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información

 

 

 

Un golpe
de
suerte

 

Marlén Castro / Especial

 

 

 

La Rinconada. Paisaje devastado. [Foto: Marlén Castro]

 

 

 

En la cima de los andes, el pueblo más cercano al cielo es también el más próximo al infierno.

No hay cifra exacta del número de sus habitantes, hombres y mujeres efímeros en busca de la reliquia más antigua y bárbara del mundo: el oro, que buscan en las entrañas de un glaciar.

Unas veces, esa población roza los cien mil; otras, desciende a los setenta mil. Oficialmente, la municipalidad sólo tiene registrados 821 habitantes.

Tampoco se sabe qué tanto oro arrancan a las nieves perpetuas. Se dice que podrían ser unos doscientos kilos, o setenta mil o cien mil.

La cifra sobre la ganancia es igual de incierta. Podrían ser de sesenta a trescientos millones de dólares anuales.

El trabajo es ilegal. La extracción, ilícita. Sus ganancias, como la lotería. La vida, fugaz.

Ubicado sobre los 5,300 metros sobre el nivel del mar, no hay ningún otro pueblo en el planeta más arriba, ni con temperaturas más gélidas durante los 365 días del año.

Es un pueblo donde los vicios y el crimen se han desenfrenado, donde las montañas, a pesar de representar espíritus sagrados, han sido reducidas a nada.

Se trata de La Rinconada, al sudeste de Perú. Allí se ve la realidad descarnada de la búsqueda de este metal primitivo. La estatura real de la minería.

 

 


Un minero en las alturas


En una calle de La Rinconada, en las faldas del glaciar Ananea, a 5,300 metros sobre el nivel del mar y a cero grados de temperatura, el quechua Juan Yenkua, de 40 años, tritura una roca que podría darle de comer los siguientes treinta días.

Yenkua ya trabajó el mismo número de días, cuatro horas diarias en turnos indistintos, pero como los cerca de cincuenta mil, o sesenta mil o setenta mil trabajadores de la mina La Rinconada, ubicada en el distrito de Ananea, en la provincia de Puno, en Perú, no recibe salario ni prestación alguna.

Su pago es la roca que ahora tritura.

Sentado en un banco azul de plástico, se inclina hacia adelante para triturar su roca con un mazo de hierro. Su pantalón verde olivo y su delgada casaca (sudadera) no entonan con los cero grados de temperatura en los que amaneció este día La Rinconada. Yenqua se ha aclimatado al ambiente gélido en extremo.

Los cero grados de temperatura tampoco son para tanto. En La Rinconada suelen pasar la noche a 25 grados bajo cero y tienen días con menos de 15, y ninguna casa, si así se le pueden llamar al lugar donde viven, tiene calefacción, chimenea o algo parecido.

La gente en La Rinconada diría que hoy hacía un buen día.

Su preciosa pertenencia, cuando es golpeada con el marro, a veces emite destellos dorados.

–¿Ése sí es oro? –le pregunto con entusiasmo, como si su suerte fuera la mía.

–No –contesta seco, mecánico, sin enojo ni alegría, sin brillo en los ojos, como si el oro lo hubiera enajenado.

Conforme tritura, del lado derecho va colocando, en una bolsa de plástico blanca, los pedacitos de roca que contienen oro; del lado izquierdo, sobre un plástico amarillo, el desperdicio.

Pulveriza la roca sobre otra roca de unos diez centímetros de grueso por unos treinta de lado, dentro de un círculo hecho de una tela de desecho, que le sirve para que el material bueno no se esparza en el aire.

El siguiente paso es hacer polvo todo el material de la bolsa blanca. Luego, en un pocillo de agua, de los que abundan en las rocas salientes del glaciar, colocará este polvo gris, vaciará agua y luego unos cien mililitros de mercurio.

Se colocará encima de una piedra a la que llaman quimbalete, bailara sobre ella y, con el movimiento, el mercurio atraerá las partículas de oro. Al final del proceso, obtiene una bolita blanca de unos dos centímetros, donde la mayor parte es mercurio. El agua y los residuos de mercurio se quedan en el agujero, el deshielo se encargará de acarrear los restos al lago Cumuni, de donde todos cubren sus necesidades de agua.

El mes anterior, Yenqua extrajo tres gramos de oro.

El paso final es venderlo a uno de los cerca de quinientos acopiadores de oro que hay en La Rinconada.

–Se lo vendemos a quien da mejor precio –dice.

