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bala perdida

 

 

 

 

Vagón

 

Brenda Ríos

 

 


 

Cuando entré al vagón, el faquir (sin camisa) estaba ya guardando los vidrios donde se dio de golpes contra el piso, ya había mostrado la espalda llena de llagas, los moretones y la sangre seca. Pero se rompió la bolsa o su camiseta se dobló mal y los pedazos de vidrio se desparramaron por el suelo. Se encoge de hombros y sale en la siguiente estación. El vendedor de amaranto (dos bolsas enormes de ladrillos de amaranto con miel, nueces y pasas) se pone en el mismo lugar que dejó el otro y yo casi pude ver los vidrios atravesando el plástico y entrar a esas placas alimenticias y confundirse los vidrios con las pasas y atravesar las gargantas a su vez. Pero de este ensueño buñuelesco me distrae una mujer joven vestida de payaso con dos niñas muy pequeñas, las distribuye en el vagón e inicia una sesión con bromas que involucran canciones de amor cantadas por una de las niñas, de unos 4 años.

Una chica que hacía una cita en el celular (lunes, sí, a las 8, ahí te veo) pantalones de mezclilla, intervenidos por ella, se notaba; cabello muy corto, no podía hablar por la voz de la mujer y de la niña en su duelo de música gritada para ganarse la vida y pedir una moneda que no afecte la economía (quién habrá sido el primero en decir esa barbaridad de limosnero que pide pero que no afecte, si pedir es afectar y dar es afectar la economía o el afecto, que así como están las cosas es casi lo mismo: no hay, no hay). La chica hizo el gesto de callar a la nena, pero se contuvo y mejor apagó el aparato. Se quedó el resto del “show” mirando todo con desprecio. La mujer o madre/mánager estaba muy cerca de mí y alcancé a escuchar su Si no le gusta pues que tome taxi.

Pero claro, si uno toma taxi para no ver y escuchar a los pedinches, vendedores, pues entonces sí nos afecta la economía.

Se vende y se ve de todo. Hombres que se desplazan entre vagones con un pie colgando de su cuerpo: peso muerto; con la sonda puesta y la bolsa de orines como adorno, el ciego que canta una canción que dice más o menos así “Lástima que seas ajena que no pueda darte lo mejor de mí”… Chicos que regañan a todos por el adormecimiento político ante lo que ESTÁ SUCEDIENDO EN ESTE MOMENTO EN QUE SE VENDE EL PAÍS. Niños que se arrastran con un trapo sucio boleando zapatos. Indígenas desplazados de su lugar de origen, descalzos, ofreciendo papelitos de colores donde cuentan su breve historia. Espero no lleguen a este vagón, con la alfombra de vidrios dispuesta así.

Este país. Horrendo. Por eso se sume. Se hunde. Regresa a su pasado. Piedra debajo de uno, piedra con signos. Piedras los pasajeros que no ven ni oyen. Nada los toca. Sólo dos mujeres les dieron monedas a esas niñas payasito y un cariño en el pelo. Cuando uno llega por fin a donde va ya lleva un enjambre en la cabeza. Un enjambre de miseria, de odio y de mucha necesidad.

Palacio de Bellas Artes, exposición mediática: Da Vinci y Miguel Ángel. Filas rodeaban el cuerpo del palacio, filas convertidas en anillos de gente. Atravesé como pude y me metí al metro, de nuevo, sin esperanza de ver esa exposición. La gente salía y no había espacio para que yo pudiera bajar a esas entrañas de fuera.

Llego al tren ligero: abarrotado para la hora. Había tres hombres con chalecos fosforescentes en las vías soldando algo. No había trenes. Pero no impedían el paso a los usuarios. Así que el estrecho andén apenas podía contenernos. 20 minutos de espera. Veo a un hombre con traje, guapo, cejas marcadas, ojos profundos. Me mira. Quizá pensamos lo mismo del otro: Qué haces aquí, en esta gente, donde nada te hace parecerte a ellos. Quizá no pensó en nada salvo en el retraso y en que iba tarde.

Ya luego notaría la estación donde se bajó. No era zona propiamente de oficinas. Imaginé que mostraría una casa o visitaría a algún cliente para venderle un seguro. Un guapo sale del vagón de feos. A falta de esos italianos que pintaban la belleza –y que no pude ver- a mí me toca la versión huipulco.

¿Volvería al museo? ¿Lo intentaría de nuevo? ¿Valdrá la pena? Al final las obras de arte son insulsas, ¿no? Quiero decir, pintaron lo que ya no está, a personas que ya no viven. Sólo en Italia las personas se parecen a sus cuadros. Yo viajo entre personajes del muralismo mexicano, a punto de explotar las venas de los brazos, esa clase obrera, furiosa aún cuando no está en pie de lucha más que de transportarse diario, ya con eso. Mira, vas al museo y no puedes entrar, mínimo 3 horas de fila, en el sol, sin comer. Vendrán las vacaciones y los adolescentes entrarán a tropeles obligados por las escuelas. Si logras entrar a la sala no habrá manera de respirar a menos que lleves ese tubo para hacer snorkel: el espacio estará ocupado con carne olorosa de impúber. Vas al tren y no sirve pero nadie te va a decir No entre/No hay servicio. Amontonados siempre. Para todo. No soportamos que nos toquen pero es inevitable. A estas alturas el amontonamiento a causa de frotación debería darnos placer, orgasmos espontáneos, cualquier cosa.

¿Dónde podemos estar sin que nuestro cuerpo toque el otro? Si no cae la ciudad por su peso emocional e histórico caerá por sobrepoblación. Un buen día o noche nacerá uno, que será la gota que derrame el vaso: la aguja en el pajar, el palillo chino que no puede salir sin afectar al todo, el anticristo esperado. Como cuando el metro se para horas y sale un desesperado y el metro echa a andar como si ése que se fue tuviera la culpa del desperfecto. Así el recién nacido, con sus 3-4 kilos de vida será la cereza sobre el pastel enorme que es el Palacio de Bellas Artes, la ciudad de México entera y ésta caerá en un terremoto definitivo, de un solo golpe desaparecerá. Seremos la Atlántida oscura, mesoamericana. Si los mayas se adelantaron en la estampida, falta poco para que el último resquicio azteca y mestizo de América haga un resoplido de gato y sea cubierto por tierra y agua.

 

 

 

 

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