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El ataque contra los Avispones

De la gloria al infierno
en 20 minutos

Vania Pigeonutt

 

Funeral de David Josué García Evangelista. Se acabó el partido. [Foto: Eduardo Guerrero]

 

 

La noche había sido gloriosa. Los Avispones derrotaron 3 a 1 al equipo de tercera división de futbol de Iguala. Los 29 que abordaron el camión de regreso a Chilpancingo, entre jugadores y equipo técnico se echaban porras, se abrazaban. “Valió la pena jugar tan noche”, valoraban.

Minutos después de las 12:30 de la noche, los rostros de felicidad se desfiguraron. El pánico se apoderó de los semblantes y el angosto pasillo del autobús de pasajeros se convirtió en su único refugio.

El estruendo de los balazos taladraba los tímpanos. Los gritos de la gente fuera del camión y de los jugadores, muchachos de entre 15 y 17 años, erizaban la piel. Nadie sabía lo que pasaba. Transcurrieron segundos para que todos, después de que se escucharan las ráfagas, a excepción de unos cinco, se tiraran al suelo. Los cinco que no se tiraron, entre ellos el director del Deporte de Chilpancingo, Facundo Serrano, gritaban: “¡No disparen, no disparen, somos jugadores, somos el equipo de los Avispones!”. Pero a los pistoleros eso no les importó.

El dicho de que a todos nos puede tocar, es muy cierto, asegura Facundo. No podía dar crédito a lo que ocurría. Afuera del camión, en el crucero de Santa Teresa, casi a la salida de Iguala, había otros siete vehículos baleados. Algunos corrieron con menos suerte. Una mujer del estado de México murió en el interior del taxi en el que viajaba, mientras que Aureliano, el chofer, sigue con una fractura difícil en el tobillo izquierdo.

“Las estrellas se veían brillantes en el firmamento”, recuerda otro sobreviviente; quizás era lo único que daba un poco de paz. Los siete vehículos balaceados quedaron en fila, casi a ras de carretera. La gente pedía ayuda, otros trataban de revivir a sus muertos, como los integrantes de los Avispones que vieron morir a David Josué García Evangelista, de 15 años, quien recibió las balas en el pecho y falleció casi al instante. Pero era imposible sin ayuda. “¡Era imposible!”.

Fue un milagro, define Facundo. Después de varios días del ataque aún no puede entender cuánta maldad cabe en una persona. Cómo por la justificación de “yo recibo órdenes” se pierda la conciencia y sean las personas quienes tengan el valor de matar a otras. La escena dolía: desesperación. Rabia. Miedo. Confusión. Impotencia. Muerte.

El 26 y 27 de septiembre, el diablo se paseó por las calles de Iguala. La maldad no tuvo límites y alguien, porque hubo una orden con antelación, mandó a policías municipales a disparar contra estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, Raúl Isidro Burgos. Al parecer, en una confusión, esos mismos policías abrieron fuego contra el camión de jugadores, que por la edad y su sexo, bien pudieron pasar por normalistas. Sólo son hipótesis. Lo cierto es que murieron ahí tres personas. En total esa noche seis y hubo 25 heridos. De éstos, 12 eran del equipo de futbol.

Facundo recuerda que la noche tuvo muchos matices, porque cuando ganaron se iban contentos. El partido empezó a las ocho y media de la noche, pero se retiraron de la cacha casi a las once y media. Esperaron la cédula, que es un trámite de registro, que se concluye al término de los partidos: es el registro que hacen los árbitros donde anotan el nombre de los jugadores, el nombre del cuerpo técnico; un documento oficial que la Federación Mexicana de futbol, les pide para que midan resultados.

De la Unidad Deportiva de Iguala, ubicada al norte de la ciudad, salieron a carretera, ya para Chilpancingo. El Barcel, el chofer casi de cabecera del equipo, cuyo camión pertenece a Castro Tours, los esperaba. Movió la unidad unos 15 kilómetros, cuando a la altura del crucero de Santa Teresa comenzaron los disparos, que según recuerda Facundo, fueron “cientos”. Casi al instante el chofer fue alcanzado por las balas. Inició la película, pero de terror.

Y es que lo primero que hacen cuando se van es prender las pantallas, cerrar las cortinas y disfrutar de una película de regreso a la ciudad. “No vimos a absolutamente a nadie, no escuchamos con anticipación. Nada. No vimos nada de extraño. Nada. El ataque fue de repente y eterno”. Facundo comenta que cuando empezaron las detonaciones comenzaron a caer jugadores heridos, pese a que se habían tirado ya, todos al suelo.

