La pregunta era necia, pero la hice: “¿Usted, gobernador Ángel Aguirre, está haciendo un gobierno de izquierda?”
Aquí la respuesta: “Desde un principio dije que así sería. A quienes me postularon los veo de frente y a los ojos. Me han querido poner motes de que soy un priísta represor y embozado, que sólo utilicé a la coalición para llegar otra vez a la gubernatura. Pero no soy gobernador sólo porque sí, sino porque tengo mucha claridad de lo que tenemos que hacer en Guerrero”.
Unos minutos más tarde se apagó la grabadora, pero el gobernador Aguirre no tenía ganas de levantarse del sillón en Casa Guerrero. Siguió hablando un buen rato, tratando de convencer al reportero –seguramente porque la entrevista fue para La Jornada– de que el suyo era un gobierno de izquierda: su principal prueba, según recuerdo, era la promesa de que los miembros de su gabinete se quedarían a dormir, por turnos, en las casas más pobres de región de La Montaña, para sentir los rigores de la pobreza extrema.
He preguntado sobre si el gobernador cumplió su promesa y nadie me ha sabido decir, pero lo que es claro es que la gestión del oriundo de la Costa Chica no tuvo un solo rasgo –como no lo han tenido la mayor parte de los gobiernos del PRD, hay que ser justos– de izquierda, si se entiende por ello una manera diferente de hacer las cosas en beneficio de los más desprotegidos.
La entrevista se realizó el 18 de diciembre de 2011. Estaba fresca la sangre de Gabriel Echeverría y Alexis Herrera, asesinados en la Autopista del Sol, y seguía en el hospital el hombre que resultó con quemaduras en una gasolinera, Gonzalo Rivas Cámara, quien a la postre moriría.
Pregunté entonces: “¿Quién le informa al gobernador? Porque esta semana se han visto muchas contradicciones de su gobierno. Dio por muerto dos veces al herido de la gasolinera, por ejemplo”.
Ésta fue la respuesta de Ángel Aguirre: “Hago un mea culpa. Reconozco que se han cometido errores, soy el primero. Detalles como el que señala. Estaba dando una conferencia, me pasan una tarjeta que dice que acababa de morir el señor de la gasolinera, y resulta que vive. ¿Cómo se muestra ante la opinión pública el gobierno? Pues: ‘Pinche gobernador, ni siquiera está enterado de lo que sucede’. Eso habla de la gran irresponsabilidad… O que alguien agarre monte y se ponga a repartir un video. ¿Cuál es el propósito? ¿Querer demostrar que los responsables fueron los otros? Eso no ayuda en nada. Y lo que propició fue que la relación entre el gobierno federal y nosotros se hiciera ríspida. Afortunadamente prevaleció la madurez de los funcionarios y del gobernador para corregir. De las dos partes, ¿eh?, de las dos”.
Al cabo del tiempo, como se sabe, las dos partes quedaron impunes y las víctimas sin justicia.
La entrevista fue el domingo del tradicional Paseo del Pendón. El gobernador había tenido una breve participación en esa fiesta de danzas regionales, placeo político y mucho mezcal. Por ahí andaba yo cuando una ancianita clasemediera y de rostro amable aplaudió al gobernador de izquierda y al verlo perderse entre la multitud alcanzó a gritar: “No somos uno, no somos 100, ¡muera Ayotzinapa!”.
Me acerqué a ella, que ya había agarrado de nuevo su vasito de mezcal, y le pregunté si estaba de acuerdo en lo sucedido con los estudiantes. La respuesta corrió a cargo de su hija, que estaba atrás de ella: “¡Queremos que el gobernador eche una bomba en la normal y se mueran todos!”.
En los años que siguieron, el gobierno de izquierda de Ángel Aguirre nada hizo para combatir el odio irracional contra los normalistas de Ayotzinapa ni para resolver a fondo y en serio sus demandas, pese a que, en la entrevista y en muchas declaraciones posteriores, el gobernador ofreció “fortalecer Ayotzinapa… que sea única, que la podamos presumir”.
Un “tanque de la política”, como dice su admirador Rogelio Ortega Martínez, sí, pero de la política caciquil.