Por sus tres gramos de oro extraídos, obtuvo 306 soles, alrededor de 92 dólares.

 

 


Subir a La Rinconada
para descender al infierno


Llegar a este rincón de los andes peruanos, partiendo desde Puno, la llamada capital folklórica del país sudamericano, requiere trepar las punas altiplanicas durante unas cuatro horas. Puno es una ciudad de más de 126 mil habitantes, a 3,300 msnm y a una temperatura promedio de 15 grados, famosa por estar al pie del mítico lago Titicaca, compartido con Bolivia.

De Puno se va a Juliaca, donde la temperatura desciende otros cinco grados y la altura aumenta quinientos metros. De Puno a Juliaca ya transcurrieron los primeros sesenta minutos de la travesía. De Juliaca a La Rinconada hay tres horas de distancia, 1,300 metros más de altitud y la temperatura cae hasta cero grados.

A la mitad del trayecto, la altura comienza a hacer estragos. El corazón se acelera y la respiración se dificulta. La cabeza comienza a doler y todo empeora cuando a una hora para llegar a La Rinconada aparecen los desechos mineros, los destrozos de la montaña en montículos grandes, medianos y pequeños, hechos polvo; que el aire lleva y trae por este paisaje lunar.

El polvo suelto de esos desechos se mete al minibús de pasajeros, aunque pareciera que estaba herméticamente cerrado. Al rato, la nube de polvo va dentro. La respiración se vuelve más difícil, entrecortada; se siente que ya no se alcanza a dar otra bocanada de aire en la vida.

Atrás o adelante, a izquierda o derecha, no hay un solo aspecto que reconforte la vista y quite el malestar por la altura. La montaña luce totalmente mutilada. El agua de los riachuelos se ve café y viscosa; hay pequeñas lagunitas con la misma consistencia.

Es el paisaje más devastado, pulverizado y reducido a escombros que he visto. Pero más adelante, otra imagen borra todas las anteriores.

En ese paisaje lunar, desolado, ahora aparecen montañas de basura: botes de plástico, sillas rotas, pilas, pañales desechables, colchones, bolsas, mierda; todo revuelto con lodo. Toda la inmundicia que la humanidad puede generar en su vida parece que vino a parar aquí. Y eso es lo que se tiene a la vista durante más de un kilómetro de recorrido.

Las gráciles alpacas y llamas, infaltables en los paisajes andinos, se montan en estos montículos de basura, lodos y excremento, en busca de alimento. Sus codiciadas pieles dan asco.

Al final se aprecian las nieves perpetuas del glaciar Ananea, pero la vista espectacular del manto blanco sobre la montaña no es suficiente para borrar la impresión nauseabunda del paisaje que precede.

Todavía hay más. Ahora comienzan a aparecer cientos de casas aglomeradas una tras otra, mal trazadas, pequeñísimas, hechas de calaminas (láminas de aluminio), levantadas caóticamente, cuyo tono plateado se ha vuelto gris. Y, entre ellas, en los pasillos por los que caminan los pobladores, más basura.

De algunas viviendas aún se ven las gotas de agua que escurren del hielo que se va derritiendo. Sobresale de las diminutas casas un candado grande, grotesco, que sella cada puerta.

A partir de la década de los ochenta, pero mucho más a partir del año 2005, la fiebre del oro trajo a La Rinconada miles de hombres y mujeres que levantaron sin sentido estético ni orden, casuchas improvisadas en unos parajes aledaños al poblado. Se calcula una población de cien mil habitantes, 99.99 por ciento es población flotante.

Oficialmente, La Rinconada tiene registrados solamente a 821 habitantes, indica el regidor Arturo Calcina, en su oficina congelada de la municipalidad, en la que sólo hay un escritorio y una banca. Pero la organización no gubernamental francesa Verité reportó que operadores de sólo tres de las muchas cooperativas formadas en La Rinconada que lograron entrevistar dijeron que por lo menos trabajaban para ellos treinta mil mineros, en cada una.

Un letrero pequeño, que apenas se alcanza a leer, da la bienvenida a La Rinconada. El pueblo como tal se ve como un caserío en miniatura colgado de las rocas salientes del glaciar, con cables enmarañados, pasillos laberínticos, lodo y basura.