El autobús se salió de la carretera (Iguala- Chilpancingo), porque al primero que hirieron las balas de grueso calibre fue al Barcel. Cuando los policías municipales y sicarios, según indica la Fiscalía de Guerrero que hay videograbaciones donde se comprueba la participaron de uniformados de Iguala en ese que fue el tercer ataque de tres, ya habían disparado, esperaron unos segundos y remataron el camión, que casi se voltea.

Fueron minutos de mucha angustia y desesperación. Todo pasó por la mente de quienes iban como responsables del equipo, entre ellos Facundo. Atrás de ellos venían unos padres de familia que constataron lo ocurrido. Pensaban en qué pudo haber pasado, quiénes en sano juicio pudieron haber disparado contra jóvenes, en su mayoría, que no tienen nada que ver con la delincuencia organizada.

Las llamadas al 066 no cesaron. Llamaban, llamaban, llamaban, y el servicio no funcionaba. Fue hasta que se pudo comunicar Facundo con personas del ayuntamiento de Chilpancingo, cuando les relató lo ocurrido y casi dos horas después llegó la ayuda. Demasiado tarde, reclama, llegó una ambulancia de la Cruz Roja a auxiliarlos a ellos y a los heridos de los vehículos baleados. Pero lo peor ya lo habían vivido. Recuperarse a esta experiencia, asegura, no será nada sencillo.

Pasa la película de tu vida en un segundo. Lo más doloroso para todos fue ver morir a David José, El Pollito. Fue muy doloroso. Pero nadie pudo hacer nada por él. El muchacho de 15 años recibió impactos de bala a la altura del tórax. David estaba agonizando, los muchachos lloraban, gritaban, unos se bajaron de la ventana izquierda hacia el cerro, cuando los hombres armados tocaron a la puerta y la balacearon. En ese momento todos pensaron que era el último día de sus vidas. Pero no.

A todos los del cuerpo técnico, Pedro Rentería, Jorge León Sáenz y a él les tocaron esquirlas de bala. A Facundo aún no le sacan una, porque no ha habido tiempo. Pedro y Jorge aún siguen en el hospital. Posiblemente Jorge pierda un ojo, pues una bala le alcanzó parte del aparato visual y cabe la posibilidad de que quede ciego.

Eran incesantes los toquidos y balazos que se escuchaban en la puerta del camión. Esos hombres no tenían alma. El chofer en ese momento recibió más impactos, y a falta de ayuda médica pronta, según considera Facundo, murió. “Seguramente si la Cruz Roja hubiera llegado a tiempo, mi amigo el Barcel estaría con nosotros”.

El autobús que pendía de un “cerrito” cuando lo volvieron a rafaguear, representaba un doble peligro para quienes estaban dentro. Primero que una tercera refriega los aniquilara y segundo, porque se podía voltear si no llegaban pronto a rescatarlos. Nada de aquello sucedió. Algunos jugadores, unos 10 se refugiaron en matorrales y hasta que vieron patrullas y ambulancias salieron temblando.

Dentro del autobús iban 29 integrantes, entre los 18 jugadores de base y los suplentes más la Mesa Directiva y el cuerpo Técnico de los Avispones. Los sobrevivientes viven como nuevos. Volvieron a nacer, aunque sienten coraje con todos y contra todo, porque no entienden de dónde pudo venir el ataque. Se sienten más vulnerables que nunca. Todos, de acuerdo al psicólogo que los atendió el sábado por la mañana en el anfiteatro del ayuntamiento, necesitarán, ayuda psicológica.

Aunque no hay nada bonito para recordar, cuenta Facundo, lo que salvó vidas fue la ayuda y solidaridad oportuna de todos. “Éramos un verdadero equipo”. Como nadie llegaba a auxiliarlos, ellos mismos la hicieron de paramédicos, enfermeros y psicólogos. En lo que el cuerpo técnico, conformado además por el entrenador médico Félix Pérez Pérez, daba ayuda a los baleados, porque eran prioridad, otros ayudaban a hacer torniquetes con playeras para detener la sangre. Hicieron peripecias.

Casi dos horas después llegó la Policía Federal y la Cruza Roja; sin embargo, no entiende por qué los primeros no les ayudaron a trasladar a ningún herido, porque según les justificaron, no tenían orden para hacerlo. Los policías federales, municipales, militares y de todas las corporaciones existentes son así: pierden su lado humano y se vuelve robots que sólo con una orden, sea estúpida, inhumana, malvada, tienen que cumplir.

Otro adolescente, que al igual que Pedro y Jorge sigue en el hospital, es Miguel Ángel Ríos Neri. Tiene una herida en la pared abdominal. De 16 años de edad, continúa hospitalizado en una clínica particular. Recibió seis impactos de bala, pero se encuentra estable.

