bala perdida

 

Historia de taxi

Charlir FerOz

 

 

De: Carlos D. Alvarez

 

 

Deja te cuento, mijo. Las cosas están bien canijas. La verdad es que nos dicen cosas que pasan, y creemos que son puros cuentos, inventos de la gente, pues. Como que a fulanito se lo llevaron en una camioneta negra y ya nunca más se supo de él, que se roban muchachas para venderlas… Historias que no se leen en los diarios, mijo, ni se ven en las noticias de la tele, cosas que cuenta la gente, como un rumor.

Mira, mijo, hay cosas que pasan. Huy, yo he escuchado muchas cosas. Si te contara. Pero para qué te cuento lo que he escuchado, mejor te platico lo que me pasó hace unos días:

Como eso de las dos de la tarde, por allá por la Rufo, por donde están los arcos, -¿sí conoces, mijo?-, ahí hay una ‘ñora que vende gorditas de chicharrón -‘tan bien ricas-, pues ahí mero, me hizo la parada un chavo, como de veinte o veintitrés años, más o menos, chavo, pues. Era alto y güero. Me orillé para que se subiera. Se sentó a mi lado, serio, me pidió que lo llevará para el PRI, la colonia, así que tomé por la Morelos y bajé por una calle que conecta con el Huacapa. Ahí, de pronto, una camioneta verde, que venía a toda madre, casi nos pega. Logró detenerse, rozando la puerta de mi lado. -Casi me muero del susto. Pensé que ya había quedado ahí, pues, mijo, pero ahí no termina la cosa-. Esos jijos de la chingada, comenzaron a insultarme: Que me iban a partir la madre, que era un pendejo... Les pedí disculpas, pero no querían, los cabrones, seguían gritando. Uno de ellos, el más chaparro, se bajó de la camioneta y gritó que me iban a madrear, por puto, y otras cosas. De pronto, el chavo que iba conmigo se bajó , tranquilo, y les dijo que se calmaran, que ahí parara la cosa, que nos dejarán ir, que no había pasado nada. El pinche chaparro le mentó la madre y le dijo que también a él lo iban a madrear por pendejo y por metiche. En eso, no sé de dónde, el pinche chamaco sacó una pistola - ¡No mames!, me quedé frío, mijo, pensé que ahí terminaba todo para mí, que yo estaba en medio y si los cabrones esos de la camioneta traína también armas yo terminaría como una coladera.

Yo seguía sujeto al volante, con un chingo de miedo -Para qué trato de engañarte, mijo,  sentía el frío de la muerte por mis vertebras-. En eso, el chamaco se acerca al chaparro, lo encañona y le pide a los otros dos que se bajen de la camioneta. Ahora sí , el pinche enano casi llorando le rogaba al güero, diciendo que ahí moría, pues, que los dejara ir, sin pedos. Los otros dos se bajaron en chinga, ahí estaban temblando los hijos de la chingada, ahora sí, los muy putos. Yo estaba desconcertado -La verdad, le pedía a Dios que me sacará de esa, a la virgencita le rogaba, mijo-. El güero les pidió sus carteras, les quitó sus cadenas, sus relojes, luego les dijo que se fueran a la chingada -Hubieras visto, mijo, el pinche chaparro fue el primero en salir corriendo, el pobre diablo-. En eso, el güero abrió el cofre de la camioneta y le quitó la pila, la subió al taxi, se subió él, aún encabronado, y me pidió que nos fuéramos, pero ya no al PRI, ahora al Polvorín. Tomé el camino. Le iba agradeciendo al chamaco; él iba contando la lana que les había quitado, sin decir nada, ni me volteo a ver. Yo no sabía qué decir o hacer, mijo, el cabrón ese traía un arma, y yo un buen de miedo.

Al llegar al Polvorín, me pidió que me parara, me dijo que cuánto era, le dije que nada, y que gracias. En eso, muy calmado el hijo de la chingada sobó su arma, que traía en la cintura, y me dijo Te salvaste, cabrón, esta era para ti.

Ay, mijo, sentí bien gacho. El cabrón güerito, se bajó del taxi con la pila y cerró la puerta. Yo arranqué y me marché en chinga. Te digo, mijo, las cosas por acá, están bien canijas.

 

 

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