La mañana del miércoles 9, las madres de tres de los 43 normalistas desaparecidos, Hilda Hernández, Hilda Legideño y Brígida Olivares, bordan con estambre servilletas de manta, sentadas en la cancha de la Normal rural de Ayotzinapa.
A lo largo de cerca de un año que llevan buscando a sus hijos –el 26 se cumple un año de los hechos de Iguala–, cuando se encuentran en la Normal buscan en qué ocupar sus ratos libres, en parte, como una especie de terapia.
En noviembre pasado, las tres aprendieron a bordar de la mano del colectivo HIJOS México, integrado por hijos e hijas de desaparecidos políticos. Miembros de ese estuvieron unos 15 días en la Normal junto a las madres, asesorando cómo el hilo de estambres ensartado en la aguja debía atravesar las mantas.
La mañana del miércoles, cuando se sentaron a bordar en la cancha de la escuela, al lado del nicho donde se encuentran las fotos de sus hijos, las dos madres que comparten el nombre comentaron del informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI), creado por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), y de cómo los expertos finalmente limpiaron la imagen de sus hijos.
Hilda Hernández dice que no es que alguno de los padres o madres lo creyeran, pero duele la duda de la honradez de sus hijos.
Los expertos descartaron en su investigación que la presencia de los normalistas de Ayotzinapa en Iguala tuviera otro objetivo más que el de botear (pedir cooperación) y tomar autobuses; también rechazaron cualquier versión de relación entre los estudiantes y algún grupo de la delincuencia, como salió de las declaraciones ministeriales de los detenidos que priorizó la Procuraduría General de la República (PGR) en su investigación del caso Iguala.
Sobre la butaca, debajo de la manta que borda, Hilda Legideño tiene el libro del GIEI que contiene el informe de lo investigado por este grupo en seis meses: Informe Ayotzinapa. Investigación y primeras conclusiones de las desapariciones y homicidios de Ayotzinapa.
Un día antes, la visita de tres miembros del GIEI, les inyectó una dosis de esperanza.
En otras ocasiones, muchas a lo largo de los seis meses que duró su investigación sobre los hechos de Iguala, los expertos estuvieron en Ayotzinapa, pero ninguna tan especial como la del 8 de septiembre. Los resultados de su investigación les “revivieron las fuerzas” a los padres, les dijo don Epifanio Álvarez, padre de Jorge Álvarez, otro de los desaparecidos, al darles la bienvenida.
Don Mario González, el padre originario de Tlaxcala que en los casi 12 meses que lleva en Guerrero buscando a su hijo desarrolló una buena oratoria, con llanto ahogado, pero con firmeza, les dijo a los expertos que su investigación significaba “tanques de oxígeno” para seguir luchando por sus hijos.
Hernández y Legideño comparten qué momento prefieren para la lectura. En los meses del movimiento en busca de sus hijos, los padres y madres estuvieron pendientes de todas las novedades tanto de las investigaciones y la lucha de la organizaciones, como la preparación de los escenarios que pisan durante sus viajes por el país y el mundo en busca de que cortes internacionales apremien al gobierno mexicano a buscar a sus hijos.
Viajar, hablar en público, dar entrevistas a reporteros, escribir y dar discursos, protestar (cientos de kilómetros recorridos en marchas), enfrentarse a policías y militares, y a todo un Estado. Dejaron de vivir una vida, y comenzaron a vivir otra de búsqueda y espera.
Hernández prefiere las noches para leer; Legideño, momentos como ése, por la mañana. Entre ese día y el anterior leyó unas 20 páginas del informe.
Hilda Hernández es madre del normalista César Mario González Hernández; Hilda Legideño, de Jorge Antonio Tizapa Legideño. Mientras las dos platican entre ellas, Brígida Olivares, la abuela de Antonio Santana Maestro, a quien crió como su hijo, sigue bordando unos alcatraces en dos tonos distintos de lila, ahora que ha retomado el bordado.
De HIJOS México, las tres madres recuerdan a Valentina, Paloma, Edith (La Negra) y a Guadalupe, el muchacho en el que notaron mayor destreza y conocimiento en el bordado. Con ellos, las madres bordaron y tejieron los tapetes verdes con blanco que cubren las paletas de las butacas que están en la cancha de basquetbol con cada una de las 43 fotografías de los normalistas desaparecidos.
Hilda Hernández, desde noviembre que aprendió a bordar, va por la quinta servilleta con flores. Don Mario González, su esposo, varias veces le ha dicho como puede invertir tiempo en el bordado, y ella le ha contestado que la deje, dice en la plática, porque bordar le ha ayudado hacer llevadero este año.
Hilda Legideño aún no termina la primera servilleta, porque prefirió un bordado en el que mezcla texturas y da una apariencia de hilos entrelazados en forma de cuadros pequeñitos. Pero, en realidad, me dice quedito, no logra concentrarse, si acaso, ocupa su mente unos treinta minutos en actividades como ésta; por ejemplo, el oficio de hacer piñatas no lo retoma desde que su hijo desapareció.
Encontrar a sus hijos, los 43, es la prioridad ante la convivencia obligada.