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En ocho años, Carrizalillo pasó de la bonanza a la desolación

El ladrido de un perro solitario, breve y desganado, rasga el silencio.

En el aire, siete zopilotes revolotean en círculos. De repente, alguno se precipita al suelo. Al frente sólo hay calles solitarias y casas, con puertas y ventanas cerradas.

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Los municipios de Eduardo Neri, Cocula y Arcelia tienen más coincidencias que la inseguridad: sus ejidos son úteros fértiles de minerales que atrajeron a poderosos corporativos mineros, donde ahora sus habitantes son testigos y víctimas de violencia.

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Depredación
y violencia confluyen en el Cinturón de oro

 

 

 

San Miguel del Progreso, un pueblo que paró a las mineras

"No queremos ser partículas ahí nomás vagando por el aire, sin techo, sin casa”, me dijo don Tacho, un exmilitar que en el Ejército conoció la injusticia.

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La región de la Montaña baja –Chilapa, Ahuacuotzingo, José Joaquín Herrera, Zitlala y Atlixtac– es basta en recursos naturales: cuenta con bosques, mantos acuíferos, minerales y una gran superficie de tierra fértil para el maíz, la calabaza, las moras, las piñas, las lechugas, los rábanos, los jitomates, los ajos y las cebollas. Fértil, también, para el maguey, la mariguana y la amapola.

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La montaña baja:
entre la ambición
de las mineras y
la delincuencia organizada