Cada historia es un cuento. Me miraron con esa mirada incierta como cuando imaginas que entre las nubes se esconde un elefante multicolor. Un cuento. Pronuncié con la seriedad que me otorgaba estar allí presente como su maestro en el taller de narrativa. Qué carajos. Una maestra entrada en años, una alumna, aprendiz, pupila, o como quiera que se diga, seria, también algo incrédula, sólo atinó a decir que ella estaba allí porque quería escribir un libro de memorias, de sus más de 30 años en el magisterio, y quería saber o que yo le dijera cuál debería de ser su estilo. Me quedé en silencio unos minutos; todos voltearon a verme. Saqué unas notas de mi pequeña libretita que había anotado sobre el estilo, pero ninguna quedó clara.
Estilo lo hace el hábito, igual que hace su carácter, les digo. Sólo logro captar incertidumbre en sus rostros. Lo que les quiero decir es que el estilo es pura disciplina: no queda de otra que leer y escribir todo el tiempo, sin descanso. Exagero.
Yo quiero escribir un libro que cuente mis 30 años de servicio, interrumpe la mujer, la maestra, mi pupila; no quiero leer tantos libros para eso.
Bueno, entonces haga un libro de investigación, recopile datos y más datos, y si tiene ponga fotos, eso siempre viste esos libros. Y olvídese del estilo y de la lectura, y escriba lo que imagina le va a interesar a sus lectores.
¡Ah!... ése es mi estilo.
Yo qué sé de su estilo. Casi gritando, casi molesto.
Juan interrumpe y me dice que él ha publicado algunos cuentos, pero que no sabe si son cuentos o si están bien escritos. Le pido que nos lea algo de su trabajo. Por fortuna trae un cuento. Una narración. El texto va bien, funciona. Hay muchos lugares comunes, ripios. No hay un conflicto definido. Pero la intensión está ahí.
Otra de las alumnas se apresura y saca un texto, lo lee en voz alta, es algo de un abogado que da consejos para bolear zapatos. Es como un instructivo del buen bolero. Los comentarios son fuertes; ahí no hay una historia, no hay una narración, menos un cuento. Se molesta, dice que ella quiere escribir libros para ayudar a las personas. ¡Por Dios!... ¿Quién le ha dicho que esas personas necesitan que les ayuden, que las salven? ¿De qué? Hay que salvar ballenas, o en su caso hay que salvar a las personas de la mala literatura.
Se molesta y ya no regresa. Éramos seis en el taller, y como la canción de los perritos sólo quedamos cuatro.
Lesly me sorprende, la facilidad para contar, para describir, su único problema es la falta de una formación lectora. Pero ahí va. Santiago ha encontrado en la escritura algo que le brinda seguridad, se le nota, lo dice en cada frase directa, en la forma que construye su discurso literario. Iván... lo de Iván es la brevedad, quiere encontrar un estilo lleno de humor, quiere que la gente sonría.
Cada cuento es una historia, pienso mientras voy preparando los temas que iremos tocando, los ejercicios. Cuando pienso que se me agotan las ideas surge algo nuevo, y me planto allí frente a ellos y comenzamos a imaginar juntos ciertas posibilidades para contarnos una historia.
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