El gobernador interino Rogelio Ortega Martínez es un hombre cuyo mayor anhelo consistió en ocupar la Rectoría de la Universidad Autónoma de Guerrero (UAGro), pero en ninguno de sus tres intentos lo logró. Su suerte le favoreció más de lo que él mismo esperaba y de la noche a la mañana (literalmente) se convirtió en gobernador del estado.
El ex secretario de la máxima casa de estudios, sustituyó a Ángel Aguirre Rivero, en medio de la crisis político-social que atraviesa el estado. Jamás, ni en sueños, imaginó siquiera formar parte del gabinete estatal, mucho menos dirigirlo. Su paso por la política realmente había sido fugaz.
El sábado 25 de octubre, el académico se acostó a dormir como secretario general de la institución universitaria y el sábado a eso de las 11 de la mañana ya era gobernador interino del estado. Pero no un estado como él hubiera deseado, sino un estado convulsionado por la grave corupción institucional del Estado evidenciada con la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa, quienes parece que se esfumaron de la faz de la tierra, luego de que policías municipales de Iguala y Cocula, apoyados por narcotraficantes asesinaran a seis personas, tres de ellas, estudiantes de esa misma normal rural.
A un mes justo de la masacre de Iguala, por decisión de las corrientes hegemónicas del PRD: Izquierda Democrática Nacional (IDN), Alternativa Democrática Nacional (ADN) y Nueva Izquierda (NI), y del gobernador con licencia Aguirre Rivero, Rogelio Ortega, alguna vez identificado como el vínculo mexicano con la guerrilla colombiana y miembro de organización guerrilla mexicana, Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), ocuparía el cargo de gobernador que dejó vacante Aguirre desde el jueves 23.
Pero su fama de hombre de izquierda y preparado, se derrumbó desde el primer momento. A 14 días de su nombramiento, se ha dedicado a ensalzar a su antecesor, Aguirre, que dejó el cargo a causa del repudio social por los hechos de violencia en Guerrero y porque no hubo respuestas, ni las hay, a los padres de 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos.
En contraste, en todo este tiempo, Ortega no se ha reunido con ellos, aunque en el discurso asegura que daría su vida por cada uno de los estudiantes desaparecidos.
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La realidad de Guerrero supera las parodias cinematográficas de Luis Estrada, La ley de Herodes, El Infierno y La Dictadura Perfecta.
29 de septiembre. El gobernador interino encabeza un acto en el Fórum Mundo Imperial, en Acapulco Diamante. Sonríe a todos los que lo felicitan por su nombramiento; actúa como cualquier político: da la mano y luego toma el codo de quien lo saluda; se toma fotografías con la gente y estira el brazo hacia arriba para saludar de lejos.
–He dormido poco; desde que tomé protesta no me he cambiado el traje, sólo la corbata –comenta el mandatario de 59 años de edad, que se peina como Elvis Presley, pero con menos cabello.
–¿No se ha cambiado en tres días? –quiere saber un ex reportero ahora director de la cadena de televisión oficial.
–No. Ya Murillo… ¡el procurador!, me lo comentó –dice Ortega con un dejo de satisfacción, como si se sintiera orgulloso que se lo haya dicho nada menos que el procurador de la República.
Rogelio Ortega no conocía a Jesús Murillo Karam, hasta que tuvo que entrarle al asunto de los 43 desaparecidos. Por algo, el articulista de Proceso, John M. Ackerman observó que se comporta “como con un servil empleado de Peña Nieto”.
El nuevo jefe del poder Ejecutivo estatal, no sólo ha hecho comentarios como ése que denota su poca experiencia en el trato con esa clase de funcionarios. A diario, emite declaraciones desatinadas. Se ha comprometido a “canjear” a “presos” y “rehenes” por los estudiantes, y presume que el arzobispo de Acapulco, Carlos Garfias Merlos, lo acompaña en esa ruta. Dice que algunos normalistas le dan indicios que los jóvenes están vivos, aunque ni el procurador, su amigo Karam, haya declarado al respecto.
Al siguiente día de su nombramiento como gobernador interino, dijo en una entrevista radiofónica que admiraba a Ángel Aguirre Rivero, dicho que no sólo repitió y reiteró días después a pregunta expresa, sino que explicó los atributos por lo que lo admira: “…es carismático, de apapacho, de sonrisa fácil; coqueto, bohemio, declamador, excelente orador… ¡un tanque de la política!”.
Así como no tiene empacho en adular al defenestrado gobernador, tampoco representa problema para él explicar sus motivos de esta simpatía. “Es uno de los políticos de mayor experiencia, de reflejos de boxeador; con una agilidad para articular políticas y de ¡impacto! Un hombre echado pa’ delante, un hombre que sabe que el político y el gobernante dejan huella a través de su obra”, cuenta en una entrevista a esta reportera el 29 de septiembre.
En la entrevista publicada en El Universal, el mandatario se extiende: “Con los amigos en las duras y en las maduras”. Defiende a Aguirre, a pesar de que cuando éste quedó como interino de Rubén Figueroa Alcocer en 1996 –después de la matanza de Aguas Blancas– y en su segundo periodo como gobernador electo, por lo menos 19 activistas fueron asesinados o desaparecidos, más los tres jóvenes de la Normal Rural de Ayotzinapa asesinados el 26 de septiembre. “La huella que nos dejó, la creación de la Secretaría de la Juventud, la Filarmónica de Acapulco… en fin, creador de nuevas instituciones”.