 

 

El bajo infierno


Dante bajó al infierno guiado por Virgilio. Mientras se recorre el pueblo, de pasillos estrechos, lodosos, saturados de basura y con excretas humanas y de animal, se anhela una voz que ayude a entender cómo es posible que se pueda vivir de esta forma. No hay Virgilio, solamente el poder narcótico de la hoja de coca, sin la que hubiera sido imposible sobrellevar la altura, el mareo y las ganas inmensas de vomitar.

La gente, demasiada para el tamaño de las callejuelas y callejones, brinca los obstáculos que encuentra al paso, sin perturbarse de la inmundicia, sin que le afecte ese olor penetrante a orines, a pudrición, a mierda.

La Rinconada parece uno de los cuatro círculos del bajo infierno descritos por el poeta italiano. En el octavo círculo, Dante encuentra a los adoradores de oro, uno de los pecados más grandes, y por eso están en el penúltimo círculo, de los nueve que componen el infierno.

En la Rinconada, todo gira en torno al oro. Tan sólo en la calle 3 de Mayo, la arteria principal, pueden contarse 180 establecimientos de compra de oro. Sus dorados letreros con luces de neón destacan grotescamente en este ambiente gris.

Los mineros que tienen su día libre trituran sus rocas para encontrar una chispa de este tesoro bárbaro. Nadie confía en nadie. Cada quien hace este trabajo solo, aislado de los demás.

El oro se arranca al glaciar. La montaña nevada tiene decenas de agujeros hechos con dinamita, que llegan hasta a un kilómetro de sus entrañas.

El pueblo que creció a las faldas del glaciar impide ver los socavones. Para llegar a sus peculiares centros de trabajo, los mineros tienen que caminar una media hora por los pasillos estrechos, atiborrados de basura, lodo y desechos humanos.

Cuando se termina el poblado comienza un sendero entre rocas, accidentado, peligroso, de donde escurren las aguas putrefactas, rumbo al lago. Al costado izquierdo hay todavía más basura, toneladas de desechos acumulados a lo largo de muchos años.

Hasta aquí, la hoja de coca ha hecho posible sobrellevar las condiciones, pero la caminata, el aire gélido, la altura y la impresión del lugar cobran una factura muy alta. Ya no se alcanza a extraer oxigeno del aire, es necesario buscar un sitio donde sentarse o el vértigo se impondrá.

Diez minutos después se reinicia la caminata, con la sola idea de llegar a los socavones, platicar con los mineros y luego retornar.

Los mineros que salen y entran se encuentran por este pasadizo estrecho. No se sonríen cuando se cruzan. Ni siquiera se miran. Algunos llevan en la espalda un costal con una carga pesada, señal de que hoy fue su día libre y que descendieron a los socavones a buscar alguna mina que los haga ricos y cumplan el sueño que los empujó hasta aquí.

Ése es el pago del contratista por que trabajen para él cuatro horas diarias, los treinta días del mes. A este tipo de arreglo se le llama cachorreo, un sistema que no sabe de salario, prestaciones laborales y de condiciones adecuadas de trabajo.

Los mineros pagan con su salud, y probablemente con su vida, la fantasía de que algún día se volverán ricos. La altura, la humedad, el polvo de sílice que emana de la mina, y el mercurio que usan para sacar el oro a su roca, ha deshecho sus pulmones. El padecimiento se conoce como silicosis.

A pesar de las bajas temperaturas, en La Rinconada nadie tiene calefacción, ni siquiera una chimenea para sobrellevar las noches debajo de cero. Tampoco hay baños. Por eso, los desechos están esparcidos por todos los callejones. Hay sanitarios públicos, pero de noche no funcionan. Cualquier necesidad nocturna la desahogan en la calle. De día, brincarán estos desechos, sin inmutarse de encontrarlos al paso.

No hay letrinas, ni drenaje, pero la globalización llevó hasta esta cima congelada muchos negocios de venta de celulares y de recargas para los equipos; también muchos sitios para conectarse a internet.

En un estudio hecho en el año 2009, el investigador peruano sobre temas de salud Gilmar Goyzueta encontró que para una población de más de treinta mil habitantes había cincuenta letrinas o pozos sépticos y que cada persona generaba al día medio kilogramo de basura, y que esos desechos no eran recolectados.

El estudio, que se propuso ubicar los riesgos de salud pública por el uso de mercurio y cianuro en la recuperación del oro, indica que después del año 2004 (cuando se sustituyó el quimbalete por molinos eléctricos) creció ocho veces el uso de esa sustancia.

