En cualquier historia, el inicio resulta ser la mejor opción de una narración. Así empezó a relatarlo Ayotzi. El 26 de septiembre a las 6 de la tarde, normalistas de primer año de Ayotzinapa salieron de su escuela en dos autobuses hacia Iguala, iban a cerrar el trato que apalabraron con dos choferes que manejaba unos Costa Line: figurar por la fuerza la toma de autobuses, y los conductores fingir vehemencia. Así consiguieron días antes en los Estrella de oro que iban.
Existe un acuerdo tácito de colaboración entre los choferes de los autobuses y normalistas en cada movilización. Los choferes cuidan las unidades de sus empresas y toman un descanso, y normalistas se valen de ellas para ir a cuan lugar trazaron en su plan de acción. FRASE DE UN CHOFER.
Los dos autobuses que tomarían en Iguala estaban contemplados por la dirigencia estudiantil para trasladar a los estudiantes de segundo y tercer año el lunes 29 de septiembre a Costa Chica y Costa Grande, sedes de sus observaciones y prácticas docentes. El jueves, en esos mismos autobuses, una comisión iría a la marcha de la ciudad de México por la conmemoración del 2 de octubre de 1968, cuando masacraron estudiantes en la plaza de Las Tres Culturas.
Llamaremos Ayotzi a un normalista de nuevo ingreso que vivió el estallido de violencia en Iguala la noche del 26 y la madrugada del 27 de septiembre, y lo narró como quien arma pieza por pieza un rompecabezas. A lo largo de la narración surgirán más personajes que redondearon los hechos.
El relato de Ayotzi marca que salían arriba de tres autobuses, dos que tomaron y uno de los que llegaron ––, de la antigua flecha roja, ubicada cerca del mercado municipal, a un costado de calle Galeana, entre 8 y 8:30 de la noche.
El paso por esa calle estrecha que conecta con Álvarez y al final, con Periférico Norte, era lento. En la esquina con Mina, salieron dos patrullas de la policía municipal a topar los autobuses a balazos. Avanzaron otra esquina, Matamoros, y nuevamente otras dos patrullas los policías municipales les dispararon. Ningún policía le indicó antes parar.
Los normalistas de nuevo ingreso, identificados por el corte de pelo a ras del cuero cabelludo, como les novatean en la escuela, se bajaron de los autobuses. El normalista que comanda la acción, uno de los más experimentados en la parte organizacional, también bajó a calmar los ánimos. “¡Tranquilos! No se asusten, son disparos al aire”, recordó el estudiante que la guía en la narración.
Continúan los disparos y se dan cuentan del error: los balazos pegaban en los costados de los camiones.
Ayotzi 1 hasta ese momento viajó en el tercer autobús, el del final de la caravana en calle Galeana. Quiso subirse nuevamente cuando las balas, ahora de atrás, de otra patrulla que les seguía, le agobiaban sin que pudieran hacer algo las cuatro piedras que tomó para responder, pero la puerta estaba cerrada. Corrió y trepó al primero en dirección a Álvarez.
Momentos antes, al pasar por la plaza del monumento a la Bandera Nacional, vio cómo la gente corría. Todo mundo alrededor corría y gritaba. Ese día el perímetro del monumento lo ocupaban cientos de personas: los comerciantes de elotes, frituras y dulces hacían su agosto con todos los que asistieron a la fiesta de un costado amenizada por grupo Collage.
En la plaza de Las Tres Garantías, la esposa del presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, la presidenta del DIF municipal, María de los Ángeles Pineda Villa, dio su segundo informe de labores con olor a campaña electoral. Por toda la ciudad había pendones con su fotografía y nombre: “Presidenta (del DIF, en letras chiquitas) municipal”. Además de su aspiración, quienes la conocen.
Al paso de los normalistas por el centro de la ciudad, pasadas las 9 de la noche, según uno de los que estuvo en la plaza, en el baile, el grupo musical amenizaba el acto iniciado a las 6:30 de la tarde. El alcalde actualmente con licencia, orden de localización y presentación y solicitud de desafuero, por lo que comenzaba a ocurrir, dos días después de ese momento dijo que oficialmente no se enteró de balaceras en la ciudad, porque su secretario de Seguridad Pública, Felipe Flores Velázquez, posiblemente tampoco sabía.
Abarca Velázquez es un empresario joyero avecindado en Iguala desde hace unos 20 años. Hasta 2010, preámbulo de la elección, de él sólo se conocía su plusvalía: en octubre de 2008, abrió la plaza comercial Tamarindos, la única en Iguala.
Lázaro Mazón Alonso, actual secretario de Salud en Guerrero, tiene su bastión político en ese municipio. Fundador del PRD en Iguala, dos veces alcalde y una vez senador de la república, le valen para decidir desde hace tres periodos electorales quién es el candidato a alcalde de ese partido en Iguala. Abarca Velázquez, es su propuesta en 2011, y la tregua incluyó que su hermano, Luis Mazón Alonso sea el suplente, y su hermana, Fabiola Mazón Alonso, la secretaria de Desarrollo Social en el municipio.
