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bala perdida

cultura

 

 

 

 

Todo inicio un día como cualquier otro día. No había pasado nada extraordinario, estaba sentado bebiendo mi café americano, viendo las noticias de la mañana, cuando descubrí que mi pierna derecha me estorbaba. Sí, al bajar la vista la vi ahí tan tranquila, como retándome, diciendo: “¡eh, imbécil!… aquí estoy, no te necesito. Me emputo ver mi pierna sin hacer nada. Así que me puse a reflexionar para qué carajos me servía esa extremidad tan llena de piel, sangre, venas, cartílagos, músculos, bello, huesos; me dio asco pensar todo eso. Me tenía que deshacer de ella pronto, pero sin que lo note; no quería ponerla sobre aviso, así que disimuladamente mire para otro lado.

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Un poco
de desorden

 

 

 

 

Escribo porque tuve la fortuna de tener libros en casa. De modo que los libros en mi vida son una especie de objeto que me vincula a la infancia. Hay una imagen que recuerdo a veces: estoy al lado de un librero, hojeando y rayando las páginas de los libros de mi padre. No se trata de una gran biblioteca. Incluso, con orgullo, puedo decir que la mía ha superado la que tuvo él. Pero en casa había libros y es lo interesante.

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Devaneos
sobre la
responsabilidad
y la escritura

 

 

 

 

Un holograma para el rey (traducción de Cruz Rodríguez Juiz. Random House Mondadori, México, 2014, 287 páginas), de Dave Eggers, es una novela de trama sencilla, protagonizada por un hombre de su tiempo, una víctima de las malas decisiones empresariales, quien se somete a una prueba más en la histeria de los días: impresionar al rey Abdalá con una presentación holográfica para que su majestad contrate los servicios de Reliant, sociedad en la que el grisáceo Alan Clay ha puesto todo lo que le queda en la vida.

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Una anécdota
y un conflicto:
receta literaria

 

 

 

 

 

Ante cada visita de Fadanelli sobrevienen cataclismos. Hay dos recurrentes: Lenis pierde su licencia de manejar y yo tengo una crisis conyugal. Ese viernes Fadanelli cayó por casualidad con Martín en el bar Sully, local decadente de la calle Faubourg Saint Denis donde nos reunimos a libar la frontera entre la semana laboral y el finde. Ahí mismo cayó Fadanelli y las libaciones duraron, que yo sepa, hasta las seis de la mañana del sábado y cuando Lenis llegó [...]

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ese sábado...
ese domingo