El mercurio, establece el estudio, se vierte en el medio ambiente en forma líquida directo al lago Cumuni, de donde los pobladores acarrean agua para su consumo. O en forma de gases que luego se depositan en los techos congelados de las casas, de donde recuperan el agua para beberla directamente, sin ningún tipo de tratamiento.

Ya hace rato que debieron aparecer los primeros socavones, pero siguen escondidos.

–¿Falta mucho para los socavones? –se inquiere a un grupo de mineros, que sólo mueven la cabeza de izquierda a derecha.

Nadie responde articulando palabras, como si el habla, lo que hizo posible el tránsito del primate al hombre no existiera.

En ese momento, administrando el poco aire que llega a los pulmones, tomo conciencia de algo obvio los últimos 15 minutos de caminata: todas las personas que he encontrado en el camino son hombres. A la falta de oxígeno y los latidos acelerados del corazón por la presión atmosférica, se suma una idea terrible.

Por fin, aparece el primer socavón, aunque hay unos treinta metros para llegar hasta él. Es una horadación en la nieve de unos cinco metros de ancho por tres de alto, improvisada, con costales amarillos como sostén para impedir que colapse.

Por fin alguien muestra signos de lenguaje.

–¿Quiere entrar? –me dice el hombre que parece controlar el flujo de trabajadores.

–¿Eso es posible? –reviro.

–Es cuestión de que usted quiera, sólo tiene que ponerse un casco y unas botas, como seguridad.

El aire ya no alcanza. Unos quinientos hombres están pendientes de la conversación. El socavón está a un paso pero un instinto primario de supervivencia genera la respuesta.

–Sólo voy a tomar fotos… Desde aquí.

Esos treinta segundos, quizá menos, para tomar las imágenes han sido los más angustiantes de esta reportera. Esas miradas estaban más congeladas que las nieves perpetuas del Ananea.

 

 


Tengo silicosis


Javier Quispe es uno de esos obreros que terminó su turno. Espera el transporte que lo lleve a su casa, a Quilca, a una hora y media de La Rinconada.

–Llegué a la mina hace seis años; ya tengo treinta. Estoy aquí por un tiempo, no para toda la vida. Quiero hacer algo de dinero y retirarme –me responde.

–¿Cómo estás de salud?

Calla unos segundos. Luego dice sin que aparentemente le afecte:

–Tengo silicosis; me tomaron una radiografía y salieron unas manchitas… apenas empieza, es poquito…

El Ministerio de Salud de Perú, en el Plan Nacional para la Erradicación de la Silicosis al 2030, elaborado en 2011, reportó que la silicosis es la forma más importante de la neumoconiosis, un padecimiento que puede terminar en cáncer de pulmón, que afecta la capacidad de extraer oxigeno del aire.

El estudio en mención establece que la altura, arriba de los tres mil msnm, es un acelerador de la enfermedad, con casos en los que las personas necesitan una exposición de sólo cinco años y, luego, irremediablemente, un fallecimiento precoz.

Quispe es un caso precoz de silicosis. No es asunto de fe o de milagros. Si continúa trabajando en la mina, será uno más de las estadísticas de muertos por esta enfermedad que ataca los pulmones.

Su trabajo en los socavones es de los que demandan mayor energía. Es un limpiador.

–Acarreo hacia afuera las rocas desprendidas en los socavones –dice.

–¿Cuánto tiempo más seguirás trabajando en La Rinconada?

–Quiero hacer algo de dinero para poder retirarme.

–¿Has visto en estos seis años de trabajo en la mina hacer a alguien suficiente dinero para retirarse?

–No. Yo espero tener suerte –responde rápido, con la mirada al vacío.

 

 


Trabajo ilegal, extracción ilícita,
negocio redondo


La Rinconada es el ejemplo perfecto de que la minería artesanal y la megaminería son iguales de dañinas. La diferencia es el tiempo. Los efectos en el medio ambiente, los daños a los ecosistemas y a la salud, tardan un poco más, pero aparecen.

Los efectos descritos en La Rinconada son el resultado de cuatro décadas de explotación, lo que la magaminería haría sólo en una y con menos de dos mil hombres.

De forma artesanal, La Rinconada es trabajada desde 1945. La actividad fuerte comenzó en la década del ochenta.

Un estudio ambiental en Perú, elaborado en 2009 por el International Institute for Enviroment and Development (iied), estableció que cada año se vierten al ambiente 105 toneladas de mercurio por los mineros artesanales. 85 toneladas se vierten en forma líquida a las fuentes de agua y veinte en forma de gas. Se estableció que sólo en Puno se derraman 25 toneladas anuales, quince se vierten a los ríos y diez se evaporan.

