daño fundamental la quebradura o daño en sus caderas, que le impide cargar cosas pesadas y, según el comprador, implica que «la negra no pudiese hacer oficio alguno», aunque la vendedora argumentará que podía desarrollar otras tareas. Podemos suponer que, del informe médico, lo que más preocupaba a Don Francisco era la falta de menstruación, que podía tener «resultas fatales» y no era daño que «con cualquier bagatela curaba», con lo cual «estaba expuesta con mucha probabilidad a no servirle de nada».

El acento puesto en la utilidad o inutilidad de esos cuerpos para el servicio apunta al carácter de propiedad productora de renta del esclavo, e incluye la ecuación de los costos de posibles curaciones de males creídos como menores. Sin embargo, desde la perspectiva de la ambigüedad entre sujeto y propiedad, es de remarcar que los esclavos son referidos en términos morales referenciados en la relación que estos nuevos amos tienen con las esclavas. Esto va a vincularse con su capacidad de acción y su carácter de sujeto en esa relación. Por ejemplo, en el caso de Cathalina su nueva dueña dice que no podía servir «por más esfuerzo que ella hacía pues a pesar de sus conatos a complacer con su servicio por haber sido gustosa en que la comprase, fue necesario rendirse a la fuerza de la enfermedad». Más adelante abordaremos cómo estos espacios de reconocimiento de la voluntad de estas esclavas en la definición de estas transacciones pueden pensarse como un reconocimiento de su carácter de sujetos.

El segundo argumento de los demandantes es la antigüedad de la dolencia, puesto que, por definición, sólo pueden reclamar por fallas previas a la adquisición del bien. La demostración de esa antigüedad se organiza en torno al carácter público u oculto de la dolencia. Una primera forma de probar el público conocimiento del defecto de la ‘cosa’ vendida es la existencia de procesos judiciales anteriores que lo certifiquen públicamente, tal es el caso de María Antonia. Cuando no hay intervención judicial anterior, la reconstrucción de la historia de esos cuerpos y sus dolencias es central.

¿Cómo transmiten esa memoria los cuerpos esclavizados?, las trayectorias de rotación de amos ponen en primer plano al sujeto encarnado en ese cuerpo, que cuando no puede asumir la palabra se configura como un cuerpo mostrado, visto, en el espacio público.

Sobre este punto, es interesante el caso de Lucía. El médico refiere que «reflexionando en la fisonomía de la misma negra me acordé haberla visto ha más de un año curándose de gálico en casa del sangrador Timoteo de Sosa». Ahora bien, ese cuerpo que circula por la ciudad y es un cuerpo público, a su vez es percibido en su propio lenguaje: cuando la nueva dueña pide que declaren Thimoteo Sosa y Lucía solicita que se le pregunte al primero si curó a la esclava y «si iba con los brazos caídos para curarla«, y a ella si estuvo curándose allí «y en qué postura la condujo allí su amo».

Los modos de configuración de los cuerpos esclavos como cuerpos que son vistos y, desde allí inspeccionados más allá de la verbalización de sus dolencias, se expresan más claramente en la presentación de testigos, por parte de los vendedores.





  • Número 185. Año III. 18 de octubre de 2021. Cuajinicuilapa de Santamaría, Gro.

  • Esta edición

Astudillo. Hasta el úlitmo aliento.

Del 18 al 24 de octubre de 2021 al

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