La mañana del 5 de octubre, frente a su casa en Iguala, a otro día de que peritos de la Fiscalía de Justicia en Guerrero encontraron seis fosas con nueve cadáveres quemados, en ese momento con la presunción que pudieran ser algunos de los 43 normalistas, en entrevista, reconoció la amistad con Velázquez Abarca y el apoyo que le dio en su campaña a alcalde. “No puedo negar una amistad de hace muchos años”.
Los tres autobuses con normalistas avanzan por Álvarez, pretendían salir a Periférico Norte, después libramiento y seguir hasta Chilpancingo. Sólo lo deseaban. Las patrullas de policías municipales salían por las calles adyacentes y también los seguían. Los tres autobuses, como si fuera uno solo, se detienen en la esquina Álvarez y Periférico Norte. Una camioneta, patrulla de Policía Municipal, atravesada, los frenó.
Los normalistas se bajan presurosos de los autobuses. Ayotzi y Aldo Gutiérrez Solano, otro estudiante, juntos, trataron de mover a empujones la patrulla. Estaban rodeados. De las patrullas 017, 018, 020, 022, 028, estacionadas al desembocar al periférico por Álvarez, bajaron refuerzos mejor equipados:policías con cascos, coderas, espinilleras y chalecos antibalas.
Aldo seguía empujando la patrulla y una bala le perforó el cráneo. Ayotzi lo vio caer y corrió hacia atrás a buscar ayuda. Al final de la caravana normalista policías municipales encañonaban a los estudiantes del tercer autobús y los obligaban a bajar con las manos entrelazadas en la nuca. Uno a uno, por la fuerza, formó en el piso del estacionamiento de la tienda Aurrerá, sobre calle Álvarez,una hilera cuerpos boca abajo.
El Chicharrón, como apodaban sus compañeros a Saúl Bruno García –es común que los estudiantes en Ayotzinapa se asignen apodos y sean conocidos más por ellos que por sus propios nombres–, es el último de sus compañeros que Ayotzi vio bajar del autobús. Lo recuerda con los brazos alzados sobre la nuca, vestido con sudadera de color negro y rojo. Y a Tlaxcalita, Amilcingo, Tuntún, Chabelo, Pilas, Coreano, Comelón, Cochi, Adán (...) tirados en el piso, sometidos, antes de que los subieran a sus patrullas y se los llevaran. En el ataque de Iguala desaparecieron 43 normalistas rurales que ninguna autoridad acepta tener.
En medio de los autobuses se concentró el mayor número de estudiantes, organizándose para llamar la ambulancia que llegó unos minutos después, entre los balazos, por Aldo, y lo llevó al hospital general Dr. Jorge Soberón Acevedo, donde sigue grave, con muerte cerebral.
Los policías mantuvieron la balacera a ritmo calmado, sin prisa, al grado de que se daban el tiempo de recoger los casquillos que percutían.
“¡Por qué los levantan, cabrones!”, reprochó Ayotzi a los policías. Uno de los uniformados ríe con burla y lo ignora.
Uno de los normalistas comenzó a agitarse y hacer ruidos extraños con la nariz y la boca; un problema de asma, pulmón y la adrenalina no lo dejaba respirar. Los policías de patrulla 302 se acercaron a auxiliarlo, lo subieron al vehículo y lo llevaron al hospital; es la única vez que los elementos de la corporación les prestaron auxilio.
El reloj se acercaba a la medianoche y los balazos pararon. Culminaba el primer ataque a los normalistas. Ayotzi se quedó con la imagen de que policías municipales del lado del periférico comenzaron a retirarse, cuando en la parte de atrás, de donde se llevaron sus compañeros con los que compartió autobús hasta antes del ataque, marcaba con piedras, ramas y cuanta cosa encontró los casquillos de 9 milímetros y AR-15 que quedaron de evidencia.
Se encontraba en eso y se topó con el Chilango, un estudiante de 19 años que llegó la primers semana de agosto, como los 120 más a prepararse a Ayotzinapa, desde el Distrito Federal, llamado Julio César Mondragón Fuentes.
–¿Cómo estás, cabrón? –preguntó el Chilango.
– Bien –contestó Ayotzi.
– ¿Seguro que estás bien?...
El Chilango no estuvo ni en la toma de los autobuses ni en la persecución a balazos. Acudió a Iguala en una de las dos urvans que salieron de Ayoyzinapa una hora y media después de los dos primeros autobuses, al saber del ataque la dirigencia estudiantil salió a brindar auxilio. En ese mismo bloque llegó Julio César Ramírez Nava. Maestros de la CETEG en Iguala también acudieron para ayudar
El secretario general de la normal citó a reporteros a conferencia de prensa en la esquina Álvarez Periférico, llegaron tres, tomaron casi 10 minutos de declaraciones, la versión del ataque, y comenzó un nuevo ataque a balazos.
