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Carrizalillo entre los
efectos devastadores de
la explotación del oro
y el acoso policíaco

 

Marlén Castro

 

 

 

 

¡La niña, se llevan a la niña!, gritó el papá desesperado mientras corría atrás de las patrullas de la policía federal y unidades de la Policía Investigadora Ministerial (PIM) del estado, la tarde del 21 de octubre del 2014.

Lo hizo por el celular, para decirle a la esposa que lo vio atravesar corriendo la calle abajo de la comisaría municipal, y le marcó.

Desde su casa, vio la figura bonachona de su marido, inconfundible. Sólo que esta vez corría, desesperado.

“¿Qué pasa a dónde vas? Por qué corres así”. Le dijo tan pronto contestó la llamada y escuchó su respiración agitada.

¡La niña, se llevan a la niña! Gritó desesperado.

Ni siquiera lo pensó dos veces. Tomó la cuatrimoto, le dijo a su mamá que le encargaba a los demás hijos, y se fue a tratar de alcanzar a los efectivos de la policía federal y ministerial que desde muy temprano llegaron a Carrizalillo. Vio a las patrullas y, atrás, al marido corriendo.

Ya me dijeron que me la van a entregar, que todo fue una confusión, dijo a su mujer en cuanto ésta le dio alcance. Todos van en esa Urvan.

Rebasó al marido, a varias patrullas y cuando alcanzó la Urvan, viró a la izquierda para impedir que el carro en el que iba la hija siguiera avanzando.

La unidad paró bruscamente y de ella se bajaron personas con ropas comunes. Los uniformados venían en las patrullas. Unas se habían quedado atrás, otras, varias, no pudo contarlas cuántas, estaban adelante.

¡Por qué se la llevan, suéltenla! Increpó a los uniformados sin sentir el más leve temor por su vida, sólo por la suerte de su hija.

Dice que lo único que tenía en la cabeza, era la desaparición de los estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, que se los habían llevado policías municipales y hasta ese momento, nada se sabía de ellos.

A mi hija no se le llevan igual, pensó todo el tiempo que manejó para darles alcance.

El marido llegó finalmente, mientras ella discutía con uniformados y las personas vestidas de civil, desde la Urvan, la hija los observaba desde una ventanilla. Se veía muerta de miedo, lloraba.

Que ya les dije que se las vamos a devolver, que ha sido una confusión, gritó quien parecía al mando del operativo.

¿Sí, pero dónde?

Más adelante, les dijo.

Si nos la va a dar, lo mismo da que nos la dé aquí que más adelante, reviró la madre.

No, tiene que ser más adelante, repitió con necedad.

Entonces, nosotros nos vamos con ella, para que cuando nos la devuelva estemos ahí.

Ah bueno, pues súbanse, les dijo conforme.

 

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La pareja que corrió para dar alcance a la patrulla está presa en el Centro de Readaptación Social de Chilpancingo (Cereso), acusada de robo de auto, posesión de armas de uso exclusivo del Ejército y de marihuana.

Este julio cumplirán seis meses de reclusión.

El parte que rindió la policía federal ese 21 de octubre --incluso, hay un video que puede verse en Youtube sobre la incursión-- indica que el detenido manejaba una camioneta Honda y la mujer iba de copiloto, que cuando los federales marcaron el alto, aceleraron la velocidad, que les dieron alcance, y cuando ya no tuvieron escapatoria, pararon el carro. Entonces, los detuvieron.

La policía federal indicó que en ese operativo logró la detención de seis personas. La mamá y papá de la menor, entre ellos.


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Muchos males llegaron a Carrizalillo, desde que comenzó la explotación de oro; uno de ellos: el acoso policíaco.

La incursión del 21 de octubre del 2014 para buscar a los estudiantes desaparecidos de la Normal Rural de Ayotzinapa, Raúl Isidro Burgos, fue una de tantas.

En las incursiones, a veces del Ejército, otras de la policía federal, o de la policía estatal, o de ambas, los habitantes han denunciado que les roban sus pertenencias. Varios ejidatarios no van al banco, cuando reciben el pago por la renta de sus tierras, prefieren tener el dinero bajo el colchón.

El 10 de marzo del 2010, un grupo de militares llegó a Carrizalillo a bordo de tres hummers. Dijeron que iban a aplicar una campaña de despistolización, y con violencia se metieron a las casas. Con el pretexto de encontrar armas, revolvían los roperos, cajoneras alacenas. Se llevaron todo lo de valor que encontraron, denunciaron los habitantes días después.

El 28 de diciembre del 2011, los militares volvieron a Carrilillo. Previamente, detuvieron a Sergio Peña Esquivel, de 18 años, hijo del comisario Onofre Peña Celso.

El joven fue interceptado por militares a bordo de una camioneta Nissan, modelo Xterra, con otras tres personas, alrededor de las 23:00 horas, cuando iban a la comunidad vecina de Amatitlán.

Por la presencia de una escopeta calibre 22, todos los ocupantes de la unidad fueron detenidos y golpeados para que confesaran por qué portaban el arma.

El padre se enteró de la detención y se movilizó hasta el lugar de la intersección. De nada valió su papel de autoridad en el pueblo.

De acuerdo a su denuncia, fue golpeado, y duró tanto el castigo, que el comisario estuvo internado varios días en una clínica de Iguala.

Entre 2012 y 2014, las incursiones siguieron.


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Cuando llegaron al sitio donde los ejidatarios estuvieron instalados en plantón durante 82 días para exigir al corporativo Gold Corp que pagara sus tierras a mejor precio, a 20 minutos del pueblo, todas las patrullas pararon, también la Urvan en la que iban, en total, seis personas detenidas por los federales y ministeriales.

–Ya ves, pensamos mal, de aquí nos van a regresar, comentó a su mujer el hombre que corrió atrás de las patrullas.

Vino a la unidad el oficial al mando y gritó, ahora sí autoritario, con esa voz y actitud que los han hecho temerarios.

Se bajan todos, rápido, muévanse, ya se los cargó la chingada hijos de su puta madre.

Nosotros nos regresamos, todavía ignorante de su destino soltó el papá que vino corriendo atrás de su hija.

El oficial estalló en carcajadas.

Ya te cargo la chingada a ti también, los dos ya están embarrados hasta la mierda, se burló de ellos.

De ahí, llegó a los pocos minutos un helicóptero, y los “peligrosos” detenidos fueron transportados por aire hasta las instalaciones de la Procuraduría General de la República (PGR).

En el trayecto, se enteraron que la niña había cumplido apenas 17 años.

La cagamos con ésta, los oyeron decir.

Por la edad, la niña estuvo unas horas en el albergue y sin una acusación contra ella, salió libre. La madre y el padre esperan sentencia.

 

 

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