Este tipo de minería es ilícita; el trabajo de operadores, intermediarios y obreros, ilegal, de acuerdo al marco normativo de Perú. Aunque existe la ley de formalización y promoción de la pequeña minería y la minería artesanal, promulgada en enero de 2002, nadie de esta cadena mortal ha querido ceñirse a ella.

Desaparecería el cachorreo, sistema que permite esta especie de esclavitud consentida y genera fantasías de enriquecimiento temprano.

Pero históricamente existen concesiones dadas por el mismo gobierno. El primer concesionario de La Rinconada fue Tomás Cenzano Cáceres, a mitad de los años cincuenta, pero vende sus derechos en 1993 en medio de litigios a la Cooperativa Minera San Francisco y a la Empresa Metales y Finanzas, compañías que se fusionan y con el paso de los años dan lugar a la Corporación Minera Ananea, en 1999.

La corporación minera renta su concesión a muchos operadores, los que a su vez enganchan a los miles de mineros a trabajar mediante el sistema del cachorreo.

En el año 2010, de acuerdo a la extracción que sí está reconocida, Puno fue el departamento con la segunda mayor área bajo concesiones mineras en todo el país, el séptimo mayor productor de oro y el cuarto con la mayor cantidad de reservas de todos los departamentos, de acuerdo al Ministerio de Energía y Minas. La dependencia reconoció que Puno era el segundo productor más grande de oro artesanal.

Un estudio independiente elaborado por la organización no gubernamental francesa Verité, sobre el trabajo ilegal en Perú, indica que no hay estimaciones oficiales de la cantidad de oro producido ilícitamente en La Rinconada y en otras minas ilegales en Puno. Pero el trabajo de varios investigadores de la organización logró establecer que en el año 2009 se habrían producido de dos a diez toneladas de oro. En México, en el estado sureño de Guerrero, la mina más importante en ese mismo año era Los Filos-El Bermejal, manejada por la canadiense Goldcorp, la que reportó nueve toneladas.

Esas dos o diez toneladas de oro ilegal en La Rinconada habrían generado de sesenta a trescientos millones de dólares, indica la ONG. Como nada se reporta, las ganancias son redondas para los acaparadores.

La organización calificó al sistema de cachorreo en La Rinconada como un tipo de trabajo forzado, donde las historias de mineros que se enriquecieron contadas por los mismos operadores, funciona como el señuelo que hace posible este tipo de arreglo. También encontraron endeudamiento inducido.

Investigaciones del periódico El Comercio, uno de los diarios principales de Perú, establecieron que todo ese oro producido en la ilegalidad en las mimas artesanales va a parar a Suiza, comprado por las compañías Metal Trading, EyM Company, Minera Tambopata, Oro Fino y Los Poderosos.

 

 


Vicio y crimen


Cada vez que La Rinconada es mencionada en los noticiarios de Perú, se trata de información relacionada con asesinatos, asaltos en la carretera truncha (camino de terracería) a los negocios que acopian oro, riñas en cantinas con resultados fatales, trata de blancas y violaciones.

Un estudio en 2009 de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la violencia contra las mujeres, reportó que en 2003 desaparecieron en Puno 402 niños, niñas y adolescentes y trescientos de éstos nunca fueron encontrados.

“Se sospecha que muchos de los y las desaparecidas (sic) tuvieron como destino final el centro poblado minero La Rinconada, ubicado en Puno, y que la mayoría fue destinada a la explotación sexual o fue llevada a Bolivia y a Madre de Dios para someterlos a trabajos forzados y a la servidumbre”, indica el documento.

Otro estudio en 2012, ahora realizado por la Policía Nacional de Perú, estableció que en La Rinconada existen más de doscientos locales rústicos de expendio de cerveza donde explotan sexualmente a más de 4,500 menores de edad.

A pesar de que la situación es pública, en La Rinconada no ha habido ningún operativo para rescatar a las menores.

Existe el mito de que una muerte en la mina, sobre todo con sangre derramada, es un buen augurio para los buscadores de oro. El rumor más fuerte y seguido en La Rinconada es sobre un nuevo sacrificio humano. Ninguno se ha comprobado.