Ayotzi escuchó los nuevos balazos igual que un paquete de cohetes que truenan al mismo tiempo. Supo que se trataba de un calibre más grueso. Los normalistas y reporteros buscaron refugio en calle Alvarez.
Esa pieza del rompecabezas hay quien, otro de los presentes, la recreó con un camioneta derrapando en dirección oriente-poniente del periférico, hombres bajan y disparan entre centellas de luces contra los normalistas. Otro, que las ráfagas salieron de ciudad industrial, cruzando el Periférico. Alguien más ubica a los hombres armados caminando de costado al periférico y en diagonal disparando a normalistas. Ninguno identificado como policía. Lo contundente de ese momento es que cayeron muertos de frente al periférico a la altura de un portón negro en el que se leía “Lavado y aspirado”.
Julio César Ramírez Nava, de 23 años, originario de Tixtla, al que su mamá se negaba a reconocer, y por esa resistencia le sepultan hasta el miércoles 1º de octubre, quedó pegado al portón y dejó un charco de sangre que al día siguiente seguía intacto. Daniel Gallardo Solís, 19 años, de Zihuatanejo, unos metros distantes.
Iguala es uno de los 16 municipios de la zona Norte, comparte con Teloloapan, Cuetzala del Progreso, Buenavista de Cuéllar y Apaxtla de Castrejón la etiqueta de los más violentos de la región. Todas las cabeceras municipales han sido escenarios de balaceras, sus comandancias de policías atacadas, sus pueblos referencia de fantasmas, base de grupos criminales caminos, alianza de policías y grupos criminales, patrullas clonadas.
El 30 de mayo de 2013 ocho dirigentes sociales de Iguala de la Unidad Popular, desaparecieron a su regreso a la ciudad de la caseta de cobro de Paso Morelos, donde protestaron en demanda de obra pública, fertilizante, la expulsión de la nómina del gobierno municipal de los familiares del presidente, y el freno a las amenazas contra líderes de las organizaciones. Un día antes de la desaparición colectiva, los líderes, encabezados por Arturo Hernández Cardona, denunciaron penalmente a la esposa de Abarca Velázquez, y al secretario de Seguridad Pública Municipal, por amenazas.
Tres días después, Hernández Cardona, Félix Rafael Bandera Román y Ángel Román Ramírez, aparecieron muertos, asesinados, en el tramo de la carretera federal México-Acapulco de Mezcala a Iguala. Cuatro, de los otros cinco, uno sigue desaparecido, escaparon de quienes los levantaron. El 25 de noviembre de 2013, organizaciones sociales en la ciudad de México revelaron la declaración ante notario público del activista social Nicolás Mendoza Villa, uno de los cuatro miembros de la UP sobrevivientes, en la que señala al presidente municipal de Iguala de asesinar a Arturo Hernández Cardona: le disparó en la cara, el cuerpo. Antes ordenó a quienes los tenían encerrados que les torturaran.
Ayotzi corrió más atrás del último autobús, dejó de marcar los casquillos que tiene certeza son de pistola 9 milímetros y un fusil AR-15, los que escucha mientras corre, huye. Insiste que son de mayor calibre. Continuos. Ráfagas.
Entra a una calle adyacente, no sabe realmente dónde está, se oculta cuanto carro escucha hacia él. Oculto ve pasar una camioneta de Protección Civil, en la cabina van hombres vestidos de civil armados con fusiles, en posición de disparar. Por la dirección sur-norte, supone que venían de Periférico, del mismo lugar donde seguían disparando contra sus compañeros.
El resto del tiempo, de la 1 a 7 de la mañana transcurre en correr de un lado a otro, buscar refugio entre los maestros cetegistas, salir en busca de otro lugar por el miedo y el riesgo de que atacaran a quienes les ayudaron, tres horas en la Fiscalía Regional, apoyar a ministeriales a patrullar las calles para encontrar a sus compañeros.
Lo más difícil fue cuando el dirigente estudiantil de la normal rural, a las 9 de la mañana, le muestra una fotografía de un cadáver que encontraron esa madrugada, cerca de periférico, lugar de la balacera, sin la piel del rostro y los ojos. Ayotzi lo reconoció por la playera color rojo y la bufanda de estambre color café sobre el cuello que utilizaba para tapase la cara durante las actividades. Reconoció a El Chilango. Y se encargó de decirles a los peritos en el Semefo que era él, y de escucharles que la valoración del cadáver indicaba que aun cuando les sacaron los ojos vivía.
“Es algo horrible ver algo así, de quien todavía viste vivo”. Ayotzi llora y termina la narración.