Rogelio Ortega, casi desde que rindió protesta, ha pasado de ser la solución emergente del conflicto social que reventó con el Caso Ayotzinapa-Iguala, a ser repudiado por maestros, estudiantes, egresados normalistas e integrantes de organizaciones sociales, porque, según justificaron maestros de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación Guerrero (CETEG), “no fue electo por el pueblo; es otra imposición”.
Y es que insiste en declarar cosas como su disposición de “realizar el diálogo con las personas que los tienen capturados… si se trata de dinero lo juntamos, si se trata de canjear rehenes lo gestionamos con las autoridades correspondientes. Si se trata de canjear prisioneros, lo gestionamos también”.
Además, en su afán de ciudadanizar el gobierno del estado, ha hecho cuatro cambios: como secretario de Salud, posición acéfala desde la renuncia del ex secretario Lázaro Mazón, nombró a Edmundo Escobar Habeica. De la Secretaría de Educación removió a Silvia Romero para colocar a su amigo el ex dirigente del movimiento de 1968, Salvador Martínez della Rocca, El Pino. Al jurista David Cienfuegos Salgado lo nombró relevo del secretario general de Gobierno, Jesús Martínez Garnelo.
A Fernanda Lasso, de la Dirección General de Comunicación Social (DGCS), le solicitó la renuncia, para nombrar a Cuauhtémoc Saavedra Méndez, ex titular de un área similar en la UAGro como parte del equipo del rector Javier Saldaña Almazán, a quien después de Aguirre y Peña Nieto, Ortega admira demasiado y lo hace notar en la mayoría de sus discursos.
Estos 14 días de Rogelio en el gobierno del estado sólo han transcurrido. Porque el conflicto de las organizaciones que integraron la Asamblea Nacional Popular (ANP), lo atrajo la federación. Hay reuniones periódicas en Chilpancingo y el Distrito Federal, de funcionarios de la Secretaría de Gobernación, la PGR y con subsecretarios, para tratar de arreglar la situación.
Rogelio Ortega ha mostrado ser manejable por otros, porque en las tres veces que ha venido a Guerrero la secretaria de Desarrollo Social, Rosario Robles Berlanga, supuestamente a supervisar los avances del Plan Nuevo Guerrero, la ha acompañado a las giras, se ha tomado fotos muy sonriente con ella y ha dejado asuntos, como las reuniones con el Congreso local y el Poder Judicial del estado, en segundo término. Su prioridad, se ha visto, es atender a la plana mayor del gobierno federal y asistir a actos intrascendentes.
Aunque entre los asuntos prioritarios tenga el nombramiento del secretario de Seguridad Pública, que hasta el cierre de esta edición, ocupa Leonardo Vázquez Pérez, quien no pisa las oficinas de la dependencia, desde el lunes 3 de noviembre que la federación nombre, porque así lo ha dicho, al nuevo fiscal, porque a la fecha sigue operando Iñaky Blanco Cabrera, y reunirse con organizaciones sociales como la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias (CRAC), que requieren revisar la situación de sus presos políticos.
Entre giras con funcionarios del gobierno federal, a quienes les ha cambiado el nombre, como a Eugenio Ímaz Gispert, pero a todos ellos los trata con reverencia y los adula; entrevistas con medios impresos y radiofónicos, declaraciones en los medios y sonrisas a medio mundo, ha pasado sus días en el gabinete estatal Ortega.
Es difícil ver a un hombre que ha pasado más de la mitad de su vida en la UAGro, como un político connotado y reconocido. Así se maneja en Casa Guerrero, en la oficina del gobernador, en los espacios públicos, como en la cancha de Los Avispones, cuando fue a decirle a la madre de David Josué, el futbolista que mataron en los ataques del 26 de septiembre en Iguala, que habría un fideicomiso.
Ese día, era sábado. Llegó en helicóptero y reprimió a su equipo de seguridad. “¡A dónde me llevan, a dónde!”, “¡Y quería ver el partido!”. Quedó claro que el gobernador asistió a la cancha a expresar su solidaridad con Los Avispones, pero a él se le veía en el rostro la duda, pues insistió en que quería quedarse.
Adulador de Peña Nieto
Quizás lo más criticado, incluso por sus amigos, es su adulación hacia Peña Nieto, un gobernante a quien la mayor parte de las organizaciones sociales han repudiado por represor y porque tan sólo en su periodo hay más de dos mil desaparecidos.
Al día siguiente de ser nombrado, Ortega se reunió con Peña. Cuando las organizaciones integradas en la Asamblea Nacional Popular (ANP) hubiesen preferido una reunión con los padres de familia. El gobernador aduló mucho a Peña en Los Pinos. Sonrió demasiado.
Le agradeció su respaldo, su gestión y aseguró que el primer compromiso de su gobierno sería buscar a los 43 normalistas desaparecidos. Su gobierno no ha hecho más que el anterior: continuar con el pago a radiodifusoras, solicitando ayuda a la población para la localización de los desaparecidos.
Ortega Martínez se comprometió con Peña a que en diciembre “se puede tener establecido la paz democrática, armonía y la gobernabilidad en la entidad… Y si usted me apoya, señor presidente, yo le entregaré buenas cuentas”.
Consideró todos los apoyos de la Federación a Guerrero y agradeció que el presidente Peña Nieto haya tenido la “deferencia de recibirlo de inmediato para atender el caso Guerrero”.
“Si le va bien al presidente Peña Nieto, le va bien a México, le va bien a Guerrero”.