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Love, love

Charlie Feroz

Sí, le había dicho que sí. Nunca había tenido tanta certeza como aquella vez. Tenía unos lindos ojos negros, profundos como el pensamiento de un profeta. Lo que no me gustaba de ella era su voz… bueno, no su voz, sino un pequeño resoplido que se escuchaba cuando pronunciaba algunas palabras, como autobalance, evaluación, revolución, evolución y cosas así; y no que se la pasará diciendo cosas como ésas, pero lo había notado en ciertas conversaciones con sus compañeros o sus camaradas, como ella les decía.

Y si hubiera dicho no. ¿Qué habría pasado si en lugar de sí hubiera dicho no? Pero había dicho que sí, porque tenía cierta certeza de que decir sí era lo correcto. Me gustaba mucho esa mujer. Tenía algo que ninguna otra mujer que hubiera conocido antes me abría hecho darle un sí contundente. No fue sencillo, o fácil… si en la vida existieran cosas que lo son. Digo, esas decisiones no lo son. Casi ninguna lo es… luego viene el arrepentimiento, las dudas, la desconfianza de los actos. Y decir sí es tomar una decisión, es como escoger un par de zapatos que usarás por lo menos un año de tu vida; y si no son los correctos te podrán sacar ámpulas, hongos o provocarte incomodidad. Y eso se transmite en desconfianza, causando quizá que te corran del trabajo, que te deje tu mujer; escoger el sabor de una nieve, o el color de una camisa.

Decir no también es una decisión. Hay que estar consientes de las posibles consecuencias, hacer un balance sobre las posibilidades; no todo es cosa del azar. Existe una serie de desconocidos escenarios no poco probables, o muy probables, en la toma de cada una de nuestras decisiones.

Sí, le dije. Ella guardo silencio, una quietud palpable nos tomaba y nos sacudía de pronto. Algo rasgaba con una dulzura infantil mi columna vertebral, un viento helado, no era All Out Of Love de Air Supply que se escuchaba desde el modular. Por un instante imaginé que nada iba a pasar y que ahí, en ese instante el tiempo se detendría, se borraría, todo desaparecía, o haría implosión, una implosión infinita.

Ella se acercó hasta tomar mi mano. Algo en su mirada me decía gracias. No era compasión, era algo desconocido. Una mujer no debería de ver nunca de esa manera a un hombre.

Después de la bomba, después de que se hubiera acabado por fin lo que teníamos de reserva para sobrevivir, y descubrir que no había nadie más, ningún otro sobreviviente, y que la tontería esa de que los dos poblaríamos de nuevo el planeta, y crearíamos un mundo nuevo, más justo, más hermoso, se venía abajo se desmoronaba como un castillo de arena. Dos semanas sin probar nada, y sólo escuchando Air Supply en el modular, y los calambres, y el miedo y la desesperación. Hasta que ella con esa mirada tan suya, se me quedó viendo y me lo pidió, nunca pensé en esa posibilidad, fue tan sorpresivo que lo primero que se me vino fue un sí, tan contundente, tan sí en sí mismo, que no podría parecer una negación. Era un sí, sólo eso.

Por eso no dije nada cuando se me acercó con el cuchillo recién afilado, y comenzó a cortarme el brazo izquierdo. Ésta no era una buena manera de comenzar el mundo pensé.

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