Además de él, en ese ataque fue alcanzado por las balas Alfredo Ramírez, dirigente del sindicato de Bachilleres, y el tesorero de la organización gremial. Ellos, y dos de sus compañeros, viajaban en un taxi a Chilpancingo, cuando las balas les robaron la tranquilidad.

Al dirigente le dieron un balazo en el hombro derecho y dos en la mano derecha; a media semana salió del hospital. El tesorero fue herido en el talón derecho. El martes ya lo había dado de alta.

A ellos dos los alcanzaron las balas porque viajaban del lado derecho. A sus dos compañeros y al chofer no les pasó nada.

Los sindicalistas venía de regreso de un encuentro sindical en Morelia, a dónde cuando recibió la invitación el dirigente dudó en ir, “porque allá en Michoacán está muy difícil la situación”.

Desde su cama de hospital, Ramírez platica que al abordar el taxi especial que los traería a Chilpancingo, no sabían de las balaceras, pero al acercarse al punto donde estaban disparando, oyó el estruendo y le dijo al taxista que era balazos. El conductor aseguró que era cuetes, “porque se oía como cuando en las fiestas truenan el montón de cuetes”.

A punto de llegar al lugar del ataque, vieron varios carros estacionados a la orilla de la carretera, así que optaron por estacionarse y apagar la luz. Pero una vez más el taxista los convenció de que no pasaba nada, que iba a continuar. “Voy a acelerar y vamos a pasar rápido; no va a pasar nada”.

“Y cuando lo dijo es porque ya estaba acelerando. Pero cuando ya nos acercamos a donde estaba la balacera, se dio cuenta de su error y lo que hizo fue acelerar más y apagar la luz”, recuerda Alfredo Ramírez, y agrega: “Le estaban tirando a todos los que pasaban; más adelante nos paramos y atrás de nosotros venía un torton; al chofer también lo hirieron”.

En el camión de los Avispones también iba el Pañañas, un aficionado del equipo, que vaga en las calles de Chilpancingo, canta los jueves las pozolerías y por lo regular anda borracho, pero eso sí, sabe de futbol y siempre ha apoyado a los Avispones. Él también recibió esquirlas de bala, pero lo reportan estable.

El horror apenas comienza para quienes sobrevivieron, pero quedarán con secuelas. Los hechos son inverosímiles. Se habla de que fue una orden dada por el alcalde de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, por su esposa María de los Ángeles Pineda, cuyos hermanos están muertos y pertenecían a la escisión del cártel de Los Beltrán Leyva, Los Rojos.

Facundo quiere recuperarse y seguir trabajando. Para él son hechos que difícilmente olvidará, y más aún cuando fue uno de los personajes principales dentro de los momentos más horribles.

Sin embargo, hay preguntas sin responder: ¿Por qué el alcalde de Chilpancingo, Mario Moreno Arcos, cuyo ayuntamiento es responsable del equipo si sabía que en Iguala hay una lucha álgida entre grupos de la delincuencia permitió que estudiantes se fueran a jugar en la noche y sin vigilancia? ¿Qué pasó con el servicio 066? ¿Por qué la policía federal se negó a ayudar?

Muchos hablan de un narcogobierno. La colusión descarada del gobierno con grupos de la delincuencia organizada, pero eso, de acuerdo a la Fiscalía que dirige Iñaky Blanco Cabrera, es un asunto a investigar.

 

 

Todos con secuelas

Sobre los hechos, el secretario de Salud, Lázaro Mazón Alonso, reportó que de los 25 lesionados, luego de los ataques del 26 y 27, seis siguen hospitalizados. De éstos, el normalista Edgar, quien necesitará reconstrucción facial, es estabilizado en el hospital general de Iguala, para ser trasladado al hospital Manuel G. González, donde será intervenido.

Los 25 heridos durante los ataques del viernes y sábado en Iguala, ingresaron a hospitales por heridas provocadas por arma de fuego. De éstos únicamente seis continúan hospitalizados. Aldo Gutiérrez Solano, estudiante de primer año en la Normal Rural de Ayotzinapa, es el más delicado de salud: “Está entubado, con respirador artificial; su estado es muy grave”.

Mazón Alonso asegura que todos los heridos tendrán secuelas por mínimas que parezcan, pues: “Después de un accidente, nada es igual”. 

Sin embargo, los hospitalizados, como Jorge, de quién no tiene mucha información, pues es atendido en la ciudad de México, “sólo un tío de él me comentó que ya había salvado el ojo”; Aldo, Andrés Martínez Hernández, un normalista que perdió cuatro dedos de la mano izquierda; Pedro Rentería, a quien las balas perforaron el hígado; el estudiante Edgar Vargas, quien necesitará cirugía plástica, pues las balas le desfiguraron la cara, son los casos más graves.

 

 

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