Pero cada día, durante seis turnos diferentes de cuatro horas cada uno, miles de mineros se internan en las entrañas del glaciar. Algunos no salen vivos, como Miguel Gabriel Belisario Suaña, de 36 años, quien de acuerdo a la versión de su cuadrilla, falleció repentinamente en uno de los socavones el 16 de enero de este año. En el pueblo dijeron que había sido sacrificado.

Miguel Gabriel no fue la única víctima ese día. En la madrugada de ese 16 encontraron muerta a Dominga Iquise Mamani, de 22, con signos de haber sido violada. La versión que se conoció en el pueblo es que Dominga salió de su casa, cerca de la madrugada, por una necesidad biológica y ya no regresó.

El mismo día, Fredy Quispe Humpiri, de 29 años, fue hallado colgado de una viga por sus vecinos.

Más cosas ocurren en La Rinconada a la luz del día y sin que los rodee ningún misterio, como los asaltos a mano armada a los negocios que acopian oro y las emboscadas a los camiones en los que se cree que se transporta ese metal primitivo que hace aparecer la barbarie.

El 26 de octubre del 2010, una decena de hombres armados irrumpieron en tres tiendas acopiadoras de oro; en el asalto asesinaron a tres personas, una en cada caso, y se llevaron consigo setenta mil nuevos soles, aproximadamente treinta mil dólares.

El 19 de septiembre del 2012, hombres armados interceptaron la camioneta de la Compañía Titanic, en la que iban el gerente y dueño, Iván Torres Carcasi, un agente de seguridad y el conductor. Murieron en el mismo sitio el conductor y el agente de seguridad. Los asaltantes se llevaron la unidad con Iván Torres dentro, a quien bajaron metros adelante, después de dispararle tres ráfagas a quemarropa.

Un mes antes, la sede de esa compañía fue asaltada, un vigilante asesinado y los ladrones huyeron con lingotes de oro.

Iván Torres, de 28 años, era apodado en Juliaca El joven rey del oro, quien un año atrás había heredado la compañía de su padre Percy Torres Ríos, una leyenda en la región al ser uno de los mineros que llegó a trabajar a La Rinconada mediante el método del cachorreo hasta llegar a acumular tanta riqueza que se ganó el mote de El rey del oro.

Tras el asesinato de Iván, la televisión dio cuenta que la heredera de la compañía, Rocío Torres, se mudó a vivir a España, donde había comprado en ocho millones de dólares una finca en Sevilla, propiedad de la cantante Rocío Jurado.

 

 


En la cima de la extracción


Lícita o ilícitamente, Perú es el productor de oro número uno en América Latina. Desde el año 1998 no ha dejado ese puesto, en el que el oro se convirtió en el principal producto de exportación. Ocupa el quinto a escala mundial. No es el único primer lugar, también lo tiene en producción de zinc, estaño y plomo. El segundo, en plata, cobre, molibdeno, selenio, cadmio y roca fosfórica; el quinto sitio en hierro.

La minería informal contribuye a ese récord mundial. En 1998, el trabajo ilegal extrajo 22,560 kilos de oro, de los 94,213 con los que se colocó en la cima de la extracción, el 23.94 por ciento, reportó el mismo Ministerio de Energía y Minas de Perú.

La minería artesanal en el Perú resurgió de forma descarnada por los procesos migratorios de finales de la década de los ochenta, pero con más fuerza en la década siguiente, por la fuerte recesión económica que se vivió en Perú, agudizada por los fenómenos climatológicos, establece Federico Gamarra Chilmaza en un estudio encargado por la Organización Internacional del Trabajo (OIT), elaborado en 2005.

 

 


Un minero buscando su suerte


Este mes, la suerte de Juan Yenkua llevó a sus bolsillos 360.50 soles (130 dólares) por la venta de tres gramos y medio de oro, a un precio en el mercado ilegal de 103 pesos el gramo, en un país donde la remuneración mínima mensual ronda los 800 soles, y el precio oficial del gramo de oro es de 122 soles.

Yenkua recuerda que otros meses, en otros años, ha tenido mejor suerte y espera que vuelvan esos tiempos. Un mes, de hace varios años, extrajo diez gramos.

Sin embargo, la media obtenida en quince años como cachorrero han sido siempre los tres gramos de oro, a veces, reconoce sólo ha logrado extraer un gramo.

Esto puede continuar así eternamente, decimos tratando de ser objetivos.

Quizá sí, quizá no, en esto importa el factor suerte, y yo ando buscando la mía.

 

 

 

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